Mi mapa de miedos pol¨ªticos: ¡®Pedro y el lobo¡¯
¡®TintaLibre¡¯ reproduce las reflexiones de Bernat Castany sobre el miedo, sus distintas variables y c¨®mo afecta a la sociedad, destacando su uso como herramienta de control y su naturaleza inherente a la condici¨®n humana
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Basado en hechos reales
Es extra?o que nadie haya hecho todav¨ªa una pel¨ªcula sobre el hecho de que Adolf Hitler y Stefan Zweig fuesen vecinos en la trepidante Viena de los a?os veinte. Una pel¨ªcula que se inspire en Alien, pues la historia tiene un poco de ciencia ficci¨®n, ya que habla de mundos paralelos, y un mucho de terror, ya que en uno de esos mundos vive un depredador implacable. Aunque tambi¨¦n podr¨ªa inspirarse en El resplandor, ya que, al fondo del pasillo, est¨¢n los fantasmas mellizos del miedo y la melancol¨ªa, invit¨¢ndonos a jugar con ellos. Pero empecemos por el principio.
Escena uno. Stefan Zweig celebra, en El mundo de ayer, la ¡°atm¨®sfera especialmente propicia¡± de la ciudad de Viena. Una ciudad ¡°acogedora y dotada de un sentido especial de la receptividad¡±, que ¡°atra¨ªa las fuerzas m¨¢s dispares¡±, generando una ¡°atm¨®sfera de conciliaci¨®n espiritual¡±, en la que ¡°el ciudadano, inconscientemente, era educado en un plano supranacional, cosmopolita, para convertirse en ciudadano del mundo.¡± En sus calles, dice, ¡°experiment¨¦ la vida en sus mil formas y variedades, y no me hasti¨¦.¡± Era joven, ten¨ªa amigos, y su mundo a¨²n no se hab¨ªa derrumbado. Fundido a (muy) negro.
Escena dos. Adolf Hitler confiesa, en Mi lucha, sentir asco y miedo ante el car¨¢cter mezclado y cambiante de esa misma ciudad, que le hace sentir que el mundo, tal y como ¨¦l lo hab¨ªa conocido, o m¨¢s bien tal y como hab¨ªa imaginado conocerlo, estaba al borde de la desaparici¨®n. Adentro voz en off: ¡°Repugnante me era el conglomerado de razas reunidas en la capital de la monarqu¨ªa austr¨ªaca; repugnante esa promiscuidad de checos, polacos, h¨²ngaros, rutenos, serbios, croatas, etc.¡± Una ciudad, adem¨¢s, llena de lo que hoy llamar¨ªamos posmodernos, esc¨¦pticos, constructivistas o nihilistas, ya que en ella ¡°se negaba todo¡±, pues ¡°la naci¨®n no era otra cosa que una invenci¨®n de los ¡®capitalistas¡¯; la patria, un instrumento de la burgues¨ªa destinado a explotar a la clase obrera; la autoridad de la ley, un medio de subyugar el proletariado; la escuela, una instituci¨®n para educar esclavos y tambi¨¦n amos; la religi¨®n, un recurso para idiotizar a la masa predestinada a la explotaci¨®n; la moral, signo de est¨²pida resignaci¨®n, etc. Nada hab¨ªa, pues, que no fuese arrojado en el lodo m¨¢s inmundo.¡± Suena la cabalgata de las walkirias de Wagner. Flashforward.
Veinte a?os despu¨¦s, y con apenas tres a?os de diferencia, Hitler y Zweig se suicidar¨¢n. El primero, despu¨¦s de haber chocado, una y otra vez, como una mosca aterrorizada, contra el cristal blindado de una realidad cuya tendencia pertinaz a los cambios y a las mezclas nunca fue capaz de soportar. El segundo, invadido por la melancol¨ªa de ver que su ¡°mundo de ayer¡± hab¨ªa desaparecido, y por el miedo, comprensible, pero siempre precipitado ¨Cpues, tal y como le dice Edgar al rey Lear: ¡°No es lo peor mientras podamos decir: ¡®Es lo peor¡¯¡±-, de que los nazis estuviesen a punto de hacer realidad la realidad de ¡°el hombre del castillo¡±. Digo, de dominar el mundo. The End.
?Cu¨¢ntos Adolfs y cu¨¢ntos Stefans habr¨¢ en estos mismos momentos, haciendo ¡°scroll infinito¡± ante la inmensa, cambiante y mezclada Viena del mundo? ?Cu¨¢ntos temer¨¢n que ¨¦ste se convierta en una papilla informe de razas, lenguas y culturas, y sue?an con devolver, aunque sea a las malas, las cosas a su sitio? ?Y cu¨¢ntos celebran, mientras les va bien, la din¨¢mica infinitud del mundo, para luego rendirse a la hiperactividad de los asustados, y a la par¨¢lisis del fatalismo melanc¨®lico?
?Cu¨¢ntos Adolfs Hitler y cu¨¢ntos Stefans Zweig habr¨¢ en estos mismos momentos, haciendo ¡°scroll infinito¡± ante la inmensa, cambiante y mezclada Viena del mundo? ?Cu¨¢ntos temer¨¢n que ¨¦ste se convierta en una papilla informe de razas, lenguas y culturas, y sue?an con devolver, aunque sea a las malas, las cosas a su sitio? ?Y cu¨¢ntos celebran, mientras les va bien, la din¨¢mica infinitud del mundo, para luego rendirse a la hiperactividad de los asustados, y a la par¨¢lisis del fatalismo melanc¨®lico?
Moraleja. Decir que nada deber¨ªa darnos m¨¢s miedo que la persona que tiene miedo no es un mero juego de palabras. Ya sea porque la persona pose¨ªda por el miedo se cree con el derecho de matar ¡°en leg¨ªtima defensa¡±, ya sea porque, como el que cree ahogarse, puede acabar ahogando al que acude a salvarlo. Todo lo cual puede acabar generando una espiral del miedo en la que todos acab¨¦monos entremat¨¢ndonos, como en la escena final de El odio, de Kassovitz, o entreahog¨¢ndonos, como se sugiere en La balsa de la medusa, de G¨¦ricault. Para salir de esa espiral, deber¨ªamos pensar bien los tipos de miedos que existen, los usos y malusos de los que suelen ser objeto, y las ideas y las acciones con las que deber¨ªamos enfrentarnos a ellos. ?Acci¨®n!
Una cartograf¨ªa del miedo
Existen miedos para dar y vender. Sobre todo para vender, porque el miedo deber¨ªa ser contado como una de las mercanc¨ªas m¨¢s rentables de la historia. Podr¨ªamos llamarlo ¡°el oro marr¨®n¡±. (Ya sabemos todos por qu¨¦¡). Pero, igual que hubo muchos tipos de especias, y hay muchos tipos de minerales, tambi¨¦n hay muchos tipos de miedo. Aunque el producto final sea siempre el mismo: obtener un r¨¦dito econ¨®mico o pol¨ªtico, a nivel individual o colectivo.
La cartograf¨ªa de los miedos es enormemente variada. Por empezar por alg¨²n sitio, se?alemos que, tal y como mostr¨® Isaac Rosa en El pa¨ªs del miedo, cada clase social suele verse torturada por unos miedos espec¨ªficos. Porque no pueden temer las mismas cosas aquellos que viven apremiados por necesidades econ¨®micas inmediatas, y aquellos cuyo bienestar les permite torturarse con otro tipo de amenazas, m¨¢s tard¨ªas o difusas, cuando no directamente neur¨®ticas. Tal y como apuntaba el lema que los chalecos amarillos enarbolaron durante sus protestas, desde octubre de 2018: ¡°Vuestro fin del mundo, nuestro fin de mes.¡± De ah¨ª que la extrema derecha, y la derecha extremada (esto es, la derecha que opta por entrar en competici¨®n y alianza con la extrema derecha, haci¨¦ndole de este modo el favor de naturalizar sus ideas), desarrolle un doble discurso, que busca excitar, a la vez, los miedos supervivenciales de las clases m¨¢s desfavorecidas, y los miedos ideol¨®gicos de las clases pudientes. El resultado es ese discurso rojipardo, que han estudiado Steven Forti y Pablo Stefanoni, que reclama pol¨ªticas sociales para los de casa o defiende torticeramente ciertos derechos civiles, s¨®lo como un modo de diferenciarse de la barbarie extranjera.
Tambi¨¦n existen miedos diferentes seg¨²n los pa¨ªses o las regiones. Sin duda, no experimentan los mismos tipos de miedo los habitantes de pa¨ªses en los que existen tasas de pobreza y de criminalidad realmente elevadas, como Sud¨¢n o M¨¦xico (a los que podr¨ªamos a?adir los habitantes del cuarto mundo, que podemos hallar en Detroit o Par¨ªs), que aquellos que viven en pa¨ªses como Austria, Suiza o Dinamarca. Los primeros lo ¨²nico que desean es sobrevivir como individuos, para lo cual est¨¢n dispuestos a apoyar o a someterse a gobiernos tir¨¢nicos, o a arriesgar sus vidas para huir del peligro. Que es exactamente lo mismo que har¨ªamos todos. Los segundos viven con el miedo de ser invadidos por los primeros, frente a lo cual tambi¨¦n est¨¢n dispuestos a apoyar o a someterse a aquellos partidos pol¨ªticos que les prometen una seguridad cuyo precio ellos mismos aumentan hasta el delirio exagerando o inventando las amenazas reales. Pero de tal modo que parece un accidente¡
Claro que la percepci¨®n del peligro no responde exclusivamente a factores ¡°objetivos¡±, sino tambi¨¦n a condicionamientos ¡°subjetivos¡±, de tipo cultural, ideol¨®gico o religioso. En ciertos contextos religiosos, podemos vivir aterrorizados por morir sin confesi¨®n, por las tentaciones del diablo o por la proximidad de un apocalipsis teol¨®gico. Mientras que, en contextos m¨¢s seculares, viviremos (no menos) angustiados por otras causas m¨¢s anodinas, y no siempre m¨¢s reales, como la hipocondr¨ªa, el fracaso, la precariedad o el futuro de la naci¨®n. Y, seg¨²n nuestra tendencia ideol¨®gica, podemos llegar a distinguir entre miedos de derechas (como aquellos que despierta en algunos el avance, real o imaginario, del comunismo o la extrema izquierda, el olvido de la tradici¨®n o la disoluci¨®n de los lazos sociales tradicionales) y miedos de izquierdas (como los que provoca el avance, hoy en d¨ªa bastante real, del fascismo o la extrema derecha, la reimposici¨®n de los viejos lazos sociales, el aumento de la desprotecci¨®n o la precariedad).
Pero la cartograf¨ªa de los miedos no s¨®lo es enormemente plural, sino tambi¨¦n din¨¢mica. En el a?o mil, nadie tem¨ªa a un holocausto nuclear, y en el siglo XXI, casi nadie teme que el demonio baje a la tierra. Europa vivi¨® aterrorizada durante varios siglos por la amenaza del turco, que hoy regresa bajo la forma del miedo al terrorismo y a la inmigraci¨®n, que, siguiendo la teor¨ªa del ¡°gran reemplazo¡±, de Renaud Camus, es vista como un lento desembarco de un ej¨¦rcito musulm¨¢n, que busca reconquistar Europa. Pero los peligros y las amenazas aparecen y desaparecen a gran velocidad, como si fuesen las nubes de una tormenta perfecta que nunca acaba de desembocar en diluvio universal. Cristianos comeni?os, jud¨ªos envenenapozos, moriscos conchabados, demonios disfrazados, brujas pervertidoras, jinetes del apocalipsis, faustos tecnol¨®gicos, libertinos nihilistas, inmigrantes invasores, feminazis revanchistas¡
Pero todos aquellos que se sienten tentados de creer que van a ser testigos del fin del mundo deber¨ªan saber que pr¨¢cticamente todas las generaciones han reclamado para s¨ª el triste privilegio de que sea, precisamente, en el parpadeo de su vida cuando se produzca el fin de un proceso de cientos de miles de a?os, como es la historia de la humanidad. Adem¨¢s, olvidan, de un lado, que basta con que una sola bacteria sobreviva en el fondo de la fosa de las Marianas, para que todo vuelva a comenzar. Y desatienden, del otro, que la especie humana nunca estuvo tan cerca de su final como cuando estuvo en su principio. Porque, en la ¨¦poca prehist¨®rica, cada invierno amenazaba con barrer a nuestra especie de la faz de la tierra. Y cada primavera lo que celebr¨¢bamos no era que pudi¨¦semos apagar la calefacci¨®n, sino que la especie humana hab¨ªa sobrevivido un a?o m¨¢s. As¨ª que menos tigres dientes de sable, o menos lobos... En todo caso, la historia de la humanidad se parece al cuento de Pedro y el lobo, s¨®lo que el pueblo sube una y otra vez a la monta?a, sin acabar de entender que, cada vez que sube a defender a unas ovejas que ramonean en perfecta tranquilidad, los amigos de Pedro les saquean las casas.
Claro que los miedos no s¨®lo cambian en el ¨¢mbito colectivo, sino tambi¨¦n en el individual. Podemos distinguir rasgos caracteriol¨®gicos (una mayor o menor propensi¨®n a la ansiedad, al control o a la racionalizaci¨®n); etarios (los ni?os temen a los monstruos, al abandono o a la desaprobaci¨®n de sus padres; los adolescentes, a la soledad, al rid¨ªculo o a la desaprobaci¨®n de sus amigos; los adultos al fracaso, al paro o a la infelicidad de sus hijos; y los ancianos, a la enfermedad, a la muerte o a la delincuencia); educativos (el conocimiento hist¨®rico o cient¨ªfico, la cultura religiosa o los mandatos de g¨¦nero informa -y a veces deforma- nuestros temores); o biogr¨¢ficos (los traumas, enfermedades o abandonos que hayamos podido vivir pueden dificultar nuestra forma de enfrentarnos a los peligros que siempre existen). A lo que se le a?ade ese elemento misterioso e inaprensible que es la libertad individual, que hace que dos personas puedan reaccionar de modo diametralmente opuesto ante una misma situaci¨®n o contexto.
La combinaci¨®n de todos estos tipos de miedos, que pueden solaparse, anularse, catalizarse o permutarse, da lugar a una cartograf¨ªa plural y m¨®vil, que merece ser pensada, si realmente deseamos evitar que los mercaderes del miedo hagan su agosto con nosotros. Lo cual no significa que debamos acabar totalmente con ¨¦l, porque el miedo forma parte, junto con otros sentimientos y sensaciones, agradables o aversivos, de un complejo sistema de informaci¨®n y motivaci¨®n necesario para el mantenimiento y el despliegue de la vida, que s¨®lo debe ser reprimido cuando se desarregla. O lo desarreglan
Si cedi¨¦semos a lo que Schopenhauer llam¨® furor sim¨¦trico, podr¨ªamos decir que todos estos miedos responden, en el fondo, a un ¨²nico miedo, que es al miedo a la muerte, al que Lucrecio llam¨® ¡°aguij¨®n invisible¡±, y que, en su opini¨®n, lo inflama o infecta todo, provocando, no s¨®lo la ansiedad, sino tambi¨¦n la hiperactividad, el dogmatismo, la codicia, la ambici¨®n, la agresividad y la guerra, que son otras tantas fantas¨ªas compensatorias de conocimiento, control y seguridad. Sea como fuere, la combinaci¨®n de todos estos tipos de miedos, que pueden solaparse, anularse, catalizarse o permutarse, da lugar a una cartograf¨ªa plural y m¨®vil, que merece ser pensada, si realmente deseamos evitar que los mercaderes del miedo hagan su agosto con nosotros. Lo cual no significa que debamos acabar totalmente con ¨¦l, porque el miedo forma parte, junto con otros sentimientos y sensaciones, agradables o aversivos, de un complejo sistema de informaci¨®n y motivaci¨®n necesario para el mantenimiento y el despliegue de la vida, que s¨®lo debe ser reprimido cuando se desarregla. O lo desarreglan.
Lo que est¨¢ claro es que el miedo, como la energ¨ªa, o las frases sobre la energ¨ªa, no se destruye, sino que se transforma, y que esa transformaci¨®n es una de las fuentes m¨¢s duraderas, provechosas y sucias de la historia¡
La rosa de los huracanes
Para orientarme en el proceloso mar de los miedos pol¨ªticos, propongo la siguiente rosa de los vientos, o m¨¢s bien rosa de los huracanes, que adopto y adapto de un esquema que el polit¨®logo canadiense Antoine Roger realiz¨® para organizar las principales teor¨ªas acerca del nacionalismo.
Seg¨²n mi versi¨®n de este esquema, podemos distribuir los diferentes tipos de miedos pol¨ªticos en funci¨®n de dos grandes ejes. El eje horizontal distinguir¨ªa entre aquellos miedos que son el resultado de cambios estructurales (cambios sociales, culturales, econ¨®micos o ecol¨®gicos) y aquellos que son el resultado de una estrategia de actores particulares (que lo que har¨ªan ser¨ªa expresar, exagerar o deformar los miedos normales, con una intensi¨®n m¨¢s o menos interesada o altruista). El eje vertical distinguir¨ªa entre aquellos miedos que responden a un principio de dominaci¨®n (en tanto que el discurso de peligro ser¨ªa utilizado para obtener alg¨²n tipo de r¨¦dito social o pol¨ªtico) y aquellos que responden a un principio de supervivencia (cuando la difusi¨®n de esos miedos tiene como objetivo hacernos tomar conciencia de, y enfrentarnos a, amenazas m¨¢s o menos reales, como ser¨ªa la difusi¨®n de ideolog¨ªas antidemocr¨¢ticas, el aumento de la injusticia social o el cambio clim¨¢tico).
La combinaci¨®n de ambos ejes nos permitir¨ªa hablar de cuatro familias b¨¢sicas de miedos (o de utilizaci¨®n de los miedos). En el cuadrante superior izquierdo, nos encontrar¨ªamos con aquellos miedos que responden, a la vez, a cambios estructurales y a un principio de dominaci¨®n, en tanto que el miedo que despertar¨ªa ese tipo de cambios en la poblaci¨®n ocasionar¨ªa que el dominio de uno u otro grupo se viese fundado, reforzado o cuestionado. Eso es lo que habr¨ªa pasado, por ejemplo, con el miedo, mezclado con desprecio y con asco, que la nobleza blandi¨® contra los burgueses, los burgueses contra los proletarios, y todos ellos contra los inmigrantes. Seg¨²n dice Bauman, en Modernidad y holocausto, el origen del antisemitismo moderno se hallar¨ªa en el hecho de que los jud¨ªos fuesen un grupo indefinido y disruptor, que mezclaba caracter¨ªsticas de los dos estamentos, ¡°amenazando¡± con abolir el orden general. De ah¨ª que se proyectasen sobre ¨¦l prejuicios y miedos, que luego se proyectar¨ªan, a su vez, sobre los burgueses. Tambi¨¦n los cambios t¨¦cnicos que puedan provocar miedos pueden acabar promocionando a uno u otro grupo. El hierro le dio la primac¨ªa a unos pueblos sobre otros, la imprenta acab¨® con el monopolio cultural que pose¨ªa la Iglesia, e internet no s¨®lo est¨¢ ocasionando cambios profundos en nuestros modos de conocer o actuar, sino tambi¨¦n en la estructura socioecon¨®mica del mundo. La distribuci¨®n del poder siempre cambia, y siempre produce miedos estructurales que tienen, a su vez, efectos de poder.
En el cuadrante inferior izquierdo, nos encontrar¨ªamos con aquellos miedos que responden, nuevamente, a cambios estructurales, pero que, en lugar de obedecer a un principio de dominaci¨®n, obedecen a un principio de supervivencia, ya sea como sociedad, ya sea como especie. Lo cual no significa que sean miedos proporcionales o reales, sino, simplemente, que responden a una voluntad de salvaci¨®n. El miedo que nos provoca el cambio clim¨¢tico, el auge de la extrema derecha, la crisis de la salud mental o algunos de los efectos psicol¨®gicos, pol¨ªticos o econ¨®micos que provocan las sucesivas revoluciones cient¨ªfico-t¨¦cnicas, por ejemplo, ser¨ªan miedos ajustados que nos informar¨ªan de tal o cual amenaza, y nos motivar¨ªan a hacer algo al respecto. Sin duda, nuestra falta de autodominio puede llevarnos a exagerarlos o deformarlos, para lo cual resulta necesaria la educaci¨®n, la informaci¨®n y el debate. Pero, cuando alg¨²n grupo social o pol¨ªtico los usa para aumentar su poder, entonces ya debemos cambiar de cuadrante¡
El ¡°p¨¢nico moral¡± designar¨ªa una preocupaci¨®n desproporcionada, viral y vol¨¢til, obsesionada con un determinado grupo social, que, a ra¨ªz de alg¨²n suceso, no siempre real o significativo, habr¨ªa pasado a ser percibido como una amenaza para los valores de la sociedad. Y aunque, en la mayor parte de las ocasiones, los ataques de p¨¢nico moral quedan en nada, este tipo de histerias colectivas suelen ser aprovechadas por algunos medios informativos y algunos grupos pol¨ªticos para ganar votos o clicks
En el cuadrante superior derecho, nos hallamos con aquellos miedos que no responden ya a cambios estructurales, sino a la actividad de actores individuales (emprendedores morales, religiosos o morales) o colectivos (grupos de propaganda organizada, intelectuales org¨¢nicos, think tanks, medios de comunicaci¨®n), y que a la vez responden a un principio de dominaci¨®n, en tanto que lo que buscan es obtener alg¨²n r¨¦dito individual, de tipo econ¨®mico, pol¨ªtico o narcisista, a nivel individual o colectivo. Es el caso, por ejemplo, de lo que Stanley Cohe llam¨® ¡°p¨¢nico moral¡±, en su libro Demonios populares y p¨¢nicos morales, de 1972. Un t¨¦rmino que designar¨ªa una preocupaci¨®n desproporcionada, viral y vol¨¢til, obsesionada con un determinado grupo social, que, a ra¨ªz de alg¨²n suceso, no siempre real o significativo, habr¨ªa pasado a ser percibido como una amenaza para los valores de la sociedad. Y aunque, en la mayor parte de las ocasiones, los ataques de p¨¢nico moral quedan en nada, este tipo de histerias colectivas suelen ser aprovechadas por algunos medios informativos y algunos grupos pol¨ªticos para ganar votos o clicks. Tal y como han estudiado, en Francia, autores como R¨¦gis Meyran o Isabelle Barb¨¦ris en las ¨²ltimas d¨¦cadas, a los p¨¢nicos morales se les han a?adido los p¨¢nicos identitarios, que podemos definir como una sensaci¨®n interesadamente exagerada de amenaza contra la propia identidad nacional, social o cultural, por parte de la ¡°invasi¨®n inmigrante¡±, el ¡°lobby gay¡±, el ¡°feminismo radical¡± o el ¡°nihilismo de la juventud¡±. De mismo modo que Howard S. Becker habl¨®, en Outsiders. Hacia una sociolog¨ªa de la desviaci¨®n (1963), de ¡°emprendedores morales¡± para referirse a un tipo de individuos que se afanan por hacer que una comunidad adopte o mantenga una determinada norma moral, con el objetivo de obtener una cierta ganancia narcisista, econ¨®mica o pol¨ªtica, tambi¨¦n podemos hablar de emprendedores identitarios. Pero, aunque muchos de ellos funcionen por libre, en la mayor parte de las ocasiones, sus discursos suelen ser aprovechados por partidos o movimientos pol¨ªticos.
Finalmente, en el cuadrante inferior derecho, nos hallar¨ªamos con aquellos miedos que tambi¨¦n responden a una iniciativa de actores, individuales o colectivos, pero que no responden a un principio de dominaci¨®n, sino a la voluntad de contribuir a la supervivencia de la sociedad o de la especie, que considerar¨ªan amenazada, de una forma m¨¢s o menos real o ajustada. Aunque, en determinadas ocasiones, este tipo de miedo puede llegar a parecerse al p¨¢nico moral o al p¨¢nico identitario, se diferencia en que no busca un beneficio propio. Tal ser¨ªa el caso, por ejemplo, de la ¡°heur¨ªstica del miedo¡±, que propugn¨® Hans Jonas, en El principio de responsabilidad (1979), y que ha sido asumido como un elemento estructural por buena parte del movimiento ecologista. O de los avisos ante los avances de la extrema derecha, o ante las amenazas que puede suponer el desarrollo de la Inteligencia Artificial, la Realidad Virtual, la energ¨ªa nuclear o la clonaci¨®n. Son lo que Walter Benjamin llam¨® ¡°los avisadores de incendios¡±.
Como suele suceder con casi todas las clasificaciones, estas distinciones son fundamentalmente anal¨ªticas. Lo que quiere decir que los diferentes miedos particulares suelen participar al mismo tiempo de varias de estas caracter¨ªsticas. Aun as¨ª, conocer las diferentes vetas o ingredientes que suelen constituirlas puede resultarnos muy ¨²til para conocer la estructura compleja de los miedos que nos rondan, e idear un modo de hacerles frente.
Temer o no temer
Pero, ?en qu¨¦ cuadrantes de nuestro esquema se ubicar¨ªan los miedos de la extrema derecha, y de la derecha extremada? De forma general, este tipo de pol¨ªticos, sean grupos o individuos, tienden a deformar, exagerar e inventar miedos, que suelen presentar, o ver, como una respuesta adecuada frente a cambios estructurales decadentes o frente a la amenaza de algunos actores oscuros. Cosa que har¨ªan, en la mayor parte de los casos, con la intenci¨®n de obtener alg¨²n tipo de r¨¦dito econ¨®mico o pol¨ªtico, y en algunos otros, con la intenci¨®n de salvar al grupo que ellos consideran importante. Normalmente eso que ellos entienden por patria, por raza, por religi¨®n o por civilizaci¨®n.
El miedo a la inmigraci¨®n en manos de la extrema derecha, multiplicadas por unos algoritmos que priorizan todo aquello que fomente el miedo y la ansiedad, se ha visto exagerado, deformado y diversificado, hasta transformarse en un miedo de racimo que lo cubre todo, con sub-temores que van desde el miedo al aumento de la delincuencia, hasta el miedo al terrorismo, pasando por el miedo a la p¨¦rdida del propio trabajo, a la invasi¨®n religiosa, a la disoluci¨®n nacional, a la difusi¨®n de enfermedades ex¨®ticas o a la llegada de personas con enfermedades mentales graves.
Sin duda, uno de los grandes cocos de la extrema derecha es el miedo a la inmigraci¨®n. Un miedo, que, en sus manos, multiplicadas por unos algoritmos que priorizan todo aquello que fomente el miedo y la ansiedad, se ha visto exagerado, deformado y diversificado, hasta transformarse en un miedo de racimo, que lo cubre todo, con sub-temores que van desde el miedo al aumento de la delincuencia, hasta el miedo al terrorismo, pasando por el miedo a la p¨¦rdida del propio trabajo, a la invasi¨®n religiosa, a la disoluci¨®n nacional, a la difusi¨®n de enfermedades ex¨®ticas o a la llegada de personas con enfermedades mentales graves. Todo ello ha llevado a muchas personas a aceptar, como medida de ¡°leg¨ªtima defensa¡±, iniciativas que en otras circunstancias nos habr¨ªan parecido inaceptables, como es la gesti¨®n privada e inhumana de nuestras fronteras, el establecimiento de un sistema carcelario de Centros de Internamiento para Extranjeros, los proyectos de expulsi¨®n masiva de inmigrantes hacia territorios como Ruanda o la creaci¨®n de centros de internamiento flotantes como el Bibby Stockholm. Como dec¨ªa Montaigne, el miedo es el padre de la crueldad. Como dec¨ªa un primo m¨ªo, transforma la empat¨ªa en ¡°pa-tu-t¨ªa¡±.
Sin duda, una de las primeras cosas que debe hacer una pol¨ªtica realista es aceptar que los movimientos de poblaci¨®n provocan un miedo natural, relacionado con la sensaci¨®n de amenaza que suele despertar el cambio, la mezcla y la impresi¨®n de p¨¦rdida de presencia por parte de los colectivos que se consideran ¡°aut¨®ctonos¡±, esto es ¡®surgidos de la misma tierra¡¯... Si no aceptamos la existencia de este miedo, y no lo tenemos en cuenta, nos limitaremos a realizar juicios morales (la tan cacareada y tan denostada superioridad moral de la izquierda), que provocar¨¢n que amplias capas de la poblaci¨®n se sientan abandonadas y ridiculizadas. Lo cual las llevar¨¢ a atender a todo aquel que est¨¦ dispuesto a darles voz, aunque s¨®lo sea para rob¨¢rsela, como en la sirenita. Pues existe una suerte de ley pol¨ªtica en virtud de la cual, ante la falta de respuesta, uno acepta cualquier respuesta. De ah¨ª que, mientras una parte de la izquierda calla y otorga, la extrema derecha ejerce la desinformaci¨®n, mediante todo tipo de exageraciones, bulos y rumores, que no llegan, ni de lejos, a la media verdad. Porque, como dec¨ªa Onetti, no hay peor mentira que aquella que recoge algunos hechos sin respetar el alma de los mismos.
Pero los inmigrantes no son ni mejores ni peores que cualquier otro ser humano. Para empezar, porque el t¨¦rmino ¡°inmigrante¡± no designa un aspecto esencial, sino circunstancial, de una persona. Durante cuatro a?os fui inmigrante en los Estados Unidos, y puedo asegurar que, para bien y para mal, yo siempre fui (Her¨¢clito mediante) el mismo que hab¨ªa sido y que volv¨ª a ser en Espa?a. Los inmigrantes participan, con algunas modulaciones adjetivas, en lo que respecta a la cultura, la religi¨®n, la clase o su biograf¨ªa individual, de la misma condici¨®n humana que los dem¨¢s, de modo que son susceptibles de hacer el mismo tipo de bien y de mal que cualquier otro. Desde este punto de vista, la extra?eza de los inmigrantes se atenuar¨¢, y podremos enfrentarnos a los retos que su llegada indudablemente supone. Mas no desde el miedo, sino desde la empat¨ªa y la racionalidad.
Otro modo de contrarrestar el miedo exagerado a la inmigraci¨®n ser¨ªa darle m¨¢s presencia, en el ¨¢mbito p¨²blico, a las oportunidades que la inmigraci¨®n supone para los pa¨ªses receptores. Oportunidades, no s¨®lo econ¨®micas, claro, sino tambi¨¦n culturales, pol¨ªticas y morales, que s¨®lo se podr¨¢n aprovechar si se invierte lo necesario en educaci¨®n, formaci¨®n, inserci¨®n o vivienda, a la vez que se exige un respeto de las normas b¨¢sicas de convivencia, como, por ejemplo, el respeto del laicismo. Claro que a la derecha y a la extrema derecha les interesa infrafinanciar todo ese sector, igual que suele hacer con las empresas p¨²blicas. Y no s¨®lo porque, de este modo, dicho ¨¢mbito queda expuesto al aprovechamiento privado, refinado en poder, porque as¨ª podr¨¢ seguir siendo un generador de ¡°oro marr¨®n¡±, esto es, de ese tipo de miedo que puede ser refinado en poder pol¨ªtico. En resumen, que ya le va bien que vaya mal. Un poco como en Andaluc¨ªa, que dicen: ¡°fatal de bien¡±. Pero al rev¨¦s: ¡°genial de mal¡±.
Resulta, en fin, necesario contrarrestar la sobredimensi¨®n medi¨¢tica, fomentada por medios de comunicaci¨®n financiados por la extrema derecha, as¨ª como por los algoritmos. Porque hay otros problemas, como la vivienda, los suicidios, la obesidad, la corrupci¨®n, la expansi¨®n de la extrema derecha, o la misma desinformaci¨®n, que son mucho m¨¢s graves que los problemas que realmente est¨¢ generando la inmigraci¨®n. Eso sin contar que el mayor peligro que debe conjurar una sociedad no es el de su ¡°desaparici¨®n¡± f¨ªsica, o nacional, cosa que no est¨¢ muy claro qu¨¦ es lo que significa (meteoritos aparte), sino, m¨¢s bien, su desaparici¨®n moral. Porque ?en qu¨¦ sentido profundo habr¨ªa sobrevivido Europa si sacrificase su proyecto (tantas veces traicionado, todo sea dicho) de ser una sociedad democr¨¢tica, solidaria y tolerante? ?Realmente preferimos una Europa blanca fascista que una Europa multicultural democr¨¢tica? Debemos saber escoger bien nuestros miedos.
Algo semejante podr¨ªamos decir respecto del coco del feminismo radical, que la extrema derecha blande, para captar el voto de toda una serie de hombres que consideran que los t¨ªmidos avances que el feminismo ha realizado recientemente, en una parte muy reducida del mundo, y que se hallan en peligro ante una apocat¨¢stasis reaccionaria, que las devuelva a casa con las dos patas quebradas, implican realmente el peligro de que la mujer se quede con todo el poder, y deje a los hombres reducidos a unos meros eunucos de bolsillo. Pero ?d¨®nde est¨¢ el peligro real? No el imaginario, el real. Porque puede haber desajustes legales, revanchismos o excesos iniciales que quepa corregir. Pero nada que no se haya vivido con cualquier cambio de peso. ?Y acaso no es un cambio de peso el hecho de que la mitad de la poblaci¨®n mundial empiece a participar de los mismos derechos que la otra mitad? Sin duda, cuando las ideas entran en la atm¨®sfera de la realidad, suele suceder que, con el roce, se calienten, y puedan llegar a fisurarse, o a explotar. Pero: ?d¨®nde est¨¢ la Robespierre del feminismo que est¨¦ cortando realmente cabezas?
Por eso, al igual que con la inmigraci¨®n, deber¨ªamos tratar de contrarrestar la sobrerrepresentaci¨®n negativa del feminismo, subrayando los beneficios generales que conlleva la ampliaci¨®n de los derechos de las mujeres, en lugar de magnificar las fricciones que un cambio estructural de este tipo inevitablemente supone. Nuevamente, deber¨ªamos escoger bien nuestros miedos. Porque no podemos temer desaparecer como hombres, si eso supone vivir a expensas del tiempo, deseos y derechos de la mitad de la poblaci¨®n mundial. Sino que deber¨ªamos temer continuar si¨¦ndolo en esos t¨¦rminos. Porque, el feminismo no es la lucha de un determinado grupo de inter¨¦s por aumentar su cuota de poder, en detrimento de un grupo de inter¨¦s contrario, sino la lucha conjunta por unos derechos universales. Suba quien suba. No desearlo s¨ª que deber¨ªa darnos miedo. En resumen, tal y como Sara Berbel S¨¢nchez y yo insistimos, en Obedecedario patriarcal, el feminismo es una parte del proyecto ilustrado. Y eso tambi¨¦n deber¨ªamos atrever a saberlo.
Melancoh¨®licos An¨®nimos
Pong¨¢monos ahora en el peor escenario posible, y pensemos qu¨¦ suceder¨ªa si todos los agoreros, jerem¨ªas y casandras que nos tientan tuviesen raz¨®n, y realmente nuestros pa¨ªses, culturas y sociabilidades estuviesen a punto de desaparecer, por los cambios sociales, la emigraci¨®n o el feminismo, tal y como la extrema derecha teme, y sobre todo quiere que temamos. Podr¨ªamos responder, para empezar, que eso, no s¨®lo no es tan grave, sino que es inevitable. Porque cada individuo, y cada colectivo, no es la unidad b¨¢sica de la vida, sino s¨®lo un cangil¨®n que es llenado brevemente por la corriente del r¨ªo de la vida, que no s¨®lo no pasa dos veces, sino que lo arrasa todo a su paso... Eso s¨ª, para continuar en otro lugar. El problema es que sufrimos de lo que Ortega y Gasset llam¨® ¡°ontofobia¡±, que ser¨ªa el miedo a los atributos b¨¢sicos de la realidad b¨¢sica, como son su car¨¢cter mezclado, cambiante e imperfecto. Pero quien quiera un mundo que no se mueva, que no se renueve, que no se mezcle y que no manche, no tiene m¨¢s que matarse, porque ese mundo es la nada. A los ontof¨®bicos les pasa como a los te¨®logos medievales, que la visi¨®n asqueada y aterrorizada del mundo aterial del nacimiento y la corrupci¨®n, les lleva a rechazar, e incluso a destruir, la vida. Pero, si en lugar de fijarnos en la corrupci¨®n, y en lugar de intentar frenarla con nuestras murallas en el aire, nos fij¨¢semos en el nacimiento, quiz¨¢s nuestra vivencia del proceso cambiar¨ªa un poco. No es extra?o que Heidegger, tan ocupado en la muerte, acabase, o empezase, siendo nazi. Mientras que Arendt, m¨¢s centrada en la noci¨®n de nacimiento, nunca dejase de defender la democracia.
Porque no se trata de caer en ese nihilismo autoflagelante y antieuropeo, que desea expiar sus antiguos pecados, dej¨¢ndose invadir y destruir por todos esos inmigrantes que llegan de sus antiguas colonias, tal y como le gusta decir a la extrema derecha. Se trata de ser capaces de seguirle el ritmo a la historia, y en lugar de encerrarnos en la melancol¨ªa autodestructiva del que desea que los relojes se detengan, como sucede en las eleg¨ªas, prefiere abrirse a ese valiente mundo nuevo, que ha llegado para quedarse. Para lo cual quiz¨¢s podemos sustituir las pasiones tristes del miedo, la melancol¨ªa y el odio, por las pasiones alegres de la curiosidad (¡°?c¨®mo demonios ser¨¢ el mundo que viene?¡±), de la capacidad de participar y desplegarnos en el nuevo mundo (¡°todav¨ªa tengo fuerzas para aprender nuevos idiomas, adaptarme a nuevas costumbres, diversificar mis relaciones¡±), y de la capacidad de mantener lo mejor del antiguo mundo en el nuevo, cumpliendo de este modo con lo que los humanistas llamaban la ¡°translatio studii¡±, esto es, la transferencia de una ¨¦poca a otra, de un mundo a otro, del testigo cultural del humanismo, que ya sobrevivi¨® a mil a?os de Edad Media, y sin duda sobrevivir¨¢ a las pocas malas d¨¦cadas que puedan ¨Co no- ech¨¢rsenos encima.
Quiz¨¢s alguien con el est¨®mago delicado, demasiado acostumbrado a la droga dura del privilegio o al dulce veneno del esencialismo, pueda sentir, ante este tipo de visiones, la bajona de la melancol¨ªa o el s¨ªndrome de abstinencia de la rabia. No ser¨ªa la primera vez que una persona en proceso de desintoxicaci¨®n ataca a los enfermeros, confundi¨¦ndolos con cucarachas o ratas gigantes, como en el cuento ¡°Los destiladores de naranjas¡±, de Horacio Quiroga. Pero mejor una realidad modesta que una fantas¨ªa fastuosa, o Faustosa. Porque no se trata de vender al demonio de nuestros sue?os el alma de nuestro ser real. La muerte es la metralla de la vida, y quien no est¨¦ dispuesto a aceptarlo, deber¨ªa llamar hoy mismo a ¡°Melancoh¨®licos An¨®nimos¡±.
Porque, aun cuando vivi¨¦semos en una sociedad perfecta, seguir¨ªamos sintiendo miedo. Primero, porque los umbrales del miedo se adaptan, y acabar¨ªamos temiendo hasta que las hojas de los ¨¢rboles cayesen boca abajo. Segundo, porque hay elementos estructurales de la realidad que siempre nos dar¨¢n miedo, como son la muerte, la soledad, el cambio y la mezcla. Existe, pues, un fondo ineliminable de miedo y ansiedad con el que debemos aprender a convivir. De modo que, adem¨¢s de lidiar con los factores objetivos que intensifican y desarreglan el miedo, debemos esforzarnos por cambiar nuestra subjetividad, con el objetivo de hacernos capaces de vivir poderosamente en un mundo peligroso, o de vivir peligrosamente en un mundo poderoso. No importa. Necesitamos el dato y el relato. Como reza una de las b¨®vedas de la Abad¨ªa de San Juan Evangelista en Parma: Feras si domes feras. Si domas las fieras, las soportar¨¢s. Nadie dijo que ser¨ªa f¨¢cil. Basta con que sea estimulante.
Bernat Castany fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2022 con el libro Filosof¨ªa del miedo.