La ciudad ya no es para m¨ª
La crisis del coronavirus est¨¢ impulsando la b¨²squeda de alternativas lejos de las urbes densamente pobladas. Del Priorat a New Hampshire, seis ejemplos de que otra vida en el campo es posible
Al cerrar la puerta de la calle, sorprendidos por el brusco embate del coronavirus, se abrieron otras expectativas. La vida, en pausa forzosa, se repens¨®. Mientras el apartamento se hac¨ªa m¨¢s peque?o en el confinamiento ¡ªya no bastaba para dormir, hab¨ªa que habitarlo¡ª se barajaron prioridades. Para unos, la crisis ha empujado un proyecto que se demoraba, el de despertarse todos los d¨ªas mirando las monta?as. Para otros, la segunda residencia ha dejado de ser segunda. Alguien que hab¨ªa vivido en cinco metr¨®polis descubri¨® que 35 metros cuadrados en el pueblo de sus padres es su casa. Un golpe de tim¨®n cuya duraci¨®n decidir¨¢ el incierto devenir de este tiempo.
Cuando Marta Jim¨¦nez sale a pasear por la noche por su pueblo, Cercedilla, un enclave de veraneo cl¨¢sico en la sierra de Madrid, todas las luces est¨¢n encendidas. ¡°Rara es la casa que est¨¢ vac¨ªa. No queda nada en alquiler y la gente no pasar¨¢ solo el verano, han rentado para todo el a?o¡±, dice. Es la propietaria de la inmobiliaria que lleva su nombre, M Jim¨¦nez. La poca oferta disponible se ha encarecido.
Algo similar cuenta C¨¦sar Nozal, un colega que dirige una agencia en Gij¨®n y que es el coordinador de la Asociaci¨®n de Inmobiliarias de Asturias. ¡°Hemos tenido cifras de venta excelentes en junio. La psicosis de que haya otro brote ha hecho que la gente mueva ficha para tener buena calidad de vida, disponer de jard¨ªn, zonas espaciosas y poder reunirse al aire libre. Han sido segundas residencias o primeras. Hay gente que ha vendido su casa en Alicante para venir aqu¨ª, porque hay menos masificaci¨®n. Pero se han ca¨ªdo ventas porque la propiedad no ten¨ªa acceso a Internet o buena comunicaci¨®n¡±. La ubicaci¨®n de la futura casa, asegura Nozal, es la variable que menos cuenta ahora para hacerla atractiva. Habr¨¢, presumiblemente, un crecimiento del teletrabajo estable (hasta un 30% de los empleados podr¨ªa desempe?arse a distancia, seg¨²n el Banco de Espa?a). Asturias est¨¢ recibiendo gente de todos los n¨²cleos urbanos cercanos, pero tambi¨¦n de Madrid y Barcelona.
Ya no hay alquileres en Cercedilla (Comunidad de Madrid), y no solo para el verano
¡°No se puede hablar de un ¨¦xodo hacia el campo¡±, asegura por su parte el coordinador de la Federaci¨®n de Asociaciones Inmobiliarias (FAI) Jos¨¦ Mar¨ªa Alfaro. Pero s¨ª de una aspiraci¨®n a disponer de un jard¨ªn, de ganar amplitud y espacio al aire libre. Durante los meses de confinamiento, en uno de los portales inmobiliarios m¨¢s populares, Idealista, las 10 casas m¨¢s visitadas fueron chal¨¦s con jard¨ªn, y ¨¢ticos.
En Madrid se ve un movimiento por abandonar los pisos del centro, a?ade Alfaro. ¡°Tiene mucho que ver con las posibilidades de teletrabajar¡±, asegura el directivo de la FAI, que agrupa a casi 900 agencias. En Idealista bajaron las b¨²squedas en las capitales de provincia durante el estado de alarma. Pero cuando se levantaron las restricciones por el coronavirus dejamos de so?ar, dicen los n¨²meros, y las ciudades retomaron protagonismo, aunque no se lleg¨® a los niveles prepandemia. No obstante, comprar una vivienda en un municipio de menos de 5.000 habitantes es un 51,8% m¨¢s barato que la media nacional, seg¨²n la plataforma.
Eva Piqu¨¦ | Falset (Tarragona): Vinos del Priorat y otros sue?os
Londres, M¨¦xico, Madrid, M¨¦xico otra vez, Fr¨¢ncfort, Barcelona. Cinco metr¨®polis en 12 a?os. Mucho avi¨®n. Una fren¨¦tica vida de ejecutiva urbana consagrada al trabajo. Hasta marzo de 2020. Ahora Eva Piqu¨¦, 37 a?os, sigue al frente de la delegaci¨®n en M¨¦xico de una multinacional de headhunting. Pero su ventana es la ventana a su infancia, en Falset, el pueblo del Priorat donde habitan sus padres, que no llega a los 3.000 vecinos. Al otro lado de la ventana, ya no hay vi?edos, como antes, sino avellanos y ese huerto donde crecen lechugas, pimientos y berenjenas de los que se abastece. Donde, por primera vez en su vida, plant¨® albahaca para hacer pesto, y tambi¨¦n romero, y plantas que dan flores. A ella, que en su vida anterior, saltando de viaje en viaje, se le secaban hasta los cactus.
¡±Vine a ver a mis padres unos d¨ªas antes del confinamiento. Con una maleta para cuatro d¨ªas. Y me qued¨¦ cuatro meses¡±, recuerda. ¡°Fue toda una revelaci¨®n. Disfrutar de tiempo de calidad con mis padres, hac¨ªa mucho que no pasaba m¨¢s de una semana all¨ª. Reconectar con amistades, hacer otras. Me plante¨¦ muchas cosas y mir¨¦ hacia dentro¡±. Tambi¨¦n hacia fuera. As¨ª que decidi¨® acondicionar la peque?a casa que hab¨ªa construido su padre hac¨ªa 30 a?os en una finca, algo que siempre hab¨ªa tenido en mente. ¡°All¨ª ¨ªbamos a comer y a ba?arnos cuando era peque?a. Mi abuelo era pay¨¦s y he vendimiado desde que tengo uso de raz¨®n¡±.
All¨ª, en 35 metros cuadrados, en medio del campo, los d¨ªas son m¨¢s largos. Se despierta oyendo las cigarras. Su perro, Blau, se sorprende cuando escucha por la noche a los jabal¨ªes. Ella se para a mirar las estrellas. ¡°Me siento enraizada. Todo esto me da una enorme serenidad, ahora que en el trabajo estamos pasando por momentos dif¨ªciles¡±. Antes gastaba en ropa formal. Sol¨ªa visitar las tiendas con frecuencia.
En peque?as poblaciones, la vivienda es un 51,8% m¨¢s barata
Ahora, que viste chanclas y un vestido, se ha comprado la cocina. Se ha asociado con un amigo para abrir un espacio al aire libre de degustaci¨®n de vinos y comida de la zona. Servir¨¢n a?adas dif¨ªciles de encontrar, de Dosterras, la bodega del amigo y otras. Otro sue?o.
Elia Friegola | Santa Caterina dello Ionio (Calabria): Una elecci¨®n de cambio con vistas al mar
La mudanza inquiet¨® a sus padres, preocupados por lo que dejaba atr¨¢s. Y tambi¨¦n molest¨® a una serpiente, con la que tuvo que disputarse el territorio: ella hab¨ªa construido su madriguera all¨ª donde ¨¦l pretend¨ªa empezar a aparcar su coche. Pero, tranquilizada su familia y ganada la pelea, ahora, 658 kil¨®metros m¨¢s al sur, Elia Fregola asegura que se siente feliz.
Antes, le rodeaba su Roma natal: 2,8 millones de habitantes, belleza abrumadora y caos. Hoy, a ratos, le visita un ratoncito. Sus vecinos son dos ¨¢rboles colosales, que dominan las ruinas de edificios abandonados. La casa de Fregola tambi¨¦n est¨¢ vac¨ªa, de momento. En septiembre empezar¨¢n las obras para reconvertir los escombros que adquiri¨® en el casco antiguo de Santa Caterina dello Ionio (Calabria) en su nuevo hogar. ¡°Compras una elecci¨®n de vida¡±, sostiene. Cuando se instale ¡ª¡±en tres meses¡±, espera¡ª, sumar¨¢ uno m¨¢s a los 2.194 residentes del pueblo, enclaustrado en las monta?as pero a un paso del mar, un orgullo paisaj¨ªstico del que presume toda Calabria.
Mientras, alquila una vivienda en la otra parte del pueblo, pegada al litoral. Aunque todas sus cosas ya est¨¢n con ¨¦l: la ropa de invierno, la guitarra, el imprescindible ordenador: ¡°La sensaci¨®n del primer d¨ªa fue maravillosa. No llegaba, como siempre, para pasar un mes en verano, sino para quedarme¡±. Con vista al mar, Fregola saborea el en¨¦simo cambio. Otras veces le empuj¨® su sed de aventuras. Ahora, tiene mucho que ver la covid-19.
Llevaba 33 a?os y una vida asentada en la capital. Estudi¨® formaci¨®n y desarrollo de recursos humanos, se march¨® a aprender ingl¨¦s a Malta y a la vuelta, en plena ¡°depresi¨®n poserasmus¡±, convirti¨® una ocurrencia en su futuro. Lo bautiz¨® A cena con l¡¯inglese porque, al fin y al cabo, eso era: cocinaba, compraba bebidas y reun¨ªa invitados obligados a hablar exclusivamente en ese idioma. Poco a poco, la asistencia fue creciendo, al igual que su curr¨ªculo: empez¨® a dar clases online de ingl¨¦s, fue reclutado como profesor universitario y consultor. En medio, se concedi¨® un a?o sab¨¢tico entre Australia y California. Hasta el coronavirus.
¡°En una semana, mi plan vol¨® por los aires. La facturaci¨®n baj¨® a cero. Traslad¨¦ lo que pude a Internet, y aguant¨¦. Desde mayo, est¨¢ todo parado. Aunque el reto llegar¨¢ en septiembre¡±, relata. Para su trabajo planea mantener una cena al mes, en Roma, y llevar el resto de la actividad online, desde Santa Caterina dello Ionio. Y, sobre todo, para su vida. Ahora, el hospital m¨¢s cercano dista media hora en coche. Para ir a supermercados o farmacias, tambi¨¦n hay que bajar hasta la costa. Y la conexi¨®n a veces se pone caprichosa: ¡°Hay que tener un plan A, B, C¡¡±. Sin embargo, Fregola dice que, con la compra en Internet y la autopista ya por fin terminada, no se siente lejos de nada: ¡°De mi casa a Trastevere, en Roma, tardaba una hora. Aqu¨ª, en el mismo tiempo, puedo visitar decenas de pueblos, salir con la bici o hacer buceo. Antes no sab¨ªa ni qui¨¦nes eran mis vecinos. Ahora, una se?ora me regala tres veces a la semana huevos o ensalada¡±. Por TOMMASO KOCH
Laura Mart¨ªnez | Londonderry (New Hampshire): De Manhattan a ?taca
Para Laura Mart¨ªnez, la gran ciudad de Nueva York dej¨® de tener sentido con la llegada de la pandemia. La luminosa vida de la Gran Manzana se apag¨®. Teatros y bares bajaron las persianas, mientras los n¨²meros de muertos y contagios no paraban de crecer. La angustia era asfixiante. ¡°Mi vida era estar encerrada en el departamento en Manhattan. Sal¨ªamos con p¨¢nico al supermercado, vivimos en un edificio y solo est¨¢bamos pensando en que nos ¨ªbamos a contagiar¡±, cuenta. Laura y Pierre estuvieron presos por el estado de alarma durante dos meses. ¡°Alg¨²n colega de mi novio muri¨® y tuvimos nuestro primer funeral por Zoom. Abril y mayo fueron meses terribles¡±. As¨ª que la periodista mexicana y el profesor universitario franc¨¦s hicieron las maletas y partieron hac¨ªa el norte del Estado de Nueva York.
La primera parada fue en Groton, a las afueras de Ithaca, en la regi¨®n de los Lagos Finger, cerca de la frontera con Canad¨¢. El verde del campo les devolvi¨® la vida y volvieron a respirar. ¡°Tuvimos paz mental¡±, recuerda Laura. All¨ª alquilaron una casa y volvieron a disfrutar de los peque?os placeres: comer y beber. La mexicana comenz¨® a subir fotos a su cuenta de Instagram con valles verdes, lagos y peque?os detalles, como un cesto de fresas comprado a una comunidad amish. ¡°Hay m¨¢s espacio y la gente es s¨²per disciplinada, no s¨¦ si era un asunto de esa zona, pero segu¨ªan las recomendaciones mejor que en la ciudad¡±, recuerda.
Ambos continuaron trabajando desde casa, pero se olvidaron de las prisas. Recuperaron la salud y el buen sue?o. Despu¨¦s de un mes se mudaron a otra casa en Corning, en el norte del Estado de Nueva York, y pasado el segundo mes decidieron explorar Vermont y se hospedaron unos d¨ªas en una villa en Londonderry (New Hampshire), con modestas vistas a un peque?o lago. No necesitaban m¨¢s. En toda la traves¨ªa, han vuelto un par de veces a la ciudad de Nueva York para hacer algunos recados, pero cada vez est¨¢n m¨¢s convencidos de que la vida plena est¨¢ fuera de Manhattan. ¡°En el futuro, no me veo en la ciudad¡±, reconoce la mexicana, que ha vivido casi 20 a?os en Nueva York. Por SONIA CORONA
Jos¨¦ ?ngel Moreno | Cercedilla (Comunidad de Madrid): El rock de mudarse a la sierra
Todos los d¨ªas, a eso de las ocho de la tarde, Jos¨¦ ?ngel Moreno se sienta en la tumbona con una cerveza artesana y la m¨²sica envolvi¨¦ndole desde los altavoces del jard¨ªn. ¡°Ese es el momento perfecto, con un perfecto efecto est¨¦reo, que marca el final del d¨ªa¡±, gesticula este hombre en pantal¨®n tejano corto y zapatillas de patear monte en el porche de su casa. Parece un gu¨ªa de monta?a con el rostro marcado por el sol. Sobre el mantel de hule hay un vaso con un caf¨¦ solo. A su espalda se extiende el Pico de la Golondrina, Navacerrada y... Madrid. A 57 kil¨®metros de Cercedilla, queda muy lejos.
Jos¨¦ ?ngel, 51 a?os, da soporte tecnol¨®gico a 5.000 trabajadores de AENA, pero sobre todo es un rockero colgado de Radio 3. En ese instante en el que puede sonar acid jazz o cualquier grupo independiente, contempla los gigantescos setos que plant¨® el padre hace 40 a?os, ahora esculpidos por ¨¦l; la piscina, los p¨¢jaros que, desde el confinamiento, se atreven a posarse en el c¨¦sped que recorta. S¨ª, no se ha equivocado.
Esa ceremonia cotidiana le reafirma en su decisi¨®n de mudarse a la casa en la que pas¨® los veranos de su infancia. ¡±La crisis de la covid-19 ha sido una oportunidad para hacer algo que ven¨ªa queriendo hacer. He nacido y soy muy de Madrid, he vivido en muchos barrios, Vallecas, La Prospe, Carabanchel, pero no s¨¦ si es que voy cumpliendo a?os, o es la masificaci¨®n, y la contaminaci¨®n, la cuesti¨®n es que quer¨ªa mudarme¡±. Trabajaba desde casa d¨ªas antes del estado de alarma y decidi¨®, de acuerdo con su expareja, que se llevar¨ªa a sus hijos adolescentes al pueblo. ¡°La madre convive con la abuela y eso conllevaba un riesgo¡±.
As¨ª comenz¨® la rutina de adaptar esta casa de veraneo modesta, con tejado de pizarra a dos aguas y cuatro peque?as habitaciones. Ara?¨® un despacho en una parte del garaje, se compr¨® una silla de gamer e instal¨® fibra. Revis¨® la calefacci¨®n. Coloc¨® una c¨¢mara de vigilancia. Paralelamente, organizaba la compra y la comida de los tres. Ya lleva cinco meses con su nueva vida. Sigue con la mudanza. Conserva su piso de alquiler en Carabanchel por si acaso falla algo, pero conf¨ªa en dejar atr¨¢s Madrid y acostarse mirando al monte. Madruga para salir con la bici o dar un paseo y luego se sienta a trabajar. A¨²n tiene un escritorio m¨ªnimo, pegado a una consola antigua de sal¨®n de juegos a la que le est¨¢ metiendo en las tripas un ordenador con todos los videojuegos que existen. Un par de d¨ªas a la semana baja a Madrid, a su oficina.
Sophie | Oise (Francia): Adi¨®s al ruido e individualismo
Lo de dejar la ciudad y los apartamentos min¨²sculos a precios exorbitantes en calles ruidosas por una vida m¨¢s tranquila en el campo es algo que se han planteado muchos parisinos despu¨¦s de interminables semanas de confinamiento. Sophie no quiso que fuera un mero sue?o. ¡°Me di un mes para irme de Par¨ªs y lo hice en tres semanas¡±, cuenta esta ya exparisina por tel¨¦fono desde su nuevo hogar, en una peque?a localidad en el departamento de Oise, al norte de la capital francesa.
Ante el miedo un nuevo brote, se busca la calidad de vida
Aunque vivir en Par¨ªs fue algo que dese¨® toda su vida y que consigui¨® por fin al acabar sus estudios, en 2003, esta francesa de 38 a?os, madre soltera de un ni?o de siete y que trabaja como formadora en una asociaci¨®n, asegura que no se arrepiente del paso dado. En la capital llevaba siete a?os residiendo en una vivienda social en el noreste de la ciudad, a un precio subvencionado, s¨ª, pero con ruidos que cada vez se le hac¨ªan m¨¢s insoportables. Si lograr la adjudicaci¨®n de uno de estos codiciados pisos ya es dif¨ªcil, mudarse a otro es misi¨®n casi imposible. Sophie llevaba seis a?os esperando y todav¨ªa no hab¨ªa recibido respuesta. Claro que podr¨ªa haber buscado en el mercado privado de alquiler, pero los precios en una de las ciudades m¨¢s caras de Europa lo hac¨ªan casi imposible. Por la vivienda de 70 metros cuadrados con balc¨®n que ha encontrado sin problemas a una hora de Par¨ªs, en la capital pagar¨ªa el triple. Y la calma que ha ganado, asegura, no tiene precio.
Cuando el presidente franc¨¦s, Emmanuel Macron, decret¨® el confinamiento nacional, Sophie no dud¨®. Un amigo ten¨ªa un piso en un pueblo en Oise y decidi¨® mudarse con su hijo. Cuando regres¨® a Par¨ªs, tres meses despu¨¦s, todo le irritaba. ¡°Ven¨ªa de un lugar supertranquilo, donde la gente era respetuosa con las consignas sanitarias y todos est¨¢bamos en modo solidario, y llego a Par¨ªs, donde hay solidaridad cero, solo individualismo y ruido¡ era insoportable. El confinamiento me abri¨® los ojos sobre el hecho de que es posible vivir de otra manera¡±.
Es consciente de que la tranquilidad ganada tiene un coste: aunque ha pedido teletrabajar dos d¨ªas, todav¨ªa tendr¨¢ que viajar el resto de la semana a la ciudad. Antes viv¨ªa a 15 minutos a pie, ahora deber¨¢ conducir ¡ªha tenido que pedir un pr¨¦stamo para comprarse un coche de segunda mano¡ª hasta la estaci¨®n, coger un tren regional hasta la capital y finalmente el metro. ¡°Una hora de ida y otra de vuelta¡±, calcula. Y luego est¨¢ la imbatible oferta de ocio y cultura que tiene una ciudad como Par¨ªs. ¡°Es un precio a pagar, s¨ª, pero a cambio tengo un gran apartamento y una calidad de vida completamente diferente¡±, replica. En su voz no hay ni sombra de duda. Por SILVIA AYUSO
Miguel ?ngel del Arco | La Vega de Granada: Un ecologista de letras
¡°Estos lugares, seg¨²n tu estado de ¨¢nimo, tus fuerzas, tus ilusiones o los amigos y amigas, pueden convertirse en un pozo o, incluso, en un cementerio. O, tambi¨¦n, se puede seguir siendo ciudadano del mundo'. As¨ª dec¨ªa Severo Ochoa, y a?ad¨ªa: ¡®Pero mis ra¨ªces est¨¢n aqu¨ª¡±.
Esto escribe el juez jubilado y editor Miguel ?ngel del Arco. Enraizado desde hace meses en un molino restaurado de la Vega de Granada, entre Fuentevaqueros y Valderrubio, las dos casas de Federico Garc¨ªa Lorca.
Su segunda residencia ha dejado de serlo y ya no tiene otra. Vivir en el campo, dice, es una tradici¨®n social y literaria. Y ¨¦l la ha seguido. ¡°Ya Horacio glosaba la vida campestre, y en Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Fray Antonio de Guevara tambi¨¦n lo hac¨ªa¡±. Ecologistas avanzados, dice, como Juan Labrador, protagonista de El villano en su rinc¨®n.
Su traj¨ªn intelectual ¡ªes el fundador de la editorial acad¨¦mica Comares, que ahora dirige su hija¡ª nunca ha sido tan fruct¨ªfero. ¡°Estoy leyendo como no he le¨ªdo nunca¡±, proclama, de la mano estos d¨ªas de don Ram¨®n Mar¨ªa del Valle Incl¨¢n y Benito P¨¦rez Gald¨®s. Tambi¨¦n escribe el tercer tomo de sus memorias de juez perseguidor de corruptelas y el primero de sus m¨¢s de 30 a?os como editor. El confinamiento le sorprendi¨® all¨ª, con un caballo de raza espa?ola y dos perros. El calor lleg¨® sin m¨¢s ropa que la de montar, pero nunca volvi¨® a su piso de la ciudad. Ya no lo tiene en alquiler. ¡°Cultivo unos cuantos frutales para que se los coman los p¨¢jaros e intento que no me coma el jard¨ªn, el campo es muy duro¡±.
Es, dice, ¡°el abogado de los pobres¡±, al que acuden los agricultores para consultarle sus peleas y le pagan con esp¨¢rragos reci¨¦n cortados. ¡°Y me voy convirtiendo en un cocinero presentable¡±. All¨¢ van y vienen los hijos, el nieto y los amigos, a esta estancia que es pura acequia. Y ¨¦l tambi¨¦n, haci¨¦ndose kil¨®metros por la Vega.