El populismo ya estaba inventado
Habr¨ªa que revisitar los singulares m¨ªtines del Alfonso batallador y falt¨®n para tranquilizar a estos viejos socialistas que temen por la deriva radical populista del PSOE
A Alfonso Guerra le ha ca¨ªdo una buena reprimenda por definir a Yolanda D¨ªaz como una suerte de M¨¦lenchon vestida de Christian Dior. La cr¨ªtica se ha centrado en el tufillo machista que respiraba el comentario, porque as¨ª era, pero juzgarlo solo en ese aspecto me parece reductor. Para empezar, respondiendo a la verdad, no le veo a D¨ªaz trazas de melenchona, dado que, r...
A Alfonso Guerra le ha ca¨ªdo una buena reprimenda por definir a Yolanda D¨ªaz como una suerte de M¨¦lenchon vestida de Christian Dior. La cr¨ªtica se ha centrado en el tufillo machista que respiraba el comentario, porque as¨ª era, pero juzgarlo solo en ese aspecto me parece reductor. Para empezar, respondiendo a la verdad, no le veo a D¨ªaz trazas de melenchona, dado que, recordemos, en los tiempos dif¨ªciles que nos tocaron vivir a ra¨ªz de la pandemia lo que hizo la ministra de Trabajo fue contener con medidas sociales la desesperaci¨®n, algo que dista mucho de agitar a las masas contra el sistema. Por otro, es curioso que Guerra vea con tanta frecuencia el populismo en el ojo ajeno y no en el propio. Creo que fuimos muchos los que descubrimos lo que era un discurso populista escuchando las hiperb¨®licas arengas de Guerra. Cuando Guerra sub¨ªa a un escenario, sobre todo en nuestra tierra andaluza, los asistentes esperaban una buena faena de diversi¨®n y emociones fuertes. Como el m¨ªtico diestro sal¨ªa a matar. Sus armas eran la ridiculizaci¨®n del adversario y un enardecimiento de masas basado en la identificaci¨®n sentimental del pol¨ªtico con aquellos a los que denominaba ¡°descamisados¡± de la tierra; era un lenguaje de tintes peronistas, aunque entonces no fuera aquella una referencia ideol¨®gica. Siempre me pareci¨® un personaje inaprensible: cuando no estaba mitineando, se mostraba hosco, alimentaba con celo una leyenda no exenta de un donjuanismo misterioso y parec¨ªa dolido siempre por no poder entregarse a ese retiro intelectual del que hab¨ªa sido arrebatado por la ineludible obligaci¨®n hist¨®rica de cambiar este pa¨ªs pu?etero. Le gustaba mostrar su desapego del poder, pero no deb¨ªa de ser para tanto cuando resisti¨® en pol¨ªtica casi 30 a?os.
Tal era la diferencia entre el Guerra particular y el Guerra mitinero que una habr¨ªa afirmado que el vicepresidente socialista contaba con un doble, de tal forma que el desabrido Alfonso se quedaba en casa escuchando a Mahler, sabedor de su escaso don de gentes, mientras enviaba al gemelo, pleno de audacia y malevolencia, a subir a la tribuna para protagonizar uno de aquellos mon¨®logos histri¨®nicos. Habr¨ªa que revisitar los singulares m¨ªtines del Alfonso batallador y falt¨®n para tranquilizar a estos viejos socialistas que temen por la deriva radical populista del PSOE. Guerra lo invent¨® todo antes, hasta el pase¨ªllo por el escenario del club de la comedia. Eso s¨ª, no ha habido otro que superara aquel lenguaje de picaresca, eso es suyo y solo suyo. A su lado, Santiago Carrillo parec¨ªa un se?or de orden. Lo era.
Algunos viejos rockeros del PSOE apelan a un tiempo en que los socialistas eran ejemplares de pura cepa, como si entonces para gozar de alg¨²n cargo se pasara por una prueba de denominaci¨®n de origen. En eso est¨¢n asombrosamente muy de acuerdo con la derecha, que ahora celebra con entusiasmo a algunos socialistas de anta?o, a?ora a sus viejos adversarios, siente nostalgia por aquellos a los que entonces acusaba de corrupci¨®n, terrorismo de Estado, tr¨¢fico de influencias y un qu¨ªtame all¨¢ esas pajas, todo acompa?ado de la gran fanfarria de los medios afines, que hasta crearon un entra?able ¡°sindicato del crimen¡± para se?alar a diario la puerta de salida al Gobierno socialista. Qu¨¦ tramposa es la nostalgia: todos recuerdan aquella batalla feroz como una guerra entre caballeros; todos se recuerdan a s¨ª mismos como personas sensatas, que jam¨¢s tomaron decisiones que alteraran el pa¨ªs o el ¨¢nimo de los espa?oles.
Cierto es que los tiempos han cambiado tanto y tan deprisa que por momentos parece que estamos inmersos en una nube t¨®xica de confusi¨®n. Pero hay ciertos elementos esperanzadores que, sin embargo, desestabilizan a ciertos corazones a izquierda y derecha. El m¨¢s com¨²n de todos es la presencia de la mujer en c¨ªrculos de poder; mujer que ya no tiene que disfrazarse de Merkel para ser tomada en serio. Ni tan siquiera de Christian Dior para tener clase. El estilo es algo tan innato que brota siempre de dentro afuera.