El perd¨®n
La democracia se pone en riesgo cuando las relaciones pol¨ªticas se basan en destruir al otro
Pedir perd¨®n requiere de m¨¢s coraje que empu?ar un arma, reflexiona en la c¨¢rcel Joxe Mari, el terrorista de ETA de Patria, la memorable novela de Fernando Aramburu, tambi¨¦n un ¨¦xito editorial en Argentina, donde pudimos leerla en clave local, ya que entre nosotros hubo un tiempo en el que una muerte se vengaba con otro cad¨¢ver en una espiral de violencia y miedo que encerr¨® a las buenas gentes dentro de s¨ª mismas, incapaces de mirar lo que suced¨ªa a su alrededor. La violencia guerrillera de los a?os setenta recibi¨® del Estado una respuesta de terror, expresada bajo esa perversi¨®n que s...
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Pedir perd¨®n requiere de m¨¢s coraje que empu?ar un arma, reflexiona en la c¨¢rcel Joxe Mari, el terrorista de ETA de Patria, la memorable novela de Fernando Aramburu, tambi¨¦n un ¨¦xito editorial en Argentina, donde pudimos leerla en clave local, ya que entre nosotros hubo un tiempo en el que una muerte se vengaba con otro cad¨¢ver en una espiral de violencia y miedo que encerr¨® a las buenas gentes dentro de s¨ª mismas, incapaces de mirar lo que suced¨ªa a su alrededor. La violencia guerrillera de los a?os setenta recibi¨® del Estado una respuesta de terror, expresada bajo esa perversi¨®n que se nombra en castellano, desaparecidos. La violencia pol¨ªtica simplificada bajo ¡°la teor¨ªa de los dos demonios¡±, al equiparar el terror de las organizaciones guerrilleras con un Estado que se hizo terrorista, sin reparar que el verdadero demonio es el odio y la violencia de la que fueron responsables seres humanos, aunque resulte m¨¢s c¨®modo echarle la culpa al diablo.
Han pasado ya 50 a?os. El pa¨ªs est¨¢ poblado de Bittoris y Miren, cuyas vidas giraron en torno a las ausencias en la mesa familiar, sean los Txato o los Joxe Mari. Dramas paralelos, subsumidos bajo esas figuras p¨²blicas, las mujeres del pa?uelo blanco que increparon al poder para conocer el destino de sus hijos. Algunas de sus dirigentes m¨¢s conocidas cruzaron la plaza del reclamo para instalarse en las primeras filas del palacio del Gobierno. La politizaci¨®n de la causa de los derechos humanos destruy¨® el que cre¨ªamos el mayor consenso al que hab¨ªamos llegado como sociedad cuando el juicio a las Juntas reconstruy¨® y conden¨® el rompecabezas macabro del terrorismo de Estado y nos leg¨® un mantra democr¨¢tico, el ¡°nunca m¨¢s¡±.
?Por qu¨¦ pedir perd¨®n requiere coraje? ?Por qu¨¦ se indulta f¨¢cil y se perdona poco? Si el perd¨®n siempre es el triunfo de las v¨ªctimas. ¡°El odio que es vencido enteramente por el amor, en amor se trueca y ese amor es por ello m¨¢s grande que el odio que lo precedi¨®¡±, escribi¨® el fil¨®sofo Baruch Spinoza. ¡°El odio destruye y divide, no tiene futuro. El perd¨®n, en cambio, construye y une. Es un amor nuevo, de una calidad superior, porque se ha aquilatado en la prueba del amor y el sufrimiento¡±, me escribi¨® en una carta el papa Francisco por mi libro De la culpa al perd¨®n, que debi¨® esperar 10 a?os para su publicaci¨®n porque ninguna editorial se anim¨® a enfrentar el patrullaje ideol¨®gico, solo porque inclu¨ªa en su portada la palabra ¡°perd¨®n¡±. Desde entonces, para no ser intencionalmente mal interpretada por aquellos que se apropiaron de nuestro dolor y tergiversaron la historia del desencuentro, debo explicar que el perd¨®n es ¨ªntimo, privado, personal, que nadie puede conceder u ofrecer en nombre de las v¨ªctimas. Menos a¨²n, en su nombre, cancelar la justicia. Las condenas a los represores restituyen el sentido del derecho, protegen a las v¨ªctimas y domestican la venganza que provoca el crimen. Las condenas no devuelven las vidas ni privan del dolor, pero la falta de justicia, perpet¨²a el crimen. El perd¨®n p¨²blico, en cambio, es de otro orden, una confesi¨®n de verg¨¹enza o arrepentimiento. Se perdona a la persona, no al crimen.
No se trata del perd¨®n de los seres superiores, como el de Nelson Mandela, ni el dilema filos¨®fico que inspir¨® los seminarios organizados por Simon Wiesenthal, un sobreviviente de Auschwitz, el cazador de nazis porque consigui¨® llevar m¨¢s de mil criminales ante los tribunales, y en los ¨²ltimos a?os de su vida reuni¨® a te¨®logos, pedagogos, fil¨®sofos, sobrevivientes, en debates en torno a los l¨ªmites del perd¨®n. El nuestro, el que necesitamos, es m¨¢s terrenal. No exige sacrificios, pero s¨ª la racionalidad de entender que la verdadera grieta es con nosotros mismos: nos desintegra como personas, toda vez que somos ganados por la furia y la insensatez del odio y la mentira.
El perd¨®n posible es a nosotros mismos. Por no haber impedido el sufrimiento de tantos de nuestros compatriotas, por haberlos negado por miedo, por no hacernos cargo de la responsabilidad que tuvimos en esa gran tragedia colectiva que nos rezag¨® como pa¨ªs y a¨²n hoy nos envenena con el odio que inocul¨® el terror. Sobre todo, por la incapacidad pol¨ªtica de lograr la pacificaci¨®n social m¨¢s all¨¢ del expediente judicial o la mezquindad pol¨ªtica de la pr¨®xima elecci¨®n.
Una sociedad decente, escribi¨® el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusal¨¦n Avishai Margalit, es aquella en la que sus instituciones no humillan a ninguno de sus miembros, ni estos entre s¨ª.
La naturaleza humana se define por su dignidad, donde reside la capacidad para levantarnos sobre nuestras miserias y carencias. En estos tiempos de polarizaci¨®n, cuando la ideologizaci¨®n de la historia y los desprecios corren sueltos a un lado y otro del Atl¨¢ntico, las j¨®venes generaciones no honran su tiempo porque no reconocen el privilegio de vivir en libertad democr¨¢tica. Ellos reescriben la historia que les priv¨® del dolor de vivir bajo dictaduras. Solo por eso, debieran entender que la democracia se pone en riesgo cuando las relaciones pol¨ªticas se basan en la destrucci¨®n del otro en lugar del ideal democr¨¢tico del esfuerzo com¨²n para erigir una sociedad decente que se alimente de la dimensi¨®n respetuosa de los derechos humanos. O sea: sin humillaciones.
Norma Morandini es periodista, escritora y fue diputada y senadora argentina.