Ellen DeGeneres toma Par¨ªs
Ellen DeGeneres busca en Francia inspiraci¨®n para su nueva marca, E. D., que lanzar¨¢ la pr¨®xima primavera. Antig¨¹edades, obras de arte y piezas de mercadillo conforman su universo est¨¦tico.
?Estamos en Par¨ªsss, nena!?, dice Ellen DeGeneres exultante, ?la ciudad de los enamorados?, y le planta un beso en la mejilla a su mujer, Portia de Rossi. Me he unido a la feliz pareja en su viaje a Europa, un torbellino visual en busca de inspiraci¨®n para E. D., la atrevida nueva marca de estilo de vida y ropa de Ellen, que est¨¢ poniendo en marcha con el inconformista inversor J. Christopher Burch. ?Ambos somos muy, muy, competitivos?, dice de su empresa con Burch, ?y queremos romper todas y cada una de las reglas?. E. D., casualmente, se pronuncia como ?Ed?, el apodo de Portia par...
?Estamos en Par¨ªsss, nena!?, dice Ellen DeGeneres exultante, ?la ciudad de los enamorados?, y le planta un beso en la mejilla a su mujer, Portia de Rossi. Me he unido a la feliz pareja en su viaje a Europa, un torbellino visual en busca de inspiraci¨®n para E. D., la atrevida nueva marca de estilo de vida y ropa de Ellen, que est¨¢ poniendo en marcha con el inconformista inversor J. Christopher Burch. ?Ambos somos muy, muy, competitivos?, dice de su empresa con Burch, ?y queremos romper todas y cada una de las reglas?. E. D., casualmente, se pronuncia como ?Ed?, el apodo de Portia para Ellen, quien juguetonamente sostiene que viene de ?dise?ado sin esfuerzo? (effortless design), uno de los mantras de su equipo creativo, junto con ?fortuitamente pulido? y ?humor espont¨¢neo?.
Todos estos conceptos estar¨¢n reflejados en sus colecciones, que arrancar¨¢n de una forma lo suficientemente modesta con una l¨ªnea casual de fin de semana, para luego desarrollar un cat¨¢logo m¨¢s extenso que incluir¨¢ de todo, desde alegres platos de cer¨¢mica a divertida papeler¨ªa y alfombras, ropa de cama, herramientas de jardiner¨ªa y velas. Habr¨¢ dise?os de precios accesibles para hombres y mujeres que reflejar¨¢n el eternamente cl¨¢sico estilo universitario de Ellen (aligerado con vestidos que sugieren la discreta sensibilidad femenina de Portia). Todo se vender¨¢ a trav¨¦s de la p¨¢gina web de E. D. (que se lanzar¨¢ en la primavera de 2015), peque?os comercios colaboradores (todav¨ªa desconocidos) y tiendas pop-up. La estrategia puede no resultar innovadora ¨Cdespu¨¦s de todo estamos en la ¨¦poca de Aerin, Martha, Blake y Gwyneth¨C , pero la jugada final es ambiciosa. Su visi¨®n es, nada menos, que conseguir una marca de dominio global, para redefinirse como el icono del estilo de vida elevado. ?Cuando alg¨²n d¨ªa decida dejar el mundo del espect¨¢culo?, sostiene Ellen, ?me centrar¨¦ por completo en el dise?o?.
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El plan para nuestro largo fin de semana es escrutar los mercadillos de Par¨ªs, visitar a amigos con buen gusto, estar al d¨ªa con una o dos exposiciones, viajar al sur y visitar la feria de antig¨¹edades de Isle-sur-la-Sorge y luego correr hacia Amberes. Est¨¢ previsto que esta estimulaci¨®n visual alimente la est¨¦tica de la emergente l¨ªnea de Ellen, que a¨²n est¨¢ tomando forma en los luminosos estudios de E. D. en Manhattan. Su siempre en expansi¨®n equipo cool de Williamsburg, que ahora incluye a cinco dise?adores de ropa, cinco dise?adores de art¨ªculos para el hogar y dos dise?adores textiles (??Toda esta gente trabaja para m¨ª??, se sorprende la presentadora), ha aceptado el reto de canalizar los mantras de Ellen y su rebuscado estilo en todo tipo de objetos, desde blazers entallados de aspecto juvenil hasta perfumes. Aunque ahora se rodea de muebles de Prouv¨¦ y Roy¨¨re y obras de arte de Basquiat y Warhol, la conocida presentadora sabe c¨®mo decorar sin mucho presupuesto. ?Sigo pensando que todo el mundo deber¨ªa poder tener un gran dise?o en su casa?, dice, ?as¨ª que dejadme hacerlo de un modo m¨¢s accesible?.
Su primera noche en Par¨ªs ha sido de insomnio. Pese al breve descanso, se encuentra m¨¢s que dispuesta a navegar por el afamado laberinto del mercado de las pulgas de Clignancourt. Siempre ha tenido instinto para el dise?o. ?Cuando pienso en decoraci¨®n?, afirma, ?empiezo a meditar?. En los primeros tiempos de su carrera como monologuista, hizo tanto dinero renovando casas como a trav¨¦s de la profesi¨®n que hab¨ªa elegido. Todav¨ªa siente un deseo urgente de comprar, renovar, decorar y seguir viajando. Un legado, quiz¨¢s, de una infancia itinerante y sin privilegios vivida en una serie de apartamentos de alquiler entre Metaire, Louisiana, Atlanta y Texas; a?os que pas¨® so?ando con las casas de las zonas residenciales que ella no pudo conocer porque se encontraban fuera del alcance financiero de sus padres.
En Par¨ªs somos una troupe de diez personas (m¨¢s la seguridad) que incluye a varios miembros de su equipo de E. D. y a la imperturbable Cheryl, que est¨¢ aqu¨ª para negociar los mejores precios con los comerciantes de los mercadillos y ocuparse de la log¨ªstica (?He tenido una pesadilla sobre enviar lo que compremos a Los ?ngeles?, confiesa Ellen. ?Un a?o despu¨¦s, llegan estas cosas y yo en plan: ?pero qu¨¦ es esto??). Ellen lleva una camisa azul dise?ada en colaboraci¨®n con su estilista a tiempo completo, Kellen Richards, unos chinos verde salvia, un sombrero porkpie de paja y una bolsa vintage de cartero de Herm¨¨s cuelga de su hombro. Portia es como una estrella de pel¨ªcula old school, inmaculada en un maravilloso y lozano traje de pantal¨®n de lino blanco de Band of Outsiders, con un pa?uelo de seda de Herm¨¨s plegado y anudado como una banda para el pelo, y unas sandalias de Prada de suela gruesa con el look ergodin¨¢mico del zapato de carreras de un atleta. ??Va de blanco!?, dice Ellen, ri¨¦ndose. ?Se va a poner indecentemente sucia. ?No vamos a ir a Wyeth!?.
La ¨²ltima vez que acabamos aqu¨ª, no compramos nada?, a?ade cuando llegamos al March¨¦ Paul Bert. ?No vamos a cometer ese error de nuevo. ?Que comiencen las compras!?. En esta ocasi¨®n, Ellen no est¨¢ bromeando. Entre el repleto expositor de fotograf¨ªas enmarcadas en negro de la pared del puesto de un vendedor y el trabajo de un artista joven que se ve en otro (que la hace ponderar la idea de incluir colaboraciones con artistas en su l¨ªnea), en solo un momento, ha tomado notas sobre una estanter¨ªa de acero de fin de siglo con puertas corredizas de cristal y un gigantesco caballete del siglo XIX, e invertido en un escultural asiento exterior de hormig¨®n de los a?os 70, un conjunto de ocho sillas utilitarias de metal de los a?os 30 de Mallet-Stevens, una estilosa silla Art D¨¦co de jard¨ªn que una vez estuvo en los Campos El¨ªseos y un total de 16 l¨¢mparas, la mayor¨ªa de ellas con formas puntiagudas de mediados de siglo. El equipo E. D. llama bastante la atenci¨®n, pero los altaneros vendedores son demasiado cool como para armar un esc¨¢ndalo por la visita de una celebridad, por lo que el marat¨®n de compras apenas es interrumpido. ?No tener paparazis detr¨¢s es todo un lujo?, dice Ellen. ?Deber¨ªamos comprarnos un apartamento aqu¨ª?. Solo paramos para comer ¨Cen Ma Cocotte, desde luego, el restaurante dise?ado por Philippe Starck que ha dotado de un glamuroso rinc¨®n gastron¨®mico al mercadillo¨C. Ellen admira los libros y los hallazgos propios de mercado de las pulgas en las estanter¨ªas, la ecl¨¦ctica mezcla de c¨®modos sillones de mediados de siglo y azulejos enc¨¢usticos al estilo del siglo XIX. ?Adoro ir de compras?, dice, ?y si no me gustara tanto estar¨ªa llorando en la calle, llorando con la mejilla pegada a la cera. As¨ª de cansada me encuentro?.
En septiembre de 2012, junto a su madre, Betty, con su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
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Sin embargo, el se?uelo de una visita a la galer¨ªa de Patrick Seguin, santo grial de los coleccionistas de Prouv¨¦, es demasiado atractivo como para resistirse. Uno de los primeros regalos de Portia a Ellen fue la silla Cit¨¦ de Prouv¨¦. Le sigui¨® una escultura de un gato de Giacometti: ??Resulta cara para los regalos!?.
Detr¨¢s de la discretamente an¨®nima puerta de su almac¨¦n, el luminoso espacio de enormes techos de Seguin est¨¢ salpicado de las obras maestras de Prouv¨¦: es un templo del dise?o industrial chic. Ellen est¨¢ casi desmayada de deseo. Tiene el sof¨¢ cama Cit¨¦ en otro color, pero ama esta versi¨®n cremosa en verde y marr¨®n; posee 20 sillas Standard de Prouv¨¦; tiene el escritorio Aile d¡¯Avi¨®n; tuvo la mesa Tropic 506, y ahora, vi¨¦ndola de nuevo en todo su esplendor, se est¨¢ volviendo loca por haberla dejado escapar (tanto, que m¨¢s tarde, ese mismo d¨ªa, se cuelga del tel¨¦fono, con destreza ¨Cy ¨¦xito¨C para negociar su compra de nuevo).
Despu¨¦s de dormir la siesta, nos reunimos para cenar en chez Marco Scarani y Jamie Creel (de los neoyorquinos Creel and Gow), en su cautivador apartamento ancien r¨¦gime de la Rue de Seine. La anunciada presencia de Lee Radziwill ha puesto a Ellen en una moment¨¢nea disyuntiva sobre la etiqueta. ?Voy a llevar un traje de noche y un tocado?, dice socarrona. ?Y un velo?. Viste una camiseta y unos pantalones blancos, por supuesto, y Portia est¨¢ tan impresionante como de costumbre de encaje negro y con los diamantes negros que Ellen le regal¨®. El apartamento es el compendio del chic del Sexto Arrondissement y el chef estrella Claude Colliot ha sido contratado para cocinar la cena ¨Csu refinado men¨² vegetariano con pescado, muy elaborado e imaginativo, resulta apetecible, pero no encaja demasiado con DeGeneres y De Rossi¨C. (Ambas son estrictamente veganas. ?La gente me pregunta: ¡®?Puedes comer pan?¡¯, bromea Portia. ¡®?S¨ª, no tiene ojos y una madre!¡¯?). El atardecer sobre la c¨²pula de la Biblioth¨¨que Mazarine con el Sena y el Louvre a lo lejos, sin embargo, resulta hechizante. La ir¨®nicamente interesante Lee Radziwill se sienta junto a Ellen pero le presta atenci¨®n a Portia, a quien encuentra ?fascinante?.
Portia de Rossi, su mujer, la acompa?¨® a la fiesta de los Oscar de Vanity Fair el a?o pasado, ofrecida por Graydon Carter.
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A la ma?ana siguiente, Ellen rechaza visitar Isle-sur-la-Sorgue para dormir hasta tarde; as¨ª que indecisos entre el vergonzoso n¨²mero de exposiciones parisinas de nombres intrigantes, decidimos asistir a la aclamada retrospectiva de Lucio Fontana en el Mus¨¦e d¡¯Art Moderne. Dentro, babeamos ante las poco conocidas primeras cer¨¢micas de Fontana y nos embelesamos con las pinturas con tajos que revolucionaron el mundo del arte en la d¨¦cada de los 50.
??Qu¨¦ significa collection particulier??, pregunta Ellen, que ha estado leyendo con cuidado el folleto de la exposici¨®n. ??Colecci¨®n privada? Eso quiere decir que est¨¢ a la venta, ?no??. Tal vez no, respondo. ?Pero lo estar¨¢n alg¨²n d¨ªa?, afirma Ellen, imp¨¢vida. Mientras deambulamos a trav¨¦s de las galer¨ªas restantes, la c¨®mica se encuentra discretamente ocupada con su iPhone. Antes de que salgamos del museo, varios marchantes con los que trata habitualmente le han ofrecido tres pinturas diferentes de la serie de los tajos. Estas damas, hay que decirlo, no pierden el tiempo.
Un viaje a Colette ha sido cortado de ra¨ªz por culpa de una invitaci¨®n sorpresa para visitar el apartamento chic de Seguin en una mansi¨®n del siglo XVII situada en el Marais, un tesoro con obras maestras de Prouv¨¦, Roy¨¨re y Le Corbusier. ?Eres muy inspirador?, le dice Ellen. ?Vamos a volver y redecorar nuestra casa?. Entonces, en un surrealista cambio de humor, nos vamos al frondoso campo, a un picnic cuyos anfitriones son William Holloway, cofundador de 1stdibs, junto a su compa?ero, el decorador Jean-Louis Deniot, en su ch?teau del siglo XIX de estilo falso renacentista de Chantilly (una de sus nueve propiedades).
El famoso selfie de la pasada edici¨®n de los Oscar, que arras¨® en Twitter. A la iquierda, en el desfile de primavera de 2011 de Richie Rich.
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Ellen y Portia, amantes de la naturaleza, exploran los campos de berros y los establos. Si Ellen sue?a con casas, Portia sue?a con caballos. ?Mira todas estas bellezas?, dice Portia. ?Soy realmente una granjera?. ?Tenemos tres perros, tres gatos y tres caballos?, explica Ellen. ?Me encantar¨ªa tener ovejas y cabras, y los pollos me gustan de verdad?, a?ade Portia. ?Necesitamos comprar una granja?.
Y de ah¨ª en alfombra m¨¢gica a Amberes, donde nos instalamos en el hotel de dise?o Julien, que ejemplifica la ligeramente org¨¢nica est¨¦tica belga. Ellen y Portia son pr¨¢cticamente empujadas hacia un restaurante, pero apuestan por una r¨¢pida retirada. Prefieren comer en el hotel.
Nuestro destino al d¨ªa siguiente es el santo grial: el castillo Gravenwezel, la casa de Axel y May Vervoordt, un lugar sagrado en la mente de Ellen al que Portia una vez intent¨® organizar un viaje sorpresa, coincidiendo con el 50 cumplea?os de la presentadora. El hijo de Axel, Boris, un modelo de hospitalidad caballeresca y conocimiento elegantemente presentado, nos gu¨ªa hasta all¨ª en un Rolls-Royce Corniche verde cocodrilo.
Un sendero de hayas inmemoriales conduce hasta a un castillo rodeado por un foso con una belleza imposible de cuento de hadas. ?Ella es tu mayor fan?, le dice Chris Burch a Axel. ?Realmente lo soy?, afirma Ellen. ?Es muy inspirador. Mi sue?o era conocerte?. Los interiores, desde el calabozo del s¨®tano al ¨¢tico, son un estudio de los gustos refinados de Vervoordt: paredes moteadas color tabaco de las que cuelgan trabajos abstractos de artistas japoneses de posguerra; magn¨ªficos objetos del gabinete de curiosidades de un pr¨ªncipe flamenco colocados en una antigua mesa de granja que celebra ?la belleza de la imperfecci¨®n?, seg¨²n opina Axel. ?Me encanta lo basto?, coincide Ellen. ?Me gusta todo lo org¨¢nico?.
Los jardines son reveladores, y es all¨ª donde comemos, a la sombra de un bajo y retorcido manzano, con vistas a un jard¨ªn rematado por setos recortados como nubes, celebrando un banquete de vegetales frescos del huerto que ha sido orquestado con esfuerzo por May, la mujer de Axel. Despu¨¦s de comer, Ellen y Portia parten a un crucero por la costa croata. Mientras se van, Ellen echa un ¨²ltimo vistazo al almenado castillo, con destellos como de lentejuelas provocados por la luz que se refleja en su foso. ?Belleza en todas partes?, dice. Ahora solo le falta capturar esa esencia y canalizarla en una vela arom¨¢tica.