Juan Carlos I como chivo exculpatorio
Atendiendo a la gravedad de los hechos que se le est¨¢n atribuyendo al rey em¨¦rito, adem¨¢s de cumplir con sus obligaciones fiscales si las tuviera, deber¨¢ asumir otro tipo de sanciones de car¨¢cter simb¨®lico
De entre las muchas formas que existen para abordar el an¨¢lisis y valoraci¨®n de los aspectos de la conducta del rey em¨¦rito que han sido sometidos a escrutinio cr¨ªtico a lo largo de los ¨²ltimos meses, probablemente quepa resaltar dos. Una ser¨ªa a trav¨¦s del concepto de responsabilidad. Cuando se asume este enfoque por supuesto que en primer plano hay que poner la que corresponde al protagonista de unos comportamientos inequ¨ªvocamente reprobables desde diversos puntos de vista. Pero sin duda tambi¨¦n parece obligado se?alar a sectores y personas que, por acci¨®n o por omisi¨®n, han contribuido, y ...
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De entre las muchas formas que existen para abordar el an¨¢lisis y valoraci¨®n de los aspectos de la conducta del rey em¨¦rito que han sido sometidos a escrutinio cr¨ªtico a lo largo de los ¨²ltimos meses, probablemente quepa resaltar dos. Una ser¨ªa a trav¨¦s del concepto de responsabilidad. Cuando se asume este enfoque por supuesto que en primer plano hay que poner la que corresponde al protagonista de unos comportamientos inequ¨ªvocamente reprobables desde diversos puntos de vista. Pero sin duda tambi¨¦n parece obligado se?alar a sectores y personas que, por acci¨®n o por omisi¨®n, han contribuido, y de manera significativa, al desenlace conocido.
Otra forma es haciendo referencia a la ejemplaridad debida a quien desempe?a las m¨¢s altas funciones, en este caso la jefatura del Estado, al cual parece obligado exigirle unas pautas de conducta determinadas. A diferencia de la responsabilidad, que tiene una dimensi¨®n inequ¨ªvocamente material (el compromiso de responder por el da?o que se hizo, haci¨¦ndose cargo en lo posible de su reparaci¨®n), en la ejemplaridad no se da ese requisito, pudiendo considerarse como suficiente reparaci¨®n que aquel que dio mal ejemplo asuma su error y se comprometa a no seguir d¨¢ndolo, como ocurri¨® con el anterior Rey cuando, a la salida de la habitaci¨®n de la cl¨ªnica donde hab¨ªa sido operado tras el incidente de Botsuana, se declar¨® apesadumbrado por lo sucedido y prometi¨® no reincidir.
Como es obvio, la ejemplaridad no se comparte, es estrictamente individual y por tanto intransferible, lo cual en el caso que nos ocupa tiene consecuencias de importancia. Una de las m¨¢s destacadas tal vez sea la posibilidad de que la figura del rey em¨¦rito, habi¨¦ndose quedado sola en el incumplimiento de dicha obligaci¨®n, terminara convirti¨¦ndose en el perfecto chivo expiatorio que cumple la funci¨®n de concentrar de manera casi exclusiva en ¨¦l unos vicios que, por desgracia para nuestra sociedad, son muchos los que comparten. Porque si echamos la vista atr¨¢s y examinamos las ¨²ltimas d¨¦cadas de nuestro pa¨ªs con la sensibilidad a flor de piel por lo que ahora tanto se comenta, comprobaremos que la corrupci¨®n ha sido un mal que, aunque desigualmente repartido (eso parece obligado puntualizarlo), no ha dejado sin afectar pr¨¢cticamente a ning¨²n sector ni color pol¨ªtico o social.
En gran medida este efecto masivamente exculpatorio vendr¨ªa derivado del propio enfoque ejemplarizante. Porque lo que se estar¨ªa poniendo en primer plano ahora afectar¨ªa m¨¢s al protagonista de las conductas que a las conductas mismas, que no resultar¨ªan ser, a fin de cuentas, lo m¨¢s grave de los episodios. Quienes puedan haber hecho, a su escala correspondiente, cosas parecidas no solo no se sentir¨ªan concernidos por el reproche sino que, como sin esfuerzo se puede constatar, se estar¨ªan uniendo al coro de los indignados ante la revelaci¨®n de los episodios, ciertamente poco edificantes, de los que se va teniendo noticia p¨²blica. Actuando as¨ª, tales personas se estar¨ªan comportando ¡ªustedes sabr¨¢n perdonar lo abrupto de la comparaci¨®n¡ª como esos delincuentes a¨²n no identificados por la polic¨ªa que para no despertar sospechas se colocan en primera fila de la manifestaci¨®n popular de protesta por el delito.
Pero tal vez la segunda consecuencia de este (des)enfoque, concentrado mucho m¨¢s en el qui¨¦n que en el qu¨¦, es que, perdiendo inter¨¦s por la materialidad de los actos, termina por carecer de criterio para determinar la mejor manera de hacer frente a este tipo de situaciones. Y es que, mientras no costar¨ªa especificar criterios que permitieran precisar en qu¨¦ formas el responsable de una acci¨®n que ha provocado da?os puede reparar el mal causado, no se alcanza a ver cu¨¢l podr¨ªa ser el contenido de la reclamaci¨®n a que tendr¨ªa derecho el decepcionado por la falta de ejemplaridad de un cargo p¨²blico.
Probablemente porque sin el referente firme de los hechos resulta en extremo dif¨ªcil objetivar el grado de decepci¨®n de cada cual. Entre nosotros se est¨¢ dando la particular y curiosa circunstancia de que los que m¨¢s decepcionados se muestran son los que de manera reiterada menos expectativas hab¨ªan declarado tener con el anterior jefe del Estado, contaminado simult¨¢neamente por el doble pecado original ¡ªde imposible lavado¡ª de haber sido propuesto como sucesor por un dictador y de representar una instituci¨®n seg¨²n ellos absolutamente anacr¨®nica y disfuncional como es la Monarqu¨ªa.
Dado que no les resulta f¨¢cil actualizar por entero el reproche para poder aplic¨¢rselo a su hijo, algunos de estos presuntos decepcionados han procedido a retorcer el argumento. As¨ª, a quienes les preocupa mucho que el poder se transmita por v¨ªa de fecundaci¨®n les ha dado por afirmar que estas cosas familiares se heredan y, por tanto, salpican tambi¨¦n al actual jefe del Estado. A este grupo de cr¨ªticos pertenecer¨ªan todos los que en los ¨²ltimos tiempos se han referido en general a los Borbones como si por el mero hecho de serlo se pudiera predicar de todos sin excepci¨®n, cual si de una carga gen¨¦tica se tratara, la propensi¨®n a determinados des¨®rdenes de conducta. No s¨¦, quiz¨¢ tengan raz¨®n y en efecto dicha propensi¨®n se herede. Pero que cualquiera se tome la molestia de llevar a cabo el experimento mental de generalizar esta hip¨®tesis y de inmediato comprobar¨¢ las disparatadas conclusiones en que terminar¨¢ desembocando.
Pero, en cambio, si planteamos el asunto en t¨¦rminos de responsabilidad, habr¨¢ que decir que, parezca suficiente o no, el rey em¨¦rito asumi¨® al abdicar la que le correspond¨ªa por el escandaloso episodio de la cacer¨ªa africana. Ahora sin duda le corresponda m¨¢s que eso, precisamente atendiendo a la gravedad de los hechos que se le est¨¢n atribuyendo. Deber¨¢, por supuesto, cumplir con sus deberes fiscales como ciudadano si los tuviera pendientes y responder ante la justicia si fuera el caso, pero tambi¨¦n deber¨¢ asumir otro tipo de sanciones de car¨¢cter simb¨®lico, alguna de las cuales en ning¨²n caso creo que se pueda considerar menor.
Por lo pronto, no lo ha sido en absoluto verse obligado a abandonar el pa¨ªs a quien ha sido su rey. Pero, sobre todo, tener que hacerlo por haber pasado a constituir un aut¨¦ntico peligro para la supervivencia de la propia instituci¨®n de la Corona, que ¨¦l ven¨ªa obligado a defender con u?as y dientes. Si una de las medidas del castigo es el sufrimiento que produce, no resulta dif¨ªcil hacerse una idea del que le debe haber producido a Juan Carlos I, no solo la expatriaci¨®n, sino tambi¨¦n el trato que ha recibido en el espacio p¨²blico en los ¨²ltimos tiempos, tan alejado del que recibi¨® cuando ostentaba la jefatura del Estado. Es altamente probable que haya vivido ambas cosas como un humillante deshonor.
Se impone introducir en el an¨¢lisis este elemento, por m¨¢s en desuso que est¨¦, no fuera a resultar que el reproche de incumplimiento de la ejemplaridad debida terminara convirti¨¦ndose en un agravio de imposible reparaci¨®n. De la misma manera que en la propuesta de soluci¨®n habr¨ªa que introducir otro t¨¦rmino en desuso, el de piedad, si no queremos terminar abocados a un cainismo sin fin, que ya se dibuja en el horizonte. Y para ese mientras tanto que siempre es el presente, ?qu¨¦ tal si prob¨¢ramos a ejercer la responsabilidad que a cada cual nos corresponde? Al menos el rato que dej¨¢ramos de escrutar la ejemplaridad ajena.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona y senador por el PSC-PSOE. Acaba de publicar Transe¨²nte de la pol¨ªtica (Taurus).