George Shultz: la cara amable del intervencionismo norteamericano
Shultz representaba el ala pragm¨¢tica dentro de la administraci¨®n Reagan, pero apoy¨® algunas de las pol¨ªticas m¨¢s intervencionistas de la presidencia republicana en Am¨¦rica Central
Vivimos en tiempos extraordinarios, lo sabemos. Tan extraordinarios que durante los cuatro a?os de presidencia de Donald Trump hemos asistido a la reevaluaci¨®n de una figura pol¨ªtica como la del expresidente George W. Bush, durante cuyo mandato se gestaron las desastrosas intervenciones estadounidenses en Afganist¨¢n e Iraq, se us¨® en forma sistem¨¢tica la prisi¨®n extrajudicial de la base militar de Guant¨¢namo y la tortura se volvi¨® un medio leg¨ªtimo para obtener informaci¨®n. No solamente estas decisiones tuvieron una vertiente ¨¦tica profundamente cuestionable, sino que tambi¨¦n desestabilizaron ...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Vivimos en tiempos extraordinarios, lo sabemos. Tan extraordinarios que durante los cuatro a?os de presidencia de Donald Trump hemos asistido a la reevaluaci¨®n de una figura pol¨ªtica como la del expresidente George W. Bush, durante cuyo mandato se gestaron las desastrosas intervenciones estadounidenses en Afganist¨¢n e Iraq, se us¨® en forma sistem¨¢tica la prisi¨®n extrajudicial de la base militar de Guant¨¢namo y la tortura se volvi¨® un medio leg¨ªtimo para obtener informaci¨®n. No solamente estas decisiones tuvieron una vertiente ¨¦tica profundamente cuestionable, sino que tambi¨¦n desestabilizaron dram¨¢ticamente una regi¨®n con equilibrios geopol¨ªticos tan fr¨¢giles como Oriente Medio. El reciente fallecimiento de George Shultz, exsecretario de Estado durante el Gobierno de Ronald Reagan, se inserta en ese mismo proceso de revalorizaci¨®n a posteriori. El fallecimiento del alto diplom¨¢tico estadounidense, de hecho, ha detonado una ola de obituarios y notas sobre su legado, describi¨¦ndolo como uno de los arquitectos del fin de la Guerra Fr¨ªa, proponente de la normalizaci¨®n y del fortalecimiento de las relaciones diplom¨¢ticas entre los Estados Unidos y China.
Indudablemente, Shultz desempe?¨® un papel crucial y positivo en mover gradualmente la presidencia de Reagan, donde los halcones antisovi¨¦ticos eran mayor¨ªa, hacia la apertura de una fase de di¨¢logo productivo con la URSS de Mikhail Gorbachev. Al margen de los ¨¦xitos cosechados en este campo, sin embargo, pocos comentaristas parecen recordar el legado mucho menos amable de Shultz en la regi¨®n centroamericana. Y es que, en las llamadas naciones de las periferias, como Nicaragua, la moderaci¨®n mostrada por Shultz a la hora de abordar la relaci¨®n con Mosc¨² fue casi impalpable.
Shultz, al igual que su predecesor Alexander Haig, fue un ferviente opositor de la pol¨ªtica de normalizaci¨®n estadounidense hacia el gobierno Sandinista, llegado al poder en Nicaragua tras un largo proceso revolucionario en el verano de 1979. Shultz representaba el ala pragm¨¢tica dentro de la administraci¨®n Reagan, un funcionario conciliador que, a pesar de sus diferencias con funcionarios m¨¢s recalcitrantes como William P. Clark o Jeane Kirkpatrick, apoy¨® algunas de las pol¨ªticas m¨¢s intervencionistas de la presidencia republicana en Am¨¦rica Central. Su nombramiento en 1982, m¨¢s que moderar la pol¨ªtica intervencionista de Haig, le dio una cara sensata y m¨¢s amable, pero no menos radical en sus cimientos.
Shultz, como la mayor parte de los miembros del gabinete de Ronald Reagan, consideraba que el apoyo a la Contra nicarag¨¹ense, un variopinto grupo armado anticomunista que buscaba derrocar al gobierno Sandinista, deb¨ªa representar uno de los pilares de la pol¨ªtica estadounidense hacia Centroam¨¦rica. En 1983, el exsecretario de Estado declar¨® que las actividades de la Contra contribu¨ªan ¡°de forma importante¡± a las posibilidades de encontrar una salida negociada a la crisis en Nicaragua. Para Shultz, la Contra era el garrote necesario para apabullar al gobierno de izquierda de inspiraci¨®n marxista de Nicaragua y forzarlo a abandonar su experimento de autodeterminaci¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica y social empezado en 1979. En 1986, al pedir m¨¢s de 100 millones de d¨®lares para financiar las actividades de la Contra, Shultz se?alar¨ªa que el gobierno de Nicaragua era un ¡°c¨¢ncer¡± en el continente. En 1988, a?adir¨ªa que Nicaragua, una naci¨®n arrasada por 10 a?os de guerra, representaba una amenaza para los Estados Unidos, glosando que ¡°ah¨ª existe un c¨¢ncer que debemos extraer.¡±
Diez a?os despu¨¦s del comienzo de la Revoluci¨®n y de los intentos de la Contra para descarrilara, la organizaci¨®n defensora de los derechos humanos Human Rights Watch acus¨® a las milicias contrarrevolucionarias de graves violaciones a los derechos humanos, responsabiliz¨¢ndola de llevar a cabo ataques indiscriminados en contra de civiles, el asesinato selectivo de no-combatientes y maltrato a prisioneros, entre otras acusaciones. Con el paso de los a?os, la misma Contra que Reagan y Shultz sol¨ªan definir como una organizaci¨®n de freedom-fighters, se vio envuelta en todo tipo de esc¨¢ndalos, no s¨®lo por la violencia desatada en contra de civiles nicarag¨¹enses, tambi¨¦n por su inc¨®moda cercan¨ªa con la CIA, el caso Ir¨¢n-Contra y, en particular, por su papel en el trasiego de drogas durante los a?os ochenta. En 1988, el Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos, presidido por John Kerry, elabor¨® un reporte en el que indicaba que hab¨ªa evidencia sustancial sobre la participaci¨®n de miembros de la Contra en actividades ligadas al narcotr¨¢fico.
Considerando lo anterior, no es sorprendente que las negociaciones entre Nicaragua y los Estados Unidos a cargo del Departamento de Estado de Shultz fueran infructuosas. Durante el gobierno de Ronald Reagan, la diplomacia y la pol¨ªtica de intervenci¨®n militar fueron dos caras de una misma moneda: una pol¨ªtica de negociaci¨®n con fuertes condicionantes, apoyada por la violencia generalizada llevada a cabo por la Contra. El Departamento de Estado de Shultz ve¨ªa con cierta preocupaci¨®n cualquier negociaci¨®n que no estuviera liderada o sirviera a los prop¨®sitos pol¨ªticos de la administraci¨®n Reagan, y en ocasiones intent¨® bloquear los esfuerzos de pa¨ªses como M¨¦xico, Colombia, Panam¨¢ y Venezuela para iniciar un proceso de di¨¢logo que pudiera evitar mayor derramamiento de sangre.
La diplomacia norteamericana hacia Nicaragua, a cargo de George Shultz, siempre argument¨® que defend¨ªa la democracia en el continente, sin embargo, no escatimaba apoyos a los gobiernos autoritarios de Guatemala, Honduras y El Salvador, cuyos cr¨ªmenes y violaciones a los derechos humanos han sido absolutamente documentados a lo largo de los ¨²ltimos 30 a?os.
La gesti¨®n de Rex Tillerson y Mike Pompeo a cargo del Departamento de Estado durante los a?os de Donald Trump ha hecho que m¨¢s de un comentarista celebre el regreso a la tradicional y sensata pol¨ªtica exterior norteamericana ejemplificada por la labor de diplom¨¢ticos como George Shultz. Una diplomacia que muchos gustar¨ªan observar en la labor del nuevo Secretario de Estado, Antony Blinken. Ojal¨¢ que la celebraci¨®n del retorno a la normalidad no haga olvidar a los nuevos due?os de las riendas de la pol¨ªtica exterior estadounidense que, en esa historia, existieron tambi¨¦n cap¨ªtulos profundamente cuestionables y decisiones dram¨¢ticamente equivocadas que ser¨ªa imprescindible no repetir.
Vanni Pettin¨¤ es profesor de Historia Internacional en El Colegio de M¨¦xico.
Gerardo S¨¢nchez Nateras es doctor en Historia por el Colegio de M¨¦xico.