Opini¨®n

Todo lo que las feministas blancas hacemos mal

??C¨®mo que no soy una feminista fet¨¦n? ?C¨®mo que hago cosas mal desde mi feminismo recalcitrante??.

Mujer blanca con camiseta feminista.Getty (Getty Images)

?C¨®mo que no soy una feminista fet¨¦n? ?C¨®mo que hago cosas mal desde mi feminismo recalcitrante? ?Pero si soy ¡°sonrojantemente¡± feminista, por favor! Pues no, otra vez una feminista racializada me pone en mi sitio. El libro Contra el feminismo blanco, de Rafia Zakaria, de la editorial Contintametienes, me ha vuelto del rev¨¦s.? Esta escritora feminista y activista pakistan¨ª explica c¨®mo las mujeres blancas de clase media-alta han sido, hemos sido, las ¨²nicas que ha...

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?C¨®mo que no soy una feminista fet¨¦n? ?C¨®mo que hago cosas mal desde mi feminismo recalcitrante? ?Pero si soy ¡°sonrojantemente¡± feminista, por favor! Pues no, otra vez una feminista racializada me pone en mi sitio. El libro Contra el feminismo blanco, de Rafia Zakaria, de la editorial Contintametienes, me ha vuelto del rev¨¦s.? Esta escritora feminista y activista pakistan¨ª explica c¨®mo las mujeres blancas de clase media-alta han sido, hemos sido, las ¨²nicas que han ocupado durante mucho tiempo el lugar de ?expertas? en feminismo. Presidimos organizaciones feministas internacionales, escribimos lo que se considera el canon feminista, marcamos el lenguaje del movimiento mismo y la agenda de objetivos a cumplir.

La obra de Zakaria est¨¢ plagada de ejemplos de todo lo que el feminismo blanco hace MAL creyendo que lo hace BIEN, desde nuestra ¡°inocencia blanca feminista¡±, como dice la educadora holandesa afro-surinamesa, especializada en la di¨¢spora afrocaribe?a, Gloria Wekker.?

?Pero qu¨¦ es exactamente una feminista blanca? Seg¨²n Wekker, ¡°aquella que se niega a aceptar el papel que la blanquitud y el privilegio racial que lleva aparejado ha desempe?ado y sigue desempe?ando en la universalizaci¨®n de las inquietudes y las convicciones de las feministas blancas como las del feminismo en su totalidad¡±.

En la hermosa primavera del 2018 yo fui una de las que sali¨® a la calle orgullosa y combativa al grito de ¡°hermana, yo si te creo¡±, o ¡°si nos tocan a una nos tocan a todas¡±. Hac¨ªa poco tiempo del espanto de La Manada, la violaci¨®n grupal a una joven en Pamplona. As¨ª que all¨¢ que fuimos, a construir entre todas la marea violeta.? La sororidad entre todas y para todas las mujeres. Un momento ?para todas? ?entre todas?.

Veamos. Tal y como apunta en el pr¨®logo del libro la afro-feminista Esther (mayoko) Ortega Arjonilla, no hab¨ªa pasado ni un mes cuando se destap¨® el caso de los abusos sexuales y la explotaci¨®n laboral entre las jornaleras de la fresa en Huelva, casi todas ellas, marroqu¨ªes, o mujeres de fuera. Yo ah¨ª no sal¨ª a la calle, ni particip¨¦ en marea morada alguna. Ni yo, ni pr¨¢cticamente nadie. Le¨ª unos cuantos reportajes de prensa, muy buenos, v¨ª el programa que Salvados dedic¨® al asunto, me estremec¨ª, me indign¨¦, escrib¨ª un par de tuits, lo coment¨¦ en la radio y despu¨¦s volv¨ª a mis ocupaciones de mujer blanca, feminista, de clase media, periodista concienciada, etc¡­

Este ser¨ªa la an¨¦cdota que cuenta bien la esencia del libro. Hagamos ahora categor¨ªa repasando todo lo que las feministas blancas hacemos mal, todo lo que hemos hecho mal a lo largo de la historia, desde los albores del feminismo y a lo largo y ancho de las disruptivas, convulsas, y fecundas olas feministas.?

Empec¨¦ a pensar en mi feminismo blanco privilegiado ( a tener certeza de tenerlo) tard¨ªsimo, yo dir¨ªa que hace apenas seis o siete a?os, cuando descubr¨ª a la primera feminista negra de la que ten¨ªa constancia, bell hooks, con su libro dardo, ?Acaso no soy yo una mujer? (Consonni).?Luego llegu¨¦ otra feminista negra, Reni Eddo-Logde, con su ?Por qu¨¦ no hablo con blancos sobre racismo? (Pen¨ªnsula) que me desmont¨® adem¨¢s la serie Girls, de Lena Dunham, que ¡°todos los cr¨ªticos se?alaban como la serie m¨¢s feminista de la televisi¨®n en d¨¦cadas¡±. Una serie abrumadoramente blanca que nunca se par¨® en mujeres marrones.?

Y en marzo de 2022 apareci¨® Miki Kendall, negra como las dem¨¢s, con su libro bala,? Feminismo de barrio, (Capitan Swing), y su declaraci¨®n de intenciones: ¡°Soy la feminista a la que la gente recurre cuando ser dulce no basta, cuando decir las cosas con amabilidad una y otra vez no funciona¡±.

As¨ª pues, ya contaba con tres feministas negras que ya me hab¨ªan dicho todo lo que necesitaba saber sobre las carencias del feminismo supremacista. Y entonces lleg¨® Contra el feminismo blanco para dejarme claro que mi universo de feminista blanca ten¨ªa a¨²n miles de lagunas y clar¨ªsima falta de miras.?

El libro de Zakaria volv¨ªa a dinamitarlo todo. Las feministas blancas, desde la blanquitud se hab¨ªan olvidado de la clase baja, de las mujeres negras, racializadas. Vale, esto ya lo hab¨ªa entendido. Ahora descubr¨ªa adem¨¢s que era algo end¨¦mico, inveterado. Que el feminismo, a causa de esa blanquitud que se debe erradicar, se hab¨ªa olvidado tambi¨¦n de los hechos hist¨®ricos que hab¨ªan llevado a esas mujeres marrones a donde estaban, de los estragos coloniales, de los delirios causados por nuestra supremac¨ªa, nuestro privilegio blanco.?

¡°El prop¨®sito no es expulsar a las mujeres blancas del feminismo sino erradicar la blanquitud con sus premisas de privilegio y superioridad, para promover la libertad y el empoderamiento de todas las mujeres¡±, dice la autora. Ese y otros tantos asuntos, he intentado resumirlos en este dec¨¢logo:

¨CLas blancas lo dirigimos todo y adem¨¢s rescatamos a las racializadas.?

Desde la blanquitud protagonizamos los foros, los debates, las ONG, escribimos libros can¨®nicos, art¨ªculos, (de hecho aqu¨ª estoy) viajamos a pa¨ªses pobres a comprobar las realidades infernales, creamos el corpus sobre el que ha transitado y transita el feminismo y a veces cedemos espacios, palabras a nuestras compa?eras marrones. Dice Mayoko, que adem¨¢s es activista antirracista y de la disidencia sexual, ¡°las mujeres a las que cuales pagan por escribir sobre feminismo, por dirigir organizaciones feministas y por elaborar pol¨ªticas feministas en el mundo occidental, son blancas y de clase media alta. En el otro lado est¨¢n las racializadas, las mujeres de clase trabajadora, las de las minor¨ªas, las inmigrantes, las ind¨ªgenas, las trans, la que residen en refugios,? muchas de las cuales viven vidas feministas pero rara vez llegan a hablar o escribir sobre ellas. Se asume vagamente que las mujeres realmente fuertes, las feministas de verdad, educadas por otras feministas blancas, no acaban en situaciones de abuso. Es una situaci¨®n compleja que fomenta y sustenta la imagen de las feministas blancas como rescatadoras y las mujeres racializadas rescatadas¡±.?

En esa misma direcci¨®n habl¨® Gayatri Spivak, te¨®rica pol¨ªtica con un ensayo revolucionario, ?Pueden hablar los subalternos?, donde por primera vez subray¨® c¨®mo los europeos y las europeas dan por hecho que conocen a los dem¨¢s, coloc¨¢ndolos en el contexto de los oprimidos. La famosa enunciaci¨®n de la autora acerca de ¡°los hombre blancos que salvan a las mujeres marrones de los hombres marrones¡±, sustenta buena parte de este libro.?

¨CDecidimos qu¨¦ es feminismo y qu¨¦ no

Rebeldia s¨ª, resilencia no. Montar en patinete s¨ª, huir a Occidente s¨ª.

Sabemos qu¨¦ es ser una buena feminista y qu¨¦ no, incluso si las mujeres protagonistas de la acci¨®n est¨¢n en latitudes diferentes, han vivido experiencias antag¨®nicas, o simplemente tienen otra cultura u otras aspiraciones. Desde la blanquitud, la resilencia, por ejemplo, no es del todo feminista. Solo la rebeld¨ªa se considera una virtud feminista. Y eso deja fuera vidas enteras, como la de la autora, por ejemplo y la historia de su familia. Zakaria creci¨® en Pakist¨¢n, vio c¨®mo su madre su abuela y sus t¨ªas sobreviv¨ªan a todo tipo de sufrimientos horribles, a procesos migratorios, a perdidas de negocios que resultaron devastadoras, a maridos ineptos, a relaciones rotas a las discriminaci¨®n legal y a muchas otras situaciones adversas sin sucumbir jam¨¢s a la desesperaci¨®n, sin abandonar en ning¨²n momento a aquellas personas que confiaban en ellas, sin dejar de superarse nunca. ¡°Su resilencia, su sentido de la responsabilidad, su empat¨ªa y su capacidad para albergar esperanza son tambi¨¦n cualidades feministas pero no del tipo que permita la actual aritm¨¦tica del feminismo¡±, argumenta la autora.? La blanquitud dice: la virtud feminista m¨¢xima es la rebeld¨ªa, no la resilencia, por tanto la ¡°resistencia de mis antepasadas maternas se etiqueta como un impulso prefeminista err¨®neo, carente de fundamento e incapaz de generar ning¨²n cambio¡±. Las feministas pakistan¨ªes no podr¨¢n captar atenci¨®n alguna a menos que hagan algo susceptible de reconocimiento dentro de la esfera de la experiencia feminista blanca: montar en monopat¨ªn con el velo en la cabeza, manifestarse con pancartas, escribir un libro sobre sexo o huir a occidente.?

¨CTenemos el complejo industrial de la salvadora blanca

En uno de los cap¨ªtulos, Al principio hab¨ªa mujeres blancas, Zakaria pone el foco en ese complejo, cuya aparici¨®n sit¨²a en el era colonial. Y aborda un asunto apasionante. En el siglo XIX? los roles de g¨¦nero y los privilegios masculinos constre?¨ªan la libertad de las mujeres en sus pa¨ªses de origen, ¡°as¨ª pues partir a las colonias ofrec¨ªa a estas una v¨ªa de escape ¨²nicas. All¨ª en la India, en Nigeria, gozaban de una significativa ventaja, el privilegio blanco, a pesar de que segu¨ªan est¨¢n subordinadas a los hombres blancos, se las consideraba superiores por raza a los sujetos colonizados lo que les daba mas poder y mas libertad¡±.?

¡°En este pa¨ªs soy una persona¡±, escribi¨® a sus padres en 1902, la aventurera y polifac¨¦tica brit¨¢nica Gertrude Bell, desde Monte Carmelo, en Haifa. En su pa¨ªs natal todo era fracaso, no hab¨ªa encontrado marido, etc. Pero ¡°en el ex¨®tico Oriente hab¨ªa sitio de sobra para las se?oritas londinenses que hab¨ªan envejecido y quedado fuera del mercado nupcial¡±.? Ning¨²n hombre marr¨®n pod¨ªa controlarla ni cuestionarla cuando recorr¨ªa los bazares ataviada con su sombrero de paja y sus blancos vestidos ni castigarla por montar a caballo como un hombre.? Bell, curiosamente, se opuso tiempo despu¨¦s al sufragio femenino.?

Casi 50 a?os antes de que Gertrude Bell llegase a las colonias, las mujeres indias ya hab¨ªan creado organizaciones de corte reformista, exclusivas para mujeres, y en la d¨¦cada de 1870 las indias publicaban sus propias revistas. Traduc¨ªan? textos literarios del ingl¨¦s y de otros idiomas europeos a lenguas locales y hablaban activamente? sobre su propio papel subordinado en la sociedad. En 1882 la India contaba con 2.700 instituciones educativas y 15 centros de formaci¨®n para maestras. A partir de la d¨¦cada de 1890 las mujeres indas se licenciaban en centros de educaci¨®n superior y en universidades y presionaban por lograr m¨¢s oportunidades educativas.?

Pero todo esto import¨® poco. No solo desde?amos los conocimientos aut¨®ctonos de las mujeres racializadas, adem¨¢s nos apropiamos del t¨¦rmino empoderamiento, un concepto, seg¨²n la autora, que ¡°formulado y desarrollado por mujeres desde el Sur global, en concreto de India, es traducido bajo los preceptos del feminismo blanco especializado en cooperaci¨®n e incorporado a agendas de organismos tan poco feministas como el banco mundial¡±.?

Y as¨ª, con todo eso a cuestas, llegamos a comienzos del XX cuando las sufragistas brit¨¢nicas estaban cerca de lograr el derecho a voto y ¡°quisieron que sus hermanas inferiores colonizadas emprendiesen una lucha paralela, pero entonces, las reivindicaciones de las mujeres de la colonias, sobre todo de la India, estaba m¨¢s en conseguir la liberaci¨®n del mandato colonial¡±. ¡®India no podr¨¢ ser libre hasta que las mujeres sean libres y las mujeres no podr¨¢n ser libres hasta que India lo sea¡¯, fue el eslogan feminista que adoptaron de Gandhi numerosas feministas indias.? ?De qu¨¦ serv¨ªa realmente votar en un pa¨ªs esclavizado?, se preguntaban ellas, no las feministas blancas. India y Pakist¨¢n, por cierto, los dos pa¨ªses creados tras la salida de los brit¨¢nicos de la India en 1947, reconocieron el derecho al voto de las mujeres en sus respectivas constituciones.?

La investigadora india, Gita Sen, junto a un grupo de activistas y pol¨ªticas feministas del sur global crearon la red DAWN (mujeres por un desarrollo alternativo para una nueva era) que pretend¨ªa, con sede en Bangalore, India, impulsar las voces de las mujeres del sur global, que era algo que sol¨ªan ignorar las blancas occidentales. Y esas voces defend¨ªan que¡°la igualdad con los hombres que precisamente sufr¨ªan desempleo, salarios bajos, condiciones laborales precarias, y racismo dentro de las estructuras socioecon¨®micas existentes no parec¨ªa un objetivo muy acertado ni digno¡±.?

¨CEl asunto de las feministas racializadas ingratas y las cocinas limpias

Otra vez el salvador blanco en esta historia. Los profesionales del ¨¢mbito del desarrollo, las ONG y las Naciones Unidas llevan mucho tiempo tratando de erradicar las cocinas de le?a en la India rural. Seg¨²n nuestro baremo de mujer blanca occidental, eliminarlas les abrir¨ªa un mundo mejor. Las activistas medioambientales tambi¨¦n lo defend¨ªan. ¡°Ten¨ªan que darles un horno mejor que el que seg¨²n las excavaciones de la zona llevaba emple¨¢ndose desde el 1800 a.c. El proyecto de erradicarlas traer¨ªa consigo empoderamiento y un aire m¨¢s limpio y pondr¨ªa freno al agotamiento de los bosques¡±. ¡®Alianza global de las cocinas limpias¡¯, impulsada por la Uni¨®n Europea prometi¨® que para 2020 habr¨ªa 100 millones de estas cocinas. El banco mundial amas¨® para lograrlo una cartera de 130 millones de d¨®lares procedentes de 13 pa¨ªses donantes.

?Qu¨¦ pod¨ªa salir mal?. Bueno, para empezar, tal y como relata Zakaria, nadie les pregunt¨® a ellas si las quer¨ªan, ni se plantearon las razones por las cuales, al final, no las quer¨ªan:?

¡°Por un lado, que la recogida de combustibles vegetales, (lo cual no implica talar arboles enteros, ni provocar el impacto medioambiental que se les atribu¨ªa) hab¨ªa sido durante siglos la forma ritual mediante la cual las mujeres rurales establec¨ªan y manten¨ªan sus v¨ªnculos sociales, era durante esos intercambios cuando hablaban sobre c¨®mo resolver los problemas de sus vidas, y superar las numerosas adversidades que surg¨ªan en sus comunidades. Compart¨ªan sus alegr¨ªas y sus p¨¦rdidas y las noticias de sus familiares y amigos, as¨ª pues era una parte esencial de la socializaci¨®n exclusiva de las mujeres en esa zonas¡±

El programa de las cocinas limpias no analiz¨® la cultura, incluso la demoniz¨® como fuente del atraso y las adversidades que padec¨ªan las mujeres. El programa occidental no se par¨® a hablar de pol¨ªtica, por ejemplo. El proyecto, llevado a cabo desde las mejores intenciones blancas para las pobres mujeres marrones ten¨ªa dos vertientes perfectamente argumentadas por Zakaria:

¡°Las cocinas tradicionales contaminan, originan espacios interiores llenos de humo y dan mucho trabajo a las mujeres que las usa, que pueden sufrir problemas respiratorios por su causa y que sin duda tienen ideas sobre c¨®mo mejorarlas. Al mismo tiempo, las cocinas limpias se romp¨ªan y no hab¨ªa forma de repararlas f¨¢cilmente en las aldeas, mientras que las viejas estaban hechas de arcilla. Es obvio que hab¨ªa que encontrar una soluci¨®n pero jam¨¢s deber¨ªa haber sido una soluci¨®n ¡°blancocentrica¡± que solo tuviese sentido para los directores blancos y occidentales de los programas, que centran su atenci¨®n en el individuo como emprendedor y no en la capacidad de las mujeres como colectivo para generar un cambio pol¨ªtico y social¡±.?

El libro est¨¢ plagado de asuntos as¨ª, con los que el mundo se siente bien, a los que las blancas feministas nos aferramos sin discusi¨®n.?

¨CLes damos cosas que no sabemos si quieren, o el caso de las gallinas de Melinda Gates

Le¨ªmos todas en su momento esta iniciativa tan incontestable de una de las mujeres m¨¢s poderosas del mundo. En 2015 la fundaci¨®n Gates don¨® 1000.000 aves de corral a mujeres particulares de algunos de los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo. Melinda dijo: ¡°una gallina pude marcar la diferencia entre una familia que sobrevive y una que prospera¡±. Adem¨¢s, los hombres no creen que las aves de corral merezcan la pena, por lo que dejan a las mujeres que se ocupen de ellas, y as¨ª se empoderen, ven¨ªa a decir.?

Y as¨ª llegamos a Mozambique, donde se hab¨ªa puesto en marcha la prueba. Los estudios relevaron que a pesar de que las mujeres pod¨ªan ganar algo de dinero a largo plazo no eran capaces de convertir las aves de corral en una iniciativa comercial rentable, porque los grandes productores del sector, con sus econom¨ªas de escala, ten¨ªan la capacidad de producir huevos mas baratos. Eso significaba que las mujeres pod¨ªan ganar en el mejor de los casos, unos 100 d¨®lares anuales, no los 1000 previstos con la venta de huevos. Nadie lo tuvo en cuenta antes de lanzar la iniciativa.

Otro pa¨ªs, Bolivia, fue designado como destinatario de las aves de corral. Melinda no estaba preparada para la respuesta del ministro de desarrollo rural y tierras de Bolivia, C¨¦sar Cocarico, que calific¨® la iniciativa de ofensiva y declin¨® la oferta. ¡°Gates no conoce la realidad de Bolivia si cree que a¨²n vivimos como hace 500 a?os, en mitad de la selva y sin saber c¨®mo producir. Con todo el respeto, deber¨ªa dejar de hablar de Bolivia y cuando sepa m¨¢s disculparse con nosotros¡±, dijo Cocarico.

Nadie se disculp¨®. Dato: Bolivia es un destacado productor de aves de corral, cuya industria av¨ªcola produce 197 millones de gallinas al a?o.?

Nadie se atrever¨ªa a considerar que los problemas de las mujeres blancas y occidentales que participamos de forma activa en las complejas sociedades modernas, se pueden revolver sin m¨¢s con un simple obsequio. Pero en cambio se cree que las mujeres racializadas viven en un mundo m¨¢s simple, privadas del ¨¦xito por problemas muy b¨¢sicos que tienen soluciones muy b¨¢sicas.?

Nos grita Zakaria que las feministas blancas damos por hecho, porque estamos ¡°ayudando a ?frica¡± y a otras regiones del sur global, que las ¡°mujeres son pobres por su cultura o por su falta de agencia, o incluso de conciencia feminista, nunca porque el expolio colonial merm¨® sus recursos ni porque en la actualidad los intereses capitalistas de inversi¨®n calculan el valor de aquellas seg¨²n el salario m¨¢s bajo que se les pueda pagar por hacer camisetas o vaqueros¡±. P¨¢rrafos como estos la dejan a una varada y sin argumentos para rebatir, llenan la obra de feministas racializadas. Hay muchas m¨¢s iniciativas parecidas llevadas a cabo por todo el entramado feminista occidental,? que nunca prosperaron, que se quedaron en buenas intenciones pero no cambiaron el sistema, ni las estructuras, que parchearon, que nos liberaron de la mala conciencia. Zakaria aborda el complejo industrial de la cooperaci¨®n, que resume con este ejemplo, no por manido, por sabido, menos contundente. Las feministas privilegiadas y organizadas est¨¢n dispuestas a donar dinero para la educaci¨®n de las ni?as de Banglad¨¦s a fin de apoyar a las mujeres, ¡°pero no van a dejar de comprar la moda r¨¢pida que venden importantes marcas estadounidenses basada en la explotaci¨®n de las mujeres de los pa¨ªses pobres. La bondad que implica el acto caritativo ayuda, por lo tanto a borrar su complicidad en un sistema global que resulta crucial a la hora de imponer jerarqu¨ªas raciales a escala global¡±. Vamos de k.o de k.o

En estas misiones de rescate de ni?as y mujeres negras, marrones, asi¨¢ticas ¡°por naturaleza indefensas y primitivas¡±, que llevamos a cabo las salvadoras blancas para liberarlas de sus miserables realidades, no considerar¨ªamos, por ejemplo la posibilidad de apoyar a las mujeres de la industria textil de Banglad¨¦s que intentan sindicarse para ejercer presi¨®n pol¨ªtica y obtener mejores condiciones laborales. Solo ensalzamos y destinamos donaciones a lo que encaja en la misi¨®n de rescate.?

¨CLiberar del mal a las mujeres marrones, nuestras guerras feministas

Las feministas blancas estadounidenses de la d¨¦cada de 1960, en pleno Vietnam, abogaban por el fin de la guerra. Las nuevas feministas americanas del reci¨¦n estrenado siglo XXI ¡°optan por luchar en la contienda junto a los hombres y eso se considera un gran avance¡±. La autora califica la pel¨ªcula La noche m¨¢s oscura, y el papel de Jessica Chastain, como una ¡°absoluta perversi¨®n del proyecto global de la igualdad de g¨¦nero¡±. Y sigue: ¡°A medida que las feministas han ido progresando en el seno de sus respectivas sociedades y empezando a ocupar puestos cada vez mas relevantes, han construido un feminismo que utiliza las vidas de las personas negras y marrones como escena en la cual pueden demostrar a los hombres blancos sus credenciales. El feminismo, especialmente en lo que respecta al estado, se centraba en fomentar la paz y la no violencia¡±?

En? plena guerra de Irak, el pent¨¢gono y EEUU en general (con periodistas entregadas tambi¨¦n a la causa) calificaron la contienda de feminista porque ¡°la divulgaci¨®n de los derechos de las mujeres como un objetivo real result¨® evidente. Las mujeres estadounidenses se hab¨ªan liberado y ahora ir¨ªan junto a los soldados varones a Afganist¨¢n para acabar con el mis¨®gino r¨¦gimen de los talibanes¡±, cuenta la autora.?

¡°Hab¨ªa programas en esa guerra que se basaban en la premisa de que se pod¨ªa usar a las mujeres marrones como arma contra los hombres que eran sus familiares y amigos. Con esa petulante suposici¨®n por parte del feminismo blanco de que las mujeres afganas estaban tan desvinculadas de sus padres, hermanos y maridos, todos ellos crueles y salvajes seg¨²n el imaginario americano, que servir¨ªan encantada como esp¨ªas e informadoras para EEUU¡±. Una vez m¨¢s nadie las escuch¨®, nadie les pregunt¨® y sobre todo, nadie pens¨® m¨¢s all¨¢, nadie se par¨® a analizar que las mujeres afganas ten¨ªan un vinculo indisoluble con los hombres afganos y que bombardearlos a ellos afectaba directamente e las mujeres. ?

La propia Gloria Steinem firm¨® la carta de la Mayor¨ªa Feminista en la que se ped¨ªa al presidente Bush que ¡°por favor haga algo¡± por las mujeres de Afganistan tras el 11-S. Steinem, por cierto, en su libro Mi vida en la carretera, incluy¨® a 28 mujeres y tres hombres en su listado de mejores escritoras y escritores feministas contempor¨¢neos. No aparece ni una sola feminista musulmana que no compartiese el apoyo de Steinem a la invasi¨®n de Afganist¨¢n.?

¨CTambi¨¦n somos hero¨ªnas del periodismo feminista?

Zakaria cuenta otra historia pesarosa. La autora del superventas, El librero de Kabul, Asne Seierstad admiti¨® sin reparos que se aprovech¨® al m¨¢ximo de la formalidad cultural afgana que les obliga a ser hospitalarios y se instal¨® en la casa de una familia parar extraer material para el libro. A?ade adem¨¢s que nunca domin¨® el dari, pero ¡°al parecer se sinti¨® legitimada para plasmar los pensamientos mas ¨ªntimos de las mujeres de la familia que solo hablaban en esa lengua¡±.?

No es la primera que vamos al sur global, con nuestros condescendientes juicios de valor, vitales y ling¨¹¨ªsticos, extraemos de las mujeres marrones sus intimidades, y luego llegamos a Occidente y lo contamos en forma de art¨ªculo, de libro, de ensayo¡­ ¡°Los relatos resultantes por los que pagan a las autoras pero no a las sujetos narradores suponen una traici¨®n a la confianza de estas ¨²ltimas o en el mejor de los casos se muestran sorprendentemente insensibles a los sentimientos¡±.?

Estas escritoras blancas, resalta Zakaria, suelen desaparecer de las vidas de las mujeres representadas desde el mismo instante en que se entregan sus relatos, sin que parezca que importen las consecuencias emocionales, pol¨ªticas y pr¨¢cticas de sus revelaciones y sus traiciones. La segunda esposa del famoso librero, por cierto, interpuso una demanda contra la autora por difamaci¨®n y negligencia en la pr¨¢ctica period¨ªstica. ¡°Mirar tras el velo de sus ?ignorantes hermanas? ha sido un camino seguro hasta el ¨¦xito¡±, dice en el libro.

Tras leer decenas de ejemplos del relato, te queda claro que el feminismo que motiva el comportamiento de much¨ªsimas periodistas blancas es desapiadadamente individualista. ¡°Las feministas blancas de la era colonial quer¨ªan divulgar sus maneras civilizadas, las postcoloniales quieren mostrar su valor y su compasi¨®n al tiempo que, a menudo, apoyan moralmente las crueldades que se han infringido en nombre del feminismo. Puede que los tiempos hayan cambiado pero el empe?o de la blanquitud para sacar r¨¦dito all¨ª donde puede, y dominar la narrativa para disfrazar ese provecho de benevolencia, sigue vigente¡±, remata la autora.?

Las mujeres musulmanas que m¨¢s gustan a la prensa occidental son aquellas que se niegan a criticar abiertamente a Occidente, otra m¨¢xima que extraigo del libro.?

Acabo con otro ejemplo que me dej¨® pensando. Una serie fotogr¨¢fica sobre las mujeres en Afganist¨¢n tras el 11-S de Lynsey Addario se convirti¨® en un ¨¦xito total y le otorg¨® una de las famosas becas ¡®genius¡¯ de la Fundaci¨®n MacArthur. Addario se ha especializado en im¨¢genes ¨ªntimas de mujeres extranjeras esencialmente negras y marrones publicadas en las principales revistas occidentales. En 2016, una de esas revistas public¨® en portada una foto de una adolescente sudanesa pr¨¢cticamente desnuda y embarazada del hijo de su violador, una imagen que ¡°ninguna revisa publicar¨ªa si se tratase de una ni?a estadounidense¡±. El feminismo escoge as¨ª que parte de las vidas de las mujer afganas hace visibles para el mundo blanco y occidental.?

¨CQueremos que se liberen sexualmente, y tengan sexo, mucho, y seg¨²n nuestras reglas?

Otra de las m¨¢ximas del feminismo prosexo que cuestiona Zakaria es la idea de que las mujeres no ser¨¢n libres a menos que logren plena libertad sexual. Acu?ado como ¡®sexualidad obligatoria¡¯, y que viene de la definici¨®n que impuls¨® la feminista Kristina Gupta, de ¡®heterosexualidad obligatoria¡¯, para referirse al sistema de normas y pr¨¢cticas que obligan a las mujeres a participar en la heterosexualidad.?

Sexusociedad es un concepto desarrollado en los estudios de g¨¦nero para describir un mundo forzosamente sexual. Seg¨²n la autora, que particip¨® en un postgrado sobre prosexo donde el empoderamiento sexual representaba el empoderamiento en su totalidad, ¡°no cabe reflexi¨®n alguna sobre el peso de la sexualidad obligatoria y la falta de inclusi¨®n de cualquier perspectiva que no sean las m¨¢s euroc¨¦ntricas hace imposible cuestionar en modo alguno el feminismo prosexo¡±.?

La autora, junto a Gupta y otras te¨®ricas coinciden en que ¡°la liberaci¨®n sexual es crucial, pero no la esencia del empoderamiento. Rechazo que el placer sexual tuviera que ser el quid de la lucha feminista¡±. Y cuestiona la construcci¨®n desde el feminismo astuto, venal, de la mujer Cosmopolitan, descrita por el NY Times como art¨ªfice de su ¨¦xito, sexual, y sumamente ambiciosa. O el feminismo pop y amable de la serie Sexo en Nueva York, que lleg¨® en el momento en el que el sexo segu¨ªa desempe?ando un papel crucial en esta visi¨®n de la feminista moderna.?

Una lee a Zakaria y piensa, ¡®claro, te cuestionas todos estos asuntos sexuales por tu fe, por tu cultura. La pacater¨ªa, el comedimiento, ya sabemos¡¯. Pero enseguida deja claro su punto de vista, que est¨¢ en las ant¨ªpodas: ¡°mi posici¨®n ven¨ªa de la conciencia de los l¨ªmites del poder transformador del feminismo sexi, en una sociedad en la que el capitalismo se ha apropiado completamente del sexo. Hay un vicioso circulo feminista blanco que hace que cualquier critica sobre la sexualidad obligatoria por parte de una mujer musulmana marr¨®n, sea desestimada como una expresi¨®n de cierto malestar latente con respecto al propio sexo¡±.?

¨C Los hombres occidentales nos matan por su ego, los otros, las matan por honor.?

Zakaria fue una mujer maltratada. A los 25, tras llevar casada desde los 17, se escap¨® a un refugio para v¨ªctimas de violencia dom¨¦stica. Estuvo all¨ª oculta con su hija de dos a?os durante meses por temor a que su marido la matara, como el resto de las mujeres que viv¨ªan en all¨ª, muchas de ellas blancas y estadounidenses.?

Si su marido, que es de origen pakistan¨ª, pero que ha pasado toda la vida en EEUU la hubiera matado, ¡°autom¨¢ticamente lo habr¨ªan calificado como un crimen de honor porque ambos ¨¦ramos musulmanes¡±. La Human Rights Watch (HRW) vincula el crimen de honor con actos de venganza cometidos por familiares varones contra mujeres de la misma familia, entre otros supuestos. Dice Zakaria: ¡°mi muerte habr¨ªa cumplido con esos criterios, como tambi¨¦n los habr¨ªan cumplido las muertes de cualquiera de las mujeres blancas que conoc¨ª en el refugio y que se enfrentaban a la violencia machista por haber abandonado a un hombre, por haber comenzado una nueva relaci¨®n o por haber da?ado el ego de alguno de los hombres que hab¨ªan pasado por sus vidas¡±. Un momento, ?honor?, ?ego?, ?qu¨¦ sucede?. Pues como aclara la autora, nadie parec¨ªa haberse percatado de que honor y ego son reiteraciones de las mimas fuerzas de control patriarcal. ¡°El honor es para los que forman una sociedad colectivista, es decir, las mujeres marrones; el ego, para los que viven en una individualista, es decir, nosotras. El honor jam¨¢s se atribuir¨ªa a ninguno de los miles de casos de violencia de g¨¦nero que se dan entre personas blancas¡±, Los cr¨ªmenes de honor, adem¨¢s, son uno de los temas favoritos de los periodistas que informan sobre el mundo musulm¨¢n y consiguen un gran clickbait feminista.?

Me sent¨ª inc¨®moda en algunos momentos de la lectura, no quer¨ªa reconocerme en sus diagn¨®sticos, no me consideraba una de esas mujeres blancas ¡°siempre a la defensiva y m¨¢s interesadas en sentirse bien consigo mismas que en forjar un di¨¢logo feminista m¨¢s igualitario¡±. Pero sin duda lo estaba. Lo estuve fundamentalmente cuando le¨ª lo relativo a la mutilaci¨®n genital infantil, (MGF) que sin defenderla en absoluto, si al menos la confronta con otros asuntos como, atenci¨®n, las agresiones est¨¦ticas que las mujeres occidentales llevan a cabo en sus cuerpos (ponerse pr¨®tesis mamarias, por ejemplo) por cuestiones tambi¨¦n culturales. En este caso di un respingo, sobre todo porque aqu¨ª estamos hablando de ni?as frente a mujeres adultas.?

En todo caso, me quedo con lo que se?ala la antrop¨®loga Saida Hodzic sobre la MGF: ¡°detr¨¢s del discurso sobre este asunto subyace el empe?o occidental por fabricar sujetos africanos ¡®modernos¡¯ prometiendo o dando por hecho que la eliminaci¨®n de la MGF modernizar¨ªa totalmente pa¨ªses africanos como Ghana, por ejemplo¡±. ?

¨CEl relato es nuestro. Nosotras podemos asistir a los congresos feministas mientras ellas asisten nuestras necesidades?

En 1979 la poeta, feminista, y activista por los derechos civiles, Audre Lorde, en una charla titulada, Las herramientas del amo nunca desmontar¨¢n la casa del amo, lanz¨® la siguiente pregunta: ¡°Si la teor¨ªa feminista blanda en EEUU no tiene que abordar las diferencias que existen entre nota y las consecuentes diferencias en los modos de presi¨®n que sufrimos, ?c¨®mo abordamos entonces el hecho de que las mujeres que limpian vuestras casas y que cuidan de vuestros hijos mientras vosotras asist¨ªs a congresos sobre teor¨ªa feminista, son, en su mayor¨ªa, mujeres podres y mujeres racializadas?¡±.?

Junto a ella, en los 70, las reivindicaciones de las mujeres negras estadounidenses comenzaron a estar presentes. En el 69, en el hospital Charleston, en Carolina del Sur, 12 enfermeras negras fueron a la huelga en protesta por la discriminaci¨®n que sufr¨ªan. Fueron despedidas inmediatamente despu¨¦s y consiguieron que el resto de trabajadores afroamericanos se unieran tras el despido y se sindicaran. Las mujeres blancas no se pronunciaron, pese a que ellas ¡°pueden denunciar la discriminaci¨®n en nombre de todas las mujeres, pero las mujeres negras no. Las mujeres blancas adoptan los discursos de los hombres blancos. Y eso se considera progreso¡±. Al a?o siguiente, la realizadora afroamericana Madeline Anderson, (EEUU, 1923) dirigi¨® el documental ¡®Yo soy alguien¡¯ (I am somebody, 1970) que narraba la lucha de ese grupo de trabajadoras. Fue la primera vez que una pel¨ªcula vinculaba a las mujeres negras y la lucha por los derechos civiles.?

Pero el mundo del feminismo sigui¨® siendo mayoritariamente blanco En junio de 2020, se public¨® un reportaje en el Daily Beast, sobre racismo en el seno de la NOW, que es la mayor organizaci¨®n feminista de EEUU: 17 de las 27 integrantes de la junta directiva son blancas y diez de las once presidentas que ha tenido, tambi¨¦n. ?

Esa falta de sensibilidad se ve en los detalles. Por ejemplo, diferentes colectivos feministas, de esos que est¨¢n integrados en la NOW, organizaron una Marcha de las mujeres, orgullosas con su compromiso p¨²blico con una ideolog¨ªa interseccional. Pero pasaron por alto que el s¨¢bado, d¨ªa de descanso para las clases medias, no era sino otra jornada laboral para las personas dedicadas al sector de los servicios y la hosteler¨ªa, la limpieza los transportes y las labores asistenciales, trabajos mal remunerados que normalmente est¨¢n desempe?ando las personas racializadas e inmigrantes.?

As¨ª que, tal y como apunta Zakaria, ¡°la guerra en la que nos hayamos inmersas es una guerra por el relato. No se trata de eliminar a las mujeres blancas del feminismo, sino de eliminar la blanquitud en tanto en cuanto dicha blanquitud ha sido sin¨®nimo de dominaci¨®n y explotaci¨®n, y jam¨¢s podremos lograr este objetivo sin el apoyo de las mujeres blancas¡±.?

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