Pornograf¨ªa y violencia, de hoy para ma?ana
No hay un nexo causal demostrable entre el consumo de contenidos pornogr¨¢ficos por parte de personas adultas y el incremento de casos y comportamientos violentos contra las mujeres
El debate en torno a la pornograf¨ªa y a su licitud es antiguo dentro de los feminismos. Las porn wars referencian el enfrentamiento que tuvo lugar en los a?os ochenta del pasado siglo en el seno del movimiento feminista en torno a la sexualidad de la mujer y su representaci¨®n, principalmente en Estados Unidos. Esta disputa produjo una brecha que se ha convertido hoy en escisi¨®n, tambi¨¦n en Espa?a.
Tras la consigna de Robin Morgan, ¡°la pornograf¨ªa es la teor¨ªa, la violaci¨®n es la pr¨¢ctica¡±, las feministas abolicionistas entienden que la pornograf¨ªa es propaganda de la misoginia y ...
El debate en torno a la pornograf¨ªa y a su licitud es antiguo dentro de los feminismos. Las porn wars referencian el enfrentamiento que tuvo lugar en los a?os ochenta del pasado siglo en el seno del movimiento feminista en torno a la sexualidad de la mujer y su representaci¨®n, principalmente en Estados Unidos. Esta disputa produjo una brecha que se ha convertido hoy en escisi¨®n, tambi¨¦n en Espa?a.
Tras la consigna de Robin Morgan, ¡°la pornograf¨ªa es la teor¨ªa, la violaci¨®n es la pr¨¢ctica¡±, las feministas abolicionistas entienden que la pornograf¨ªa es propaganda de la misoginia y la violencia sexual contra ¡°todas¡± las mujeres, as¨ª como una mercantilizaci¨®n de la violaci¨®n. Por el contrario, las integrantes del feminismo pro-sex, en terminolog¨ªa Camile Paglia, comprenden el porno como una herramienta ¨²til para desmantelar los mandatos patriarcales represivos de la sexualidad de las mujeres.
El feminismo abolicionista estadounidense, representado por autoras como Andrea Dworkin o Catharine MacKinnon, defendi¨® la tesis de que la pornograf¨ªa no es representaci¨®n, sino una realidad sexual en s¨ª misma, pues no solo simboliza a la mujer como objeto de uso sexual masculino, sino que hace de ella tal objeto. En consecuencia, el da?o que la pornograf¨ªa produce no se limita a las actrices, sino que es un da?o grupal a todas las mujeres, a las que desposee de poder y deshumaniza, defini¨¦ndolas como sujetos a dominar. Por todo ello, debe ser legalmente prohibida.
En Espa?a defienden tesis parecidas hoy feministas cl¨¢sicas como Amelia Valc¨¢rcel, Rosa Cobo o Ana de Miguel, as¨ª como un amplio n¨²mero de acad¨¦micas y acad¨¦micos de m¨¢s de 25 universidades agrupados en la Red acad¨¦mica de Estudios sobre Prostituci¨®n y Pornograf¨ªa. Argumentan que la pornograf¨ªa es discurso del odio contra las mujeres, que existe un v¨ªnculo entre pornograf¨ªa y violencia contra ellas y reclaman su abolici¨®n por construir el deseo sexual masculino hegem¨®nico y alentar, de este modo, la violencia sexual.
No les falta raz¨®n cuando sostienen que el porno mainstream ofrece un modelo narrativo que ubica a la mujer en un lugar de degradaci¨®n y de mera sumisi¨®n al placer masculino. La pornograf¨ªa digital es radicalmente distinta, incluso, a las pel¨ªculas pornogr¨¢ficas de la ?poca Dorada del Porno, como Behind the Green Door o Deep Throat, muchas de las cuales ten¨ªan un fuerte car¨¢cter contracultural. Los materiales de PornHub perpet¨²an la desigualdad de g¨¦nero.
Sin embargo, algo importante se les olvida: el porno, por muy violento y degradante para la mujer que sea, es libertad de expresi¨®n de quien lo crea, y es derecho a la autodeterminaci¨®n sexual del consumidor adulto. Derechos fundamentales, ambos, que no pueden ser restringidos en un Estado de derecho m¨¢s que cuando exista un riesgo claro, real e inminente de da?o para otros derechos y/o bienes constitucionalmente protegidos.
En favor de las tesis abolicionistas, hay algunos estudios que defienden que el consumo de determinados tipos de pornograf¨ªa, principalmente la hardcore, afecta a la actitud y disposici¨®n de determinados hombres en maneras que podr¨ªan generar da?o contra las mujeres. Pero son mayoritarios los estudios que defienden que la pornograf¨ªa se integra en procesos sexistas m¨¢s generales existentes en la sociedad, por lo que la cultura de la violencia no irradiar¨ªa de ella, sino que ella ser¨ªa su reflejo; y que el pretendido nexo causal no existe.
Adem¨¢s, el punto flaco que torna vulnerables las tesis abolicionistas del nexo causal radica en que estas obvian la capacidad de las personas adultas para distinguir entre realidad y ficci¨®n. Pues presuponer que el consumo de pornograf¨ªa violenta por parte de los hombres conlleva un incremento de violencia sexual contra las mujeres, es tanto como afirmar que el visionado de pel¨ªculas de true crime implica un riesgo real de incremento de los asesinatos. Entiendo, adem¨¢s, que dichas tesis parten de una presunci¨®n peligrosa y estigmatizadora: la de la naturaleza potencialmente violenta del hombre y el rol victimista de la mujer.
Y es justamente la madurez presumiblemente inherente a la mayor¨ªa de edad lo que impide establecer un nexo causal entre consumo de pornograf¨ªa y violencia contra las mujeres cuando hablamos de personas adultas, y permite hacerlo, de manera rotunda, cuando se trata de personas cuyo desarrollo volitivo, psicol¨®gico y cognitivo est¨¢ en proceso. Ah¨ª est¨¢ el verdadero reto que tienen ante s¨ª los poderes p¨²blicos: el control en el acceso y la educaci¨®n afectivo-sexual de las y los adolescentes cuyo imaginario sexual se est¨¢ construyendo a trav¨¦s del porno-digital. No desviemos el foco.