En la puerta de un hospital
Lo grave no es que no nos pongamos de acuerdo ni con una pandemia
Estos d¨ªas, algunos hospitales acumulan gente en sus puertas. No se puede entrar en ellos si no es estrictamente necesario porque son focos de contagio. Para los visitantes, pero sobre todo para las personas enfermas con otras patolog¨ªas. As¨ª, es f¨¢cil encontrarse un peque?o grupo de expectantes con mascarilla que intercambian palabras, cigarros, caf¨¦s, miradas, en definitiva peque?os pedazos de compa?¨ªa en la incertidumbre que supone estar fuera y que un ser querido est¨¦ dentro.
Si uno contempla una de esas escenas, luego baja la vista a su pantalla de bolsillo y abre Twitter, el contr...
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Estos d¨ªas, algunos hospitales acumulan gente en sus puertas. No se puede entrar en ellos si no es estrictamente necesario porque son focos de contagio. Para los visitantes, pero sobre todo para las personas enfermas con otras patolog¨ªas. As¨ª, es f¨¢cil encontrarse un peque?o grupo de expectantes con mascarilla que intercambian palabras, cigarros, caf¨¦s, miradas, en definitiva peque?os pedazos de compa?¨ªa en la incertidumbre que supone estar fuera y que un ser querido est¨¦ dentro.
Si uno contempla una de esas escenas, luego baja la vista a su pantalla de bolsillo y abre Twitter, el contraste entre comuni¨®n y discordia le tienta a demonizar la pol¨ªtica, las redes, el debate; idealizando la comunidad, el encuentro, lo f¨ªsico. Pero si en las conversaciones casuales de espera alguien sacase a relucir un asunto pol¨¦mico, digamos uno relacionado con el manejo de la epidemia, probablemente se abrir¨ªa la diferencia que hasta ese momento no era inexistente: solo invisible. Pero podr¨ªamos articularla, podr¨ªamos discutir.
Ni con una pandemia nos ponemos de acuerdo, dir¨¢n, pero eso no es malo. Porque por muy externo que sea el shock, no todos estamos en el mismo sitio cuando lo recibimos.
No: lo grave no es que no nos pongamos de acuerdo ni con una pandemia. Lo realmente preocupante es que los arreglos que tenemos para llegar a un punto intermedio razonable no funcionen ni siquiera cuando el futuro de todos y cada uno de nosotros depende de ello. La sensaci¨®n de comunidad en la puerta del hospital, la normalidad del debate, no deber¨ªa trasladarse al qu¨¦ hacer, sino al c¨®mo lo decidimos. Lo sagrado no es la convivencia, sino la instituci¨®n que la preserva junto a las diferencias: la democracia, que va desde una discusi¨®n con desconocidos hasta un proceso de votaci¨®n. El crimen imperdonable del pol¨ªtico, y de sus votantes, llega cuando desconocen el proceso. Cuando lo socavan en virtud del mantenimiento del poder. Y as¨ª es como viajamos desde la sala de espera a la intemperie hasta Washington: all¨ª, el (todav¨ªa) pol¨ªtico m¨¢s poderoso del mundo en democracia y muchos de sus seguidores est¨¢n haciendo precisamente esto.
Si alg¨²n d¨ªa se apagan las conversaciones y las miradas en la puerta de un hospital no ser¨¢ porque dejamos de estar de acuerdo: nunca lo estuvimos. Ser¨¢ porque hemos destruido las pasarelas que nos permit¨ªan caminar hasta encontrarnos.