El oso
Faulkner escribi¨® una historia que resum¨ªa un momento de la civilizaci¨®n humana: su avance frente a la naturaleza, cuando los seres humanos dan el salto que, sin saberlo ni adivinarlo, conducir¨ªa a los rascacielos que ocultan el sol
Finalizadas las fiestas de Par¨ªs, ya en Madrid, me encerr¨¦ en mi casa para leer una vez m¨¢s El oso de William Faulkner. Es un relato que debo haber le¨ªdo diez veces o acaso m¨¢s. De tiempo en tiempo necesito releerlo porque es uno de los m¨¢s bellos que escribi¨® su autor. No s¨¦ si ¨¦l lo supo nunca, pero todas las selvas y pantanos y desiertos est¨¢n reunidos en este rinc¨®n del Misisipi norteamericano: los desiertos de Arabia, los bosques ...
Finalizadas las fiestas de Par¨ªs, ya en Madrid, me encerr¨¦ en mi casa para leer una vez m¨¢s El oso de William Faulkner. Es un relato que debo haber le¨ªdo diez veces o acaso m¨¢s. De tiempo en tiempo necesito releerlo porque es uno de los m¨¢s bellos que escribi¨® su autor. No s¨¦ si ¨¦l lo supo nunca, pero todas las selvas y pantanos y desiertos est¨¢n reunidos en este rinc¨®n del Misisipi norteamericano: los desiertos de Arabia, los bosques lujuriosos de la Amazon¨ªa, todas las planicies que el ser humano atraves¨® a sangre y fuego, para construir sus ciudades.
El relato es soberbio, acaso uno de los m¨¢s logrados que escribi¨® Faulkner. Todos los desiertos y bosques van desapareciendo para que el hombre construya sus ferrocarriles, sus f¨¢bricas y sus ciudades. El solitario defensor de ese rinc¨®n del Misisipi es Old Ben, un oso magn¨ªfico, que se ha cargado ya a buen n¨²mero de seres humanos y que tiene una cojera que le impide correr pero no pelear y defender ese pedazo de selva que le disputa esa pandilla de pobres diablos, entre los que hay esclavos todav¨ªa. El oso muere peleando, defendiendo su selva, como las v¨ªboras, en una estampida final, en la que, enloquecido, destroza el bosque que lo cerca. Hasta que cae abatido por esos cazadores, que ya saben beber whisky, pero que no van al colegio todav¨ªa, y se prestan los fusiles para cazar. Los personajes de esta historia son en su mayor¨ªa chiquillos, y el lector adivina que algunos nombres son apodos: mayor de Spain, Jim de Tennie, el general Compson, y, por supuesto, muy de lejos, el coronel Sartoris. El personaje principal tiene apenas 13 a?os al comenzar la historia, y varios m¨¢s al terminarla, cuando, lleno de dignidad, rechaza la herencia que quiere subvencionarlo. Son todos unos pobres diablos, sin duda, tal vez analfabetos, pero est¨¢n empujados por una fuerza civilizadora, como la que llev¨® a sus pares a extender las ciudades por el mundo, sin respetar esos enclaves de los que ahora no queda casi nada.
Todas las selvas y desiertos, como digo, est¨¢n reunidos en este rinc¨®n del Misisipi norteamericano. Todos ir¨ªan desapareciendo para que el ser humano se instalara y construyera ciudades de potentes m¨¢quinas como los trenes y los autom¨®viles, y las grandes f¨¢bricas en las que trabaja la gente como hormigas. Si pudiera hablar, ?qu¨¦ dir¨ªa Old Ben? Vomitar¨ªa tal vez, advirtiendo que los seres humanos terminaron con los bosques y las playas, los pantanos y los r¨ªos, para construir sus hospitales y convirtieron los grandes arenales en carreteras.
El cuento, que se titula simplemente El oso, nos obliga a pensar, a ver en esos cazadores juveniles a destructores que, movidos por un fuego inextinguible, acaban con todo el mundo natural para construir sus ciudades y f¨¢bricas, hasta despojar a la tierra de esos bosques y lagunas donde florecen en libertad los animales m¨¢s fieros. Lo que ocurre con Old Ben, antes de que muera, es la p¨¦rdida de la raz¨®n: enloquecido, ataca las caba?as y los ¨¢rboles, y los perros que lo enfrentan, y, duplicando sus fuerzas, perpetra una matanza inveros¨ªmil. Al final muere, y su apartarse de esta vida significa de alg¨²n modo la desaparici¨®n de esas florestas y lagos donde, antes de que llegaran los humanos, chapoteaban los animales, mat¨¢ndose entre ellos de vez en cuando, por supuesto.
El relato tiene algo de extinci¨®n, de un t¨¦rmino que tiene que ver con la transici¨®n desde un estado de cosas todav¨ªa primitivo, pero que ir¨ªa desapareciendo poco a poco para ser reemplazado por ciudades civilizadas, colegios y cinemas y universidades, donde las personas se educan y aprenden buenos modales. Estas ¨²ltimas no reconocer¨ªan a las que acabaron con Old Ben, y se arriesgaron a perder la vida desafiando al oso, ese solitario que defiende el bosque, el mundo natural, hasta su misma muerte. En adelante, una empresa maderera reemplazar¨¢ a los altos ¨¢rboles y a los riachuelos risue?os, y a los millares de p¨¢jaros e insectos que pululan entre esos ¨¢rboles. Le¨ªdo as¨ª, El oso parece una protesta contra el mundo civilizado, una defensa del primitivismo m¨¢s elemental, y, sin embargo, qu¨¦ injustos somos cuando leemos un cuento tan hermoso. La civilizaci¨®n es un hecho irreversible. Los j¨®venes con lecturas son preferibles a esos analfabetos que saben disparar un fusil, pero que no han le¨ªdo nunca un libro, y que en los trenes se meten al excusado a tomar tragos de whisky. La civilizaci¨®n, pese a los hermosos y retr¨®grados esfuerzos literarios, es una realidad que se divisa en el fondo del cuento. Los j¨®venes bien educados, las mujeres y los hombres de cultura, que gozan en los museos y ven pel¨ªculas, y leen, van alej¨¢ndose cada vez m¨¢s de esas fuentes en que transcurrieron las vidas de los ancestros. ?Qu¨¦ es preferible? ?Los mosquitos de esas selvas que tienen a la gente rasc¨¢ndose d¨ªa y noche y esperando la picadura letal de una boa constrictor, o las ciudades con m¨¦dicos, enfermeras y hospitales donde se curan las enfermedades y se est¨¢ bien protegido?
Las p¨¢ginas de la literatura son tramposas, en ellas no aparecen las serpientes y las plagas que devastan regiones, a las que vendr¨¢ luego a suceder la civilizada vida que es la nuestra, y en la que podemos leer historias como El oso sin dejarnos seducir por el salvajismo de ese mundo primitivo en el que el hombre triunfaba y los animales retroced¨ªan y mor¨ªan sin contemplaciones. El cuento, como ya he mencionado, es la transformaci¨®n de la naturaleza en entornos modernos, dinamitando los paisajes brutales, y el triunfo de la civilizaci¨®n sobre la barbarie. Una barbarie que tiene sus encantos, desde luego, pero que est¨¢ llena de peligros. No hay ninguna duda que la civilizaci¨®n es preferible. Pero queda la nostalgia, y eso, en el cuento, est¨¢ maravillosamente establecido. Es imposible no sentir ternura y devoci¨®n con esos paisajes a los que la palabra enriquece y limpia de todo aquello que los seres civilizados rechazan. Cuando uno reconoce los textos de que se sirvi¨® el autor para escribir este libro, da la impresi¨®n de que nunca supo Faulkner que escrib¨ªa una historia que resum¨ªa este momento de la civilizaci¨®n humana: su avance frente a la naturaleza.
Todas estas reflexiones me han venido leyendo la historia de Faulkner y sus m¨²ltiples imitadores. Es uno de los grandes escritores de novelas del siglo XX, y, probablemente, quien manejaba mejor el ingl¨¦s, hasta infantilizarlo y retrocederlo a ese estado feral, que es el que narra este relato, cuando los seres humanos dan el salto que, sin saberlo ni adivinarlo, conducir¨ªa a los rascacielos que ocultan el sol y nos hunden en la necesidad de recordar aquellos tiempos en que nuestros ancestros fueron conquistando los bosques, los r¨ªos y las monta?as, empujados por aquello que no sab¨ªan ni siquiera descifrar: la civilizaci¨®n. Eso es lo extraordinario que tiene la literatura: nos hace vivir en el pasado, en lo m¨¢s primitivo, y nos recuerda de d¨®nde venimos, pues eso fuimos todos, unos analfabetos tan feroces como las boas, a las que siempre derrotamos para construir nuestras ciudades, en las que mal que bien, estamos resguardados por hospitales y m¨¦dicos, y todas las protecciones de la vida moderna.