Autocancelaci¨®n
El dinero, la audiencia y la falsa neutralidad entre la verdad y la mentira son excusas para eludir el gran reto de nuestros d¨ªas: la responsabilidad propia
A menudo se confunde el concepto de cancelaci¨®n con el de animadversi¨®n. Se da en llamar cultura de la cancelaci¨®n a la que provoca la suspensi¨®n de una presencia p¨²blica por el rechazo de la presi¨®n grupal. En realidad, la mayor¨ªa de las veces, la suspensi¨®n se produce porque el organismo convocante se amedrenta y carece de capacidad de resistencia a las presiones en contra. En otras ocasione...
A menudo se confunde el concepto de cancelaci¨®n con el de animadversi¨®n. Se da en llamar cultura de la cancelaci¨®n a la que provoca la suspensi¨®n de una presencia p¨²blica por el rechazo de la presi¨®n grupal. En realidad, la mayor¨ªa de las veces, la suspensi¨®n se produce porque el organismo convocante se amedrenta y carece de capacidad de resistencia a las presiones en contra. En otras ocasiones, la cancelaci¨®n se topa con la fortaleza resistente y podr¨ªamos poner ejemplos de artistas o personalidades perseguidas, cuya actividad se ha resentido por la animadversi¨®n, pero calificar su carrera de cancelada es una exageraci¨®n cuando no una excusa para no percibir que el capricho del consumo suele ser a¨²n m¨¢s cruel que cualquier se?alamiento. Las listas negras han existido siempre y son inexcusablemente una muestra de miseria moral, por m¨¢s que quieran a veces revestirse de protecci¨®n del d¨¦bil, de higiene institucional o salvaguarda de valores. Dictar el destino sobre la actividad profesional de alguien es una indecencia. Borrarlo del mapa es tan expresivo como el origen de esa met¨¢fora militar que hace referencia a cuando una horda o ej¨¦rcito arrasa una ciudad o pa¨ªs.
Pero la semana pasada el artista Neil Young, uno de los m¨²sicos m¨¢s admirables del mundo, ha abierto un mel¨®n que complica el dibujo de estas actividades. Se ha autocancelado de Spotify porque no quiere compartir canal con un locutor negacionista que expande mentiras cient¨ªficas. Por si faltaba algo, su acci¨®n se ha visto apoyada por la autocancelaci¨®n de Joni Mitchell, quiz¨¢ la mujer m¨¢s relevante que ha dado la canci¨®n contempor¨¢nea. Parece que sin esas dos voces Spotify va a poder proseguir su actividad sin el menor problema. Ya veremos. Pero no es la primera vez que alguien plantea que no quiere compartir el canal con quien le resulta delincuencial y da?ino. No parece extra?o que los albaceas del Diario de Ana Frank se nieguen a compartir casa editorial con un autor que niega el exterminio nazi de jud¨ªos. Entre otras cosas porque crecen los l¨ªderes pol¨ªticos que se adscriben a esa l¨ªnea atroz para recuperar votos ultras en toda Europa.
El consumo de m¨²sica en Spotify es c¨®modo para los oyentes pero poco nutritivo para los artistas. Si un fan oyera la misma canci¨®n de su cantante favorito cada d¨ªa desde los 15 a los 95 a?os, el artista y sus autores recibir¨ªan la cantidad total de 87 euros. A cambio Spotify cobrar¨ªa a ese usuario 10.000 euros durante esas ocho d¨¦cadas de fidelidad. Con eso est¨¢ todo dicho. El negocio es del canal. La emisi¨®n en radio y el soporte f¨ªsico han sido sustituidos por esta forma de consumo musical. El artista cede al dominio de la plataforma hegem¨®nica porque le resulta imprescindible para su promoci¨®n y hasta para su mera existencia. No sabemos si Young y Mitchell perder¨¢n su pulso contra el canal. En su favor solo dir¨¦ una cosa. Al d¨ªa siguiente de que un programa de tele de m¨¢xima audiencia concediera su espacio al discurso de un antivacunas escuch¨¦ a dos ancianos en la terraza de un bar comentar que esto de la covid era todo un cuento chino de los gobiernos occidentales. Era la mejor muestra de que cuando un canal ofrece el altavoz a alguien adquiere la condici¨®n de c¨®mplice. El dinero, la audiencia y la falsa neutralidad entre la verdad y la mentira son excusas para eludir el gran reto de nuestros d¨ªas: la responsabilidad propia.