John Waters: de ap¨®stol del mal gusto y director de ?la pel¨ªcula m¨¢s depravada jam¨¢s rodada? a modelo de Saint Laurent
El realizador estadounidense se ha estrenado como imagen de la casa francesa para el a?o 2020 con un spot dirigido por el fot¨®grafo David Sims
Saint Laurent ha elegido a John Waters para protagonizar la campa?a masculina de la temporada 2020. Una decisi¨®n que tiene todo el sentido, habida cuenta de que Waters es uno de los cineastas m¨¢s extravagantes y 2020, el a?o m¨¢s extra?o de los ¨²ltimos tiempos.
No obstante, nadie hubiera imaginado hace unas d¨¦cadas que ese chico larguirucho, con el pelo largo y lacio que se compraba la ropa en tiendas de segunda mano que ten¨ªan reclamos como ?llena tu bolsa por un d¨®lar? acabar¨ªa protagonizando una campa?a de Saint Laurent. Incluso en la actualidad, hubiera sido m¨¢s previsible que Waters...
Saint Laurent ha elegido a John Waters para protagonizar la campa?a masculina de la temporada 2020. Una decisi¨®n que tiene todo el sentido, habida cuenta de que Waters es uno de los cineastas m¨¢s extravagantes y 2020, el a?o m¨¢s extra?o de los ¨²ltimos tiempos.
No obstante, nadie hubiera imaginado hace unas d¨¦cadas que ese chico larguirucho, con el pelo largo y lacio que se compraba la ropa en tiendas de segunda mano que ten¨ªan reclamos como ?llena tu bolsa por un d¨®lar? acabar¨ªa protagonizando una campa?a de Saint Laurent. Incluso en la actualidad, hubiera sido m¨¢s previsible que Waters participase en una campa?a para Comme des Gar?ons, marca de la que es fan desde que, en 1983, su amiga Gina Koper le dijera ¡°tienes que ver esta nueva tienda que han abierto en mi barrio. No te lo vas a creer¡±. Juntos acudieron al SoHo neoyorquino para visitar el que era el primer local que la empresa francesa abr¨ªa en Estados Unidos. Un lugar que parec¨ªa una morgue, que estaba atendido por empleados muy severos y, como recordaba Waters, en el que los clientes preguntaban atemorizados ¡°?eso es un sombrero o un abrigo?¡±.
A partir de ese momento, Waters se convirti¨® en un completo admirador del trabajo de Rei Kawakubo, la dise?adora japonesa responsable de esas prendas que, seg¨²n ¨¦l, son las m¨¢s odiadas por los due?os de las tintorer¨ªas. ¡°¡®?No! ?No! ?No! ?No se le ocurra arreglarla!¡¯¡±, les grita Waters a sus tintoreros cada vez que les lleva una de sus chaquetas porque no entienden que las prendas de Kawakubo no est¨¢n arrugadas, mal cosidas o sucias, sino que son as¨ª.
La admiraci¨®n de Waters por Kawakubo es tal que, en 1992, la marca le invit¨® a participar en uno de sus desfiles en Par¨ªs. ?S¨¦ valiente, pens¨¦, cabeza alta y mirada sin miedo?, se dec¨ªa Waters en los momentos previos al desfile. ?Camin¨¦ hasta el final de la pasarela, di la vuelta, y la gente aplaudi¨®, discretamente y con gravedad. Otros modelos me siguieron. Nadie se ri¨®. Comenc¨¦ a sentirme bastante bien. Hay un largo camino desde Lutherville, Maryland, a las pasarelas de Par¨ªs. ?C¨®mo ha sido posible??.
?rase una vez en Baltimore
John Waters naci¨® el 22 de abril de 1946 en Baltimore, ciudad que ha sido el escenario de la mayor parte de sus pel¨ªculas y que el realizador suele retratar como un lugar aburrido y retr¨®grado. A pesar de ello, Baltimore ha dado al mundo grandes heterodoxos de la cultura estadounidense como Edgar Allan Poe, Frank Zappa y, por supuesto, buena parte de los Dreamlanders, esos amigos del cineasta que conforman el elenco de muchos de sus filmes. Desde la desbordante Divine, a la siempre sofisticada Mink Stole, la alocada Mary Vivian Pearce o David Lochary, la primera persona a la que Waters escuch¨® pronunciar la palabra gay referida a ¨¦l. ?Est¨¢bamos viendo a Rock Hudson en Confidencias a medianoche en el Hillendale Movie Theater. ¡®Es gay¡¯, David susurr¨®, apuntando a la pantalla antes de girarse hacia m¨ª, ¡®y t¨² tambi¨¦n¡¯?.
No era una novedad. Desde la infancia, Waters tuvo clara su sexualidad y nunca la ocult¨®, aunque una de sus grandes amigas, Mink Stole, afirme que tard¨® a?os en darse cuenta. Al menos algunos m¨¢s que Pat Moran, que se enter¨® cuando descubri¨® que ella y Waters compart¨ªan novio. ¡°Gus Van Sant y yo siempre bromeamos porque la prensa afirma que somos ¡®abiertamente¡¯ gays¡¯¡±, comenta el realizador que se pregunta, ¡°?qu¨¦ se supone que quiere decir eso? Suena como si lleg¨¢semos a los estrenos chillando, ¡®?Eh, Mary! ?Tienes alg¨²n disco de Judy Garland?¡±.
La broma no deja de tener algo de verdad pues, durante toda su vida, Waters ha evitado caer en los t¨®picos que suelen asociarse a los gays. Una decisi¨®n que, seg¨²n ha relatado, se la debe a Tennessee Williams. En palabras de Waters, a los doce a?os el escritor sure?o le ?salv¨® la vida? al mostrarle que era posible ser un escritor homosexual de ¨¦xito sin ser un clich¨¦ gay. ?De ese modo tuve la confianza suficiente para no serlo yo tampoco. Ser ¡®gay¡¯ no era suficiente?, reconocer¨ªa el cineasta quien, en cierta manera, tambi¨¦n debe a Williams su afici¨®n por el esc¨¢ndalo, desde el momento en que algunas de sus obras no eran de libre acceso a los lectores de la Biblioteca p¨²blica de Baltimore por imp¨²dicas y que Baby Doll, basada en una pieza breve del autor de Un tranv¨ªa llamado deseo, era calificada de depravada por los responsables de la escuela cat¨®lica dominical, por la jerarqu¨ªa cat¨®lica de Baltimore y por el mism¨ªsimo papa.
Ese tipo de reacciones de la sociedad biempensante no hicieron m¨¢s que reafirmar en Waters su atracci¨®n por todo aquello que estaba en las orillas. En las orillas de la ciudad, en las del buen gusto, en las de lo aceptable y en las orillas de lo aceptado. Tanto es as¨ª que, cuando todav¨ªa era menor de edad, su madre le llevaba en el coche familiar desde Lutherville, el barrio de clase media en el que viv¨ªan, a los bares m¨¢s marginales del centro de Baltimore. All¨ª, Waters y los Dreamlanders, que todav¨ªa no ten¨ªan 21 a?os y no pod¨ªan entrar al local, se quedaban en la puerta charlando con los clientes de los garitos, que sal¨ªan a estirar las piernas o fumar un cigarrillo al fresco.
?¡®?Era divertido rodar tus pel¨ªculas?¡¯, me pregunta siempre la gente. ¡®No¡¯, respondo. ¡®Divertido es estar en casa, en Baltimore, y salir por los bares aterradores¡± [¡] Los bares han sido una parte importante de la vida en Baltimore y los realmente buenos eran inquietantes [¡]. Baltimore est¨¢ cambiando pero aquellas cosas sobre las que yo hago pel¨ªculas est¨¢n a¨²n ah¨ª, acechando en las calles secundarias, en los barrios improvisados, fuera de las zonas transitadas?, afirmar¨ªa Waters a?os despu¨¦s.
Unos locales s¨®rdidos, peligrosos, en los que era aconsejable no cruzar la mirada con otros clientes y en los actuaban bailarinas lesbianas de striptease como Zorro, drags queens negras como Peaches y transformistas con nombres tan ex¨®ticos como Pencil o Cleopatra. Unos personajes que conformaron ese universo personal que Waters comenzar¨ªa a mostrar en sus primeros cortos, en el mediometraje Eat your make-up (1968), en su primer largometraje, Mondo Trasho (1970) y, por supuesto, en Pink Flamingos (1972).
Una especie de filme underground
??De qu¨¦ se r¨ªe toda esta gente?? era el texto escrito en blanco sobre fondo negro que se ve¨ªa en la pantalla mientras de fondo sonaban ruidosas carcajadas. Se trataba del comienzo del trailer promocional de Pink Flamingos en el que no se mostraba ni un solo fotograma de la pel¨ªcula. Tan solo testimonios entusiastas u horrorizados de espectadores que sal¨ªan de la sala despu¨¦s de verla, entremezclados con r¨®tulos en los que se reproduc¨ªan las opiniones de algunos cr¨ªticos cinematogr¨¢ficos.
Entre los testimonios de los asistentes estaba el de una pareja de j¨®venes. ?l aseguraba que la cinta ?era absolutamente maravillosa? y ella, ?la cosa m¨¢s asquerosa que he visto nunca en cine?. Por su parte, entre las opiniones de los cr¨ªticos destacaban las del New York Magazine, que afirmaba ?M¨¢s all¨¢ de la pornograf¨ªa¡ La pel¨ªcula estadounidense que m¨¢s se acerca a Un perro Andaluz de Bu?uel? y la de Interview, que dec¨ªa: ?La pel¨ªcula m¨¢s depravada jam¨¢s rodada y una de las m¨¢s divertidas?.
Pink Flamingos no dejaba a nadie indiferente. Echando mano de sus recuerdos de Baltimore, sus influencias de cultura popular, de pel¨ªculas de serie B y de m¨²sica juvenil, John Waters y sus amigos rodaron el mayor festival de mal gusto nunca visto. A lo largo de una hora y treinta y tres minutos se suced¨ªan asesinatos, incestos, raptos, lametones, un esfinter cantar¨ªn, vandalismo, violaciones, inseminaciones artificiales a la fuerza y venta de beb¨¦s. Cuando despu¨¦s de una hora y media todo indicaba que la exhibici¨®n de atrocidades hab¨ªa llegado a su fin, aparec¨ªa Divine y se com¨ªa una caca de perro.
Pink Flamingos, cuya exhibici¨®n fue prohibida en varios pa¨ªses, no fue estrenada comercialmente en Espa?a hasta 1984. Cuando eso sucedi¨®, la cr¨ªtica del diario ABC fue demoledora. La defin¨ªa como una ¡°especie de filme ¡®undergound¡¯, torpe y escatol¨®gico, que sirvi¨® de ense?a al fe¨ªsmo miserabilista USA, a comienzo de los setenta, y hoy resulta rid¨ªculo y casi arqueol¨®gico¡±. Adem¨¢s, dec¨ªa de ella que estaba mal montada, mal iluminada, que era una ¡°sucesi¨®n de ¡®rocks¡¯ ensartados en la banda sonora cual churros en un junco¡± y que, si se la llamaba pel¨ªcula, era solo por ¡°estar soportada por celuloide¡±. El descontento del cr¨ªtico del diario conservador era tan grande, que finalizaba diciendo que ¡°de Pink Flamingos solo queda el recuerdo de la mierda canina. Por ella pasar¨¢ a la letra menuda de la historia marginal del cine. Por ella se escriben estas l¨ªneas. Menos da una piedra¡±.
Medio siglo despu¨¦s de su rodaje, tambi¨¦n estas l¨ªneas se escriben por Pink Flamingos. Pero no solo por ella, sino por Cosa de Hembras (1974), Polyester (1981) ¨Cdrama rodado en Ododama, que permit¨ªa oler lo que suced¨ªa en la pantalla, y que rescat¨® del olvido al gal¨¢n Tab Hunter¨C, Hairspray (1988), Cry Baby (1990), Los asesinatos de mam¨¢ (1994), Pecker (1998), Cecil B. Demente (2000) o Los Sexoadictos (2004).
Una filmograf¨ªa lo suficientemente amplia y personal que demuestra que Pink Flamingos no era una simple boutade para epatar a las damas de la alta sociedad de Baltimore, sino que hab¨ªa mucho m¨¢s detr¨¢s. De hecho a¨²n lo hay pero, despu¨¦s de sus ¨²ltimas experiencias con la industria cinematogr¨¢fica de Hollywood y su mojigater¨ªa, Waters ha preferido dedicar su tiempo a otras actividades antes que encontrarse con la desagradable sorpresa de que sus cintas son mutiladas, censuradas o calificadas con esa temida R que, en el mercado estadounidense, supone condenarlas al fracaso en taquilla.
Un bigote Maybelline
Desde hace a?os, John Waters prefiere dar conferencias, escribir libros, participar como invitado en algunas pel¨ªculas o telefilmes, ser jurado de alguno de los festivales de cine m¨¢s prestigiosos del mundo o luchar porque se le conceda la libertad condicional a Leslie Van Huten, una de las chicas Manson arrepentida desde hace a?os por su participaci¨®n en los asesinatos Tate-LaBianca de 1969. Tambi¨¦n interpreta mon¨®logos, como el titulado This Filthy World, que le trajo al teatro Lara de Madrid en 2011 y asiste a eventos en los que es la estrella indiscutible, como el ciclo Cultura Basura que tuvo lugar en La T¨¦rmica de M¨¢laga en 2017 y en el que fue entrevistado por Olvido Gara, Alaska.
En la actualidad, Waters es la imagen de Saint Laurent, pero con su prestigio como creador, nada impide que en el futuro lo sea de otras muchas marcas. Por ejemplo, del Maybelline Expert Eyes Velvet Black, esa ¡°peque?a varita¡± de la que, dice, ¡°depende toda mi personalidad¡±, habida cuenta de que es con ella con la que se dibuja su caracter¨ªstico bigote. ¡°He probado otros l¨¢pices m¨¢s caros, m¨¢s resistentes, pero todos son demasiado gruesos, demasiado penetrantes, demasiado indelebles¡±. Para John Waters solo hay un l¨¢piz para su bigote, el Maybelline. Lo usa desde 1970 cuando, queriendo imitar a Little Richard y viendo que no ten¨ªa bello suficiente en el rostro, decidi¨® pint¨¢rselo. ¡°Siempre llevo uno en el bolsillo, tengo otro en mi coche y tengo varios de repuesto en cada una de mis casas¡±. Unas previsiones que, en ocasiones, no siempre son suficientes.
¡°Estaba en el hospital porque me hab¨ªan asaltado y, a consecuencia de la contusi¨®n, hab¨ªa olvidado llevar mi Maybelline. Estaba tan asustado que me hubiera acercado cojeando al espejo y me lo hubiera dibujado con un l¨¢piz de grafito de los que se usan para escribir. Como iba a recibir visita, decid¨ª llamar a mis padres. No hab¨ªa otra soluci¨®n. Realmente nunca hab¨ªamos hablado sobre c¨®mo me ¡®hac¨ªa¡¯ mi bigote. Apenas recuerdo vagamente su cara de desagrado cuando me lo vieron por primera vez un d¨ªa que regres¨¦ a casa desde California. Ten¨ªamos tantos asuntos pendientes en esa ¨¦poca que el bigote no estaba en la lista¡±, relataba en su libro Role Models John Waters que, finalmente, se arm¨® de valor y llam¨® a su madre: ¡°No preguntes, solo ve a la tienda y c¨®mprame un l¨¢piz de ojos Maybelline Velvet Black y tr¨¢emelo al hospital¡±. La mujer guard¨® silencio y acept¨® el encargo no sin cierta resignaci¨®n. ¡°Cuando pap¨¢ y mam¨¢ vinieron a la habitaci¨®n del hospital, ella ocult¨® el preciado paquete tras su espalda y me lo dio sin que lo viera mi padre. Desde entonces no hemos vuelto a hablar del tema¡±.