Bambo, bata, babi o saco: oda al uniforme popular del veraneo espa?ol
¡°Mam¨¢, ?por qu¨¦ no se pone la bata que le regal¨¦? Ah no, esa es muy hermosa, esa es para museo¡±. Un recorrido hist¨®rico y cultural sobre una prenda que forma parte de nuestra educaci¨®n sentimental
Algunas prendas de ropa tienen el don de la metonimia, se convierten en un s¨ªmbolo visual de las personas que las usan: la prenda, la parte, evoca al todo, quien la viste. El pasado 13 de julio la cuenta de Twitter @MythicalIberia comparti¨® la imagen de una bata veraniega de se?ora. El tuit se llen¨® de comentarios que hac¨ªan referencia a recuerdos personales, casi todos unidos a madres, abuelas, t¨ªas... A familiares y conocidas que las han usado y las usan, a un tipo de mujer que ha marcado las vidas de muchos y que, como la prenda, vive ajena a su valiosa impronta. De cuadros, de flores y otros estampados, lisas... la bata es el uniforme oficial de esas se?oras de pueblos, de ciudades peque?as o de barrios humildes de grandes ciudades, trabajadoras, familiares, que la usan por su comodidad, su ligereza y su versatilidad. La bata es, pues, parte de nuestra educaci¨®n sentimental.
El de la metonimia no es el ¨²nico don de la bata. Tambi¨¦n tiene el don de la ubicuidad. La bata ha viajado por todas las regiones de Espa?a y tambi¨¦n tiene mucha vida fuera de nuestras fronteras, principalmente en los pa¨ªses mediterr¨¢neos y en muchos latinoamericanos, como Chile, Argentina y M¨¦xico. Y del mismo modo, ha viajado por geolectos. Parafraseando a Leonardo Dant¨¦s, tiene nombres mil: bata, bambo, loquito, babi, sisi, saco, pintora, mandil¨®n, cot¨®n... Muchos nombres, una sola prenda.
Sin salir de la terminolog¨ªa, las palabras que utilizamos para describirla nos dan muchas pistas de c¨®mo se la concibe. Podemos distribuir los t¨¦rminos en dos grupos: los ausentes del DRAE a pesar de su uso com¨²n, con ¡°bambo¡± a la cabeza, y aquellos que s¨ª han sido recogidos por el diccionario de la Real Academia, como bata, saco o babi, a pesar de lo cual ninguna de sus acepciones se refiere de manera directa a la prenda que nos ocupa. Tiene sentido porque otro de los dones de la bata ha sido el de la invisibilidad, fruto de la cuestionable invisibilidad de las mujeres que la han portado.
De la misma forma, parecen proscritas del an¨¢lisis de la historia de la indumentaria. ?La bata siempre estuvo ah¨ª? En el pr¨®logo que Ortega y Gasset escribi¨® para Tipos y trajes, el libro de Jos¨¦ de Ortiz Echag¨¹e sobre la indumentaria popular en Espa?a, dej¨® por escrito algo que, si bien alud¨ªa a los trajes regionales, puede aplicarse a nuestra querida bata: ¡°Ning¨²n traje popular es aut¨®ctono ni eterno, y, sin embargo, todos lo parecen. Esto es lo interesante, lo sugestivo. En esto revela, efectivamente, la clase inferior social su potencia de estilo. La aut¨¦ntica antig¨¹edad de un objeto usado por ella y s¨®lo por ella, no permitir¨¢ reconocer su fuerza de creaci¨®n art¨ªstica, personal¨ªsima, impregnadora de cuanta materia toca¡±.
En su rastreo, el primer obst¨¢culo con el que uno se encuentra es el de la polisemia de la palabra bata. La bata, en el siglo XVIII, era un vestido con dos pliegues traseros, herederos de la robe a la fran?aise, utilizado por mujeres de clase alta y que nada tiene que ver con la que nos ocupa. En el siglo XIX se circunscribe a la bata masculina, prenda usada informalmente en casa y que poco a poco se fue adaptando a la indumentaria femenina. Esa bata ya adoptada por las mujeres se fue estilizando, recibiendo influencias orientales y convirti¨¦ndose en una prenda de moda. En ABC se encuentra una cr¨®nica del 1926 escrita por Dy Safford cuyo t¨ªtulo no deja lugar a dudas: ¡°El uso de la bata es indispensable durante el est¨ªo¡±. El texto prosegu¨ªa: ¡°En cuanto el calor se deja sentir, la bata es algo semejante a un oasis, en cuyo recuerdo se complace uno cuando el sol cae a plano sobre nosotras durante ese paseo matinal del que no se prescinde ni en agosto¡±. De nuevo, no estamos hablando de nuestra bata, sino de un vestido amplio y fresco utilizado por las mujeres de clase alta. Pero precisamente en los a?os veinte del siglo pasado podemos encontrar los albores de nuestra prenda, teniendo en cuenta varios factores: que ya hab¨ªa comenzado fuera de Espa?a una t¨ªmida incorporaci¨®n de la mujer al trabajo masculino fruto de la primera Guerra Mundial y por tanto su indumentaria tambi¨¦n se hab¨ªa adaptado a esa circunstancia y que en los a?os veinte es cuando se empieza a recortar el largo aceptable para las prendas inferiores de la mujer.
Aunque los or¨ªgenes de la bata de cola no est¨¢n del todo claros, muchos historiadores defienden que proviene de la bata de faena que vest¨ªan campesinas que viajaban con tratantes de ganado y que empezaron a llamar la atenci¨®n de las mujeres de la alta sociedad de Sevilla
El camino inverso al que parece recorrido por otra bata esencial en la cultura espa?ola: la bata de cola. Aunque sus or¨ªgenes no est¨¢n del todo claros, muchos historiadores defienden que proviene de la bata de faena que vest¨ªan campesinas que viajaban con tratantes de ganado y que empezaron a llamar la atenci¨®n de las mujeres de la alta sociedad de Sevilla. ¡°Fueron estas las que empezaron a recrear estas vestimentas, sobre todo a partir de 1847. Ese mismo a?o, en la Feria de Abril del ganado de Sevilla muchas mujeres, sobre todo gitanas, acompa?aron a sus maridos con motivo de lucir sus trajes¡±, explica M¨®nica Gonz¨¢lez Mart¨ªn.
Podemos encontrarlas en im¨¢genes de la ¨¦poca. Las mujeres retratadas en Bombardeo del aer¨®dromo de Cuatro Vientos, la fotograf¨ªa de Alfonso S¨¢nchez Portela de 1930, llevan unos vestidos primos hermanos de las batas que hoy conocemos. Entrados los a?os cincuenta, muchas fotograf¨ªas de Ram¨®n Massats tambi¨¦n la inmortalizan. La bata vino para quedarse en los duros a?os de posguerra como prenda polivalente, otro de sus dones: val¨ªa para trabajar (y para diferentes trabajos, con pocas variaciones pod¨ªa utilizarse en el campo, como uniforme del empleada del hogar, para faenar, para la escuela y para el trabajo en la f¨¢brica con el sempiterno pa?uelo en la cabeza) y para estar en casa, para el verano y para el invierno (con un jersey o una camiseta que a menudo se colocaba por debajo de esta), para el campo y para la ciudad. Ya en los sesenta y setenta, la mujer con bata se puede encontrar en cualquier foto de agencia sobre las jornaleras; por ejemplo, en esta selecci¨®n de la agencia EFE, que sirve para recordar que la bata a menudo ha sido combinada con mandil o delantal, accesorios que merecen tema aparte. La venta en las grandes superficies a partir de los sesenta y la popularizaci¨®n en los mercadillos contribuy¨® a su implantaci¨®n. Es f¨¢cil encontrar anuncios, tirando de hemerotecas de venta de batas en SEPU, donde una ¡°bata delantal¡± costaba 69 pesetas en 1964 o en PRYCA, donde una ¡°Bata sin manga fantas¨ªa¡± costaba 490 pesetas en 1982.
La fot¨®grafa Luc¨ªa Herrero la analiza en su serie fotogr¨¢fica Tributo a la bata, ahora expuesta, en el marco de PhotoEspa?a, en el centro DKV de Zaragoza, que forma parte de un enfoque m¨¢s global que ella denomina Antropolog¨ªa fant¨¢stica. ¡°Hac¨ªa a?os que me interesaba el personaje de la mujer educada para cuidarlos a todos, para ser esposa, madre, hija, cu?ada. Ella cuid¨® a todos, pero no hab¨ªa espacio para sus propios deseos ni ambiciones. Esta mujer fue pilar de una sociedad pero no ten¨ªa voz efectiva en la misma. M¨¢s adelante vi que para hablar de ella necesitaba un punto central alrededor del cual trazar el c¨ªrculo con mi comp¨¢s. ?ste fue la bata (de trabajo): una prenda que representa a ese tipo de mujer que trabajaba en casa y en el campo. Tanto la prenda como su portadora, est¨¢n en proceso de extinci¨®n. Las ¨²ltimas son octogenarias y a sus hijas ya les toc¨® vivir una ¨¦poca diferente. Ellas son el eslab¨®n del cambio¡±.
Para ello se traslad¨® a Villamienzo, un peque?o pueblo de Palencia rodeado de campos de cereal y girasoles. ¡°All¨ª seis mujeres octogenarias se prestaron voluntarias a hacerme de modelos represent¨¢ndose a s¨ª mismas. Aparec¨ª con unas batas dise?adas por mi y mi amigo Julen y otras tantas compradas en el rastro de Madrid al kilo. Le a?ad¨ª un ligero pero eficiente estilismo y proced¨ª a fotografiar a las mujeres en lugares de su pueblo. Rompimos sus rutinas y mancillamos los lugares sagrados. Trat¨¦ la sesi¨®n en parte como si fuera un shooting de moda, con la bata como centro del estudio antropol¨®gico que cubre un an¨¢lisis social, geopol¨ªtico y de g¨¦nero¡±. Herrero explica tambi¨¦n que su trabajo no solo se circunscribe al resultado de las im¨¢genes: ¡°El tributo a ellas no es solo el resultado final, las fotos que pueden ser admiradas, sino la sesi¨®n en s¨ª, la aventura del juego al que no est¨¢n acostumbradas¡±. En este sentido incidi¨® tambi¨¦n el corto documental Bata por fuera, mujer por dentro (2008) de la directora brasile?a de origen gallego Claudia Brenlla.
Aunque las se?oras que la han portado y que la portan no est¨¦n acostumbradas a ser las protagonistas, hay que recordar que la bata y quienes la llevan han tenido tambi¨¦n su lugar en el cine. En el cine rural de los a?os treinta y cuarenta ya hay muestras de batas. No obstante, quiz¨¢ la primera pel¨ªcula importante en la que tienen su espacio es Surcos (1951) de Jos¨¦ Antonio Nieves Conde, la gran pel¨ªcula espa?ola sobre el ¨¦xodo del campo a la ciudad. Y del mismo modo que la bata tiene el poder de recordarnos a nuestras madres y abuelas, tambi¨¦n nos trae a la memoria a ciertas actrices expertas en papeles de se?oras de clase baja en todas sus variantes. Es f¨¢cil ver una bata y pensar en mujeres tan diferentes como Lola Gaos, Laly Soldevilla, Chus Lampreave o Florinda Chico. Y no solo en nuestro cine: el neorrealismo italiano tambi¨¦n tiene muchos ejemplos de se?ora con bata. Sophia Loren en Dos mujeres, Anna Magnani en El amor, por poner dos ejemplos.
Pero volvamos a nuestro redil. Si un director de cine ha hecho de la bata un elemento clave en su filmograf¨ªa ese ha sido Pedro Almod¨®var. Desde ?Qu¨¦ he hecho yo para merecer esto? (1984), su cuarta pel¨ªcula comercial, donde vemos a Carmen Maura limpiar el gimnasio de kendo en el que trabaja, ataviada con una bata sin mangas de flores azules, hasta Dolor y gloria (2019), cuyo arranque, con las mujeres lavando en el r¨ªo y cantando A tu vera es un fest¨ªn de batas. Paola Torres, figurinista de Dolor y gloria, le cont¨® a Noelia Ram¨ªrez para esta revista la relaci¨®n que existe entre el vestuario que eligi¨® para la pel¨ªcula y su historia personal: ¡°Es una escena en la que Pen¨¦lope (Jacinta en la pel¨ªcula) est¨¢ cosiendo mientras su hijo toma clases con el pintor. La bata que lleva es un modelo que encontr¨¦ en una tienda vintage. La compr¨¦ porque era igual a una que llevaba mi madre, que tambi¨¦n era una mujer rural, analfabeta y muy trabajadora. Siempre llevaba esa bata de campo. Yo, de peque?a, odiaba verla; tanto, que llegue a escond¨¦rsela. Cuando la encontr¨¦ en la tienda buscando vestuario no me lo pod¨ªa creer. Una bata igualita. Fue como una llamada del destino. Se lo coment¨¦ a Pedro (Amod¨®var), le encant¨® la idea de incluirla y la adaptamos para Pen¨¦lope. Para m¨ª es como un homenaje a mi madre¡±.
La bata se explicita en un di¨¢logo de La flor de mi secreto, donde Leo (Marisa Paredes) habla con su madre, Chus Lampreave:
¨CMam¨¢, ?por qu¨¦ no se pone la bata que le regal¨¦?
¨CAh no, esa es muy hermosa, esa es para museo.
¨CPero yo se la compr¨¦ para que se la pusiera.
¨C?Qu¨¦ no! Esa est¨¢ mejor guardada.
Por mucho que le pudiera pesar al personaje interpretado por Lampreave, la bata no es a¨²n un objeto de museo. Pero su presencia silenciosa y constante forma parte de un imaginario com¨²n e indispensable. De su futuro poco se puede podemos avanzar. Luc¨ªa Herrero cree que est¨¢ condenada a desaparecer con las mujeres que hicieron de ella su vestimenta oficial: ¡°Seguir¨¢ existiendo el uniforme de los diferentes oficios que necesitan protegerse de las manchas, pero la bata que cubre a esta se?ora, morir¨¢ con ella. Esa es la realidad. Y no pasa nada, es la vida¡±. En cualquier caso, su pertenencia a ese acervo popular le garantizar¨¢, a trav¨¦s de la memoria, el ¨²ltimo superpoder: la inmortalidad.