Unas sandalias negras
No estaba queriendo comprarme unos zapatos, sino una vida que no ten¨ªa. Que no ten¨ªa y que ni siquiera a?oraba
Tres d¨ªas a la semana cojo el cercan¨ªas desde Aranjuez, donde vivo, hasta Madrid, donde trabajo. El tren llega media hora antes de que empiece mi jornada laboral y al lado de la estaci¨®n hay un Zara, as¨ª que los guardias de seguridad ya me deben de conocer.
La mayor¨ªa de veces me limito a mirar. Habitualmente miro incluso la misma prenda durante d¨ªas, hasta que la encargada decide mandarla al almac¨¦n. Me pas¨® en julio con unas sandalias negras. Ten¨ªan el tac¨®n muy alto y muy fino y las tiras de empeine y tobillo muy finas tambi¨¦n, lo cual aseguraba dos cosas: sentirse ...
Tres d¨ªas a la semana cojo el cercan¨ªas desde Aranjuez, donde vivo, hasta Madrid, donde trabajo. El tren llega media hora antes de que empiece mi jornada laboral y al lado de la estaci¨®n hay un Zara, as¨ª que los guardias de seguridad ya me deben de conocer.
La mayor¨ªa de veces me limito a mirar. Habitualmente miro incluso la misma prenda durante d¨ªas, hasta que la encargada decide mandarla al almac¨¦n. Me pas¨® en julio con unas sandalias negras. Ten¨ªan el tac¨®n muy alto y muy fino y las tiras de empeine y tobillo muy finas tambi¨¦n, lo cual aseguraba dos cosas: sentirse Rania de Jordania con ellas puestas y dolor de pies a los pocos minutos de estrenarlas.
En la parte delantera, la del empeine, ten¨ªan tres rosas cosidas, y eso las hac¨ªa distintas al resto de sandalias negras de tiras ¡ªdos o tres¡ª que ya tengo en el armario. O eso me dec¨ªa a m¨ª misma mientras me probaba la primera del par. Pero cuando me sentaba para calzarme la segunda, las miraba y me parec¨ªan demasiado recargadas, y a ver con qu¨¦ combinaba yo esos floripondios, tendr¨ªa que ser con algo sencillito, pensaba, y me pon¨ªa a listar los posibles conjuntos pero no me sal¨ªan muchos.
As¨ª me pas¨¦ d¨ªas. Sal¨ªa de la Renfe, entraba al Zara, saludaba al de seguridad, que no levantaba la cabeza de su tablet, me encaminaba hacia las sandalias, cog¨ªa el 36 y empezaba con el mon¨®logo interno: que si con esto me pegan y con esto otro no, que si c¨®mo te vas a gastar 50 euros en unas sandalias casi iguales que otras que ya tienes, que si las otras encima apenas te las pones.
Frente al espejo, me imaginaba combin¨¢ndolas con una falda de tubo y una camisa de sat¨¦n, pero sobre todo me recreaba pensando que las lucir¨ªa en un c¨®ctel elegante, de esos que salen en Succession. Me pon¨ªa de lado, alzaba un pie y me ve¨ªa con ellas y un vestido blanco ce?ido a la cintura, pero realmente fantaseaba con llevarlas en una cena de esas que la gente cuelga en Instagram, con mesas bajo p¨¦rgolas llenas de flores y velas. Porque con unas sandalias as¨ª una no puede simplemente ir a la guarder¨ªa a por los cr¨ªos, bajar al bar de abajo a por un pincho de tortilla porque no le da tiempo a hacer la cena o irse a comprar al Mercadona.
Entonces, bajo la atenta mirada del segurata, que igual para entonces ya hab¨ªa levantado la vista de la tablet porque empezaba a resultarle extra?o que hiciera siempre el mismo ritual, me daba cuenta de que no es que no fuera a c¨®cteles llenos de ricos: es que ni me gustan los c¨®cteles, ni me gustan los ricos. Reparaba en que mi vida no era la de Mar¨ªa Pombo, en que a m¨ª nadie me invita a Capri a cambio de publicaciones en redes y menos mal, porque ser¨ªan un desastre. La realidad y la cordura se impon¨ªan y recordaba, subida a las sandalias de flores, que cuando quedaba para cenar no era precisamente bajo una p¨¦rgola florida sino con frecuencia en casa de alg¨²n amigo, y que en el men¨² no hab¨ªa burrata ni tartar, sino hamburguesas, chorizo y panceta a la barbacoa, todo ello maridado con latas de Mahou verdes.
Y me percataba de que no estaba queriendo comprarme unas sandalias de tiras negras, sino una vida que no ten¨ªa. Que no ten¨ªa y que ni siquiera a?oraba cuando dejaba atr¨¢s las puertas del Zara, con el de seguridad mosqueado porque me fuera sin nada otra vez.