Tareas pendientes
Tras aprobar los Presupuestos, devolver la estabilidad a los ¨®rganos de la justicia y establecer acuerdos b¨¢sicos sobre la pol¨ªtica exterior son pasos indispensables para restaurar el edificio de nuestra democracia
Probablemente la frase m¨¢s famosa de Antonio Gramsci sea aquella en la que afirma que contra el pesimismo de la raz¨®n siempre nos queda el optimismo de la voluntad. ?ltimamente la citan no solo los extraviados de Podemos, que inicialmente reclamaron su legado, ni los viejos comunistas escaldados del estalinismo, sino socialdem¨®cratas, liberales y hasta democristianos. No es por lo dem¨¢s un enunciado expl¨ªcitamente marxista, toda vez que implica una renuncia al car¨¢cter cient¨ªfico del socialismo. Y sirve por igual a la exaltaci¨®n populista que al posibilismo pragm¨¢tico. A este ¨²ltimo me apunto ...
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Probablemente la frase m¨¢s famosa de Antonio Gramsci sea aquella en la que afirma que contra el pesimismo de la raz¨®n siempre nos queda el optimismo de la voluntad. ?ltimamente la citan no solo los extraviados de Podemos, que inicialmente reclamaron su legado, ni los viejos comunistas escaldados del estalinismo, sino socialdem¨®cratas, liberales y hasta democristianos. No es por lo dem¨¢s un enunciado expl¨ªcitamente marxista, toda vez que implica una renuncia al car¨¢cter cient¨ªfico del socialismo. Y sirve por igual a la exaltaci¨®n populista que al posibilismo pragm¨¢tico. A este ¨²ltimo me apunto en medio de la desorientaci¨®n y el barullo que nos envuelve.
El optimismo de la voluntad permite suponer que una vez aprobados, y por ilusorios que parezcan a algunos, los Presupuestos Generales del Estado ha de sobrevenir una cierta estabilidad pol¨ªtica que aumente la confianza en el rumbo de la gobernaci¨®n durante al menos dos a?os. Este es el tiempo en que las fuerzas pol¨ªticas dominantes, en el poder y en la oposici¨®n, podr¨ªan dedicarse a unas pocas tareas esenciales y urgentes para el bienestar y la seguridad de los ciudadanos. La lucha contra la pandemia y la recuperaci¨®n de la econom¨ªa encabezan la lista de prioridades, ligadas fundamentalmente a la recuperaci¨®n del consenso constitucional y la definici¨®n del papel de Espa?a en la globalizaci¨®n. Eso ayudar¨ªa a recuperar un poco el prestigio del Parlamento, fundamental en un r¨¦gimen representativo, y sometido ahora al histrionismo, la fatuidad y la intemperancia de sus portavoces. Lo que podr¨ªamos definir como populismo parlamentario.
En lo que hace a los intentos descontituyentes de nacionalistas y partidarios de republicanetas, seg¨²n las definiera Felipe Gonz¨¢lez, las recientes declaraciones de Pedro S¨¢nchez en apoyo de la Monarqu¨ªa parlamentaria permiten atisbar un destello de cordura, que precisa ser confirmado por los hechos. Las pol¨ªticas sectarias del Gobierno y de la oposici¨®n (que es Gobierno local y auton¨®mico en muchos territorios) han generado una polarizaci¨®n sin precedentes desde la fundaci¨®n de nuestra democracia. La desuni¨®n entre los espa?oles, a la que S¨¢nchez ha contribuido por su impericia o su pasi¨®n por el mando, solo es ya comparable a la desuni¨®n en el seno del Gobierno, propiciada por Iglesias, competidor de Donald Trump en la excelencia del reality show y el manejo de sus pulgares a la hora de tuitear. Pero apenas les va a la zaga el comportamiento del Partido Popular respecto al bloqueo de la renovaci¨®n del Poder Judicial, que desmerece de su proclamada lealtad constitucional. No hay tal, all¨ª donde se obstruye el normal cumplimiento de las leyes como en este terreno viene haciendo la formaci¨®n de Pablo Casado, en perjuicio del Estado de derecho. Su reciente intento de reconstruir el centro conservador y liberal, alej¨¢ndose del franquismo sociol¨®gico, no ser¨¢ cre¨ªble mientras no rectifique ese rumbo.
La democracia representativa no puede subsistir sin reglas y leyes claras y sin una Administraci¨®n de justicia independiente. Es la independencia de los jueces su ¨²nico poder, frente al poder de la fuerza y el dinero que tienen los Gobiernos; el conchabeo entre partidos a la hora de impedirla desdice de su voluntad democr¨¢tica. Dos eminentes pensadores liberales, Ralph Dahrendorf e Isaiah Berlin, escribieron p¨¢rrafos memorables a este respecto, aunque sean ahora menos citados que Gramsci. El PP, con su bloqueo de los ¨®rganos rectores de la justicia, y el PSOE con sus intentos de burdo intervencionismo, solo han demostrado hasta qu¨¦ punto la tentaci¨®n totalitaria sigue vigente entre nosotros.
La tregua presupuestaria deber¨ªa tambi¨¦n propiciar de forma inmediata un acuerdo de Estado, y desde luego en el interior del Gobierno, respecto a nuestra pol¨ªtica exterior. Resulta sorprendente hasta qu¨¦ punto ha descendido el prestigio y la eficacia de la diplomacia espa?ola pese a haber situado a Josep Borrell al frente de la europea. Incapaz el Gobierno y el Partido Socialista de poner freno al aventurerismo de Zapatero en Am¨¦rica Latina, aunque algunos solo le consideren un tonto ¨²til, le acaba de estallar en la cara la crisis con Marruecos, propiciada una vez m¨¢s por el exhibicionismo del vicepresidente Iglesias. Marruecos es un pa¨ªs clave para la construcci¨®n del nuevo orden internacional y para los intereses de nuestro pa¨ªs y sus ciudadanos, cualquiera que sea la ideolog¨ªa que practiquen y el sector social al que pertenezcan. M¨¢s de un mill¨®n de marroqu¨ªes viven entre nosotros y contribuyen al crecimiento econ¨®mico de nuestro pa¨ªs, trabajando en condiciones muchas veces azarosas que ponen de relieve que la xenofobia y la islamofobia no son enfermedades ajenas a nuestra sociedad. Cerca de 400 compa?¨ªas espa?olas est¨¢n all¨ª asentadas. La colaboraci¨®n de Rabat en materia de lucha contra el terrorismo yihadista, que ha generado estragos en Barcelona y Madrid, es esencial, lo mismo que en el tratamiento de la pol¨ªtica de inmigraci¨®n, tan torpemente gestionada por nuestro ministro del Interior. Por si fuera poco, la situaci¨®n de las ciudades aut¨®nomas de Ceuta y Melilla, antiguas plazas militares de soberan¨ªa, demanda m¨¢s inteligencia y menos demagogia que la expresada por algunos activistas del Gobierno con respecto al conflicto del S¨¢hara Occidental. Espa?a tiene, desde luego, responsabilidades propias en este terreno, debido a su pasado colonial en la zona, lo mismo que la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas, tantas veces incapaz de hacer cumplir sus resoluciones. Pero no hay que olvidar, a la hora de la tan manoseada memoria hist¨®rica, que dichas responsabilidades tienen mucho que ver con el pasado africanista del ej¨¦rcito de Franco y su apoyo a la independencia del S¨¢hara, despu¨¦s de haberlo convertido en provincia espa?ola con representaci¨®n en Cortes, de acuerdo con las teor¨ªas geoestrat¨¦gicas del almirante Carrero Blanco. En 1958, nuestro pa¨ªs libr¨® la ¨²ltima guerra exterior de su historia contra el ej¨¦rcito marroqu¨ª en el territorio de Sidi Ifni, que tras violentos combates acab¨® con un armisticio y un acuerdo medianamente favorable a los intereses de Rabat. Posteriormente, ya en pleno siglo XXI y bajo el Gobierno de Aznar, vivimos la astracanada de la invasi¨®n del islote de Perejil. Es preciso restablecer la confianza en las relaciones entre Marruecos y Espa?a si no queremos dificultar la trayectoria de nuestro propio sistema.
En la perplejidad con que el Gobierno de coalici¨®n se desenvuelve, y al margen las disputas que afectan a los ex¨®ticos compa?eros de viaje que ha elegido, la aprobaci¨®n de los Presupuestos Generales (esperemos no se tuerza en su recta final) abre un espacio de oportunidad para todos los agentes pol¨ªticos. No se trata de que desaparezcan los conflictos. La democracia est¨¢ designada para convivir con ellos y un pa¨ªs sin conflictos rara vez es democr¨¢tico. Pero el ¨¦xito del sistema depende del respeto a las reglas del juego que todos practiquen. Reforzar nuestras instituciones es tarea primordial, y lo primero es exigir la lealtad constitucional que ni Gobierno ni oposici¨®n parecen practicar cuando esa servidumbre afecta a sus intereses particulares. Devolver la estabilidad a los ¨®rganos de la justicia y establecer acuerdos b¨¢sicos sobre la pol¨ªtica exterior, inevitablemente ligada a la de la Uni¨®n Europea, son condiciones indispensables para comenzar a restaurar el edificio y el prestigio de nuestra democracia. No son las ¨²nicas, pero s¨ª se encuentran entre las m¨¢s inmediatas. Quiz¨¢ pueda alumbrarse as¨ª una nueva raza de pol¨ªticos capaces de emular a Benjamin Franklin, competente tanto a la hora de redactar la Declaraci¨®n de Independencia de los Estados Unidos como de inventar el pararrayos. O sea, de predicar y dar trigo a la vez. En eso consistir¨ªa el triunfo del optimismo de la voluntad, frente al por el momento inevitable pesimismo de la raz¨®n.