El juego sucio
Los ciudadanos honestos no quieren sentirse empujados forzosamente a adscribirse a una trinchera de la que ya nunca podr¨¢n salir ni para informarse con algo de honestidad cr¨ªtica
Es preocupante que solo seamos capaces de defender la democracia cuando sirve a nuestros intereses. Les negamos el derecho a los que piensan diferente a obtener sus triunfos electorales y, peor a¨²n, no somos capaces de entender que las garant¨ªas que nos protegen a nosotros, tambi¨¦n les protegen a ellos con el mismo rigor. Hace alg¨²n tiempo, el Gobierno espa?ol consigui¨® exhumar el cad¨¢ver del dictador del Valle de los Ca¨ªdos. Lo logr¨® tras cumplir escrupulosamente todos y cada uno de los recursos que la famili...
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Es preocupante que solo seamos capaces de defender la democracia cuando sirve a nuestros intereses. Les negamos el derecho a los que piensan diferente a obtener sus triunfos electorales y, peor a¨²n, no somos capaces de entender que las garant¨ªas que nos protegen a nosotros, tambi¨¦n les protegen a ellos con el mismo rigor. Hace alg¨²n tiempo, el Gobierno espa?ol consigui¨® exhumar el cad¨¢ver del dictador del Valle de los Ca¨ªdos. Lo logr¨® tras cumplir escrupulosamente todos y cada uno de los recursos que la familia present¨® ante los tribunales para impedirlo. Muchos criticaron la dilataci¨®n de los tiempos, pero visto con perspectiva, aquello fue una bendici¨®n, porque resignific¨® que las conquistas pol¨ªticas no se logran con manotazos de autoridad, sino por la lenta racionalidad del respeto a las garant¨ªas de todas las partes en litigio. Ahora puede volver a apreciarse la histeria de los intransigentes, por mucha raz¨®n que les ampare. Cuando los tribunales de Madrid anulan las restricciones dictadas por el Gobierno, razonan su argumentaci¨®n y proponen otro camino legislativo para llegar al mismo lugar. No se alzan como una resistencia pol¨ªtica infranqueable. Como demostr¨® el Gobierno al dictar el estado de alarma, lo que los tribunales le requer¨ªan era claridad, rigor y ajustarse a las normas.
A¨²n peor es lo que est¨¢ sucediendo con el endiablado caso de la tarjeta robada del tel¨¦fono de Dina Bousselham. En los ¨²ltimos d¨ªas, el entorno del vicepresidente segundo Pablo Iglesias ha lanzado un ataque desmesurado contra la dignidad profesional del juez Garc¨ªa Castell¨®n. El juez sospecha que Iglesias y sus asesores trataron de manipular las circunstancias para presentarse a la opini¨®n p¨²blica como v¨ªctimas. Nadie les niega que hayan sido en otras ocasiones v¨ªctimas de la trama corrupta que el Gobierno de Rajoy extendi¨® a trav¨¦s de redes policiales vinculadas al ministro del Interior y una prensa de parte y entregada a lo delincuencial. Lo que juez expone es su razonada sospecha para este caso y adem¨¢s la remite al tribunal competente para que dicte la resoluci¨®n. Promover una campa?a contra el juez nos devuelve a este tenis infame en el que se ha instalado la pol¨ªtica espa?ola, bien lejos de la exquisitez grandiosa de Rafa Nadal. Aqu¨ª todo es navajazo, intoxicaci¨®n, manipulaci¨®n de datos y juego sucio.
Pablo Iglesias protagoniz¨® su ¨²ltima campa?a electoral con la Constituci¨®n en la mano. No puede, pues, ignorar que los jueces son el pilar b¨¢sico de nuestra convivencia. La arena pol¨ªtica los ha rebajado a una contienda entre conservadores y progresistas que no es del todo cierta ni del todo autom¨¢tica. Mientras ejercen su labor nos representan y, por tanto, debemos respeto a su independencia, el mismo que reclamamos para nosotros. El caso que ahora afecta al vicepresidente va a resolverse con la entrada de nuevos tribunales y fiscales, por lo cual queda m¨¢s que garantizado su derecho a defensa. Promover la filiaci¨®n hist¨¦rica, la agresividad ciega y el linchamiento personal se acerca de manera palpable al mismo impulso que mueve a la ultraderecha a sitiar su residencia familiar de manera vergonzante. Los ciudadanos honestos, que son la gran mayor¨ªa, reclaman otra forma de hacer pol¨ªtica. Quieren que los traten como personas inteligentes y no sentirse empujados forzosamente a adscribirse a una trinchera de la que ya nunca podr¨¢n salir ni para informarse con algo de honestidad cr¨ªtica.