El curioso caso de los zapatos que nunca se quita Anna Wintour
Tiene acceso a toda prenda o complemento que se le antoje, pero en cuesti¨®n de calzado, Anna Wintour, la mujer que m¨¢s fuerte pisa en el mundo de la moda, lleva veinte a?os subida a los mismos ?Manolos?. ?Por qu¨¦?
?C¨®mo es posible que Anna Wintour, la mujer m¨¢s poderosa de la industria de la moda, lleve siempre los mismos zapatos? Ella que tiene acceso a los mejores dise?adores del mundo antes que nadie y el grifo de la exclusividad abierto 24 horas, lleva dos d¨¦cadas siendo fotografiada con un tipo de calzado de tan similares caracter¨ªsticas que parece siempre el mismo. As¨ª, los pies de la editora jefe de la edici¨®n estadounidense de Vogue y?...
?C¨®mo es posible que Anna Wintour, la mujer m¨¢s poderosa de la industria de la moda, lleve siempre los mismos zapatos? Ella que tiene acceso a los mejores dise?adores del mundo antes que nadie y el grifo de la exclusividad abierto 24 horas, lleva dos d¨¦cadas siendo fotografiada con un tipo de calzado de tan similares caracter¨ªsticas que parece siempre el mismo. As¨ª, los pies de la editora jefe de la edici¨®n estadounidense de Vogue y?directora art¨ªstica de Cond¨¦ Nast,?han venido siendo un objeto de estudio cuya inc¨®gnita ha sido solo recientemente despejada.
Justo al tiempo que dej¨® de llevar pantalones, Anna se abon¨® a los "Manolos". Manolo Blahnik, el archiconocido zapatero nacido en Canarias, es el autor de esas sandalias de doble tira en color crema y tac¨®n medio que acompa?an incondicionalmente a la Wintour a todas partes.?En realidad son dos modelos distintos; las Callasli, inspiradas originalmente en Maria Callas, y las Botti. Rebautizados en su honor con la siglas AW, ambos ejemplares, cuyo precio se sit¨²a en torno a los 600 euros aunque pueden conseguirse muy rebajados, son un cl¨¢sico de la casa y se diferencian ¨²nicamente por la manera en que sus franjas de piel ¨C que normalmente son de serpiente¨C, se colocan: en las Callasli se cruzan mientras que en las Botti se entrelazan.
Seg¨²n ha reconocido ¨¦l mismo en diversas entrevistas, Blahnik suele reunirse con Anna para modificar las sandalias cada vez que ¨¦sta hace un pedido: "Planeamos los materiales y variamos la altura del tac¨®n o ajustamos el grosor de las tiras". Aunque los retoques de la Wintour vienen de f¨¢brica visto que cuando salieron al mercado, a mediados de los noventa, las sandalias quedaban ajustadas al tobillo y Anna hizo sustituir la pulsera por una cinta el¨¢stica trasera que, de todos modos, suele pisar al pon¨¦rselas. "Su gama crom¨¢tica preferida es la de los neutros y a lo largo de este tiempo he creado y fabricado especialmente para ella dos tonos que se adaptan perfectamente a su color de piel". Tambi¨¦n las tiene en negro y en tonos metalizados. En invierno, eso s¨ª, las alterna con un modelo de botas de ca?a ancha y alta que colecciona tambi¨¦n por pares en varios acabados y colores.
Anna Wintour busca comodidad, las tendencias son para otras.
Getty
Nada m¨¢s empezar The september Issue lo primero que vemos en pantalla es el legendario armario de Vogue, ese objeto de deseo mitificado en pel¨ªculas como El Diablo viste de Prada que se descubre tal cual nos lo imagin¨¢bamos en los primeros minutos de metraje del documental. Es, efectivamente, un ed¨¦n de ropa, bolsos, productos de belleza y por supuesto: el nirvana de los zapatos. Ahora, no es casualidad si lo que intuimos unas secuencias despu¨¦s a los pies de Anna Wintour, llegando a su despacho, son sus "Manolos". Bastante menos atractivos que aquellos popularizados por Carrie Bradshaw en "Sexo en Nueva York", pero seguramente cargados de mucho m¨¢s significado.
Contaba una vez Vera Wang acerca de sus primeros d¨ªas en Vogue, donde empez¨® su carrera ejerciendo de asistente, que para su estreno en la redacci¨®n de la revista escogi¨® un ajustado vestido rojo y unos stilettos de alt¨ªsimo tac¨®n. Al verla aparecer por la puerta, Polly Mellen, una de las editoras de moda m¨¢s ic¨®nicas de la ¨¦poca de los setenta y la persona para la que trabajaba, le dijo que se volviera inmediatamente a casa a cambiarse y ponerse con urgencia los zapatos m¨¢s c¨®modos que tuviera. Por aquel entonces en Vogue empezaban a retratar a una nueva clase de mujer. La trabajadora.
Una orden que no se le puede discutir a su editora jefe desde 1988, cuya jornada laboral empieza a las ocho de la ma?ana y acaba a las diez y media de la noche, momento en el que se mete religiosamente en la cama; galas, fiestas y Semanas de la Moda de por medio.?La misma que tras media vida en este oficio ostenta la potestad suficiente para que, a toque de pito, le conviertan en vestido una camisa masculina de Prada pero que, como casi todas, tiene fijaci¨®n por unos zapatos todoterreno con los que se siente como con zapatillas de estar por casa.
Y es que lo mismo en un mundo de locos en el que tienes que vender una cosa pero simpatizas con otra es el elemento que le ayuda a tener los pies en el suelo. Y nunca mejor dicho. Anna, como toda l¨ªder, es una mujer de fuertes convicciones traducidas en un singular e inconfundible individualismo a la hora de representarse. Desde su peinado a su calzado, pasando por un armario repleto de prendas adaptadas a su gusto pero de siluetas repetitivas, todo en ella es absolutamente reconocible.??Y no ser¨¢ que al final la clave para salvaguardar el criterio en una industria que se renueva constantemente, cuyas tendencias de ahora mismo caducar¨¢n dentro de un minuto es cambiar lo m¨ªnimo posible?