La carga del hombre blanco
Frente a la situaci¨®n de Afganist¨¢n y los interrogantes que abre, nuestros l¨ªderes deben dirigirse a la opini¨®n p¨²blica cuanto antes y cumplir con su obligaci¨®n moral y pol¨ªtica de someterse al control del Parlamento
En 1996 tras su victoria sobre el r¨¦gimen afgano, que goz¨® de la protecci¨®n de Mosc¨² despu¨¦s de la retirada de las tropas sovi¨¦ticas, los talibanes prometieron a la poblaci¨®n que no habr¨ªa venganzas y nadie tendr¨ªa necesidad de huir del pa¨ªs, entonces bajo el liderazgo del mul¨¢ Omar. D¨ªas despu¨¦s asaltaron el edificio de la ONU en Kabul, en el que se hab¨ªa refugiado el presidente depuesto Mohammed Najibul¨¢. Le detuvieron, le torturaron, le castraron, y expusieron p¨²blicamente sus despojos. Seg¨²n cuenta Graeme Wood en la revista The Atlantic algunos informes aseguran que de paso le metieron sus genitales en la boca.
El triunfo talib¨¢n coincidi¨® entonces con la descomposici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Los Estados Unidos hab¨ªan armado y entrenado a grupos terroristas, entre ellos el de Osama Bin Laden, que participaron en las guerras tribales contra el antiguo r¨¦gimen. Washington pretend¨ªa as¨ª debilitar al m¨¢ximo el poder comunista tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn.
En 2001, tras el atentado contra las Torres Gemelas, los Estados Unidos y el Reino Unido, con el apoyo de los aliados occidentales, entre ellos Espa?a, lanzaron la operaci¨®n Libertad Duradera. Bombardearon aquel pa¨ªs con el objetivo de destruir las bases de Al Qaeda y matar a Bin Laden, lo que no conseguir¨ªan sino a?os m¨¢s tarde, cuando fuerzas especiales lo asesinaron en Pakist¨¢n en una operaci¨®n televisada en directo para el presidente Obama y sus colaboradores. La ONU, por su parte, acord¨® la creaci¨®n de una Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganist¨¢n (ISAF) de la que m¨¢s tarde se hizo cargo la OTAN. Esta puso formalmente fin a sus operaciones en 2014, al depositar en el gobierno local las responsabilidades de seguridad, pero la Alianza Atl¨¢ntica mantuvo su presencia en el terreno hasta el a?o actual a trav¨¦s de la misi¨®n Apoyo Decidido. Se trataba de seguir colaborando con el gobierno afgano en la tareas de desarrollo del pa¨ªs y el fomento de la estabilidad pol¨ªtica. De modo que el presidente Biden minti¨® cuando dijo que el ¨²nico objetivo de la invasi¨®n americana fue destruir Al Qaeda y el terrorismo fundamentalista isl¨¢mico. Hubo un intento, al igual que en Irak, de ayudar a construir un r¨¦gimen democr¨¢tico de corte liberal, de cuyo fracaso dan fe los hechos posteriores. A d¨ªa de hoy ambas operaciones se han saldado con un absoluto fracaso, y tuvieron consecuencias dram¨¢ticas para otros pa¨ªses como Siria o L¨ªbano. Una verdadera cat¨¢strofe para el orden internacional, trastocado ahora abruptamente con la rendici¨®n de las fuerzas internacionales a la feroz guerrilla fundamentalista, cuyo jefe militar es precisamente el hijo del mul¨¢ Omar. Y una dram¨¢tica humillaci¨®n a los sectores ilustrados y progresistas del pueblo afgano que confiaron en Occidente. Ni su libertad ha sido duradera ni el apoyo de la Alianza Atl¨¢ntica tan decidido como les prometieron.
Por m¨¢s declaraciones y protestas que hagan nuestros pol¨ªticos, americanos o europeos, respecto a su compromiso con los derechos humanos, y su voluntad de salvar vidas, habr¨¢ que decirles lo mismo que ellos espetan al r¨¦gimen talib¨¢n: est¨¢n bien las palabras pero los juzgaremos por los hechos. La tr¨¢gica imagen de los cuerpos que cayeron al vac¨ªo desprendidos del fuselaje del primer avi¨®n americano que comenz¨® la evacuaci¨®n no es el mejor aval para esas declaraciones.
La de Afganist¨¢n es la guerra m¨¢s larga de en cuantas ha participado el Ej¨¦rcito espa?ol desde el final de nuestra contienda civil. Es tambi¨¦n en la que ha sufrido m¨¢s bajas e invertido m¨¢s dinero. Conviene por lo mismo ajustarse al lenguaje b¨¦lico para describir los sucedido. No es verdad, como asegur¨® Josep Borrell, que los talibanes hayan ganado la guerra. M¨¢s bien Occidente la ha perdido, con la complicidad del corrupto r¨¦gimen anterior afgano, a medias soportado y a medias protegido por la fuerza militar aliada. Hoy formamos parte de una derrota y de una rendici¨®n, encabezadas por el m¨¢s poderoso ej¨¦rcito del mundo, la m¨¢s fuerte y perdurable alianza militar de los pa¨ªses democr¨¢ticos (Turqu¨ªa excluida) y las dos organizaciones internacionales que colaboraron en el proceso de transformaci¨®n afgano: la ONU y la Uni¨®n Europea. Tras su fracaso se cierne una amenaza cierta para las vidas de millones de personas que se sienten abandonadas por quienes les prometieron ayuda: ni ha sido duradera su libertad ni tan decidido el apoyo. Ning¨²n motivo hay para el petulante autoelogio que los dirigentes pol¨ªticos de los pa¨ªses perdedores pretenden protagonizar. La guerra ha sido un desastre y la retirada tambi¨¦n. Conviene desde luego lamentar sus consecuencias, pero sobre todo analizar sus causas.
La semana pasada el ministro de la Presidencia y el de Asuntos Exteriores quisieron proteger la imagen de su jefe inmediato, inicialmente desaparecido en combate, poniendo de relieve que todo el gobierno estaba y est¨¢ trabajando en la evacuaci¨®n de los espa?oles residentes en Kabul y de los colaboradores e int¨¦rpretes de nuestros militares y diplom¨¢ticos. Faltar¨ªa m¨¢s. Pero nos encontramos ante una crisis global, de magnitudes todav¨ªa no imaginables y ante una cat¨¢strofe sin paliativos de la gesti¨®n de la retirada por parte de los Estados Unidos y sus aliados. La falta de empat¨ªa personal del presidente S¨¢nchez con la opini¨®n p¨²blica en general y con las v¨ªctimas del proceso en particular, su silencio y falta de liderazgo durante una semana, sus palabras de autosatisfacci¨®n coreadas por mandatarios de la Uni¨®n Europea, permiten a muchos dudar de que, en situaciones de crisis, sean ¨¦l y sus mariachis las personas m¨¢s adecuadas para ejercer con acierto los cargos que leg¨ªtimamente ostentan. Esta reflexi¨®n para nada desdice del buen hacer y la eficacia de los militares y civiles que han puesto en marcha las operaciones de evacuaci¨®n con destino a nuestro pa¨ªs. Es solo una llamada de atenci¨®n respecto al hecho de que las democracias liberales que, mediante operaciones militares, trataron de exportar su modelo a culturas diferentes y antag¨®nicas con los valores que representan, son hoy m¨¢s d¨¦biles en el concierto internacional. En cambio los autoritarismos herederos de antiguos reg¨ªmenes comunistas poseen m¨¢s influencia y poder.
A partir de esta realidad, y del interrogante sobre como afectar¨¢n al futuro de Europa la voluntad de expatriarse de millones de afganos y el eventual rearme del terrorismo yihadista, nuestros l¨ªderes deben dirigirse a la opini¨®n p¨²blica cuanto antes y cumplir con su obligaci¨®n moral y pol¨ªtica de someterse al control del Parlamento. Lejos de su autocomplaciente balance de una gesti¨®n con tan triste final, han de esforzarse en pedir perd¨®n por sus errores en vez de enmascararlos con frases ocurrentes o sonrisas de complicidad.
En este sentido Yeonmi Park, famosa activista norcoreana que logr¨® escapar de gulag comunista, l¨ªder internacional en la defensa de la mujeres y los derechos humanos, ha llamado estos d¨ªas a luchar contra la decadencia moral de nuestras sociedades. ¡°El declive estadounidense no es inevitable¡±, asegura, pero a?ade que su ¡°perversa cultura actual dedica m¨¢s atenci¨®n al uso de los pronombres de g¨¦nero que a la dif¨ªcil situaci¨®n de las mujeres cuyos derechos m¨¢s b¨¢sicos son eliminados o est¨¢n bajo seria amenaza¡±. Una acusaci¨®n aplicable tambi¨¦n a las pol¨ªticas populistas e identitarias que han arrasado el universalismo tradicional de la izquierda en tantos pa¨ªses, a comenzar por el nuestro.
Ruyard Kipling, testigo de las luchas coloniales en Afganist¨¢n, escribi¨® un poema con ocasi¨®n de la invasi¨®n americana de Filipinas y la guerra entre Estados Unidos y Espa?a. ¡°Llevad la carga del Hombre Blanco, las salvajes guerras por la paz¡±, reclamaba a sus contempor¨¢neos, invocando una especie de imperialismo benefactor no exenta de sentimientos racistas. M¨¢s de un siglo despu¨¦s las salvajes guerra por la paz siguen regando sangre y desolaci¨®n all¨ª donde se emprenden. Y la pregunta de millones de ciudadanos sigue siendo la misma. Despu¨¦s de miles, de cientos de miles de muertos, en Afganist¨¢n, en Irak, en Siria, para volver unos a?os despu¨¦s a la casilla de salida, ?todav¨ªa no son los poderosos del mundo capaces de un acto de contrici¨®n ante sus pueblos?
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