Trump: el desplome
Aunque la ira y la polarizaci¨®n estuvieron antes de su llegada al poder, no est¨¢ escrito que el trumpismo se haya quedado para siempre. Quiz¨¢ estamos en la antesala de una era pospopulista
Donald Trump no ha ca¨ªdo. Se ha desplomado. Les sucede a los dictadores, los aut¨®cratas o los gobernantes de r¨¦gimen personal¨ªsimo cuando les llega la derrota electoral, o en el campo de batalla. Y ocurre, aunque no siempre, que la ca¨ªda de estos l¨ªderes despluma tambi¨¦n sus sistemas de poder, los movimientos o partidos en que se apoyaron, pues sus cimientos eran estrechos, precarios o desarticulados. Depend¨ªan excesivamente de su fortuna y personalidad individual, mucho m¨¢s que de sus et¨¦reos programas, su l¨¢bil base social o su desigual enraizamiento territorial.
Hablamos mucho del tr...
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Donald Trump no ha ca¨ªdo. Se ha desplomado. Les sucede a los dictadores, los aut¨®cratas o los gobernantes de r¨¦gimen personal¨ªsimo cuando les llega la derrota electoral, o en el campo de batalla. Y ocurre, aunque no siempre, que la ca¨ªda de estos l¨ªderes despluma tambi¨¦n sus sistemas de poder, los movimientos o partidos en que se apoyaron, pues sus cimientos eran estrechos, precarios o desarticulados. Depend¨ªan excesivamente de su fortuna y personalidad individual, mucho m¨¢s que de sus et¨¦reos programas, su l¨¢bil base social o su desigual enraizamiento territorial.
Hablamos mucho del trumpismo despu¨¦s de Trump. El importante apoyo que ha obtenido y, sobre todo, el sost¨¦n que a¨²n parece brindarle el viejo y confuso Partido Republicano, podr¨ªan indicar que las fuerzas de la ira que permitieron su elecci¨®n presidencial en 2016 le sobrevivir¨¢n, pese a su derrota en las urnas.
Sin embargo, no hay que dar nada por sentado. Ah¨ª siguen hoy las fracturas que lo mostraron entonces como s¨ªntoma (m¨¢s que como causa) de la profunda crisis padecida por todas las democracias occidentales. Aunque la rotunda victoria de Joe Biden pueda indicar que se haya abierto una ventana de oportunidad. El mundo busca activamente un nuevo equilibrio que d¨¦ respuesta a esas brechas en el plano nacional, pero tambi¨¦n a la volatilidad provocada en el internacional, donde el poder duro gana terreno mientras intentamos digerir la llegada de China a la nueva hegemon¨ªa.
A¨²n as¨ª, la derrota de Trump abre la posibilidad de un nuevo pacto geopol¨ªtico. Y tambi¨¦n la opci¨®n de buscar respuestas a los desequilibrios internos incansablemente azuzados por la ret¨®rica populista. La pandemia y la victoria de Biden sugieren que podr¨ªamos estar en la antesala de una especie de momento pospopulista, m¨¢s all¨¢ de la err¨¢tica actitud del Partido Republicano, del comportamiento de la base electoral de Trump y de los excesos verbales del magnate. Es el momento de que los pol¨ªticos moderados aprovechen esa oportunidad.
Ahora, las profec¨ªas sobre el pasado inmediato anterior al 3 de noviembre, los pron¨®sticos basados en el poder (declinante) del presidente vencido o las proclamas sobre la continuidad del trumpismo deber¨¢n pasar por el cedazo de la verificaci¨®n pr¨¢ctica. Unos, los populistas vergonzantes, destacan la resistencia en votos del saliente, pronosticando la pervivencia inc¨®lume de su propuesta. Otros, siempre tristes, afirman sin pruebas concluyentes que el trumpismo lleg¨® para quedarse eternamente, que el cl¨¢sico conservadurismo republicano desapareci¨® para siempre a manos del iliberalismo y que la enconada divisi¨®n de la gran naci¨®n americana carece de sutura viable.
Pero esos an¨¢lisis, reaccionarios, t¨ªmidos o funerarios, olvidan que el estr¨¦pito de la ca¨ªda sintoniza frecuentemente con la brutalidad del ascenso de los l¨ªderes carism¨¢ticos. Aunque su gobierno no fuese propiamente una dictadura ¡ªafortunadamente, la democracia formal, con sus checks and balances, pervive en la primera potencia mundial¡ª el sesgo iliberal, el estilo desp¨®tico y la actuaci¨®n abusiva de Trump configuraron un mandato extremadamente autoritario.
Basta un repaso telegr¨¢fico para mostrar el empe?o del magnate en desarticular la calidad de la democracia. Desde?¨® la divisi¨®n de poderes, atacando a los jueces (sobre la inmigraci¨®n) y forzando las hechuras del poder judicial con nombramientos extempor¨¢neos y sectarios (incluido el vil estrambote, intentando paralizar el escrutinio electoral). Despreci¨® al Congreso, en manos de los dem¨®cratas (e insult¨® a su presidenta, Nancy Pelosi), a sus rivales (Hillary, Obama, Biden) y a sus compa?eros de partido cuando se resist¨ªan a sus designios. Intent¨® vulnerar los derechos fundamentales, empezando por el del voto, y ningune¨® a las minor¨ªas desde un impl¨ªcito, pero inequ¨ªvoco, supremacismo racista. Humill¨® a las mujeres agarr¨¢ndolas, al menos verbalmente, por el sexo. Vulner¨® el respeto a los organismos independientes, utilizando ladinamente el servicio diplom¨¢tico o impartiendo ¨®rdenes torpes e indebidas al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, promovido por ¨¦l, pero que se resist¨ªa a ser su cabo de varas. Menoscab¨® el prestigio del Gobierno destituyendo uno tras otro a casi todos sus miembros, en una tragic¨®mica reviviscencia del esperp¨¦ntico ¡°Fired!¡± con el que cerraba The aprendice, su cruel espect¨¢culo televisivo. Y despreci¨® tanto cuanto pudo el imperio de la ley, la esencia del Estado de derecho, rozando sus l¨ªmites o desbord¨¢ndolos en m¨²ltiples ¨¢mbitos, incluida la elusi¨®n del pago de impuestos durante a?os.
Internacionalmente, convirti¨® a sus socios (Europa) en rivales, y a estos (China) en enemigos. Rompi¨® pactos trascendentales, como el Acuerdo de Par¨ªs o sobre Ir¨¢n, o el consenso de la OCDE para lograr una tasa digital, y muchos tratados comerciales. Cercen¨® a placer organismos multilaterales (la OMC, la OMS) y desvirtu¨® a la OTAN, beneficiando conscientemente a la autocracia de Vladimir Putin. ?Alguien recuerda un presidente norteamericano con tantos destrozos en su haber?
Esa contundencia autoritaria aparent¨® firmeza f¨¦rrea. Pero exhibe tambi¨¦n fragilidad. Es la flexibilidad tolerante de la democracia lo que permite una adaptaci¨®n sostenible a las circunstancias, como los juncos, y al cabo, su fortaleza.
Porque en definitiva, pese a tanta presi¨®n y abuso, la ciudadan¨ªa estadounidense le ha negado a Trump un segundo mandato. Algo ins¨®lito desde 1945, con dos excepciones en momentos cr¨ªticos: internacional, con Jimmy Carter, y econ¨®mica cuando el primer George Bush. Lo normal cuando un presidente ocupa la Casa Blanca es ratificarlo en el cargo: as¨ª es como funcionan los ciclos pol¨ªticos en EE UU. Por eso parec¨ªa una tarea tit¨¢nica expulsar del poder a quien lo ha ejercido de forma tan arbitraria.
Con todo, pese a las amenazas del presidente y de sus milicianos armados hasta los dientes, las mesas electorales han proseguido, imp¨¢vidas, su escrutinio. Los jueces han impedido el ¨²ltimo golpe, que pretend¨ªa anularlo. Los medios, incluida su cadena favorita, la Fox de Rupert Murdoch (a quien implor¨® en vano un postrer auxilio), proclamaron vencedor a Biden. La ciudadan¨ªa ha habitado sin miedo la calle. Y todos los l¨ªderes mundiales decentes han felicitado al vencedor.
El vac¨ªo decretado alrededor del aut¨®crata actualiza muchos casos hist¨®ricos de s¨²bito desplome. El de Augusto Pinochet, cuya derrota aplastante en el plebiscito que pretend¨ªa hacerlo presidente no solo lo derrib¨®, desarticul¨® todo su entramado de poder. O el del autoritario Fujimori, que debi¨® huir y acab¨® entre rejas. Y el del populista Berlusconi, que al esfumarse de la esfera pol¨ªtica desmigaj¨® al berlusconismo. Todos ellos fueron sometidos al castigo del olvido, a una especie moderna de damnatio memoriae, a la manera de los antiguos emperadores romanos, Domiciano, Cal¨ªgula o Ner¨®n.
Tan importante como su derrota, para el futuro del sistema de partidos en EE UU, es el goteo de personalidades del Partido Republicano que se distanciaron en su momento o se alejan ahora del personaje: el fallecido John McCain y su viuda Cindy, decisiva en el cambio electoral de Arizona; el senador Mitt Romney; el expresidente George W. Bush, reconociendo con elegancia a Biden... Y seguir¨¢n.
Son trazas y actitudes que pueden constituir los mimbres necesarios para la reconstrucci¨®n del conservadurismo norteamericano dentro de sus pautas hist¨®ricas de ortodoxia democr¨¢tica. Pues nada est¨¢ escrito. Tampoco que el Partido Republicano vaya a eternizarse en su enroque trumpista: parece m¨¢s bien que el desplome ahora iniciado exigir¨¢ una reconstrucci¨®n de su espacio desde bases renovadas y menos fanatizadas. Entre otras razones porque Donald Trump, el canalla audaz y caprichoso millonario falsamente obrerista, es seguro y afortunadamente irrepetible.