De Herrera a Herrera: mujeres contra el patriarcado en El Salvador
El fanatismo en torno al aborto instaura reg¨ªmenes brutales de persecuci¨®n y tortura hacia las mujeres que se cobra v¨ªctimas mortales como Manuela
Una voz extranjera le hizo llegar a la salvadore?a Morena Herrera la informaci¨®n. ¡±Hay mujeres presas por aborto¡±, le dec¨ªa aquella mujer, ¡°y estar¨¢n presas treinta a?os o m¨¢s¡±. Herrera no crey¨® en lo que escuchaba, la pena por el delito de aborto ten¨ªa un m¨¢ximo de ocho a?os en el c¨®digo penal. ?Por qu¨¦ sentencias tan largas? Pidi¨® que la int¨¦rprete le explicara c¨®mo era que Donna Ferrato sab¨ªa sobre aquellas mujeres. Ferrato hab¨ªa terminado un ensayo fotogr¨¢fico para el diario The New York Times sobre la penalizaci¨®n del aborto en El Salvador y escuch¨® la historia de boca de las propias mujeres presas. Una de ellas se llamaba Karina Herrera. La coincidencia de los apellidos fue fundamental para que Morena iniciara el viaje que le permitir¨ªa identificar a las mujeres y luchar en los tribunales nacionales e internacionales por el derecho a la libertad.
Era el a?o 2006. No hab¨ªa ninguna organizaci¨®n que luchara por la reforma de la ley del aborto: el tema era demasiado arriesgado para los a?os que siguieron al conflicto armado que devast¨® el pa¨ªs. El Salvador criminaliz¨® el aborto por completo en 1997, despu¨¦s de una cruel reforma del C¨®digo Penal. La penalizaci¨®n del aborto es, todav¨ªa hoy, absoluta ¡ªni siquiera se admite para salvar la vida de la mujer o en casos de violaci¨®n contra ni?as¡ª. Morena Herrera decidi¨® investigar lo que contaba Donna Ferrato. Llam¨® a la puerta de la prisi¨®n y se present¨® como t¨ªa de Karina Herrera. El apellido com¨²n a las dos mujeres facilit¨® el acercamiento inicial. All¨ª se gest¨® una de las resistencias feministas m¨¢s importantes de las Am¨¦ricas: de mujer a mujer, de Herrera a Herrera.
Despu¨¦s de tres a?os de investigaciones y batallas judiciales, Karina fue dejada en libertad. Con ella, Morena comprendi¨® uno de los m¨¢s perversos mecanismos del patriarcado latinoamericano: la penalizaci¨®n de las emergencias obst¨¦tricas, incluidos los abortos espont¨¢neos, abortos inseguros y partos extrahospitalarios y sin asistencia m¨¦dica. La b¨²squeda de las mujeres criminalizadas resultaba tortuosa, ya que, merced a una artima?a jur¨ªdica, se las acusaba no por el delito de ¡°aborto¡±, sino de ¡°homicidio agravado por v¨ªnculo¡± contra v¨ªctimas de cero edad o reci¨¦n nacidas. ¡°Aborto¡± u ¡°homicidio agravado por v¨ªnculo¡± no constituyen una mera discusi¨®n de hermen¨¦utica penal, sino un indicio de c¨®mo el patriarcado hace uso del derecho penal para inscribirse con crueldad en el cuerpo de las mujeres. La metamorfosis de un tipo de delito en otro a¨²n m¨¢s grave tiene dos objetivos: aumentar el estigma sobre el aborto, equipar¨¢ndolo en el c¨®digo penal con la figura del homicidio, adem¨¢s de ampliar la pena de prisi¨®n de manera que se haga perpetua para las mujeres.
Las mujeres fueron localizadas por otras mujeres que viv¨ªan en la prisi¨®n. Morena sab¨ªa de la importancia de identificarlas, pero tambi¨¦n que se deb¨ªa actuar colectivamente. Con otras mujeres y hombres, y con el apoyo de organizaciones feministas de Nicaragua, fundaron la Agrupaci¨®n Ciudadana por la Despenalizaci¨®n del Aborto. Entre 2000 y 2019, se estima que 181 mujeres fueron condenadas injustamente por aborto o por emergencias obst¨¦tricas seguidas de muerte fetal en El Salvador, siendo tres de ellas ni?as de entre 10 y 14 a?os. De estas, por lo menos 66 estuvieron presas durante meses o a?os, y hasta 2020, 41 recuperaron la libertad. As¨ª sucedi¨® con Cindy Erazo, que pas¨® seis a?os en prisi¨®n por parir un mortinato; con Alba Lorena Rodr¨ªguez, que estuvo diez a?os presa despu¨¦s de una complicaci¨®n en el parto de un embarazo que hab¨ªa sido producto de una violaci¨®n colectiva; o Evelyn Hern¨¢ndez, que pas¨® tres a?os en prisi¨®n despu¨¦s de que tambi¨¦n resultara embarazada tras una violaci¨®n y pariera un mortinato. Mar¨ªa Teresa Rivera fue sentenciada a 40 a?os de prisi¨®n por un aborto espont¨¢neo, pas¨® cuatro a?os en la c¨¢rcel y tem¨ªa regresar, pues la justicia insist¨ªa en perseguirla. Es legalmente una exiliada pol¨ªtica del patriarcado: vive en Suecia con un hijo desde 2016.
Hay seis pa¨ªses en Am¨¦rica Latina y el Caribe que penalizan el aborto de manera indiscriminada; hay otros, como Brasil, en el que los dirigentes pol¨ªticos se inclinan hacia el modelo salvadore?o, tal como lo hizo la ministra Damares Alves en el Consejo de Derechos Humanos de la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas, en la ¨²ltima reuni¨®n en febrero de 2021, al afirmar que la ¡°vida humana comienza en la concepci¨®n¡±. Vivimos en la regi¨®n del mundo que m¨¢s persigue penalmente a las mujeres y en donde m¨¢s abortos se practican. ?Por qu¨¦ esa insistencia en perseguir, intimidar, detener y matar mujeres a causa del aborto? Porque se trata del control de la reproducci¨®n biol¨®gica, es decir, de la vigilancia sobre el cuerpo de las mujeres, mediante el cual los reg¨ªmenes patriarcales de poder dirigen la reproducci¨®n social de la vida. No es posible disociar la cuesti¨®n del aborto de las pol¨ªticas de igualdad de g¨¦nero, pues es por medio de la penalizaci¨®n de los derechos reproductivos que se controlan los proyectos de vida de las mujeres j¨®venes.
Tal vez ninguna mujer haya sufrido tanto los efectos del fanatismo del aborto como Manuela. El caso lleg¨® a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) por iniciativa de las organizaciones Center for Reproductive Rights, Colectiva Feminista para el Desarrollo Local y la Agrupaci¨®n Ciudadana por la Despenalizaci¨®n del Aborto; las audiencias p¨²blicas se fijaron para los d¨ªas 10 y 11 de marzo de este a?o. El nombre ¡°Manuela¡± es ficticio para proteger la identidad de esta joven mujer brutalmente torturada, una trabajadora rural, pobre y analfabeta, madre de dos hijos peque?os. Manuela desconoc¨ªa su estado de embarazo, estaba m¨¢s inquieta por unos n¨®dulos en el cuello, signos de decaimiento y fiebre, s¨ªntomas que ya indicaban un c¨¢ncer avanzado, pero que no hab¨ªa sido diagnosticado hasta entonces. Embarazada de 32 semanas, sufri¨® un malestar intenso con hemorragia y desmayo. Al aborto espont¨¢neo sigui¨® la desesperaci¨®n por salvarla: muy debilitada, ya no lograba siquiera caminar desde su casa a la carretera para acceder a un transporte hasta el hospital m¨¢s cercano. Fue transportada en una hamaca por familiares y vecinos. Esa fue su partida definitiva de la casa y la ¨²ltima vez que vio a sus padres y a sus hijos en libertad, pues solo los volvi¨® a ver en una ¨²nica visita a la prisi¨®n
Manuela viv¨ªa sin marido en la tierra que cultivaba su familia. El padre de sus dos primeros hijos los abandon¨® y se uni¨® a los miles de salvadore?os que migran hacia los Estados Unidos. Si estaba indocumentado o no, es apenas un cap¨ªtulo m¨¢s en la historia de desamparo de la familia. No se sabe si el embarazo que la llev¨® a la prisi¨®n fue fruto de una relaci¨®n consentida o un acto violento, algo que poco le import¨® al tribunal penal que la conden¨® a la c¨¢rcel por ¡°homicidio agravado¡±. El juez no titube¨® al crear su propia narrativa sobre los hechos: Manuela era una mujer f¨¢cil, sin ¡°instinto maternal¡±, que mat¨® a su hijo en un gesto ¡°contrario a la naturaleza misma¡±. Tan pronto como Manuela entr¨® al hospital, fue denunciada por una m¨¦dica y la polic¨ªa tuvo que inspeccionar la casa donde viv¨ªa, abrir la fosa y forzar al padre de Manuela, analfabeto, a registrar el feto con el nombre y apellido de la familia. La v¨ªctima ya no era Manuela, era el patriarcado en la forma de una criatura no nacida, reci¨¦n nombrada para ser p¨²blicamente citada como inocente.
En un proceso judicial corto, Manuela fue condenada a treinta a?os de prisi¨®n. Sin derecho a defensa, la verdad de su cuerpo jam¨¢s fue considerada ¡ªen la c¨¢rcel fue perseguida y sufri¨® los dolores del c¨¢ncer recostada en el piso de su celda¡ª. Recibi¨® muy pocas visitasy muri¨® a?os despu¨¦s de la emergencia obst¨¦trica que la llev¨® al aborto espont¨¢neo. Era un cuerpo enfermo y que sufr¨ªa, aunque ignorado por la furia policial, judicial y m¨¦dica: su biograf¨ªa se transform¨® en una construcci¨®n ficcional del patriarcado, una mujer licenciosa e infiel a un marido que ya no exist¨ªa m¨¢s en su vida. La familia intent¨® apelar a la justicia de El Salvador para que la historia de la muerte de Manuela fuese la que realmente vivi¨® su cuerpo: Manuela muri¨® por un c¨¢ncer sin tratamiento adecuado en la prisi¨®n, y no porque fuera una criminal. Fue encarcelada por un crimen inexistente. Incluso el derecho a la verdad sobre el expediente judicial le fue negado a la familia; por esto el caso fue llevado a la CIDH.
El fanatismo en torno al aborto instaura reg¨ªmenes brutales de persecuci¨®n y tortura hacia las mujeres. Manuela muri¨® porque el aborto se penaliza absoluta e indiscriminadamente, muri¨® porque el aparato del Estado fue utilizado para perseguirla con refinada crueldad: no importa si la verdad de lo vivido era demasiado angustiosa para un solo cuerpo, la pobreza, la soledad del matrimonio, el cuerpo enfermo por el c¨¢ncer. Ahora es necesario que los magistrados de la Corte se inspiren en el coraje de las Herreras que iniciaron este camino para que la decisi¨®n atraviese los l¨ªmites de El Salvador y proteja a otras mujeres, eternizando a Manuela con el estatuto de ¡°precedente jur¨ªdico¡±. Manuela est¨¢ muerta, y lo que ha de ser reparado por la Corte es la verdad de lo vivido, la dignidad que solo la verdad de la historia ofrece a sus v¨ªctimas.
Debora Diniz es brasile?a, antrop¨®loga e investigadora de la Universidad de Brown
Giselle Carino es argentina, polit¨®loga y directora de la IPPFWHR
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S Am¨¦rica y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la regi¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.