La democracia de la migraci¨®n
Si hay violencia, racismo y exclusi¨®n en las fronteras de Europa, tambi¨¦n los habr¨¢ dentro de ellas
Hemos pensado mucho acerca del cambio social que produce la migraci¨®n y nos ha preocupado muy poco el cambio que resulta del rechazo a la migraci¨®n. Creemos entender el perjuicio que nos causa el fen¨®meno migratorio y no acabamos de entender hasta qu¨¦ punto nos da?a el rechazo de los migrantes. Valdr¨ªa la pena preguntarse por los costes de la no-migraci¨®n (no solo en t¨¦rminos econ¨®micos sino tambi¨¦n democr¨¢ticos). ?Por qu¨¦ no invertimos la mirada y pensamos tambi¨¦n qu¨¦ efectos tiene s...
Hemos pensado mucho acerca del cambio social que produce la migraci¨®n y nos ha preocupado muy poco el cambio que resulta del rechazo a la migraci¨®n. Creemos entender el perjuicio que nos causa el fen¨®meno migratorio y no acabamos de entender hasta qu¨¦ punto nos da?a el rechazo de los migrantes. Valdr¨ªa la pena preguntarse por los costes de la no-migraci¨®n (no solo en t¨¦rminos econ¨®micos sino tambi¨¦n democr¨¢ticos). ?Por qu¨¦ no invertimos la mirada y pensamos tambi¨¦n qu¨¦ efectos tiene sobre nuestras democracias el rechazo a las personas migrantes?
Enfocadas las cosas de este modo, lo que se constata es que los muros rompen las reglas de la democracia que los erige. El actual r¨¦gimen restrictivo de las democracias en materia migratoria tiene consecuencias en esa forma de vida que supuestamente quieren defender. Si la Uni¨®n Europea limita los derechos en sus fronteras exteriores, erosiona tambi¨¦n los valores que dice defender; el hecho de enviar a los migrantes a otros pa¨ªses que no respetan los derechos humanos dice muy poco de los est¨¢ndares que considera compatibles con la dignidad humana. ?Qui¨¦n nos asegura que lo que es considerado aceptable para otros no termine siendo considerado inevitable para nosotros? ?Qu¨¦ proyecto de sociedad tiene valor cuando se consigue fomentando o tolerando un ejercicio de violencia sin ley en la frontera? No es compatible la violencia en la frontera con la imagen id¨ªlica de una democracia liberal en el interior. ¡°Nosotros¡± somos afectados por el trato que damos a ¡°otros¡±. Wendy Brown lo formula de la siguiente manera: cuanto m¨¢s militantes son los l¨ªmites de los Estados al defender un interior bueno y ordenado frente a un exterior malo y ca¨®tico, tanto m¨¢s entra el caos en esas sociedades.
Si hay violencia, racismo y exclusi¨®n en las fronteras, tambi¨¦n los habr¨¢ dentro de ellas. La seguridad de las fronteras exteriores conseguida a trav¨¦s de la violencia se convierte en violencia en el interior. Se podr¨ªa decir que de alg¨²n modo la frontera se extiende hacia dentro. El racismo en las fronteras implica tambi¨¦n racismo dentro de ellas, sobre todo contra quienes comparten raza o religi¨®n con quienes vienen de fuera. La discriminaci¨®n en las fronteras se reproduce dentro de ellas. No hay exclusi¨®n hacia fuera que no tenga efectos de exclusi¨®n tambi¨¦n hacia dentro.
La suspensi¨®n de derechos en las zonas lim¨ªtrofes se traduce en normalizaci¨®n de la violencia policial y los comportamientos autoritarios. Los muros disciplinan tambi¨¦n el interior de las sociedades. Se genera dentro de las fronteras una opini¨®n p¨²blica que o no se entera de la violencia ejercida sobre civiles inocentes o que la acepta y apoya. Todo esto no deja de tener repercusiones en el Estado de derecho, la calidad de la conversaci¨®n p¨²blica y la cultura pol¨ªtica. El problema comienza en el momento en el que se justifica que haya un grupo de seres humanos que no tienen derechos. De este modo, adem¨¢s de hacer un da?o a los pertenecientes a ese grupo, se erosiona el mismo principio de universalidad de los derechos. Con el rechazo a la migraci¨®n comienza un deterioro progresivo que consigue, en primer lugar, instalar el marco de que los amenazados somos ¡°nosotros¡± y, en segundo lugar, contin¨²a estableciendo que hay m¨¢s grupos sociales que constituyen una amenaza para quienes somos ¡°normales¡±. Cuando se intercambian los papeles de v¨ªctima y victimario acaban siendo objeto de la violencia no solo los migrantes y quienes les apoyan, sino tambi¨¦n quienes son identificados como ¡°extra?os¡±, las personas trans, los sin techo, etc¨¦tera.
Detr¨¢s de esta manera de actuar en las fronteras hay una idea cerrada de la sociedad y una concepci¨®n homog¨¦nea de la naci¨®n que tiende a infravalorar su propia pluralidad. Las operaciones en la frontera son rechazos inmunitarios de un cuerpo que reacciona ante las amenazas exteriores ejercidas contra una naci¨®n que se supone indefensa. Con el discurso de la naci¨®n impermeable se pierde de vista el hecho de que las culturas y las identidades, lejos de ser inmutables, son de naturaleza hist¨®rica y se transforman constantemente por la incorporaci¨®n de nuevos elementos. Por eso la exclusi¨®n en las fronteras, que se justifica por una idea homog¨¦nea del nosotros, suele venir acompa?ada por una represi¨®n de la diversidad interior.
Una de las consecuencias m¨¢s inquietantes de este modo de operar en los l¨ªmites exteriores es la legitimaci¨®n de la desigualdad. El rechazo a la migraci¨®n pone de manifiesto hasta qu¨¦ punto hemos renunciado a la incondicionalidad de los derechos, en este caso en funci¨®n de la nacionalidad. Hay un n¨²cleo de incondicionalidad en la idea misma de tener unos derechos (el ¡°derecho a tener derechos¡±, seg¨²n la expresi¨®n de Hannah Arendt), que se neutraliza cuando son considerados como una concesi¨®n en funci¨®n de las propiedades personales (nacionalidad) o el comportamiento (meritorio). El lugar com¨²n que afirma que no hay derechos sin sus correspondientes deberes es una obviedad que en ocasiones implica pensar que los derechos no son propiedades de las personas, de cualquier persona, sino concesiones de la autoridad o recompensas que solo merecen quienes se han esforzado. Esta manera de pensar suele venir acompa?ada de hacer depender los derechos, en lo que se refiere a las prestaciones sociales, del buen comportamiento o de la disponibilidad de recursos. Los derechos ya no se dan por supuestos, sino que hay que merecerlos. Se establece una divisi¨®n entre quienes los merecen y quienes no. Aqu¨ª se inscribe la l¨®gica meritocr¨¢tica que postula que las desigualdades no son injustas cuando sancionan la pereza o recompensan la creatividad. La extrema derecha realiza a este respecto una nueva legitimaci¨®n de la desigualdad: obtiene los votos de ciertos desfavorecidos porque consigue convencerles de que las desigualdades que padecen no provienen de una dominaci¨®n injusta, sino de una desigualdad entre los territorios o por culpa de los que han venido de fuera. El deterioro de los servicios p¨²blicos no se deber¨ªa a los recortes de los gobiernos sino a la presi¨®n migratoria. El lugar completamente desproporcionado que ocupa hoy la cuesti¨®n migratoria en el debate pol¨ªtico se explica por la estrategia de imponer este marco mental.
Los a?os de pol¨ªticas de la austeridad han conseguido convencernos de que el bien com¨²n es un bien concurrencial y de que en un contexto de limitaciones presupuestarias no hay para todo el mundo. El debate sobre c¨®mo financiar la solidaridad se ha deslizado hacia imponer el marco mental de que se trata de algo condicionado al comportamiento de quienes la reclaman y a que haya recursos, es decir, a negar su car¨¢cter incondicional y universal. Una de las tareas intelectuales y pol¨ªticas m¨¢s acuciantes es combatir este lugar com¨²n que ha conseguido instalarse en la mentalidad y en las pr¨¢cticas pol¨ªticas. La paradoja inquietante es que la extrema derecha sea m¨¢s convincente quitando las ayudas m¨¦dicas a los extranjeros que la izquierda cuando promete revertir los recortes sanitarios. ?C¨®mo es posible que en aquellos lugares donde se ha producido un mayor deterioro de los servicios p¨²blicos aumente el voto a la extrema derecha (que no propone ning¨²n programa en la materia) y no a la izquierda (que es quien se presenta como defensora de lo p¨²blico)? Si la extrema derecha puede presumir hoy de alguna victoria cultural es de haber convencido a muchos de que no hay futuro sin recortar los derechos de algunos, de ¡°otros¡±, ocultando el hecho de que nosotros tambi¨¦n podemos convertirnos en otros y que la din¨¢mica de reducci¨®n de derechos termina inevitablemente por afectar a aquellos que se pensaban protegidos. Cuando alguien asegura que no hay para todos y que primero hay que proteger a los de aqu¨ª, puede uno estar seguro de que est¨¢ pensando en desproteger a los de aqu¨ª.