La picha un l¨ªo
Lo que s¨ª es un trastorno colectivo, que est¨¢ expandi¨¦ndose como el virus y es tan corrosivo como ¨¦l, es el que est¨¢ provocando la incertidumbre y la falta de contacto social
Pienso mucho en ese hombre, Jeffrey Toobin, cuyo rostro me es familiar por sus an¨¢lisis pol¨ªticos en CNN, cuyo nombre ha encabezado prestigiosas cr¨®nicas sobre aspectos legales en The New Yorker. Es un tipo de 1960, dos a?os m¨¢s que yo, pienso, as¨ª que est¨¢ lejos de ser eso que llaman un nativo digital. Toobin es un advenedizo, un forastero en este mundo de pantallas en el que hemos tenido que aplicarnos a toda prisa. Eso s¨ª, ha sido llegar al nuevo planeta y aferrarnos a ¨¦l. En este mes pasado, el periodista estaba realizando uno de tantos zooms con colegas para estudiar la cobe...
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Pienso mucho en ese hombre, Jeffrey Toobin, cuyo rostro me es familiar por sus an¨¢lisis pol¨ªticos en CNN, cuyo nombre ha encabezado prestigiosas cr¨®nicas sobre aspectos legales en The New Yorker. Es un tipo de 1960, dos a?os m¨¢s que yo, pienso, as¨ª que est¨¢ lejos de ser eso que llaman un nativo digital. Toobin es un advenedizo, un forastero en este mundo de pantallas en el que hemos tenido que aplicarnos a toda prisa. Eso s¨ª, ha sido llegar al nuevo planeta y aferrarnos a ¨¦l. En este mes pasado, el periodista estaba realizando uno de tantos zooms con colegas para estudiar la cobertura de las elecciones. Ten¨ªa dos pantallas abiertas, una de car¨¢cter profesional, y la otra, ¨ªntima; en una, aparec¨ªa, de cintura para arriba, con una camisa formal, en la otra, de cintura para abajo, en pelotas. Con un clic iba de un universo a otro. En la confusi¨®n de lo p¨²blico y lo privado, el hombre se hizo la picha un l¨ªo y se mostr¨® ante sus pasmados compa?eros masturb¨¢ndose. Al parecer, alguno de los intervinientes trataron de advertirle del espect¨¢culo que estaba dando, pero los correos ca¨ªan en saco roto. El embarazoso momento trascendi¨® y el analista ha sido enviado a casa, a reflexionar. Suspendido de empleo y sueldo. En la vieja tradici¨®n americana de hombres arrepentidos por deslices sexuales, Toobin pidi¨® perd¨®n a su mujer, a sus hijos, en fin. El episodio ha alimentado risas televisivas. La paja Toobin acabar¨¢ acu?ando este ins¨®lito momento sexual: d¨ªcese del hombre que se autoabastece sin reparar en que su actividad aparece en la pantalla de sus compa?eros de trabajo. Y yo a?adir¨ªa, durante la pandemia. Porque la realidad es que la abrumadora exposici¨®n a las pantallas caseras est¨¢ cre¨¢ndonos una distorsi¨®n brutal entre lo p¨²blico y lo privado. Los que creamos en casa sabemos algo de esto. No es raro que acudamos al m¨¦dico por ansiedad o trastornos del sue?o. El consejo tantas veces escuchado y otras tantas ignorado es que para encontrar el anhelado sosiego mental se ha de cerrar el estudio a una hora razonable de la tarde. Pero tener dos espacios es un lujo que pocos pueden permitirse, como tampoco es com¨²n ser tu propia jefa. El teletrabajo, por mucho que se establezcan nuevos derechos para regularlo, es una invasi¨®n de la vida ¨ªntima; a¨²n m¨¢s, es una manera eficac¨ªsima de erradicar la relaci¨®n entre tus pares, una maligna proliferaci¨®n de trabajadores burbuja que eliminan de sus vidas el aspecto social y el reivindicativo, por cuanto los avances de la clase trabajadora se han dado por el hecho de formar parte de un colectivo. ?Est¨¢n los sindicatos preparados para atender las necesidades de un batall¨®n de hormigas solitarias? La realidad, lo sabe cualquiera, es que los horarios se han ampliado. La pantalla siempre est¨¢ abierta para la demanda de ¨²ltima hora de un jefe. El trabajador est¨¢ siempre disponible. En las pantallas que se encuentran en los dormitorios hemos visto desfilar al fondo del cuarto a maridos en calzoncillos (cuando no t¨ªas en bolas); los ni?os se han colado en ruedas de prensa; la tensi¨®n familiar a veces se ha sentido de manera inevitable.
El caso de la paja Toobin est¨¢ siendo analizado por las empresas en las que trabajaba. Tal vez, se sugiere, el analista analizado padece un problema de adicci¨®n sexual, que es una manera muy cuca de convertir en trastorno la infidelidad. Lo que s¨ª es un trastorno colectivo, que est¨¢ expandi¨¦ndose como el virus y es tan corrosivo como ¨¦l, es el que est¨¢ provocando la incertidumbre y la falta de contacto social. No se puede vivir, ni amar, ni follar a trav¨¦s de una pantalla. Es posible que Jeffrey Toobin llevara ese d¨ªa demasiados zooms en el cuerpo y, aunque ahora sea el hazmerre¨ªr y se burlen de su torpeza, estoy convencida de que hay m¨¢s de los que creemos que andan recurriendo, como consuelo, a la paja virtual.