EE UU y sus elecciones, explicados con 13 a?os
Los j¨®venes estadounidenses est¨¢n mucho mejor preparados que sus mayores para entender que la diversidad, la reivindicaci¨®n de la identidad y el respeto a todos forman parte de la esencia de su pa¨ªs
Mi hija mayor acaba de cumplir 13 a?os. Estudia en una escuela p¨²blica del West Village en Manhattan. Hablamos mucho de pol¨ªtica, quiz¨¢s porque en este a?o que ha pasado encerrada por culpa de la covid la pol¨ªtica es lo m¨¢s cercano a una emoci¨®n real, a una pasi¨®n temblorosa, que le ha sucedido. En este a?o de aislamiento y miedo, haber sido parte del movimiento Black Lives Matter hizo que muchas vidas de muchos colores de piel valieran la pena. Mi hija puede enorgullecerse de ser parte de una generaci¨®n que logr¨® encauzar la indignaci¨®n por el asesinato de George Floyd en votos suficientes pa...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Mi hija mayor acaba de cumplir 13 a?os. Estudia en una escuela p¨²blica del West Village en Manhattan. Hablamos mucho de pol¨ªtica, quiz¨¢s porque en este a?o que ha pasado encerrada por culpa de la covid la pol¨ªtica es lo m¨¢s cercano a una emoci¨®n real, a una pasi¨®n temblorosa, que le ha sucedido. En este a?o de aislamiento y miedo, haber sido parte del movimiento Black Lives Matter hizo que muchas vidas de muchos colores de piel valieran la pena. Mi hija puede enorgullecerse de ser parte de una generaci¨®n que logr¨® encauzar la indignaci¨®n por el asesinato de George Floyd en votos suficientes para expulsar a Donald Trump de la Casa Blanca.
A los dos nos alegr¨® que Trump perdiera. A los dos nos preocupa que Joe Biden no tenga la fuerza y la convicci¨®n para que otro Trump o algo peor vuelva. Yo no soy ciudadano y ella es muy joven para votar, pero estoy seguro de que estar¨ªamos los dos en el ala izquierda del Partido Dem¨®crata. A grandes rasgos, estamos de acuerdo en casi todo lo esencial, lo que no impide que nuestras conversaciones terminen frecuentemente en peleas.
No nos dividen los hechos ni menos los programas de gobierno, sino algunas palabras. Alguna empezada con N¡, pero tambi¨¦n con otras letras. Palabras que no solo debo limitar a no decir en p¨²blico, porque ser¨ªa poco respetuoso o delicado hacerlo, sino que debo reprimir en privado porque expresan un racismo y un sexismo de los que debe curarme. Sabe mi hija que detesto a Trump con toda el alma, pero cree que hay en todo hombre blanco heterosexual un Trump interior que hay que expulsar de su propia Casa Blanca tambi¨¦n interior.
Sin poder evitarlo, aunque lo intento como puedo, me impaciento cuando me informa de que hemos dejado de llamarnos latinos para exigir que nos llamen latinx. La X es una forma de incluir a los miembros no binarios de la comunidad, a los que no son ni latinos ni latinas. Yo no puedo dejar de pensar al ver esa X en Malcolm X, que de alguna forma convirti¨® esa X en una rebeli¨®n contra su apellido de esclavo. Ser un X es en castellano lo m¨¢s parecido a ser un NN, es decir, nadie. Un latino X de esos que Trump expuls¨® en la frontera. Pero para mi hija es una forma de mostrar respeto a otras formas de identidad sexual a la que los latinos tambi¨¦n tienen derecho. Es quiz¨¢s tambi¨¦n una forma, parad¨®jica, de salir del gueto y afirmar que no por ser latino, es decir, en general, pobre, no se puede expresar la diversidad de identidad sexual que los estudios de g¨¦nero de las universidades m¨¢s prestigiosas del pa¨ªs van descubriendo cada d¨ªa.
En latinx, mi hija ve una suerte de libertad, yo veo la opresi¨®n extra?a de ser corregido en mi propia casa porque mi forma de hablar ¡°ofende¡±, ¡°duele¡± y ¡°oprime¡±. Es quiz¨¢s el centro mismo de la controversia que nos agita. La idea de que hay palabras que es mejor, que es m¨¢s humano incluso, no decir me resulta perfectamente asumible. Lo que me resulta incomprensible es la obligaci¨®n de no decirlas porque hacerlo ser¨ªa una forma de expresar un racismo, una homofobia y una transfobia de la que soy fatalmente portador solo por tener la edad, el sexo y el color de piel que llevo.
Porque al final de cualquier argumento en Estados Unidos, el ¡°?qu¨¦?¡±, el ¡°?cu¨¢ndo?¡± o el ¡°?c¨®mo?¡± tienen mucho menos importancia que el ¡°?qui¨¦n?¡±. De un modo refinado y quir¨²rgico, el progresismo de las nuevas generaciones lleva a su m¨¢xima expresi¨®n el argumento ad hominem de que es esencial el razonamiento en las redes sociales. Lo que decimos o no est¨¢ mediado por lo que somos, de lo que no podemos escapar m¨¢s que por un acto de constricci¨®n p¨²blico, el arriesgado acto de arrepentirnos no por lo que pensamos o hicimos, sino por lo que somos. Tienen raz¨®n mi hija y su generaci¨®n en que los argumentos no se expresan sin el cuerpo ni la identidad del que los pronuncia, pero tambi¨¦n es cierto que la ficci¨®n que llamamos democracia exige justamente que suspendamos por un minuto esa realidad para que las ideas como quienes las portan puedan ser inocentes hasta que se pruebe lo contrario.
Me resulta incomprensible desde mi casi vejez de 50 a?os que se admita la fluidez de las identidades sexuales y no se admita tambi¨¦n las de la raza, la edad y sobre todo la del poder. Blanco privilegiado soy en Chile, pero no en Dallas o en Georgia. Trato de convencer a mi hija de que esa perpetua sospecha que pesa sobre los mayores de edad de no habernos sanado del pecado original de nuestro racismo y de nuestro sexismo inconscientes es lo que lanza a muchos, a demasiados de esos sospechosos, a los brazos del trumpismo que los perdona de entrada y les deja decir todas las malas palabras juntas. El marxismo en que fui criado trata de convencerla de que la lucha de clases antecede a la lucha de raza y a la del sexo. Si el polic¨ªa que ahog¨® a George Floyd supiera que su cuello tambi¨¦n lo oprimen los pocos propietarios de todo, quiz¨¢s podr¨ªan marchar juntos y transformar su pa¨ªs.
Para un europeo y para un latinoamericano la idea de que se puede sanar a una sociedad de su racismo estructural, que se puede ense?ar exitosamente a no discriminar por sexo y raza, es improbable.
La historia ense?a que los hombres, esos animales en perpetuo cambio, cambian muy poco, o que al menos no mejoran. Los europeos son demasiado viejos y los latinoamericanos demasiado j¨®venes para creer en el progreso. Estados Unidos, mi hija lo sabe, no se entiende a s¨ª mismo sin la idea de que las personas pueden mejorar no solo sus vidas, sino sus mentes, sus conciencias, su ser. No son ingenuos y saben que eso no se hace de manera solitaria, por eso creen en sus iglesias, clubes y comunidades. A m¨ª eso de pasar a ser latino a ser latinx me resulta incomprensible, para mi hija es una manera de sentirse unida con personas que vienen de distintos pa¨ªses y or¨ªgenes y que en Nevada y Arizona votaron en masa por Joe Biden, en parte porque Trump se dedic¨® a odiar a sus comunidades.
Estados Unidos no es el resto del mundo, me explica mi hija. El mapa de Estados Unidos la noche de las elecciones era un rompecabezas de condados dentro de Estados que cambiaban de rojo a azul por miles de facturas raciales y racionales que Biden supo integrar mejor que Trump. Es un pa¨ªs de Estados y de condados, un reino de reinos que s¨®lo tiene en com¨²n esa fe de que se puede ser mejor que uno mismo. Es un pa¨ªs que cree que existe lo correcto y lo incorrecto y vota seg¨²n esa idea. No pude dejar de pensar que mi hija de 13 a?os est¨¢ mucho mejor preparada que yo para entender ese rompecabezas. Me imagino que tambi¨¦n estar¨¢ mucho m¨¢s preparada para gobernar esto que resulta por el momento ingobernable.
Rafael Gumucio es escritor. Ha publicado recientemente Nicanor Parra, rey y mendigo (Literatura Random House).