Sobrevivir a la cultura de la cancelaci¨®n
No se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla tambi¨¦n retrospectivamente, y forzar el asentimiento p¨²blico y legal de esa depuraci¨®n: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la correcci¨®n pol¨ªtica
Hay una parte del mundo, la nuestra, donde no tanto el poder sino la propia sensibilidad del individuo genera un orden desp¨®tico y una reescritura de la realidad. Lo novedoso, en las sociedades democr¨¢ticas estables, es que ya no se lucha de manera violenta e incluso sangrienta para cambiar una realidad impuesta a los sujetos ¡ªcomo en otros tantos puntos del planeta¡ª, sino que se borra esa realidad y se la resetea y reformula para adecuarla a una blanda sensibilidad indignada. Todo lo que no encaja con esa hipersensibilidad de la ofensa vestida de exigencia moral es denunciado, perseguido, hecho desaparecer, cancelado.
Aunque abundan en el mundo gobiernos tir¨¢nicos, sin embargo, en las democracias occidentales el poder busca adoptar una faz suave, no desea mostrarse como Leviat¨¢n dominador. Y mientras los gobiernos intentan sibilinamente disfrazar su autoritarismo, lo vemos crecer donde resid¨ªa la esperanza de la rebeli¨®n: en los individuos.
Durante mucho tiempo se consideraron dos polos opuestos: por un lado, los individuos; por otro, el poder que los anulaba. Con posterioridad se ha profundizado en la manera inconsciente en que los humanos introyectan ese poder y obedecen a las normas sin percatarse de ello, con la vana ilusi¨®n de ser libres.
Han sido las dictaduras las que, habitualmente, han impuesto la represi¨®n, aun cuando, en buena medida, las reglas pudieran ser asumidas por los sujetos, en una ¡°servidumbre voluntaria¡±. La represi¨®n (no solo sexual) se ha sublimado con justificaciones morales, religiosas o sociales: pareciera, pues, que una desublimaci¨®n deber¨ªa llevarnos a una verdadera libertad. Pero ya Herbert Marcuse acu?¨® el t¨¦rmino ¡°desublimaci¨®n represiva¡± para mostrar c¨®mo bajo el rostro de la supuesta libertad anidaba la coerci¨®n asumida. La hipersexualizaci¨®n festiva no nos libera de la normatividad ¡ªhoy diversa, deseante e inclusiva¡ª con la que se dibuja el mapa de su verdad.
El famoso panfleto ?Indignaos! de St¨¦phane Hessel, el 15-M, incluso el gesto hura?o de Greta Thunberg propon¨ªan un levantamiento frente a un mundo adverso, injusto, depredador¡, todo ello parece diluirse en un narcisismo ofendido plagado de censura, persecuci¨®n y ferocidad, en el que la emoci¨®n sustituye a la raz¨®n.
Tomar la Bastilla o conquistar el Palacio de Invierno se han convertido en viejos s¨ªmbolos de ese derrocamiento del absolutismo, fueron objeto de revoluciones, alimentadas por teor¨ªas (la Ilustraci¨®n, el marxismo). Actualmente, la sentimentalidad sustituye al andamiaje te¨®rico, no se busca un cambio social sino un resarcimiento de la identidad herida. No se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla tambi¨¦n retrospectivamente, y forzar el asentimiento p¨²blico y legal de esa depuraci¨®n: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la correcci¨®n pol¨ªtica.
La cultura woke realiza la siguiente traslaci¨®n: me siento ofendido, luego hay una verdadera ofensa (salto del sentimiento a la objetividad), toda disensi¨®n es una muestra de odio (se rechaza la argumentaci¨®n), luego quienes as¨ª me ofenden merecen ser cancelados (yo no odio, reparo la injusticia, se dice el cancelador).
Asistimos a una omnipotencia del deseo que borra a quien no demuestra la correcci¨®n requerida, y, por otro lado, a una manipulaci¨®n de la culpa. Nunca podremos estar a la altura de quien pertenece a un colectivo oprimido ¡ªo intenta mostrarse como tal¡ª, su herencia de humillaci¨®n hace que cualquier palabra pueda reabrir la herida, no cabe hablar, razonar, sino solidarizarse con su opresi¨®n, hacernos perdonar el pertenecer al grupo de los opresores.
Adem¨¢s de los dramas personales que pueden sufrir los ¡°cancelados¡±, me parece importante se?alar una consecuencia sustancial: la cultura cancelada, y, m¨¢s all¨¢ de ello, la cultura falseada. Todos aquellos libros y pel¨ªculas que dejan de recomendarse porque contienen elementos ahora prohibidos. Y a¨²n m¨¢s: por ejemplo, no solo HBO quita de su cat¨¢logo Lo que el viento se llev¨®, sino que, traicionando la historia, elige una actriz negra como Ana Bolena en su miniserie del mismo t¨ªtulo, similar af¨¢n el de Garth Davis en su filme Mar¨ªa Magdalena al convertir a San Pedro en un hombre de color. ?Es ese el camino efectivo para superar el racismo? Y ante cualquier otra incorrecci¨®n, ?ocultaremos obras art¨ªsticas?, ?resucitaremos el ¨ªndice de libros prohibidos o solo reescribiremos algunos p¨¢rrafos? ?Por qu¨¦ no la contextualizaci¨®n cr¨ªtica en vez de la censura?
Lo real no importa, es imperfecto, mi deseo debe imponerse ¡ªpiensa el nuevo narciso censor¡ª. Cambiamos el pasado, los cuerpos, la naturaleza. El sentimiento genera derechos, leyes, realidad. Ese es el trasfondo de lo woke, inscrito en lo que Michel Foucault denomin¨® el ¡°r¨¦gimen de verdad¡± ¡ªo de ficci¨®n¡ª de nuestra ¨¦poca.
Estamos perdiendo la realidad, la historia, y convirtiendo la cultura en un cuento para ni?os temerosos y malcriados que no soportan el menor rasgu?o, pero pueden empujar a la nada a quienes no comparten su visi¨®n.
Debemos prepararnos para sobrevivir a los pu?ales envueltos entre algodones.
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