?D¨®nde vas, Juan Carlos I?
Ya sabemos qui¨¦n y por qu¨¦ ha dado vela en ese entierro al rey em¨¦rito. Lo que no sabremos nunca, al menos de su boca, es por qu¨¦ no disculp¨® su presencia, pas¨¢ndose por el forro de armi?o el perjuicio que pueda causar a su hijo
A ciertas edades y en ciertos sitios un funeral es el planazo del siglo. Sobre todo, si el difunto no te toca de lleno y tu vida social se reduce a ver pasar los d¨ªas a la espera de ser t¨² el pr¨®ximo muerto en el entierro y, encima, perd¨¦rtelo. En esa tesitura, a los velorios se va casi como quien va a un c¨®ctel: a cumplir, a ver y, sobre todo, a ser visto, dejar tu tarjetita y que no te ponga falta quien te interesa que te fiche. De paso, echas la tarde, ves a los parientes, a los colegas y a los amigos de los que la vida te ha ido alejando, y constatas c¨®mo han crecido los chicos y c¨®mo se e...
A ciertas edades y en ciertos sitios un funeral es el planazo del siglo. Sobre todo, si el difunto no te toca de lleno y tu vida social se reduce a ver pasar los d¨ªas a la espera de ser t¨² el pr¨®ximo muerto en el entierro y, encima, perd¨¦rtelo. En esa tesitura, a los velorios se va casi como quien va a un c¨®ctel: a cumplir, a ver y, sobre todo, a ser visto, dejar tu tarjetita y que no te ponga falta quien te interesa que te fiche. De paso, echas la tarde, ves a los parientes, a los colegas y a los amigos de los que la vida te ha ido alejando, y constatas c¨®mo han crecido los chicos y c¨®mo se estropean los cuerpos y las cabezas, con lo que fueron. En todo sepelio se llora, claro, pero tambi¨¦n se r¨ªe evocando las haza?as del finado, la gracia que ten¨ªa el jod¨ªo, o la jod¨ªa, y, fundamentalmente, se da gracias al destino por no ser uno mismo quien ocupa la caja de pino. Un entierro es un entierro, aqu¨ª y en el Reino Unido. Y un funeral de Estado en una catedral anglicana con un duelo de 2.000 escogidos entre los escogidos del globo no deja de ser un tanatorio grande con horror al vac¨ªo.
El lunes, un anciano rey jubilado a la fuerza acudir¨¢ a Londres desde su jaula de oro en Abu Dabi a despedir a una reina tataraprima que lo llamaba Juanito. Sospecho que va exactamente a eso. A ver, a ser visto, a marcar corona y a saludar a los colegas, los amigos y los parientes de morros. Empezando por su esposa, con la que no convive hace d¨¦cadas, su hijo y heredero del trono y su ¨²nica nuera, formando dos extra?as parejas de reyes que r¨ªete t¨² de las del p¨®quer. Puede, o no, que los veamos juntos en alguna foto, felices los cuatro, o en inc¨®modo horror y compa?¨ªa. Pero, mientras los vemos o no los vemos, yo me pregunto: ?d¨®nde vas, Juan Carlos I? Que tiene derecho no es noticia. Ya sabemos qui¨¦n y por qu¨¦ le ha dado vela en ese entierro. Lo que no sabremos, al menos de su boca, es por qu¨¦, pudiendo, no disculp¨® su presencia, pas¨¢ndose por el forro de armi?o el perjuicio que pueda causarle a su hijo y rey vigente. Lo dicho: puede que veamos alguna l¨¢grima correr por el rostro de las pesetas y de los primeros euros. Apuesto a que, entonces, no ser¨¢n tanto por la prima Lilibeth, de cuerpo presente, sino por ¨¦l mismo. Por lo que pudo haber sido y no fue porque se lo ha cargado a pulso. Puede, incluso que, triste de ¨¦l, ese funeral sea su ¨²ltimo gran planazo del siglo.