El Estado es su jefe abrazando a las v¨ªctimas
Los ciudadanos enarbolamos la indignaci¨®n cuando encontramos finalmente a una autoridad que nos pregunta
El jefe del Estado llama a los que le abuchean; y vienen. Escucha a los chavales indignados, que protestan porque ¡°se sab¨ªa¡± lo que ven¨ªa ¡°y nadie ha hecho nada por evitarlo¡±, los avisos no les llegaron. En actitud de alerta serena, se les acerca y debate con ellos dispensando tiempo, sin l¨ªmite. Ahora les da la paz en gesto ins¨®lito, apret¨¢ndoles los hombros, un abrazo sobrio, pero intenso. No reh¨²ye el envite, aplana a los escoltas, aunque hay riesgo, para la imagen de las instituciones: sobre todo de la que ¨¦l encarna. Tambi¨¦n para su integridad f¨ªsica, porque entre los que claman justicia ...
El jefe del Estado llama a los que le abuchean; y vienen. Escucha a los chavales indignados, que protestan porque ¡°se sab¨ªa¡± lo que ven¨ªa ¡°y nadie ha hecho nada por evitarlo¡±, los avisos no les llegaron. En actitud de alerta serena, se les acerca y debate con ellos dispensando tiempo, sin l¨ªmite. Ahora les da la paz en gesto ins¨®lito, apret¨¢ndoles los hombros, un abrazo sobrio, pero intenso. No reh¨²ye el envite, aplana a los escoltas, aunque hay riesgo, para la imagen de las instituciones: sobre todo de la que ¨¦l encarna. Tambi¨¦n para su integridad f¨ªsica, porque entre los que claman justicia y afecto se han colado algunos ultras violentos: vociferan ¡°asesinos¡±, lanzan palos a la comitiva.
?Peligro? Ese agitado convoy en las calles enlodadas deb¨ªa ser controlable, pues la gran mayor¨ªa irritada era pac¨ªfica: incrustada, eso s¨ª, de alg¨²n experto en convertir la protesta en desorden. En esencia, un clamor de gentes devastadas y abandonadas, pues se avienen a escuchar a quien s¨ª ejerce responsabilidad, aunque no sea el responsable. Felipe se gana en minutos no solo el sueldo, sino el reinado: ha sabido distinguir riesgo encauzable de peligro irreversible, y al afrontarlo, sin escudos, ha ofrecido equilibrio. Ha ganado quiz¨¢ m¨¢s, el derecho a ser nombrado simple, amicalmente, por su nombre de pila y sin n¨²mero de orden, como un predecesor, al que en sus momentos ¨¢lgidos todos llamaban Juan Carlos. O simplemente, el Rey. Y otro tanto Letizia, con emoci¨®n, minutos m¨¢s tarde.
El tenso episodio de otra ma?ana valenciana triste, cuando empezaba a apuntar una mejora en las calles, los suministros b¨¢sicos, casi la luz al final de un t¨²nel de desgracias, tiene que ser ¨²til. Para dar voz e imagen a una desesperaci¨®n colectiva que se cuenta por centenares de p¨¦rdidas en vidas humanas. Expresarse libera, reconforta, desahoga. Para demostrar otra vez lo que tantas veces ocurre: los ciudadanos enarbolamos la indignaci¨®n justo cuando empezamos a atisbar que las razonadas causas de la misma empiezan a enderezarse, y justo cuando se nos tercia encontrar finalmente a una autoridad que con su presencia nos pregunta. Como recuerdo a todos los gobernantes de que en situaciones de emergencia tan o m¨¢s importante que el qu¨¦ es el c¨®mo. Por ejemplo, la velocidad en afrontar los reveses.
Muchos nos comprometimos con nosotros mismos a no elevar cr¨ªticas prematuras --salvo la insistencia en reclamar urgencia en las respuestas-- hasta que todos los que perdieron sus vidas encontraran descanso digno. Por respeto al sufrimiento. Pero esta protesta habla por todos, y para todos. Para quienes no avisaron a tiempo del desastre cuando ya estaban advertidos del mismo. Para quienes no imprimieron suficiente velocidad a los remedios. Para quienes organizaron esta visita sin prever el factor sorpresa de los que pugnaron por pervertir la protesta. Nos queda la excelente calidad humana del pueblo valenciano, en la resistencia, en el esfuerzo y en la solidaridad: ninguna resignaci¨®n. La rebeld¨ªa social justa ¨Dnunca la rebeli¨®n antidemocr¨¢tica¨D es signo de vida. Y encauzarla con entereza, tarea primordial de un r¨¦gimen de libertad.