Prisiones sin rejas para las mujeres acusadas de brujer¨ªa en Ghana
Unas 500 mujeres est¨¢n encerradas de por vida en seis campos del norte de Ghana tras ser acusadas de ser brujas. Una ley aspira ahora a cambiar su destino y terminar con la marginaci¨®n, explotaci¨®n y control psicol¨®gico que sufren
Todo empez¨® con un sue?o. Como cada amanecer, Wanjonyab se dirigi¨® a la plantaci¨®n donde trabajaba de sol a sol. All¨ª se top¨® con la hermana de su marido, que la se?al¨® furibunda con un dedo acusador: hab¨ªa so?ado que Wanjonyab la persegu¨ªa con un cuchillo. Se inici¨® entonces un calvario para esta mujer enjuta, hoy septuagenaria y milagrosamente bromista y animosa.
Se le colg¨® la etiqueta de bruja, su marido le dio una paliza y fue obligada a abandonar la aldea. Un l¨ªder religioso decret¨® su destino: Gushegu, uno de los seis campos de reclusi¨®n para mujeres acusadas de brujer¨ªa que existen en el norte de Ghana. Y ese ha sido su hogar durante los ¨²ltimos 26 a?os.
Sentada al lado de Wanjonyab, vestidas ambas con coloridos atuendos, Salamatu relata otra espeluznante historia, que la mantiene encerrada en Gushegu desde hace 20 a?os. Al parecer, un vecino tuvo una crisis psic¨®tica e imagin¨® que le persegu¨ªa una persona diminuta con muy malas intenciones. Por alguna raz¨®n, el hombre decidi¨® que esa persona hab¨ªa sido enviada por Salamatu.
De cualquier cosa que pasara en la comunidad, nos culpar¨ªan a nosotrasWanjonyab y Salamatu, mujeres acusadas de brujer¨ªa
Estos y otros delitos similares han supuesto cadenas perpetuas para las m¨¢s de 500 mujeres (y algunos hombres) que malviven en los seis campos. El estigma vitalicio impide su vuelta a casa. Ante la pregunta de si se lo han planteado alguna vez, Wanjonyab y Salamatu no pueden evitar una carcajada. ¡°De cualquier cosa que pasara en la comunidad, nos culpar¨ªan a nosotras¡±, afirman.
Hace 40 o 50 a?os, rara vez una mujer acusada de ser bruja se quedaba toda la vida en uno de estos campos, pero en las ¨²ltimas d¨¦cadas, el n¨²mero de habitantes de los seis poblados de Ghana en los que viven retenidas se ha disparado. En opini¨®n de John Azumah, director de The Sanneh Institute ¡ªuna organizaci¨®n cat¨®lica que ayuda a las mujeres internadas¡ª, dos factores han agravado el fen¨®meno. Por una parte, han proliferado pastores y predicadores que se jactan de poder detectar brujer¨ªa por doquier. Por otra, cada vez m¨¢s mujeres se rebelan contra el rol que la tradici¨®n les reserva. ¡°Algunas conquistan su independencia econ¨®mica, alzan su voz y desaf¨ªan el orden social. Hay hombres que se sienten amenazados y optan por acusarlas de ser brujas¡±, subraya.
Una ley contra estos excesos
La Constituci¨®n de Ghana de 1992 establece que ¡°todas las pr¨¢cticas consuetudinarias que deshumanizan o da?an el bienestar f¨ªsico y mental de una persona, est¨¢n prohibidas¡±. Adem¨¢s Ghana ha firmado convenios que respaldan este derecho como la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos (CADHP) y la Convenci¨®n sobre la eliminaci¨®n de todas las formas de discriminaci¨®n contra la mujer (CEDAW). La oposici¨®n al gobierno se basa en este art¨ªculo para impulsar una ley que aspira a proteger a las mujeres y castigar a sus acusadores, explica en su despacho del Parlamento de Ghana, en Accra, el diputado Xavier Sosu, del Congreso Nacional Democr¨¢tico (socialdem¨®crata). ¡°Las pr¨¢cticas que entren en conflicto con los derechos b¨¢sicos deben prohibirse. Hay que acabar con eso que yo llamo excesos culturales¡±, opina.
Las pr¨¢cticas que entren en conflicto con los derechos b¨¢sicos deben prohibirse. Hay que acabar con eso que yo llamo excesos culturalesXavier Sosu, diputado del Congreso Nacional Democr¨¢tico (socialdem¨®crata)
Este pol¨ªtico opositor ha abierto numerosos frentes en defensa de los derechos humanos y es uno de los m¨¢ximos impulsores de esta propuesta de ley, que criminalizar¨¢ a quienes se?alen como bruja a una mujer y que aspira a conciliar las creencias ancestrales con el respeto del otro. ¡°Uno puede tener la creencia que considere, pero si esa creencia se utiliza en detrimento de otra persona, deber¨ªa tener problemas con la ley¡±, resume Sosu. Adem¨¢s, la norma desea garantizar el bienestar y la seguridad de las mujeres que recobren su libertad al cerrarse estos campos.
Sosu conf¨ªa en que la ley quede aprobada este a?o. Su votaci¨®n, entrada en vigor y aplicaci¨®n tensar¨¢ la cuerda de la democracia en Ghana y ser¨¢ una lucha a brazo partido entre los sectores m¨¢s reaccionarios y el pujante activismo ghan¨¦s. ¡°Muchos diputados, sobre todo del norte, se opondr¨¢n a la ley¡±, advierte.
Porque estas creencias llevan ancladas muchas generaciones en Ghana y cuesta entender, en una corta visita a Gushegu y Gnani (otro campo ubicado a una hora en coche del primero), los vericuetos que lo rigen. Sentado en su despacho al norte de Accra, la capital, Azumah detalla, entre el sarcasmo y la indignaci¨®n, c¨®mo se realiza la prueba que se determina finalmente si una mujer es bruja. La mujer compra un pollo y se lo lleva al curandero del poblado, quien decapita al animal y espera el resultado. Si el pollo muere boca arriba, la mujer es bruja. En caso contrario, est¨¢ limpia de esp¨ªritus malignos. ¡°50 por ciento de posibilidades¡±, resume Azumah.
Se les dice que si permanecen all¨ª, sus fuerzas espirituales quedan neutralizadas. Y que, si se van, en un a?o morir¨¢n. ?Y ellas se lo creen!John Azumah, director de The Sanneh Institute
En realidad, poco importa en qu¨¦ postura termine el pollo, porque, tras el sello a fuego que imprime la mera acusaci¨®n, ya no hay marcha atr¨¢s, zanja el director de The Sanneh Institute. Seg¨²n ¨¦l, la ¨²ltima palabra la tienen los jefes locales, que son figuras muy respetadas en Ghana, con cargos vitalicios y hereditarios. Si ellos salieran en defensa de las mujeres acusadas, buena parte del problema quedar¨ªa resuelto de golpe, pero por ahora, guardan silencio y dejan hacer.
Explotadas en una ¡°c¨¢rcel mental¡±
El curandero del campo de Gnani, de nombre Dasoli, un hombre cuya presencia oronda contrasta con la delgadez de las mujeres que all¨ª habitan, pinta un panorama de convivencia id¨ªlica: ¡°Aqu¨ª estamos en paz, no se hace da?o a nadie¡±. Dasoli insiste en que ¡°ninguna mujer est¨¢ obligada a quedarse¡± y remata negando las sospechas de que en este y otros campos impera un sistema que roza la esclavitud: ¡°No se explota a nadie. A veces vienen propietarios pidiendo ayuda y algunas mujeres acuden a las plantaciones voluntariamente¡±.
La versi¨®n de Azumah es bien distinta. Habla de un sistema de opresi¨®n psicol¨®gica, de una ¡°c¨¢rcel mental¡± en la que el miedo construye muros imaginarios. En apariencia, los campos se asemejan a un poblado t¨ªpico del norte de Ghana, con sus casas de adobe circulares y sus techos de paja, sin alambradas ni nada que recuerde a una prisi¨®n. Sus moradoras podr¨ªan echar a andar en busca de su libertad y, si no lo hacen, es porque tienen cierta edad, son analfabetas y no atisban un porvenir en otro lugar que no sea su hogar, que les est¨¢ vetado. Y tambi¨¦n porque los chamanes las disuaden mediante hipot¨¦ticos maleficios.
Algunas conquistan su independencia econ¨®mica, alzan su voz y desaf¨ªan el orden social. Hay hombres que se sienten amenazados y optan por acusarlas de ser brujasJohn Azumah, director de The Sanneh Institute
¡°Se les dice que si permanecen all¨ª, sus fuerzas espirituales quedan neutralizadas. Y que si se van en un a?o morir¨¢n. ?Y ellas se lo creen!¡±, exclama con aspavientos Azumah.
Resignadas a su suerte y manipuladas aprovechando su vulnerabilidad, las supuestas brujas trabajan gratis o por unos cuantos cedis (moneda de Ghana). ¡°Existen intereses econ¨®micos muy fuertes para que los campos contin¨²en¡±, lamenta este responsable.
En Gnani, los testimonios muestran el mismo esquema de absurda injusticia que en Gushegu: muertes reales o posibles de las que se culpa a una mujer pobre, situada en lo m¨¢s bajo del escalaf¨®n social, sabiendo que su capacidad para defenderse resulta exigua. Fati y Gnumbe cumplen condena por asesinato indirecto (de un vecino la primera, de su marido la segunda). Fati se queja de lo poco que comen y destila nostalgia por todo lo que ha ¡°dejado atr¨¢s¡±, sobre todo sus hijos. Gnumbe es la ¨²nica del campo que plane¨® volver a casa: ¡°No lo hice por temor a que me matasen. Cuando muri¨® mi marido, mi familia pol¨ªtica me amenaz¨® con cuchillos¡±.
Otras dos mujeres que prefieren no decir su nombre ya sufrieron, antes de ser enviadas a Gnani, la furia de la superstici¨®n. ¡°Me atacaron varias personas. Mi hijo me defendi¨® y ambos resultamos malheridos. Casi 20 a?os despu¨¦s, a¨²n camino con dificultad y tengo dolores por todo el cuerpo. Mantengo la esperanza de que mi hijo siga vivo¡±, explica una de ellas. La otra ense?a, con semblante serio y magn¨¦tico, su ojo izquierdo, apagado para siempre tras la paliza que le propin¨® una turba de vecinos espoleada tan solo por un mal sue?o.
Un nivel extremo de pobreza
Hasta 2012, Gushegu era un terreno con camastros a cielo abierto. No hab¨ªa construcciones ni techo bajo el que guarecerse de la lluvia y del sol que, durante casi todo el a?o, abrasa el norte de Ghana. Ese a?o, cuenta la hermana Ruphina, llegaron las monjas de Sisters for the Poorest of the Poor (¡°Hermanas para los m¨¢s pobres entre los pobres¡±), una congregaci¨®n nigeriana focalizada en aliviar la marginaci¨®n y el desamparo extremos.
Desde entonces, las religiosas asisten y evangelizan en Gushegu gracias a que es el ¨²nico de los seis campos no sometido al f¨¦rreo control de un l¨ªder religioso o curandero tradicional. Fue creado en los a?os 90 por iniciativa de un jefe local, quien se limit¨® a ceder la tierra y se abstuvo de proveer todo lo dem¨¢s. El campo m¨¢s antiguo, Gambaga, se fund¨® en el siglo XIX. ¡°Nadie sabe la fecha exacta¡±, aclara Azumah.
Gushegu cobija hoy a decenas de mujeres. Algunos de sus hijos y nietos asisten a la escuela creada por las hermanas nigerianas. Aunque la situaci¨®n ha mejorado en los ¨²ltimos diez a?os, los niveles de pobreza siguen siendo desgarradores. Mientras un grupo de monjas ense?a bailes y c¨¢nticos cristianos, dos mujeres rescatan granos de cereal de un peque?o mont¨ªculo de gravilla. ¡°Cuando cierra el mercado local, algunas mujeres recogen los restos, lo que nadie quiere¡±, cuenta la hermana Ruphina.
Ahora y antes, el rencor y la envidia est¨¢n detr¨¢s de muchas acusaciones. Azumah creci¨® en el norte y, desde ni?o, escuch¨® rumores sobre los turbios poderes de la brujer¨ªa. Su propia madre fue acusada de robar la inteligencia a los ni?os. ¡°Solo porque a m¨ª me iba bien en el colegio¡±, recuerda.
Las ¨¦lites pol¨ªticas de Accra consienten esta red atroz de justicia paralela y solo ocasionalmente el Gobierno lanza soluciones tibias, ineficaces y sin un di¨¢logo previo. Por ejemplo, hace algunos a?os construy¨® una residencia para acoger a las mujeres que quisieran abandonar los campos y retomar sus vidas. ¡°Ni siquiera hablaron con los l¨ªderes locales. Estos sab¨ªan que nadie ir¨ªa, as¨ª que no se opusieron a su construcci¨®n. Acertaron: la residencia siempre ha estado vac¨ªa¡±, lamenta Azumah.
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