¡®Alhaqu¨ªn¡¯ y el gusto por las palabras raras
Aunque carezco de tragaderas para admitir que la realidad sea una invenci¨®n del lenguaje, sigo convencido del poder de los vocablos para atar y desatar hilos en conciencias ajenas
Pedro ?lvarez de Miranda, de la RAE, tuvo la gentileza de enviarme un op¨²sculo suyo dedicado al vocablo de origen ¨¢rabe alhaqu¨ªn, que, como sab¨ªa Azor¨ªn, quien lo hall¨® en las catacumbas del diccionario, y saben pocos m¨¢s, equivale a tejedor. Alhaqu¨ªn es voz muerta y enterrada, un viejo esqueleto l¨¦xico de imposible resurrecci¨®n, por m¨¢s que ...
Pedro ?lvarez de Miranda, de la RAE, tuvo la gentileza de enviarme un op¨²sculo suyo dedicado al vocablo de origen ¨¢rabe alhaqu¨ªn, que, como sab¨ªa Azor¨ªn, quien lo hall¨® en las catacumbas del diccionario, y saben pocos m¨¢s, equivale a tejedor. Alhaqu¨ªn es voz muerta y enterrada, un viejo esqueleto l¨¦xico de imposible resurrecci¨®n, por m¨¢s que Azor¨ªn exhibiese la reliquia en diversos textos. Uno, que procede de un espacio geogr¨¢fico y social reacio a las galas de la lengua, no se reprimi¨® de salpimentar sus escritos de juventud con palabras y modismos inusuales, lo uno por af¨¢n l¨²dico de no dejar tecla sin pulsar, lo otro por lo que ahora entiendo que no era sino un complejo ling¨¹¨ªstico de inferioridad. Hace veintitantos a?os, Jos¨¦ Mar¨ªa Merino me diagnostic¨® cari?osa y justamente ¡°prurito de vasco¡± en una recensi¨®n ben¨¦vola de mi primera novela. Sucede que uno, amasado educativamente en las artesas escolares de su ¨¦poca, hab¨ªa le¨ªdo con atenta fascinaci¨®n a G¨®ngora, eso es todo. Y aunque carezco de tragaderas para admitir que la realidad sea una invenci¨®n del lenguaje, sigo convencido del poder que tienen las palabras para atar y desatar hilos en conciencias ajenas.
Ramiro Pinilla, de quien no poco aprend¨ª, detestaba el estilo basado en la profusi¨®n de tropos y en las palabras llamativas. Le parec¨ªa falso, artificial, tramposo. Postulaba con rotunda obstinaci¨®n una manera llana (transparente, dec¨ªa ¨¦l) de expresarse por escrito, sin el obst¨¢culo interpuesto del ornato. Y como ¨¦l mismo hubiese incurrido en el vicio de la literatura en su novela Seno, de la que renegaba, no la quiso nunca reeditar. Mi escepticismo y yo hemos llegado a un punto en que nos dan igual las obsesiones, preferencias y certidumbres con tal que incentiven la creatividad; pero coincidimos plenamente con Mario Muchnik en adoptar como norma obligatoria de la escritura la precisi¨®n.