La noche y el d¨ªa, por Ana Pastor
. No son a¨²n las cinco de la ma?ana y la ciudad se mueve. Trabajos elegidos, obligados, necesitados, ingratos, vitales¡ trabajo al fin y al cabo.
Las mismas caras se repiten pr¨¢cticamente en cada sem¨¢foro de la ciudad. Gestos serios, ojos entreabiertos en su justa medida, ventanillas cerradas, se?ales horarias como ¨²nico acompa?amiento y un bostezo casi por cada paso de cebra. No son a¨²n las cinco de la ma?ana y la ciudad se mueve. Trabajos elegidos, obligados, necesitados, ingratos, vitales¡ trabajo al fin y al cabo. Son horas en las que hasta el concepto ?doble fila? en una gran ciudad adquiere un nuevo significado. La camioneta blanca estaciona cada d¨ªa en el mismo lugar, tan sorprendentemente solitario a esa hora....
Las mismas caras se repiten pr¨¢cticamente en cada sem¨¢foro de la ciudad. Gestos serios, ojos entreabiertos en su justa medida, ventanillas cerradas, se?ales horarias como ¨²nico acompa?amiento y un bostezo casi por cada paso de cebra. No son a¨²n las cinco de la ma?ana y la ciudad se mueve. Trabajos elegidos, obligados, necesitados, ingratos, vitales¡ trabajo al fin y al cabo. Son horas en las que hasta el concepto ?doble fila? en una gran ciudad adquiere un nuevo significado. La camioneta blanca estaciona cada d¨ªa en el mismo lugar, tan sorprendentemente solitario a esa hora. Su conductor, con un movimiento r¨¢pido del pie derecho, cierra la puerta mientras sujeta con las manos dos bolsas de papel marr¨®n marcadas por el aceite. Entrega el delicioso material en la cafeter¨ªa de la esquina y, recoloc¨¢ndose la sudadera, sale de nuevo hacia la furgoneta para repetir esa rutina unas cuantas veces m¨¢s.
Hoy no hay tiempo m¨¢s all¨¢ del ?buenos d¨ªas? de tr¨¢mite y no podr¨¢ comentar con un caf¨¦ en la mano el gol en el tiempo de descuento con quienes terminan la jornada tras dejar el suelo de las calles impecables, casi a juego con la luz del d¨ªa. Arranca el motor, se pone el cintur¨®n y se aleja calle arriba. Mientras gira a la derecha, otro veh¨ªculo atraviesa la entrada de la gasolinera para repostar. All¨ª el turno ha empezado hace tantas horas que ya cuentan los minutos para el amanecer. Ha sido una noche fr¨ªa aunque tranquila a este lado del cristal de cobro. Un poco m¨¢s all¨¢ una marquesina de autob¨²s acoge a unos cuantos ciudadanos m¨¢s que miran nerviosos el reloj o andan de un lado a otro de la calle como deseando que su movimiento acelere la llegada del b¨²ho. Minutos m¨¢s tarde esa funcional estatua de cristal compartir¨¢ protagonismo con la boca de metro que engulle y escupe peatones como si fuera un drag¨®n hambriento a pesar de la hora. Muchas son mujeres que tienen que llegar a las casas donde hacen el relevo a otras mujeres y madres trabajadoras y cuidan as¨ª de sus peque?os y sus hogares.
Hasta hace no tanto la humanidad dorm¨ªa de noche. Hoy ser¨ªa impensable e imposible funcionar si todos durmi¨¦ramos durante esas horas. El trabajo nocturno ha existido de una u otra manera en todas las civilizaciones, pero se produjo un salto cualitativo con la llegada de la luz artificial. Edison la invent¨® en 1879 pero fue en 1882 cuando cre¨® un sistema con varias l¨¢mparas que pod¨ªan obtener electricidad de forma simult¨¢nea. La primera ciudad que disfrut¨® de la luz el¨¦ctrica fue Nueva York. Y a¨²n hoy se percibe esa ventaja temporal por su gran actividad nocturna. L¨®gicamente all¨ª, como en Madrid, Barcelona y muchos otros puntos, la noche da paso a la luz del d¨ªa que t¨ªmidamente se va imponiendo. Es la se?al que indica que la actividad se volver¨¢ todav¨ªa m¨¢s fren¨¦tica. Y ma?ana la escena se repetir¨¢ de nuevo. Gasolinera, reparto, panader¨ªa, hospital, emisora¡Y entonces amanece¡