?Qu¨¦ aspecto tendr¨ªa una ciudad no sexista?
M¨¢s de la mitad de las personas que viven en zonas urbanas son mujeres, en cambio, la poblaci¨®n femenina participa muy poco o nada en su dise?o, con lo que las? desigualdades de g¨¦nero est¨¢n servidas. El espacio urbano no es neutro sino que est¨¢ socialmente construido.
¡°Buscad en una ciudad una instalaci¨®n espec¨ªfica en la que 60.000 mujeres se dediquen a su actividad favorita de ocio¡±. No me hab¨ªa parado nunca a pensarlo hasta que lo le¨ª en el libro sobre los clubs privados masculinos que a¨²n existen en Europa y en Estados Unidos, Los Boys Club. Por qu¨¦ los hombres siguen dominando el mundo (Pen¨ªnsula), donde se desmenuza c¨®mo son esos recintos y lo que siguen constituyend...
¡°Buscad en una ciudad una instalaci¨®n espec¨ªfica en la que 60.000 mujeres se dediquen a su actividad favorita de ocio¡±. No me hab¨ªa parado nunca a pensarlo hasta que lo le¨ª en el libro sobre los clubs privados masculinos que a¨²n existen en Europa y en Estados Unidos, Los Boys Club. Por qu¨¦ los hombres siguen dominando el mundo (Pen¨ªnsula), donde se desmenuza c¨®mo son esos recintos y lo que siguen constituyendo en el imaginario colectivo, c¨®mo influyen y qu¨¦ representan. La autora, Martine Delvaux, reflexiona en uno de los cap¨ªtulos sobre las ciudades y su tremenda masculinizaci¨®n. Lanza, en relaci¨®n a las instalaciones deportivas, esa pregunta del principio, cuya respuesta es: no hay. Y lo m¨¢s importante, no nos solemos plantear lo que suponen esos espacios en nuestras ciudades, el terreno gigantesco que ocupan, lo que se genera en sus alrededores los d¨ªas de partido, lo mucho que nos expulsan a las mujeres en su conjunto, el dinero que las instituciones p¨²blicas destinan de manera directa o indirecta a su mantenimiento. Instalaciones deportivas grandilocuentes b¨¢sicamente para ellos¡
Con esa idea en la cabeza, pens¨¦, bueno, pues otra cosa que nos hemos zampado sin m¨¢s, sin cuestionarlo, d¨¢ndolo por normal, autoriz¨¢ndolo, respet¨¢ndolo. Nadie nos ha preguntado nunca qu¨¦ nos parec¨ªa. La vida alrededor de los estadios de f¨²tbol, por ejemplo, la m¨¢s paradigm¨¢tica de estas instalaciones, es violenta, ruidosa, peligrosa incluso. Adem¨¢s, los desperfectos, la basura o los desarreglos que genera un encuentro deportivo, all¨ª y en otras partes de la ciudad, no los provocar¨ªa nunca ninguna reuni¨®n de mujeres. Y en caso de que ese espacio existiera, habr¨ªa un clamor contra el lugar, contra nosotras. Sencillamente, no se permitir¨ªa.
Quer¨ªa empezar con esta ?an¨¦cdota? para pasear por un tema m¨¢s global, sobre el que me han hecho pensar otros libros, uno reci¨¦n publicado, Ciudad feliz. Transformar la vida a trav¨¦s del dise?o urbano, de Charles Montgomety (Capitan Swing), un ensayo que cuenta la conexi¨®n entre el dise?o urbano y el bienestar humano, y otro reeditado, que escribi¨® hace 60 a?os Janet Jacob, Vida y muerte de las ciudades, donde ya aventur¨® algunas de las m¨¢ximas que nos persiguen a¨²n. Que hay que repensar los espacios urbanos, no depositarlo en manos de los mismos de siempre, que hay que dejar que las mujeres intervengan en sus dise?os, que hay que desmaculinizar la arquitectura (estudios incluidos, llenos en su mayor parte de se?ores), que hay que feminizar el espacio p¨²blico, hacerlo m¨¢s acorde con los nuevos tiempos, imponer modelos, no callarse, hacer frente com¨²n contra la especulaci¨®n, desterrar dise?os urbanos poco habitables, imaginar lugares m¨¢s amables y perseguirlos.
M¨¢s de la mitad de las personas que viven en zonas urbanas son mujeres, en cambio, la poblaci¨®n femenina participa muy poco o nada en su dise?o, con lo que las? desigualdades de g¨¦nero est¨¢n servidas. El espacio urbano no es neutro sino que est¨¢ socialmente construido. Un dato para empezar, que en realidad es un secreto a voces: el entorno de la arquitectura es fundamentalmente masculino, el profesorado de las escuelas de esta disciplina es mayoritariamente masculino (no as¨ª el alumnado, que ya est¨¢ pr¨¢cticamente al 50%). ¡°La arquitectura siempre ha respaldado al Hombre con may¨²scula, ya estemos hablando del hombres de Vitrubio, en la antig¨¹edad cl¨¢sica o del Modulor de Le Corbusier en la arquitectura del siglo XX. Siempre ha excluido las otras maneras de ser humano, siempre ha sido un agente de poder, ha sido el medio a trav¨¦s del cual los poderosos han construido, literalmente, su mundo¡±, seg¨²n la arquitecta y acad¨¦mica estadounidense Mabel O. Wilson
Las mujeres que piensan las ciudades
Dolores Hayden (1945), historiadora urbana y profesora em¨¦rita de arquitectura y urbanismo en la Universidad de Yale, fue pionera en hablar sobre los espacios con una ¨®ptica feminista y en lanzar esta pregunta: ?qu¨¦ aspecto tendr¨ªa una ciudad no sexista? ?Y en responder: ¡°Tendr¨ªa espacios comunes y de cooperaci¨®n (bloques de viviendas levantadas alrededor de patios comunitarios o barrios en los que sea posible compartir coche) calles y parques seguros, es decir, accesibles y bien iluminados, redes de transporte p¨²blico (metro, autob¨²s, bici) con horarios organizados y dise?ados pensando en las vidas de las mujeres que suelen desplazarse m¨¢s veces a lo largo del d¨ªa, todav¨ªa son ellas que habitualmente se encargan de las tareas dom¨¦sticas y de los cuidados¡±.
Lleg¨® a esta conclusi¨®n tras analizar con lupa c¨®mo eran las ciudades y por qu¨¦. Escrib¨ªa en 1979, en referencia a las urbes americanas (pero extrapolable a cualquier lugar) que la frase, ¡°el lugar de la mujer es el hogar¡±, hab¨ªa sido uno de los principios m¨¢s importantes del dise?o arquitect¨®nico y del planeamiento urbano de EE UU durante el siglo XX. Pero las mujeres, rechazado este dogma, entraron en el mercado de trabajo y rompieron con las viviendas, los barrios y las ciudades dise?adas para mujeres recluidas en su hogar, que las limitaban f¨ªsica, social y econ¨®micamente. ¡°Afirmo ¡ªdec¨ªa¡ª que el ¨²nico remedio para esta situaci¨®n es desarrollar un nuevo paradigma de casa, de barrio y de ciudad, para empezar a definir el dise?o f¨ªsico, social y econ¨®mico de los asentamientos humanos que contribuyan a apoyar, m¨¢s que limitar, las actividades de las mujeres trabajadoras y de sus familias. Es esencial reconocer tales necesidades para comenzar tanto la rehabilitaci¨®n del actual parque inmobiliario, como la construcci¨®n de nuevas viviendas que satisfagan las necesidades de una nueva y creciente mayor¨ªa de mujeres americanas trabajadoras y de sus familias¡±.
Ese constructo social, las mujeres dentro del hogar, (con el que se explica buena parte de las ciudades que tenemos, de los espacios p¨²blicos) salt¨® por los aires hace d¨¦cadas, y cada vez en m¨¢s lugares hay un grito que reclama a los que hacen las viviendas, y construyen las ciudades ¡°que luchen contra los estereotipos debidos al g¨¦nero, contra la discriminaci¨®n en los salarios. Cuando vean que se necesitan cambios sociales, econ¨®micos y medioambientales para superar estas condiciones, no tolerar¨¢n nunca m¨¢s viviendas y ciudades dise?adas seg¨²n los principios de otra ¨¦poca, que proclaman que ¡®el lugar de la mujer es el hogar¡¯.
Habla Hayden sobre las utop¨ªas americanas de finales del siglo XIX, de las feministas estadounidenses que propusieron que las cocinas, comedores, lavander¨ªas y tareas de cuidado de las criaturas fueran espacios comunitarios, para liberar a las mujeres de las tareas dom¨¦sticas y de las nuevas necesidades de las familias y del poder del lugar como representaci¨®n de la memoria hist¨®rica de la vida protagonizada por las mujeres y las minor¨ªas.
Junto a ellas, a?os despu¨¦s, lleg¨® Jacob, con el libro que citaba al principio, y que tambi¨¦n fue revolucionario. Y d¨¦cadas despu¨¦s, en 1992, por ejemplo, la Oficina de la Mujer en Viena convoc¨® por primera vez un concurso p¨²blico solo para mujeres arquitectas orientados a familias diversas con necesidad de vivienda subvencionada. Se hace eco de esta iniciativa la arquitecta y compositora Ana Bofill: ¡°Eran 350 viviendas sociales con criterios de g¨¦nero. La ganadora fue Franziska Ullmann, con un proyecto que propon¨ªa viviendas flexibles alrededor de un espacio abierto comunitario con equipamientos para las necesidades colectivas del vecindario: lugares para criaturas, j¨®venes, mujeres, personas mayores, etc. A partir de esta acci¨®n las mujeres arquitectas empiezan a ser tenidas en cuenta en los concursos p¨²blicos y los planes y proyectos urbanos empiezan a considerar aspectos de g¨¦nero¡±, asegur¨® en su estudio, La construcci¨®n de la ciudad inclusiva: estrategias de intervenci¨®n en el h¨¢bitat local. Insiste Bofill en que ¡°en Europa las mujeres utilizan sus derechos como ciudadanas para estudiar y proponer espacios p¨²blicos y servicios con la redefinici¨®n de necesidades y una nueva visi¨®n de la sostenibilidad. En la Europa del Norte estudian, con fondos de la CCEE la vivienda y nuevas organizaciones de unidades vecinales y de barrios, con la finalidad de que los nuevos proyectos incluyan vivienda, servicios, equipamientos y trabajo. Configuran tambi¨¦n nuevos planes de movilidad y de seguridad urbana y proyectan ordenaciones del espacio a la escala intermedia¡±.
Volvamos a Janet Jacobs, que lo pens¨® todo antes. En 1961 lanz¨® Muerte y vida de las grandes ciudades americanas, del que ella mismo dijo que era ¡°un ataque contra el actual urbanismo y la reconstrucci¨®n urbana¡±. Es una obra modern¨ªsima, est¨¢ sencillamente escrita (¡°escribir¨¦ sobre c¨®mo funcionan las ciudades en la vida real¡¡±) y plantea en ella asuntos tan ins¨®litos en la ¨¦poca como la alerta contra la gentrificaci¨®n, de la que fue profeta sin usar ni inventar el t¨¦rmino: vio claro que determinados barrios estaban en riesgo de convertirse en v¨ªctimas de su propio ¨¦xito. Puso el foco en la gente y el urbanismo de g¨¦nero a la hora de escribir sobre las ciudades necesarias, fue menospreciaba por ello por las ¨¦lites ilustradas (carec¨ªa de formaci¨®n acad¨¦mica)? que la calificaban de ¡°ama de casa¡±. Explic¨® el fracaso generalizado de proyectos car¨ªsimos, como el de los nuevos barrios de viviendas baratas, que en realidad ¡°empeoraban las condiciones de los barrios pobres que pretend¨ªan mejorar, parques sin gente, centros c¨ªvicos sin usuarios, paseos que no van a ninguna parte, v¨ªas r¨¢pidas que destripan las ciudades. Esto no es reordenar las ciudades. Esto es saquearlas¡±, apunt¨®.
El baile de las aceras: defendi¨® su papel clave como escenario de la cohesi¨®n y la ayuda. En ellas hab¨ªa una actividad constante, un continuo tr¨¢nsito de personas, y Janet defendi¨® la necesidad de asegurar su buen uso, que reduc¨ªa la inseguridad (por una red no evidente de m¨²ltiples ojos) y creaba condiciones de buena vecindad. ¡°Cuando la gente dice que una ciudad o que una parte de esta es peligrosa o una jungla, quiere decir principalmente que no se siente segura en sus aceras¡±, escrib¨ªa. ?Criticaba con eso la dispersi¨®n de la poblaci¨®n y el reemplazo de las calles por grandes espacios abiertos vac¨ªos y muertos. Este p¨¢rrafo es monumental:
¡°Echemos una ojeada a lo que hemos construido con los primeros miles de millones que tuvimos a nuestra disposici¨®n: los barrios de viviendas baratas se han convertido en los peores centros de delincuencia, vandalismo y desesperanza social general, mucho peores que los viejos barrios bajos que intent¨¢bamos eliminar; los proyectos de construcci¨®n de grupos de viviendas de renta media ¡ªaut¨¦nticas maravillas de monoton¨ªa y regimentalizaci¨®n¡ª sellaron a cal y canto las perspectivas de una vida ciudadana llena de vitalidad y dinamismo; los barrios residenciales de lujo, que te¨®ricamente deb¨ªan mitigar la sordidez de las ciudades, o intentarlo al menos, son hoy escaparates de una ins¨ªpida vulgaridad; y no hablemos de los centros culturales, en los cuales es dif¨ªcil encontrar una buena biblioteca; o los centros c¨ªvico-recreativos, cuidadosamente evitados por todo el mundo a excepci¨®n de los vividores de rigor, esos que no tienen tantos remilgos como los dem¨¢s para escoger sus lugares de esparcimiento; am¨¦n de los centros comerciales imitaci¨®n sin lustre de los supermercados suburbiales y de todos esos paseos que no vienen de ning¨²n sitio y no van a ninguna parte, pero que tampoco exhiben a ning¨²n paseante; y esas autopistas que destripan las grandes ciudades¡¡±.
En ese misma direcci¨®n, mi colega el periodista Vicent Molins, en su libro Valencia, el relat d¡¯una ciutat, reflexiona sobre la disputa que existe entre la ciudad como una plataforma o la ciudad para sus vecinos y sus vecinas, cuando se considera solo un territorio del que extraer beneficios, o cuando se toma en cuenta a quienes las habitan. En referencia a su toponimia, por cierto, Valencia tambi¨¦n suspende, como Par¨ªs: el 88¡¯5% de calles tienen nombres de hombres y solo un 11,5 de mujeres. Todo enlaza, todo est¨¢ conectado: esos ejemplos de urbanismo masculino de siglos anteriores, esa manera de dejar fuera a la mitad de la poblaci¨®n sistem¨¢ticamente, esas estudiosas que han puesto la lupa sobre la toponimia de las calles, de las estaciones de metro, de los aeropuertos, donde sigue siendo incre¨ªble la falta de paridad. Ejemplo, Francia:?solo el 4% de las calles llevan nombres femeninos. En Par¨ªs, 123 avenidas de las 130 existentes llevan nombres masculinos. Ya se le llama metrificaci¨®n. Con todo junto se llega a la conclusi¨®n de que las ciudades y todo lo que las rodea, desde su construcci¨®n hasta su habitabilidad siguen siendo masculinas. Y que las calles, donde sigue pasando todo, que ocupamos, donde nos encontramos, por donde paseamos, por donde nos trasladamos,? no se perciben igual siendo hombre que mujer. Y aqu¨ª quiero pararme.
No es solo que est¨¦n llenas de personajes y momentos hist¨®ricos llenos de hombres. Por cierto, en referencia a esto hay que se?alar un proyecto muy interesante y muy combativo que recomiendo mucho, Geochicas?se llama. En ¨¦l un grupo de mujeres se dedica a mapear el mundo y contar en porcentajes las alusiones femeninas de la ciudades, que siempre son morrocotudamente menores que las masculinas. En referencia a esto, mi colega Noelia Ram¨ªrez entrevist¨® aqu¨ª?a Ramiro Aznar, el ingeniero de datos especiales, autor de El gran c¨ªrculo, donde se recoge la propuesta de Geochicas, y en especial, Las calles? de las mujeres, mapa generado en ciudades de habla hispana y que cuenta bien la brecha. ¡°La historia es una historia de hombres escrita por hombres, as¨ª que no es de extra?ar que la gran mayor¨ªa de los viarios tengan nombres masculinos¡±, explica Aznar.
Pero dec¨ªa, no es solo eso
Tampoco se trata solo de lo de los estadios o los espacios privados que cita Delvaux, no es solo que las construcciones hayan sido dise?adas por ellos y para ellos, como dice Erik Harley, experto en estudios urbanos y el creador del falso movimiento art¨ªstico #Pormishuevismo, (muy celebrado en redes) ?donde reflexiona sobre todo esto en sus intervenciones sobre la arquitectura especulativa, corrupta, gentrificadora y tan masculina a¨²n. Es que adem¨¢s la seguridad de la ciudad o la falta de ella, nos perjudica m¨¢s a nosotras, junto a otros colectivos minoritarios, por el riesgo de agresi¨®n f¨ªsica. Dec¨ªa Pierre Bourdieu en La dominaci¨®n masculina?que las mujeres en la calle son ¡°percibidas¡±, puesto que existen fundamentalmente por y para la mirada de los dem¨¢s lo que cabe colocar en la misma base de la inseguridad a que se las condena. ?Expertas como Hayden cargan no solo contra la abrumadora toponimia masculina, tambi¨¦n contra la tendencia a destacar las proezas de los hombres bautizando arterias, estaciones de metro, aeropuertos como una ¡°manera de imprimir la marca masculina en un territorio y de grabar en ¨¦l una ¨²nica memoria¡±.
En ese sentido, dice Delvaux en su libro que el recinto del?boys club?es un lugar concreto, y un lugar en may¨²sculas, que abarca todos los grandes lugares que albergan nuestras instituciones, gobiernos y estados y que en su mayor¨ªa est¨¢n dise?adas y fabricados por hombres. ¡°En esos espacios p¨²blicos se les recuerda a ellas que son presas potenciales: comentarios soeces y alusiones sexuales, sonrisas y miradas desafiantes, silbidos, actos que en definitiva se pueden calificar de micro agresiones en plena calle¡±, explica la autora.
Las mastod¨®ndicas construcciones para ellos
Me explica Harley que cualquier ciudad que proyecte sus calles sin tener en cuenta que los transe¨²ntes no solo son hombres blancos de clase media, y heterosexuales, a?ado yo, es ejemplo de urbanismo mal dise?ado. ¡°Siempre recomiendo conocer el trabajo de la arquitecta Zaida Mux¨ª?para entender este enfoque en la construcci¨®n, tanto de ciudades como de edificios¡±. Mux¨ª, por cierto, tiene un libro excepcional que se llama Mujeres, casas y ciudades. M¨¢s all¨¢ del umbral?y que aclara cualquier resquicio de duda que podamos tener sobre este asunto.
Delvaux hace recuento en su libro de la serie de edificaciones construidas para favorecer el ego de los hombres: Mar-a-Lago, el club privado de Donald Trump, que fue al mismo tiempo su segunda residencia durante su mandato. El Xanad¨² de?Ciudadano Kane,?que por supuesto ser¨ªa un?boys club, o ¡°todas las fincas de Michael Jackson (Neverland) tras cuyas verjas hoy sabemos lo que ocurr¨ªa, de George Lucas (Skywalker Ranch), de Tom Cruise (Telluride), de Bill Gates, (Xanad¨² 2.0). Esos lugares que dise?an y habitan los hombres poderosos blancos (o con ganas de serlo), ¨¢vidos de dinero, o de gloria, ¡°movidos por una ambici¨®n sin l¨ªmites que fabrican a los EE UU y al mundo en general¡±.? Volvamos a Xanad¨², de Ciudadano Kane, ?acaso esa representaci¨®n de la finca ¡°no est¨¢ relacionada con los hombres y la arquitectura que construyen un mundo a su imagen y semejanza con los arquitectos que sostienen el mundo en la palma de sus manos??, dice Delvaux, que cita tambi¨¦n al arquitecto de interiores Philipe Starck como otro de los ejemplos de marcado ego arquitect¨®nico.
Y frente a toda esta manera de ocupar el espacio p¨²blico, incluidas las edificaciones deportivas con las que comenz¨¢bamos, est¨¢n las urbanistas activistas, las arquitectas que defienden la otra ciudad. Una en la que las mujeres salgan a la calle tambi¨¦n a deambular, no solo a hacer algo o ir a alguna parte. Porque como apunta la soci¨®loga Irena Zeilinger, a diferencia de los hombres, las mujeres no tienen el ¡°derecho¡± de estar, de vagar en el espacio p¨²blico. Y si lo hacen se exponen a un riesgo, en concreto el de convertirse en ¡®mujeres p¨²blicas¡¯. ¡°La mujer que no se mueve es una mujer disponible¡±, asegura.
?Otro grupo de activistas, las creadoras de la organizaci¨®n francesa Genre et Ville, cuestionan y tratan de entender el lugar ¡°sutil e imperceptible para la mayor¨ªa que ocupan los estereotipos de g¨¦nero en la ciudad¡±. En esa investigaci¨®n comprobaron que en los alrededores del barrio parisino de Belleville, el 95% de las personas que estaban sentados en un banco eran hombres. ¡°Nosotras solemos decir que en el espacio p¨²blico las mujeres se ocupan, mientras que los hombres ocupan. En un banco, las mujeres leen, fuman, se comen un bocadillo o se re¨²nen con otras mujeres para charlar. Los hombres sin embargo se muestran ociosos con m¨¢s frecuencia, simplemente miran pasar a la gente, los llamamos ¡®los felices¡¯. En la calle las mujeres empujan, arrastran, transportan y van de un punto A a un punto B. Los hombres, a veces, se quedan simplemente apoyados en la pared sin hacer nada¡±.
Visto lo visto, ?c¨®mo tendr¨ªa que ser una ciudad no sexista? Una sin construcciones grandilocuentes de cart¨®n-piedra y absurdas, vac¨ªas, carcasas sin gente, con extensiones interplanetarias sin sentido. Una en la que las calles sean lugares de relaci¨®n, con un fuerte tejido comercial que garantice el dinamismo en la p¨²blica, un espacio seguro, que c¨®mo dijeron las urbanistas feministas de Canad¨¢ en los a?os ochenta es aquel ¡°donde uno pueda ser visto y o¨ªdo en ¨¦l¡±. Una ciudad como espacio de encuentro y de conocimiento, con redes de apoyo, sin segregaci¨®n, planificada teniendo en cuenta la experiencia cotidiana, desde las diversidades. ¡°Una ciudad que proteja la naturaleza de las calles, que se apropie del espacio p¨²blico con ni?os jugando¡?. Ese espacio en el que ¡°las cosas se juntaban¡±, como dec¨ªa Virginia Woolf cuando Clarissa Dalloway cruzaba Victoria Street.