La pol¨ªtica del dolor
Marcado por unas profundas desigualdades, el pa¨ªs de Donald Trump se ha sumido en el caos y corre el peligro de derrumbarse
?Por qu¨¦ el Gobierno de Estados Unidos ha actuado de una manera que ha dejado m¨¢s de 200.000 muertos entre los ciudadanos del pa¨ªs? El coronavirus ha matado a m¨¢s estadounidenses que la Wehrmacht, el Ej¨¦rcito imperial japon¨¦s o cualquier otro enemigo en el campo de batalla. Cada pocos d¨ªas, sufrimos el equivalente a un 11 de septiembre. Esta vez, sin embargo, unos estadounidenses han tomado (o han dejado de tomar) decisiones que han matado a un n¨²mero espeluznante de otros estadounidenses. Al igual que las hambrunas, las plagas son pol¨ªticas. Esta es, sobre todo, tribal.
En 2019, cuando...
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?Por qu¨¦ el Gobierno de Estados Unidos ha actuado de una manera que ha dejado m¨¢s de 200.000 muertos entre los ciudadanos del pa¨ªs? El coronavirus ha matado a m¨¢s estadounidenses que la Wehrmacht, el Ej¨¦rcito imperial japon¨¦s o cualquier otro enemigo en el campo de batalla. Cada pocos d¨ªas, sufrimos el equivalente a un 11 de septiembre. Esta vez, sin embargo, unos estadounidenses han tomado (o han dejado de tomar) decisiones que han matado a un n¨²mero espeluznante de otros estadounidenses. Al igual que las hambrunas, las plagas son pol¨ªticas. Esta es, sobre todo, tribal.
En 2019, cuando estaba al borde de la muerte, me enfrent¨¦ a la l¨®gica de la tribu y apenas pude pensar en otra cosa. A consecuencia de los errores m¨¦dicos cometidos en diciembre, ten¨ªa una infecci¨®n de h¨ªgado y hab¨ªa ca¨ªdo en una sepsis. Mientras intentaba que me admitiesen en urgencias por cuarta vez en el mes, las bacterias iban colonizando mi sangre. Una amiga m¨¦dica se reuni¨® conmigo en el vest¨ªbulo. Las enfermeras del hospital no parec¨ªan tomarse el caso en serio. Yo ten¨ªa fiebre, dolor de cabeza, temblaba, hab¨ªa entrado en silla de ruedas, y casi no pod¨ªa moverme. Al l¨ªmite de la vida, esperando que pasase algo, no era capaz de pensar con claridad, pero mi sensibilidad estadounidense capt¨® d¨®nde estaba el problema: mi amiga era negra.
En aquel momento me encontraba (excepcionalmente) en un aprieto al que los negros se enfrentan toda su vida. Al cabo de casi una hora me admitieron en una sala de urgencias donde, de nuevo, no volvi¨® a suceder pr¨¢cticamente nada durante un buen rato. Mi amiga se qued¨® conmigo toda la noche (pasaron 17 horas antes de que me diagnosticasen), arrebujada en su chaqueta de lana. Me tem¨ªa que si las enfermeras y los m¨¦dicos no ve¨ªan la chapa de hospital que llevaba colgando del cuello, nadie la escuchar¨ªa. Las enfermeras del vest¨ªbulo pasaron charlando: ¡°?Qui¨¦n ha dicho que era?¡± ¡°Una doctora¡±, y se echaron a re¨ªr.
Cuatro a?os atr¨¢s hab¨ªa estado en el mismo hospital estadounidense con una estrella del rock ucrania amiga m¨ªa que parec¨ªa que ten¨ªa problemas de coraz¨®n. Mi amigo me dijo entonces que, si en alguna ocasi¨®n enfermaba en Ucrania, le llamase. Yo sab¨ªa a qu¨¦ se refer¨ªa. Ucrania es un pa¨ªs de una desigualdad extrema con relaciones olig¨¢rquicas patr¨®n-cliente. ?l se asegurar¨ªa de que me atendiesen.
El pasado diciembre, despu¨¦s de una operaci¨®n y de que me ingresasen en planta, algunos de mis compa?eros estadounidenses nos rega?aron a m¨ª y a mi esposa. Dec¨ªan que deber¨ªamos haber llamado a conocidos poderosos para estar seguros de que en el hospital me tratar¨ªan bien. A pesar de que en 2018 escrib¨ª un libro titulado El camino hacia la no libertad, que trata de c¨®mo Estados Unidos se est¨¢ convirtiendo cada vez m¨¢s en una oligarqu¨ªa como las de Europa del Este, su actitud me sorprendi¨® un poco.
Cuando estaba cara a cara con la muerte, la raza se desliz¨® instant¨¢neamente en mis pensamientos y preocupaciones; la clase necesitar¨ªa un empujoncito un par de d¨ªas despu¨¦s. En la sanidad p¨²blica estadounidense, de la misma manera que en la vida p¨²blica, el racismo es lo que hace posible la desigualdad econ¨®mica. Como sosten¨ªa el gran soci¨®logo W. E. Burghardt Du Bois en Black Reconstruction [La Reconstrucci¨®n negra] (1935), el tribalismo fundamentado en el color de la piel y el recuerdo de la esclavitud permite que los blancos pobres est¨¦n dispuestos a sacrificarse por los blancos ricos. La consiguiente pol¨ªtica del dolor es visible en la atenci¨®n m¨¦dica y en los servicios p¨²blicos, o m¨¢s bien en la falta de estos. Donald Trump no cre¨® estas condiciones, pero necesita de ellas, y durante la pandemia las ha empeorado considerablemente.
La pol¨ªtica estadounidense del dolor tiene tres niveles: el s¨¢dico, el sadomasoquista, y el sadopopulista. Nuestra medicina comercial es s¨¢dica. Se supone que todo el mundo tiene un seguro privado, pero alrededor de 30 millones de compatriotas no tienen seguro de ninguna clase. Las personas que est¨¢n aseguradas esperan que se les d¨¦ preferencia sobre las que no lo est¨¢n. Los que tienen seguros m¨¢s caros esperan un tratamiento mejor que el de los que tienen un seguro menos caro. Los estadounidenses no pueden evitar sentirse complacidos cuando reciben, o imaginan que est¨¢n recibiendo, un tratamiento mejor que el de otros estadounidenses. Este deleitarse en el dolor de los dem¨¢s sofoca la cr¨ªtica. El privilegio relativo ciega a los estadounidenses m¨¢s ricos a la realidad de que todo el sistema de salud es ca¨®tico, que ellos tambi¨¦n pueden morir tontamente, como estuvo a punto de ocurrirme a m¨ª. Atrapados en la econom¨ªa del dolor, no se les ocurre que el nivel de cuidado de todos, incluidos ellos mismos, deber¨ªa y podr¨ªa ser mucho m¨¢s alto.
Cuando la atenci¨®n sanitaria y los servicios p¨²blicos se encuentran, algunos americanos asumen el dolor con tal de infligir un dolor mayor a otros. El sadismo se convierte en sadomasoquismo. En la d¨¦cada de 1980, Ronald Reagan populariz¨® la cr¨ªtica racista al Estado del bienestar argumentando que los par¨¢sitos de piel oscura se aprovechar¨ªan de las ayudas. La cr¨ªtica conlleva un llamamiento al orgullo blanco: nosotros, los verdaderos estadounidenses, somos rudos individualistas que no necesitamos las limosnas del Gobierno. Los estadounidenses blancos que aceptan este razonamiento eligen sufrir por la placentera idea de que otros sufrir¨¢n m¨¢s. El sufrimiento es real: el retroceso del Estado del bienestar desde el Gobierno de Reagan perjudica principalmente a los blancos, y el descenso de la esperanza de vida de estos ha sido el causante de que la esperanza de vida estadounidense ¡ª78,6 a?os¡ª se haya estancado.
El sadomasoquismo se convierte en sadopopulismo cuando aparece un pol¨ªtico carism¨¢tico que verbaliza de manera expl¨ªcita este orden tribal y reparte el dolor. Trump no es un populista. Los populistas piensan que se puede utilizar el Estado para transferir la riqueza y el poder de la ¨¦lite a alguna versi¨®n del pueblo. Trump hace lo contrario: su pol¨ªtica comporta transferencia de riqueza a los ricos.
Trump piensa que la funci¨®n del Estado no es gobernar a la gente, sino magnificar una personalidad. Si ¡°mi gente¡± (cito sus palabras) sufre, lo importante no es curarla, sino asegurarse de que otros estadounidenses sufran m¨¢s. El dolor de los partidarios del presidente tiene sentido si quienes lo padecen creen que sirve para que los dem¨¢s sufran m¨¢s, ya que, de este modo, los identifica con el jefe de la tribu.
Trump no es un populista, sino un sadopopulista, y ha creado una uni¨®n visible y poderosa en torno a la idea de que la pol¨ªtica no es el arte de lograr, sino de sacrificar. El sacrificio tiene sentido si lo tiene para Trump; sacrificarse por los conciudadanos o por el pa¨ªs no tiene sentido. En opini¨®n del presidente, quienes mueren en el campo de batalla son unos ¡°perdedores¡± y unos ¡°pringados¡±.
Es un error habitual juzgar a Trump por lo que no es en vez de por lo que es: un ejemplo de l¨ªder carism¨¢tico tal como lo define el soci¨®logo alem¨¢n Max Weber. Su liderazgo se basa en la concesi¨®n de favor simb¨®lico a sus partidarios mediante el se?alamiento de su enemigo. Este ejercicio se puede entender en sentido pr¨¢cticamente literal. Los partidarios de la teor¨ªa de la conspiraci¨®n QAnon, como la candidata republicana al Congreso Marjorie Taylor Greene, ven en Trump un heroico guerrero solitario que combate a una organizaci¨®n sat¨¢nica de alcance mundial que secuestra ni?os y abusa sexualmente de ellos. (?C¨®mo es que los estadounidenses son sensibles a semejante idea? Al no tener baja por enfermedad, permiso de paternidad ni vacaciones propiamente dichos, entregan a extra?os a sus hijos de pocos d¨ªas o semanas, y se sienten profundamente culpables por ello).
Pensar que Trump es un mentiroso es err¨®neo, ya que solo alguien que entiende la verdad como un valor puede mentir. No es que no diga la verdad; es que se resiste a ver los hechos y la coherencia como restricciones, y est¨¢ preparado para cambiar de l¨ªnea en cualquier momento.
Si uno es ajeno a la tribu, esto le puede parecer c¨®mico, como cualquier ritual con el que no est¨¦ familiarizado. Pero si forma parte de la tribu, funciona. Aunque estemos viviendo una pandemia y una depresi¨®n al mismo tiempo, el ¨ªndice de aprobaci¨®n de Trump ronda el 40%, y va a seguir as¨ª. Se trata de una sorprendente victoria del tribalismo por encima del individualismo que los estadounidenses creen que est¨¢ en el coraz¨®n de la pol¨ªtica.
En diciembre de 2019 ingres¨¦ en un hospital estadounidense justo cuando se descubri¨® el brote de coronavirus en China. Entonces ya era de suponer que Estados Unidos no ser¨ªa el mejor lugar para pasar una pandemia. Nuestra ¡°patolog¨ªa previa¡±, en la jerga de las compa?¨ªas aseguradoras, era nuestra pol¨ªtica del dolor.
Seg¨²n un sondeo nacional, una tercera parte de los estadounidenses reconoce que evita el tratamiento m¨¦dico por miedo a los gastos. Sin derecho a la baja, las personas enfermas siguen teniendo que ir a trabajar, como hicieron cuando lleg¨® la covid-19. La epidemia trajo consigo paro, de manera que dej¨® sin seguro aproximadamente a otros cinco millones de estadounidenses m¨¢s. Otro presidente y otro Senado podr¨ªan haber visto en la epidemia la raz¨®n para abordar el problema de la sanidad. Pero con Trump y sus aliados, lo que ha habido ha sido mortalidad en masa, o tal vez un asesinato masivo.
Un jefe de tribu tiene que adaptar la realidad externa a un lenguaje de ¡°nosotros y ellos¡±. Su poder depende de su habilidad para conjurar y repartir emociones. Cuanto m¨¢s se le resiste la realidad, m¨¢s tiene que esforzarse.
Un virus es dif¨ªcil de manipular porque sigue una l¨®gica matem¨¢tica de transmisi¨®n, se puede trazar emp¨ªricamente mediante pruebas, y atrae la atenci¨®n de los expertos. Trump dej¨® claro que las pruebas no le gustaban, y en el momento crucial, el n¨²mero de an¨¢lisis fue insignificante (uno por mill¨®n de estadounidenses a finales de febrero). Trump afirm¨® una y otra vez que, sin pruebas, no habr¨ªa enfermedad, y el virus sencillamente desaparecer¨ªa. Como tratamiento recomend¨® la luz ultravioleta dentro del cuerpo y la ingesti¨®n de desinfectantes. Elogi¨® como una ¡°voz importante¡± a una m¨¦dica ¡ªStella Immanuel¡ª que afirma que las enfermedades las causa el ¡°esperma demon¨ªaco¡± y que en su tratamiento se ha empleado ADN de extraterrestres.
En la pol¨ªtica ilustrada o liberal, el cuerpo es un lugar de libertad, y el espacio una zona de raz¨®n. En la pol¨ªtica tribal, el espacio est¨¢ marcado simb¨®licamente y el cuerpo es un lugar de lealtad. Las pr¨¢cticas higi¨¦nicas como llevar mascarilla o participar en los confinamientos fueron tribales desde el primer momento. Al principio, Trump se neg¨® a llevar mascarilla, y anim¨® a sus partidarios a derrocar a las autoridades de los Estados que intentasen hacer cumplir las cuarentenas y los cierres. Quienes protestaban eran mayoritariamente blancos, y a menudo personas que, en realidad, no se hab¨ªan quedado sin trabajo. La idea no era tanto que necesitaban trabajar, como que otras personas ¡ªnegros y gente de color en general¡ª ten¨ªan que trabajar para ellos en puestos esenciales y cara al p¨²blico para garantizar la vuelta a la ¡°normalidad¡±. Cuando el propio Trump contrajo la covid en octubre, utiliz¨® la ocasi¨®n para hacer una demostraci¨®n de virilidad en la que se quit¨® la mascarilla delante de las c¨¢maras de televisi¨®n cuando todav¨ªa pod¨ªa transmitir la enfermedad.
En las elecciones de 2016, la campa?a de Trump intent¨® ¡°disuadir¡± a los negros de votar. En la pol¨ªtica estadounidense del dolor, ellos son las v¨ªctimas propiciatorias. La pandemia lo confirma y lo intensifica. La tasa de mortalidad por covid-19 de la poblaci¨®n negra considerando la edad supera en algo m¨¢s de tres veces la de los blancos, de manera que la pandemia casi parece dos enfermedades. El colapso econ¨®mico unido a la enfermedad golpea con especial fuerza a los negros, ya que es menos probable que sean propietarios de su vivienda o tengan reservas econ¨®micas. La inexistencia pr¨¢cticamente total de ayudas federales a los desempleados afecta m¨¢s a los blancos que a los negros, pero, en conjunto, son las vidas de los segundos las que est¨¢n amenazadas.
El presidente espera que su tribu resista el golpe para que otros puedan sufrir m¨¢s. La prensa nacional inform¨® de las desigualdades raciales en cuanto a contagio por coronavirus y tasa de mortalidad, pero, por desgracia, la informaci¨®n no tuvo el efecto esperado. Una vez estuvo claro que la enfermedad se cebaba desproporcionadamente en la poblaci¨®n negra e hispana, el sadismo se desboc¨®.
Cuando la pol¨ªtica anticoronarivus sali¨® de la Casa Blanca, ten¨ªa algo m¨¢s que un tufillo a limpieza ¨¦tnica. En marzo, Trump anunci¨® que no habr¨ªa un plan federal, y que en su lugar los 50 estados competir¨ªan por los recursos necesarios. Lo que se esperaba era que malgastasen sus presupuestos limitados en guerras de puja entre ellos. Sus gobernadores recibieron instrucciones de mostrar fidelidad al jefe de la tribu si quer¨ªan recibir respiradores u otros equipos del Gobierno federal.
A los Estados republicanos (¡°Estados rojos¡±), como Florida, se les entreg¨® material tanto si lo hab¨ªan pedido como si no. Los gobernados por dem¨®cratas (¡°Estados azules¡±), como Washington y Nueva York, fueron tratados con arrogancia y desprecio. En el tribalismo de Trump, ¡°Estados rojos¡± es una forma aceptable de decir ¡°blancos¡±, mientas que ¡°Estados azules¡± significa ¡°negros, emigrantes, chaqueteros¡±.
En abril, la ciudad de Nueva York era el centro del virus, y la Casa Blanca lleg¨® a la conclusi¨®n de que la enfermedad se limitar¨ªa a los ¡°Estados azules¡±. La idea era permitir que la poblaci¨®n de esos estados muriese y culpar a los gobernadores dem¨®cratas. En la l¨®gica tribal del nosotros y ellos, de los ¡°verdaderos estadounidenses¡± y los otros, esto ten¨ªa sentido. Como es l¨®gico, al no hacer pruebas, el virus se propag¨® pasando desapercibido. Las personas que se negaron a llevar mascarilla o a obedecer las ¨®rdenes de cierre contagiaron a otras. En verano, Nueva York y el resto del noreste de Estados Unidos estaban a salvo, mientras que la covid arrasaba Estados como Florida, con gobernadores republicanos. En julio, los asesores de Trump intentaron advertirle de que ¡°su gente¡± estaba contrayendo la enfermedad. La frase es elocuente: mientras los estadounidenses que mor¨ªan no fuesen ¡°su gente¡± no hab¨ªa que hacer nada.
Las v¨ªctimas de la muerte en masa eran personas, cada una ten¨ªa su nombre. Uno de esos nombres ser¨¢ m¨¢s recordado que la mayor¨ªa. Al igual que la mayor parte de hombres negros, George Floyd, residente en Mine¨¢polis, contrajo la enfermedad y perdi¨® su empleo. El 25 de mayo, un empleado de la ciudad llam¨® a la polic¨ªa creyendo que Floyd le hab¨ªa pasado un billete de 20 d¨®lares falso. Tanto si fue as¨ª como si no, se trata sin duda de la clase de delito que hubiese sido mucho m¨¢s improbable si la respuesta estadounidense al coronavirus no hubiese sido tan desastrosa. Uno de los polic¨ªas presentes sujet¨® el cuello de Floyd contra el suelo con la rodilla durante casi nueve minutos. Floyd muri¨® poco despu¨¦s, y las protestas, pac¨ªficas en su pr¨¢ctica totalidad, se extendieron por todo el pa¨ªs.
En el tribalismo, el jefe de la tribu define el bien y el mal. Seis d¨ªas despu¨¦s, con las c¨¢maras rodando, la Casa Blanca organiz¨® y dirigi¨® la disoluci¨®n violenta de una protesta organizada cerca de all¨ª por Black Lives Matter, de manera que Trump pudiese ir andando a una iglesia y agitar una biblia. En el relato tribal, la culpa fue de los manifestantes, de los forasteros. El 26 de junio, Trump orden¨® que los monumentos y las estatuas fuesen protegidos de los ¡°anarquistas y los radicales de izquierdas¡±. La teor¨ªa de la conspiraci¨®n de su decreto estaba poblada de malos que negaban la ¡°verdad fundamental de que Estados Unidos es bueno, su gente es virtuosa, y de que en este pa¨ªs la justicia prevalece en mucha mayor medida que en cualquier otro lugar del mundo¡±. Los monumentos que m¨¢s preocupan a Trump son los de los confederados defensores de la esclavitud.
En julio, Trump envi¨® una nueva fuerza de la polic¨ªa secreta estadounidense a Portland. Supervisada por Chad Wolf, secretario de Seguridad Nacional en funciones, esta fuerza paramilitar lanz¨® gases lacrim¨®genos, agredi¨® y ¡°secuestr¨®¡± a los manifestantes. La acci¨®n tuvo el efecto de hacer que las concentraciones de Black Lives Matter en la ciudad (de unos pocos centenares de personas) pareciesen disturbios. Los correos electr¨®nicos de Trump para recaudar fondos utilizaron el fantasma televisivo de los des¨®rdenes raciales para conseguir donaciones. La composici¨®n de esta nueva polic¨ªa secreta recuerda elementos de la historia del autoritarismo y la atrocidad pol¨ªtica. Los hombres enviados a Portland hab¨ªan servido en la frontera, y muy posiblemente en los cientos de centros de detenci¨®n al margen de la ley de Estados Unidos. Algunos de los m¨¢s grandes se encuentran cerca de la frontera sur con M¨¦xico, pero hay establecimientos repartidos por todo el pa¨ªs. En la Alemania nazi, los miembros de las SS fueron los primeros carceleros de los campos de concentraci¨®n. Como explica Hannah Arendt en Los or¨ªgenes del totalitarismo (1951), los hombres entrenados en una frontera y devueltos al interior llevan consigo las pr¨¢cticas que aplicaron a personas consideradas extranjeras.
El 2 de septiembre, Trump declar¨® a Portland, junto con Seattle y Nueva York, ¡°jurisdicciones anarquistas¡±. El decreto, que no hac¨ªa referencia a ninguna ley ni citaba autoridad alguna para semejante declaraci¨®n, se justific¨® ¨²nicamente por la afirmaci¨®n de que esas ciudades ¡°permit¨ªan la anarqu¨ªa, la violencia y la destrucci¨®n¡±. La idea principal es que los sitios en los que la gente se manifiesta por los derechos de los negros y la justicia social son el enemigo. Presumiblemente, la intenci¨®n es preparar alguna clase de acci¨®n especial. Pero lo que no puede ser una coincidencia es que las tres ciudades est¨¦n a un m¨¢ximo de 160 kil¨®metros de la costa, y por lo tanto, queden comprendidas en una ¡°zona fronteriza¡± en la que el Departamento de Seguridad Nacional afirma tener autoridad especial para hostigar a los estadounidenses.
Generar una crisis que Trump pudiese manejar era mejor que permitir que la gente prestase atenci¨®n a la que el presidente no pod¨ªa controlar. Trump necesita una falsa emergencia que sustituya a la real. A lo largo de su Incendio del Reichstag a c¨¢mara lenta, una epidemia asolaba el pa¨ªs y sus partidarios mor¨ªan. Antes de un mitin presencial en un espacio cerrado en Tulsa el 20 de junio, el personal de la campa?a de Trump retir¨® los adhesivos puestos en los asientos para recordar a los asistentes que guardasen la distancia social. Un destacado partidario que asisti¨® al acto contrajo la covid y muri¨®.
Al igual que otras formas de limpieza ¨¦tnica, los intentos de dirigir el virus acabaron fuera de control. Actualmente, la mayor¨ªa de los que sufren y mueren est¨¢n en los ¡°Estados rojos¡±. Se esperaba que los republicanos dejasen de prestar atenci¨®n a sus amigos y a los miembros de su familia muertos, y se centrasen en los negros supuestamente desleales y en quienes les daban apoyo. Se supon¨ªa que el problema era la rebeli¨®n de las ciudades plagadas de delincuencia, y no una enfermedad que estaba matando a los estadounidenses. Trump ha advertido de que si los negros se salen con la suya y ¨¦l pierde la presidencia, la seguridad de las ¡°amas de casa de los barrios residenciales¡± estar¨¢ en peligro. En un pa¨ªs en el que se linchaba a los negros acus¨¢ndolos de agresi¨®n sexual, el mensaje de Trump es expl¨ªcito e imposible de malinterpretar.
En una campa?a presidencial normal, semejante lenguaje contravendr¨ªa la ortodoxia. Si Trump pensase en ganar la mayor¨ªa de los votos, o incluso una coalici¨®n de estados veros¨ªmil, suavizar¨ªa la ret¨®rica, frenar¨ªa la propagaci¨®n de la enfermedad y apuntar¨ªa al centro. En vez de eso, parece radicalmente comprometido con el sufrimiento. A pesar de la pandemia, trabaja para eliminar la Ley de Atenci¨®n Sanitaria Asequible, lo que significar¨ªa negar el seguro m¨¦dico a unos 20 millones de estadounidenses. La Convenci¨®n Nacional Republicana celebrada a finales de agosto no tuvo nada que ver con la pol¨ªtica, sino con la conspiraci¨®n. Se trataba de enfurecer a los ya comprometidos m¨¢s que de llegar a los indecisos. Esta estrategia tiene sentido si pensamos en el acto como un mitin preparatorio para el caos de unas elecciones falseadas. Dado que Trump ha expresado repetidamente su simpat¨ªa por dictadores como Vlad¨ªmir Putin y ha proclamado su indiferencia por los resultados de las elecciones, hay pocos motivos para pensar que intenta ganar en el sentido convencional. El actual presidente es consciente de que tiene pocas posibilidades contra Joe Biden. Su tuit del 30 de julio, en el que rogaba que se retrasasen las elecciones, lo reconoce, y fue el principio de una serie de confesiones de la misma ¨ªndole que se ha prolongado durante meses.
Cuando Trump dice que las elecciones est¨¢n ama?adas en su contra, o que el Tribunal Supremo debe intervenir, o que tiene derecho a no reconocer los resultados, est¨¢ diciendo dos cosas al mismo tiempo: que no puede ganar unas elecciones, y que quienes lo apoyan deber¨ªan actuar de alguna manera para mantenerlo en el poder. Trump pretende crear tanto caos en torno a los comicios que le permita aferrarse al poder de un modo u otro. No puede cambiar la fecha de las elecciones, pero puede socavar la confianza p¨²blica y proclamar que ser¨¢n fraudulentas. ?l, que ha contribuido a que la pandemia se propague libremente, lo cual ha hecho necesario el voto por correo, se opuso a que se asignase financiaci¨®n adicional al Servicio Postal de Estados Unidos, dificultando as¨ª el reparto de papeletas.
Trump puede intensificar la ret¨®rica tribal con la esperanza de que sus partidarios recurran a la violencia y la intimidaci¨®n cuando llegue el momento. En agosto, en Ohio, afirmaba encolerizado que Biden quitar¨¢ las armas a los estadounidenses y ¡°har¨¢ da?o a Dios¡±. Despu¨¦s de que la polic¨ªa disparase a otro negro en Kenosha, Wisconsin, Trump defendi¨® a un blanco acusado de disparar y matar a dos manifestantes. El joven era uno de sus partidarios, y eso era lo ¨²nico importante. El 29 de septiembre, en el primer debate presidencial, Trump se neg¨® a condenar la supremac¨ªa blanca, y en lugar de ello se refiri¨® por su nombre a un grupo (los Proud Boys, o Chicos Orgullosos) y les pidi¨® su apoyo.
La pretensi¨®n de Trump de que su propia supervivencia a la covid-19 supone que los dem¨¢s deber¨ªan hacer caso omiso de la enfermedad es un llamamiento a seguir autosacrific¨¢ndose. Quienes siguen las indicaciones de Trump est¨¢n arriesgando su vida voluntariamente y, como saben muy bien, poniendo en riesgo la de los dem¨¢s. Ese es nuestro sadopopulismo. Los blancos aceptan una atenci¨®n m¨¦dica deficiente y el riesgo de morir siempre que los negros, entre otros, soporten una atenci¨®n peor y un riesgo m¨¢s alto. Los republicanos que eligen morir por el jefe de la tribu est¨¢n haciendo un sacrificio importante. Solo si los estadounidenses siguen muriendo, la supervivencia de Trump puede parecer una prueba de su poder. Y van a seguir muriendo. La ciudad de Washington tiene dificultades para controlar la enfermedad porque el Gobierno federal se niega a obedecer la normativa municipal. En consecuencia, la propia Casa Blanca se ha convertido en un foco de covid, con m¨¢s casos activos (mientras escribo) que todo el estado de Vermont.
El otro sacrificio que pide Trump es el de nuestra democracia. El presidente ha dado por perdida la mayor¨ªa, as¨ª que necesita que los miembros de su minor¨ªa act¨²an al margen de las reglas y la ley. En vez de competir en una campa?a normal, ha decidido preparar un golpe. La verdad es que resulta dif¨ªcil imaginar un golpe anunciado de antemano como este. La tribu sabe lo que se supone que tiene que hacer, pero esto no significa que el golpe vaya a salir bien. La popularidad de Biden hace posible la victoria aplastante necesaria para desmoralizar a quienes negar¨ªan validez a las elecciones. Los estadounidenses son m¨¢s conscientes de los riesgos y est¨¢n m¨¢s movilizados que en 2016. Los posibles escenarios de unas elecciones manipuladas o impugnadas, desde Putin hasta muchedumbres airadas, son conocidos, y la ciudadan¨ªa, las ONG, los abogados y la campa?a de Biden tienen planes para contrarrestarlos.
La tribu es real, pero es una minor¨ªa, y puede ser derrotada. Y entonces, ?qu¨¦? La situaci¨®n ya era insostenible. El dolor que hay en el sistema solo se puede aliviar cambiando el sistema. En Estados Unidos, las desigualdades son tan abrumadoras que, con o sin Trump, pronto imposibilitar¨¢n cualquier cosa parecida a una democracia. Desde Plat¨®n hasta George Orwell pasando por Raymond Aron, los pensadores pol¨ªticos han advertido de que la desigualdad radical hace imposible una rep¨²blica. Para recuperarnos de nuestra epidemia de tribalismo vamos a necesitar algo nuevo, una pol¨ªtica de responsabilidad, un verdadero intento de nombrar y resolver simult¨¢neamente la desigualdad racial y la econ¨®mica. La sanidad universal podr¨ªa ser el punto de partida.
Llevo tres meses sin tratamiento y me encuentro mejor, pero el momento, por breve que fuese, en que estuve expuesto a la pol¨ªtica del dolor me ha marcado. Soy muy privilegiado, y aun as¨ª estuve a punto de morir de desigualdad. Pero mi amiga estuvo a mi lado, me puse mejor, y ahora veo algunas cosas de manera diferente. Recuperarse no significa volver atr¨¢s, sino seguir avanzando hacia algo mejor.
Timothy Snyder es titular de la c¨¢tedra Levin de Historia en la Universidad de Yale e investigador permanente en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Sus ¨²ltimos libros son Sobre la tiran¨ªa y El camino hacia la no libertad. Acaba de publicar Nuestra enfermedad (Galaxia Gutenberg).
Traducci¨®n de Newsclips