Donde nadie mira
?Para qu¨¦ pintamos? ?Para qui¨¦n lo hacemos?, pienso despu¨¦s de intentar entender la relaci¨®n que Rosa Bonheur estableci¨® con su obra
Tengo la costumbre de ir al Museo del Prado y suelo pensar que el amor por la paleta velazquiana, la oscuridad goyesca y la mugre en las u?as de los personajes que retrataba Ribera debe tener que ver con algo similar a un sentir patrio. La elevaci¨®n a la que una llega con la contemplaci¨®n de sus obras es, seguramente, uno de los pocos momentos en los que almas dispares consiguen comulgar.
No s¨¦ qu¨¦ sent¨ªs vosotros de...
Tengo la costumbre de ir al Museo del Prado y suelo pensar que el amor por la paleta velazquiana, la oscuridad goyesca y la mugre en las u?as de los personajes que retrataba Ribera debe tener que ver con algo similar a un sentir patrio. La elevaci¨®n a la que una llega con la contemplaci¨®n de sus obras es, seguramente, uno de los pocos momentos en los que almas dispares consiguen comulgar.
No s¨¦ qu¨¦ sent¨ªs vosotros delante del Marte de Vel¨¢zquez, pero yo soy capaz de transmitir el entusiasmo que me produc¨ªa, cuando empec¨¦ a pintar, imaginar que acompa?aba al pintor en su trabajo: mostr¨¢bamos un poco m¨¢s el muslo arremangando el pa?o azul que le cubr¨ªa la pierna al dios aunque la pintura ya estuviera seca y el arrepentimiento quedara a ojos de todos, o resolv¨ªamos el rostro con cuatro empastes en las zonas de luz, dejando el resto en la penumbra.
Mirando otra pintura de gran contenido ¡ªpl¨¢stico y narrativo¡ª en la zona de sombra, y despu¨¦s de que el cr¨ªtico con quien estaba hubiera dedicado gran tiempo a analizar la zona de luz, pens¨¦: ¡°Ah¨ª es donde debemos vivir nosotras, donde nadie mira¡±, pero fui incapaz de ser cr¨ªtica con el hecho de que en mis frecuentes rutas por el museo solo hubiera paradas obligatorias delante de obras firmadas por hombres.
En 2019, el Prado sac¨® de los almacenes una pintura que lleva por t¨ªtulo El Cid. Llevaba guardada desde que fue donada en 1879, y la firma Rosa Bonheur, una pintora francesa del XIX que alcanz¨® gran fama en vida. Donde cr¨ªticos y visitantes ve¨ªan lucidez, limpieza y brillo, yo ve¨ªa una excesiva necesidad de gustar, del Cid me molestaban incluso las relamidas salidas decorativas de la firma. ?Qui¨¦n era aquella mujer y por qu¨¦ me provocaba malestar en un momento en el que ten¨ªa que estar celebrando que la obra de una de las nuestras sal¨ªa de las tinieblas? Rosa Bonheur se cort¨® el pelo, consigui¨® un permiso para poder ir vestida con ropa de hombre e introdujo las piernas en el barro dispuesta a pintar todo lo que se le pusiera a tiro. Fue ganadora de una medalla en el Sal¨®n de Par¨ªs, oficial de la Legi¨®n de Honor, comandante de la Orden de Isabel la Cat¨®lica y de la Orden de Leopoldo de B¨¦lgica, amiga de la reina Victoria. ¡°Censuro tajantemente a las mujeres que renuncian a su atuendo habitual con el deseo de hacerse pasar por hombres¡±, escribi¨®; ¡°por lo tanto, si usted me ve as¨ª vestida, no es en absoluto con la intenci¨®n de darme aires, como han hecho demasiadas mujeres,¡± mi malestar crec¨ªa, ¡°sino simplemente para facilitar mi trabajo¡±.
Pas¨® su vida entre el campo, el matadero, y las carnicer¨ªas tomando apuntes de cabezas y cuerpos de animales, y afirmaba que el amor por el arte deb¨ªa de ser muy profundo para vivir entre charcos de sangre. Todo en Bonheur me parec¨ªa admirable y lleno de contradicciones interesantes, pero los centenares de cuadros a los que ten¨ªa acceso no hac¨ªan sino aumentar mi rechazo: los modelos, las paletas y los escenarios, eran, a mi parecer, una construcci¨®n blanda y complaciente. Todo cambi¨® cuando me top¨¦ con una enorme oveja lanuda. La humanidad del animal es tan evidente que no ha de remarcarse, porque lo que aqu¨ª se impone es la propia pintura y la personalidad compleja y contundente de Rosa Bonheur, que brilla tambi¨¦n en las zonas oscuras. Hay un gusto exquisito en la elecci¨®n de la paleta y en la manera en que se ha colocado la materia sobre la superficie del lienzo. Despu¨¦s llegaron los apuntes de cabezas de ciervas y el cabr¨®n tumbado en la hierba, donde la firma se reduce a una R y una B rascadas austeramente con la punta del mango del pincel.
?Para qu¨¦ pintamos? ?Para qui¨¦n lo hacemos?, pienso despu¨¦s de intentar entender la relaci¨®n que Bonheur estableci¨® con su obra. Despu¨¦s me permito so?ar con una ruta llena de obras de mujeres, en la existencia de un sentimiento que haga comulgar almas dispares durante la contemplaci¨®n, tambi¨¦n, de nuestro trabajo.