Sarah Blaffer Hrdy, antrop¨®loga: ¡°Hemos tenido que llegar al siglo XXI para que los hombres convivieran de cerca con los beb¨¦s y se viera su potencial¡±
En su nuevo libro sobre la crianza masculina, la cient¨ªfica explica c¨®mo el feminismo, el biber¨®n y los derechos LGTBIQ+ han moldeado los cerebros de los padres
Sarah Blaffer Hrdy (Dallas, Estados Unidos, 78 a?os) es primat¨®loga y antrop¨®loga. Tambi¨¦n es abuela. En 2014 se mud¨® 10 d¨ªas a casa de su hija Katrinka a ejercer como tal. Y lo que vio all¨ª la impact¨®. Katrinka trabajaba en un colegio privado en el que le dieron muy pocos d¨ªas de permiso parental. Su marido, Dave, estaba en un colegio p¨²blico con mejores condiciones. As¨ª que ¨¦l ejerci¨® de principal cuidador del peque?o. ¡°Fue la primera vez que vi a un hombre totalmente inmerso en la crianza de un beb¨¦, de una forma que nosotros venimos a llamar maternal¡±, recuerda ella en su libro. Blaffer hab¨ªa estudiado la paternidad en simios. En los a?os ochenta escribi¨® una tesis en la que documentaba el comportamiento de los monos langures, que matan a las cr¨ªas ajenas para fecundar de nuevo a las hembras con sus propios genes. A finales de los noventa escribi¨® el libro Mothers and Others, donde explicaba que los seres humanos son criadores cooperativos y se?alaba el rol de la madre y la comunidad en la crianza.
Blaffer se pregunt¨® c¨®mo encajaba el comportamiento de su yerno en todo esto. Y se plante¨® escribir un libro sobre la paternidad en humanos. El resultado es El padre en escena (Capitan Swing) un ensayo a medio camino entre la neurolog¨ªa, la antropolog¨ªa e incluso la pol¨ªtica. Solo desde este prisma se puede entender la particular relaci¨®n entre hombres y beb¨¦s.
Los descubrimientos del siglo XX sobre v¨ªnculo afectivo ente madre e hijo no llegaron a demostrar que las mujeres fueran el ¨²nico sexo capacitado para cuidar de los beb¨¦s, explica la autora, pero esto encajaba tan bien con lo que la gente ten¨ªa asumido que no se cuestion¨®. Su libro lo hace. Plantea que la selecci¨®n sexual de Darwin no es suficiente para explicar el apareamiento en humanos, que tambi¨¦n se gu¨ªan por la selecci¨®n social. En el Pleistoceno, cuando empezamos a vivir en grupo, tener prestigio social empez¨® a ser m¨¢s importante que ser m¨¢s fuerte para tener acceso a la c¨®pula. Asegura tambi¨¦n que el hombre tiene los mismos circuitos neuronales que despiertan en la mujer un instinto maternal. Solo hab¨ªa que desempolvarlos. Las mismas ¨¢reas cerebrales se iluminan si el padre pasa suficiente tiempo con un beb¨¦ y se convierte no en una ayuda, sino en cuidador principal. Por eso, dice, solo en el siglo XXI, con los avances modernos, se han rescatado unas caracter¨ªsticas de nuestra especie largo tiempo ocultas. El feminismo, la adopci¨®n de parejas del mismo sexo, el permiso paternal o el biber¨®n han cambiado el cerebro de los padres. Su libro narra la historia de una relaci¨®n casi ¨²nica en la naturaleza, la de hombres y beb¨¦s. Pero tambi¨¦n es una constataci¨®n de c¨®mo la cultura puede modelar la biolog¨ªa.
Pregunta. ?Qu¨¦ pasa en el cerebro de los hombres cuando est¨¢n cerca de un beb¨¦? ?Qu¨¦ tipo de cambios hormonales sufren?
Respuesta. Esa para m¨ª fue la mayor sorpresa del libro. Lo comprob¨¦ de primera mano cuando vi a mi yerno cuidando de su beb¨¦. Estaba tan absorto, tan dedicado y tierno como lo estar¨ªa una madre. Fue eso lo que me empuj¨® a escribir este libro. Los hombres responden ante la presencia de un beb¨¦, cambian cuando pasan mucho tiempo cerca de ¨¦l. Los circuitos neuronales para responder como una madre est¨¢n en ellos, pero silentes. Es un potencial que no estaba siendo activado. Hemos tenido que llegar al siglo XXI para que los hombres convivieran de cerca con los beb¨¦s y se viera. Es la primera vez en la historia de la humanidad en la que dos hombres est¨¢n criando a un beb¨¦ desde su nacimiento sin ninguna mujer involucrada [en la crianza]. Y gracias a esto hemos visto c¨®mo se iluminan porciones del cerebro realmente maternales, antiguas y ancestrales en esta zona.
P. La paternidad es biol¨®gica, pero tambi¨¦n cultural.
R. S¨ª, y el comportamiento cambia mucho m¨¢s r¨¢pido que la biolog¨ªa. Esta es una de las razones por las que creo que la crianza de los hijos en humanos es tan flexible. Las madres pueden estar m¨¢s o menos ligadas dependiendo de sus circunstancias, pero su caso es distinto. Las mujeres van aumentando sus niveles de prolactina y estr¨®genos durante la gestaci¨®n. Y al nacer, los neurop¨¦ptidos y la oxitocina participan en el desencadenamiento de las contracciones del parto. As¨ª que ya se sienten muy afiliadas al beb¨¦ cuando nace. Y despu¨¦s, con la lactancia, aumentan la oxitocina y la prolactina. As¨ª que s¨ª, est¨¢n m¨¢s ligadas al beb¨¦ cuando llega. Pero esta relaci¨®n es m¨¢s facultativa en los padres. Ellos no tienen un instinto paternal como lo tiene, digamos, un mono b¨²ho, que quiere cuidar a ese beb¨¦ por encima de todo. Este se desarrolla con el contacto.
P. Cuando coment¨® a sus colegas que estaba escribiendo un libro sobre el potencial de los hombres como padres, estos bromearon con que ser¨ªa un libro muy corto. Al final El padre en escena tiene m¨¢s de 500 p¨¢ginas...
R. Bueno, yo soy conocida por escribir libros bastante largos. Y adem¨¢s, la suposici¨®n inicial de la mayor¨ªa de personas que estudian a los humanos y otros mam¨ªferos, es que el trabajo de crianza recae solo en las madres. Solo el 5% de los mam¨ªferos tienen cuidados parentales. E incluso menos tienen el tipo de cuidado que vemos en los humanos, donde los machos est¨¢n con la cr¨ªa casi todo el tiempo.
P. ?Por qu¨¦ los mam¨ªferos somos tan malos padres?
R. La madre est¨¢ all¨ª cuando nace el beb¨¦, es seguro que ella es la progenitora. Y qui¨¦n sabe d¨®nde estar¨¢ el hombre en ese momento. Una vez iniciada la lactancia, el beb¨¦ se apega a ella y ella se compromete con ¨¦l. Los p¨¢jaros no lactan. Los machos pueden llevar comida al nido igual de bien que las madres. Y lo hacen, el 10% de las aves tienen cr¨ªa cooperativa. La nuestra es una especie donde la ayuda a la crianza es a¨²n m¨¢s amplia, cualquier miembro del grupo, aunque no sea el padre gen¨¦tico, puede ayudar a cuidar y proveer a los beb¨¦s, cosa que no sucede con las aves. Los humanos se habr¨ªan extinguido en el Pleistoceno si no hubieran compartido alimentos de manera bastante rutinaria. Es algo que seguimos teniendo grabado, cuando viene un invitado a casa le damos lo mejor que tenemos. Compartimos comida y las personas que no comparten son vistas como taca?as. Esto es muy importante para el Homo sapiens y lo fue antes para el Homo erectus, lo ha sido siempre.
P. Pero somos una excepci¨®n dentro de nuestros familiares m¨¢s pr¨®ximos. ?C¨®mo evolucion¨® el hombre de forma diferente?
R. Los chimpanc¨¦s, por ejemplo, cazan. Y un macho dominante puede dejar a rega?adientes que un aliado muy importante obtenga un trozo de carne, pero no lo comparte de forma rutinaria. Los seres humanos son ¨²nicos entre los primates en el sentido de que el aprovisionamiento de otra persona es una rutina. Machos y hembras comparten alimentos vegetales y carne. Un estudio sobre los Hadza [una tribu de cazadores recolectores en Tanzania] vio que cuando los hombres cazan algo grande, lo comparten con todos. Y el cazador no necesariamente obtiene un trozo m¨¢s grande que los dem¨¢s. El fanfarronear est¨¢ mal visto, nadie quiere ser un pez gordo. Y si te comportas como tal, la gente empieza a cotillear sobre ti, a criticarte. Incluso te pueden expulsar del grupo o, en casos raros, ejecutarte.
P. Es lo que se ha llamado selecci¨®n social, una teor¨ªa que usted recuerda para matizar o completar la selecci¨®n sexual de Darwin.
R. No quiero decir que la teor¨ªa de la selecci¨®n sexual est¨¦ mal, pero creo que Darwin se centr¨® demasiado en ella. En los a?os ochenta se prest¨® mucha atenci¨®n a la elecci¨®n femenina, donde las hembras elegir¨¢n al macho que gana la pelea. Pero esto no es as¨ª para el ser humano desde el Pleistoceno. Entonces, para sobrevivir, nos volvimos mucho m¨¢s interdependientes y ten¨ªamos que confiar los unos en los otros para salir a cazar juntos, para dividir el trabajo y colaborar. Y en este contexto se da la hermosa paradoja de que los hombres compiten para ver qui¨¦n es m¨¢s sociable, m¨¢s cari?oso. Darwin se centr¨® ¨²nicamente en la selecci¨®n sexual. Pero, en los humanos, esta selecci¨®n social se vuelve mucho m¨¢s importante, tenemos que preocuparnos de lo que otras personas piensen de nosotros. Y eso se remonta a c¨®mo nos criaron cuando ¨¦ramos beb¨¦s.
P. ?Eso significa que no es el m¨¢s fuerte quien va a encontrar pareja, sino el m¨¢s majo o el mejor padre?
R. En parte. Ser cari?oso da prestigio social. Hace a?os, a los hombres les avergonzaba cambiar un pa?al o cuidar a los beb¨¦s. Si lo hac¨ªan, eran considerados unos d¨¦biles, poco varoniles. Seg¨²n estos est¨¢ndares de masculinidad, siempre hay que ser fuerte y estar al mando y no se pueden mostrar sentimientos. Y con esta idea de masculinidad, no hemos hecho ning¨²n favor a los hombres. En su libro Muertes por desesperaci¨®n y el futuro del capitalismo, el premio Nobel, Angus Deaton, junto con su esposa, la economista conductual, Dan Casey, reflexionan sobre estas muertes, causadas por suicidio o sobredosis. Tres de cada cinco v¨ªctimas son hombres.
Pero en los ¨²ltimos a?os las cosas han cambiado. Hubo una macroencuesta en Estados Unidos, en 2010, en la que se entrevist¨® a 20.200 hombres. Y poco m¨¢s de 2.000 de esos hombres viv¨ªan en la misma casa con ni?os menores de cinco a?os. Nueve de cada 10 dijeron que hab¨ªan cambiado un pa?al o hab¨ªan alimentado o lavado a su beb¨¦ en la ¨²ltima semana. Incluso si esos hombres estuvieran exagerando, esto muestra que nuestros est¨¢ndares de masculinidad se est¨¢n relajando, los hombres no tienen miedo de mostrarse como buenos padres, lo buscan. Las camisas de fuerza del g¨¦nero se han aflojado. Ahora hay m¨¢s formas de ser hombre, de ser mujer, la homosexualidad est¨¢ aceptada y nuestros est¨¢ndares de roles de g¨¦nero se est¨¢n relajando¡ Bueno¡ Quiz¨¢ ahora no tanto. Ha habido una reacci¨®n violenta a estos cambios y en mi pa¨ªs est¨¢ sucediendo ahora mismo. Es muy doloroso. El caso es que era mucho m¨¢s optimista cuando comenc¨¦ este libro, hace m¨¢s de 10 a?os.
P. Si la forma en la que entendemos la paternidad es cultural, las cosas pueden cambiar. Podemos retroceder.
R. Yo se lo digo a mis hijas, por ejemplo, no hay que dar por sentados los derechos reproductivos. Pens¨¢bamos que estos cambios estar¨ªan aqu¨ª para siempre, pero si analizamos la historia cultural humana, vemos que no es as¨ª. Mucho antes de todas estas tendencias patriarcales en la Iglesia cat¨®lica y en Medio Oriente, en el Pleistoceno, las sociedades eran m¨¢s igualitarias. No estoy diciendo que las mujeres fueran dominantes ni que fueran sociedades matriarcales, pero ten¨ªan m¨¢s autonom¨ªa reproductiva y residencial que en ciertos lugares. No s¨¦ si has visto los titulares del Washington Post en el ¨²ltimo mes sobre beb¨¦s abandonados en contenedores de basura en Texas. En Estados Unidos el aborto ya no est¨¢ garantizado, hemos hecho que los m¨¦todos anticonceptivos fueran dif¨ªciles de conseguir. Destruimos la autonom¨ªa reproductiva y este es el resultado.