El jard¨ªn en los tiempos de la covid
La idea de que el virus procede de un mundo artificial en contraposici¨®n a la reconfortante naturaleza de los ¨¢rboles y los pajaritos es simple y profundamente equivocada
Hace unos diez a?os publiqu¨¦ Jardines. Los verdaderos y los otros, un librito en el que me burlaba de la afici¨®n por la jardiner¨ªa que se estaba poniendo de moda entonces entre se?oras bien, millonarios horteras o concejales obsesionados por las zonas verdes y las rotondas. Inevitable, hoy, esta nota sobre el jard¨ªn en los tiempos de la covid-19 porque, aunque no s¨¦ ¨Dni quiero saberlo¨D si es posible identificar o siquiera hipotetizar un tipo de jard¨ªn vinculado a la epidemia, lo cierto es que con ella la jardiner¨ªa se ha convertido en un fen¨®meno de masas. La idea, simple y profundamente equivocada, es que el virus, el enemigo rastrero, estar¨ªa relacionado con un mundo creado por el hombre que vive a merced de un progreso enloquecido. A este ¨¢mbito artificial se contrapone la salv¨ªfica y reconfortante naturaleza, es decir, el jard¨ªn con sus ¨¢rboles y pajaritos. Pero incluso quien, como el arriba firmante, sospecha que la covid se escap¨® de un laboratorio, sabe bien que por mucho que el hombre lo haya intervenido y adulterado, el virus es una forma de vida tan natural como los l¨ªquenes y las bacterias, los lenguados y las gencianas. El jard¨ªn, por el contrario, es lo m¨¢s lejano a la naturaleza que pueda imaginarse: requiere de un aprendizaje complejo, de un enrevesado artificio que, a la vez que exalta ciertos aspectos de la naturaleza, inevitablemente, doblega y mutila otros. No hace falta ser bot¨¢nico para intuir que un huertecito de tomates ecol¨®gicos es fruto de una masacre de ¡°malas¡± hierbas imprescindibles en una cadena alimentaria que va de los piojos al ave f¨¦nix. Para ser jardinero es necesario conocer y amar la naturaleza al punto de querer emularla y esto significa abrazar su cualidad m¨¢s desconcertante: la crueldad.
Pero quiz¨¢s la actual buena fortuna de la jardiner¨ªa dependa tambi¨¦n del hecho de que, al aire libre, el contagio es m¨¢s dif¨ªcil; entre los parterres estamos menos expuestos al virus que en el tranv¨ªa. Es curioso que muy pocos hayan tenido el coraje de concluir que el verdadero problema radica en que este planeta, en vez de albergar con decoro a tres mil millones de humanos, est¨¢ superpoblado por ocho, con las consiguientes escasez de recursos y emisi¨®n de venenos. Descalzos, bronceados, felices de producir sus propios alimentos, los prol¨ªficos jardineros de los tiempos de la pandemia est¨¢n rodeados por una prole de ni?os descalzos y bronceados, aturdidos por la escuela a distancia y el mono de boller¨ªa industrial. Debe de ser duro para quien alimenta instintos paternos o maternos darse cuenta de que el mundo les reclama que los mantengan a raya. A los aspirantes a padres que cultivan pimientos en huertos cada a?o m¨¢s soleados y resecos, deber¨ªa imped¨ªrseles tener descendencia. Lo exige la supervivencia de nuestra especie en la tierra: tener hijos hoy es un crimen contra la humanidad.
El septiembre pasado, en la vigilia del segundo confinamiento (en Mil¨¢n vivo en un apartamento de un tercer piso con un peque?o balc¨®n orientado al norte), me lanc¨¦ a la b¨²squeda de una Sansevieria trifasciata, una maravilla que, quiz¨¢s por su facilidad y frugalidad en cuestiones de luz y agua, es considerada una planta de sala de espera de ginec¨®logos o dentistas. La encontr¨¦ en un supermercado. Contemplar sus bellas y brillantes hojas orladas de amarillito, regarla con parsimonia hasta la aparici¨®n de su min¨²scula flor, tenue como un concili¨¢bulo de hadas, ha sido un alivio en un periodo triste. Necesitamos las plantas, necesitamos el verde tanto como la luz del d¨ªa o las ilusiones. La naturaleza nos consuela y este es probablemente el rasgo m¨¢s ir¨®nico de su crueldad.
Quiz¨¢s la pasi¨®n por la jardiner¨ªa surgida de la epidemia es solo un SOS que el g¨¦nero humano, confuso y asustado, dirige a las plantas, olvidando que, si nosotros desapareci¨¦ramos, el mundo vegetal estallar¨ªa de alegr¨ªa¡ Pero ?qu¨¦ otra cosa nos queda? El virus nos ha permitido evaluar el hero¨ªsmo de una clase pol¨ªtica internacional que no ha sido capaz de obligar a Pek¨ªn a asumir su responsabilidad, tambi¨¦n el grado de independencia y la valent¨ªa con que la OMS, al menos en los cruciales primeros meses, ha elogiado la ¡°diligencia¡± de China, que la financia, o la falta u obsolescencia de programas epidemiol¨®gicos en casi todos los Estados del mundo (con la notable excepci¨®n de Taiw¨¢n, que a pesar de todo, ha terminado sucumbiendo a la variante delta) o la dr¨¢stica reducci¨®n de los recursos destinados a la sanidad p¨²blica en los ¨²ltimos 20 a?os¡ Nos ha revelado que los gobiernos no son capaces de cuidarnos, que Naciones Unidas no ha sabido coordinar a tiempo una respuesta com¨²n a la emergencia m¨¢s grave del siglo, ni organizar y ejecutar globalmente una campa?a seria de vacunaci¨®n, ni imponerse, en nombre de la comunidad, a las farmac¨¦uticas morosas y chantajistas, y ni siquiera evitar cubrirse de verg¨¹enza dando como limosna y con cuentagotas vacunas casi caducadas al tercer mundo.
Disgustados y recelosos de nuestros semejantes, tan est¨²pidos, tan incapaces, tan corruptos, ?no es leg¨ªtimo que nosotros, pobres humanos, hayamos pedido asilo en otro reino, el de los vegetales? Aparte de mi querida sansevieria, desde hace un a?o y medio sue?o con un ¨¢rbol: es un garadh, una magn¨ªfica acacia et¨ªope, a cuya alt¨ªsima copa enviar¨ªa como estilita un par de a?os a Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director general de la OMS que, hace 18 meses, declar¨® que las mascarillas induc¨ªan una falsa sensaci¨®n de seguridad en los que las usaban, as¨ª que era mejor no pon¨¦rselas. Todav¨ªa no he le¨ªdo en ning¨²n peri¨®dico una expresi¨®n de su arrepentimiento, una humilde petici¨®n de disculpas.
Umberto Pasti es jardinero y escritor. Su ¨²ltimo libro es ¡®Perdido en el para¨ªso¡¯ (Acantilado). Traducci¨®n de Luis Arias.
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