Pase privado
Cuatro cineastas espa?oles han imaginado sus on¨ªricas historias para el aniversario de S?Moda. Y han puesto en manos del equipo de la revista el desaf¨ªo de convertir estos relatos in¨¦ditos en realidad.
CINE? CLUB, POR PABLO BERGER
SINOPSIS. Una ni?a cin¨¦fila quiere ver a toda costa una pel¨ªcula de dos rombos, pero no la dejan porque siempre acaba teniendo pesadillas. Esta vez va a confundir sue?o y realidad. ?O no?
REPARTO: Son los actores del segundo largometraje de Pablo Berger, Blancanieves. De izda. a dcha., Emilio Gavira lleva pantalones y chaqueta de Cortefiel, camisa de Pepita is dead, bomb¨ªn y pajarita, ambos de Maty. Inma Cuesta y Macarena Garc¨ªa lucen vestido y botines, todo de Dolce?& Gabbana. Sof¨ªa Oria llev...
CINE? CLUB, POR PABLO BERGER
SINOPSIS. Una ni?a cin¨¦fila quiere ver a toda costa una pel¨ªcula de dos rombos, pero no la dejan porque siempre acaba teniendo pesadillas. Esta vez va a confundir sue?o y realidad. ?O no?
REPARTO: Son los actores del segundo largometraje de Pablo Berger, Blancanieves. De izda. a dcha., Emilio Gavira lleva pantalones y chaqueta de Cortefiel, camisa de Pepita is dead, bomb¨ªn y pajarita, ambos de Maty. Inma Cuesta y Macarena Garc¨ªa lucen vestido y botines, todo de Dolce?& Gabbana. Sof¨ªa Oria lleva pijama de Pepita is dead. La pared se ha revestido con paneles de Fastbo, barra y cortinas de Ikea, molduras de pared de Leroy Merlin y espejos de Youtopia.
Todas las noches de los domingos ocurre lo mismo. Primero, suena su animada sinton¨ªa, luego, yo me pongo delante del televisor y coloco bien el tapete debajo del Payaso de Lladr¨® que descansa sobre la Telefunken. Mi objetivo: tapar con mi cuerpo los dichosos rombos que, como las caras de B¨¦lmez, salen o no en la esquina derecha de la pantalla. A veces, las menos, hay suerte y no aparecen. Y solo entonces me dejan ver mi programa favorito: Cine Club. Pero cuando salen, dos en esta ocasi¨®n, mi madre siempre me grita: ¡°?A la cama, Carmen!¡±, y entonces no hay tut¨ªa. Pero, entre que remoloneo un poco y doy besos a todo perro pichichi, siempre veo por lo menos el comienzo de la pel¨ªcula que dan. Algo es algo. Esta vez, un mont¨®n de nombres raros aparecen sobre im¨¢genes de chicas en minifalda, hombres con bomb¨ªn y autobuses rojos de dos pisos¡ Espa?a no es, seguro. La m¨²sica que acompa?a a las estampas es lo que mi padre llama ruido. A m¨ª me encanta. De repente, como un disparo, del fondo, unas grandes letras aparecen llenando la pantalla: DR?CULA 73. Tras ellas, un hombre con los ojos rojos brillantes y enormes colmillos me mira directamente a los ojos. Presiento que esta noche, otra vez, voy a tener pesadillas.
Ya metida en mi cama y embutida en mi pijama de la familia Teler¨ªn, pego la oreja a la pared e intento seguir como puedo la pel¨ªcula. No es f¨¢cil, los di¨¢logos, muchas veces, son incomprensibles a trav¨¦s del tabique que separa mi habitaci¨®n del cuarto de estar. Aunque esta vez, poco a poco, estoy atando cabos y haciendo mi propia pel¨ªcula de vampiros en mi cabeza. Los ojos se me cierran¡
Me despierto sobresaltada por unos retorcijones de tripa. Tengo que ir al cuarto de ba?o a todo correr si no quiero mojar el colch¨®n. No soy miedosa, pero no me gusta nada de nada ir al ba?o sola en mitad de la noche. No me queda otra, as¨ª que me levanto despacio, me pongo mis zapatillas de peluche, y, a oscuras, palpo el camino de gotel¨¦ hasta llegar a mi destino. Llevo conmigo a mi mu?eca Nancy.
Entro, enciendo la luz.
Las luces fluorescentes chisporrotean. Al girarme no doy cr¨¦dito a mis ojos, en lugar de estar en nuestro diminuto ba?o del tama?o de una cabina de tel¨¦fono, me encuentro en una inmensa sala forrada de baldosas blancas. Si no fuese porque ya tengo diez a?os, dir¨ªa que en estos momentos estoy so?ando. Pero esto es real, me estoy meando. Observo c¨®mo del techo suspenden docenas de enormes ganchos de los que cuelgan grandes y abultados sacos blancos. Tengo la sensaci¨®n de que, en varios de ellos, algo se mueve dentro. Me parece estar viviendo una pel¨ªcula que vi en Cine Club en casa de mis primos. Se llamaba La invasi¨®n de los ultracuerpos. ?Qu¨¦ miedo pasamos!
Sin avisar, una alargada sombra, lentamente, comienza a avanzar hasta cubrirme por completo. Asustada busco su origen. De detr¨¢s de uno de los fardos colgantes frente a m¨ª, aparece un diminuto hombre, todav¨ªa m¨¢s bajo que yo. Lleva un traje rojo brillante y tiene un fino bigote. Mientras me sonr¨ªe, se levanta ligeramente el bomb¨ªn, tambi¨¦n rojo, que cubre su cabeza. Sus ojos negros son grandes e intensos.
Como he le¨ªdo muchos cuentos y he visto muchas pel¨ªculas, desconf¨ªo, pero le devuelvo la sonrisa. Comienzo a andar para atr¨¢s sin quitarle la mirada, por si las moscas. Tras el enano, aparecen dos mujeres. Me recuerdan a Las Grecas. Tambi¨¦n sonr¨ªen. Tras el susto inicial, me fijo en lo guapas que son y en la ropa tan preciosa que llevan. Mi Nancy estar¨ªa modern¨ªsima con ambos conjuntos.
Mi sexto sentido me dice que me deje de tonter¨ªas porque estoy en peligro. Tengo que volver. Corro hacia la puerta de metal por donde he entrado. Veo sobre ella el reflejo de mis nuevos amigos en el aire volando hacia a m¨ª. Sus ojos rojos y sus colmillos brillan en todas las direcciones. Cierro los ojos, fuertemente, esperando que todo sea una pesadilla, mientras grito: ¡°???MAM?????????!!!¡±.
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'NOSOTROS 2024', POR DANIEL S?NCHEZ AR?VALO
SINOPSIS. En un futuro relativamente distante, una pareja no solo comparte su vida, tambi¨¦n sus sue?os; pero estos, a trav¨¦s de un microchip implantado en sus cerebros. Una compenetraci¨®n mental que tiene ciertos inconvenientes.
REPARTO. Quim Guti¨¦rrez y Ver¨®nica Echegui est¨¢n rodando actualmente con Daniel S¨¢nchez Ar¨¦valo La gran familia espa?ola, su ¨²ltimo largometraje. Quim lleva abrigo de Lanvin y pantalones de Moschino Love. Ver¨®nica luce abrigo de Jil Sander. En segundo plano, el patinador viste camiseta de H&M, bermudas de Lotto y patines de Se rueda. El mural es de Bloompapers.
¨C?Me pasas el az¨²car? En el a?o 2024 el az¨²car seguir¨¢ siendo el principal patr¨®n de dulzor. ?l se la tiende sin siquiera mirarla a la cara. Y siguen desayunando en silencio.
¨C?Qu¨¦ te pasa, por qu¨¦ est¨¢s tan callado?
¨CNo estoy callado. Estoy normal.
Ella, efectivamente, piensa que est¨¢ normal, porque ¨²ltimamente lo normal es estar callado y mal. Est¨¢ a punto de reproch¨¢rselo, pero no tiene energ¨ªa para meterse en una discusi¨®n, otra m¨¢s. Adem¨¢s, sabe que, en cualquier caso, ¨¦l va a acabar diciendo:
¨C?Qui¨¦n era?
Y ella respondiendo:
¨C?Qui¨¦n era qui¨¦n?
¨CEl del sue?o de anoche. Est¨¢bamos juntos paseando por un paseo mar¨ªtimo muy parecido al que vimos en Coney Island cuando fuimos a Nueva York. Y cruza un tipo en patines, todo musculado y sudoroso, se gira sin dejar de patinar y nos saluda con su sonrisa de puta madre. Bueno, sobre todo a ti. ?bamos muy abrigados. Hac¨ªa fr¨ªo. Claramente era invierno, como cuando fuimos nosotros. No tiene sentido patinar tan desabrigado, como si fuera verano. Expl¨ªcamelo.
Ella no piensa entrar al trapo. Juegan al silencio. Pero en este juego ¨¦l est¨¢ mucho m¨¢s entrenado. Su silencio es casi m¨¢s violento que sus palabras. Sabe jugar al silencio combin¨¢ndolo con una perfecta dosis de agresividad, calma, confianza, decepci¨®n para con la pareja, pena por s¨ª mismo y orgullo reivindicativo. As¨ª que ella no tarda en sucumbir.
¨CNo s¨¦ qui¨¦n era el del sue?o, ni por qu¨¦ iba tan desabrigado. Te recuerdo que no es mi sue?o, es NUESTRO sue?o. A lo mejor t¨² generaste esa imagen. Igual no tiene que ver con mis deseos. Igual tiene que ver con tus miedos, con tus mierdas y con tus celos¡
¨CMe voy a quitar el chip. No quiero seguir compartiendo sue?os contigo.
¨CPues mejor. Nos lo quitamos y se acab¨®. Que ya estoy harta. Empiezo a pensar que me lo regalaste para tenerme controlada hasta cuando duermo.
A ¨¦l estas palabras le duelen mucho y ella lo sabe. Porque el chip para compartir sue?os, adem¨¢s de ser extremadamente caro y un bien de lujo al alcance de pocas parejas, es un regalo que ¨¦l le hizo a ella por su tercer aniversario. Y en ese momento todo estaba normal, cuando normal significaba estar suficientemente enamorados, compenetrados y respetuosos. Por todo esto, ella decide suavizar la situaci¨®n:
¨CNo le des la vuelta. Era un sue?o bonito, amor: paseo mar¨ªtimo tipo Coney Island, juntos, abrigados, fr¨ªo oto?al, paseando¡
Ella se siente cobarde. Se da un poco de asco a s¨ª misma. Pero lo ¨²nico que quiere es terminar el desayuno con cierta tranquilidad, salir de all¨ª cuanto antes e irse a trabajar. Ya lidiar¨¢ dentro de diez horas con esa angustiante sensaci¨®n de no querer volver a casa, y menos a¨²n meterse en la cama.
¨C?Me vas a decir ya qui¨¦n era?
¨C?Tu puta madre era! ?Hombre ya! ?No puedo m¨¢s! ?No s¨¦ qui¨¦n era!
¨C?Quieres que te ponga la repetici¨®n del sue?o? ?Te la pongo y congelamos su cara para ver si lo reconoces?
¨CNo, no quiero que me lo pongas. Adem¨¢s lo he borrado.
¨C?C¨®mo que lo has borrado?
¨CS¨ª, lo he borrado. Acumular sue?os por acumular me parece una tontuna.
¨CLo has borrado a posta, para eliminar cualquier evidencia.
¨CNo, lo he borrado porque sab¨ªa que me ibas a amargar el desayuno con el puto sue?o. Como vienes haciendo en el ¨²ltimo mes. Cualquier hombre que aparezca en nuestros sue?os ya es un pollo al d¨ªa siguiente, aunque aparezca un segundo de espaldas.
¨CSi sue?as con t¨ªos delante de m¨ª, ?qu¨¦ no har¨¢s cuando duermes sola?
¨CCuando duermo sola, duermo sola. Sola, ?entiendes? Sin nadie m¨¢s al lado. Porque en mi cama no entra nadie m¨¢s que t¨². Y si no eres capaz de valorar eso, vete a la mierda.
Los ojos de ella se ponen acuosos. ?l siente que ella ha superado la prueba de sobra, volviendo a demostrar una vez m¨¢s su fidelidad a base de desesperaci¨®n y enfado, cosas que ¨¦l entiende como fundamentales en el amor. Antes de hablar, se promete que ser¨¢ la ¨²ltima vez que le monte un pollo.
¨CIgual se han jodido los chips. ?Quieres que mire en la web a ver si hay alguna actualizaci¨®n disponible?
¨CNo, los chips funcionan muy bien. Somos t¨² y yo los que ya no funcionamos, ?no te das cuenta?
¨CPerdona, cari?o, se me ha ido la olla. Claro que funcionamos. A m¨ª me encanta vivir, dormir y so?ar contigo¡
Ahora podr¨ªa terminar su desayuno con calma, gozar incluso de unos minutos cari?osos por parte de ¨¦l e irse a trabajar pensando que todo va a estar bien. Pero en vez de terminar su caf¨¦ dulce, pulsa ¨¢gilmente con sus dedos sobre una esquina de la mesa comedor, introduciendo un c¨®digo. Se despliega un men¨² interactivo suspendido en el aire verticalmente, justo a la altura del centro de la mesa, entre ellos dos. En el encabezado pone: ?NUESTROS SUE?OS?. Y, debajo, iconos con las fechas de cada sue?o. Ella pulsa sobre el m¨¢s reciente y comienza a reproducirse.
¨CNo lo has borrado ¨Cdice ¨¦l sorprendido.
¨CNo, no lo he borrado.
¨CNo hace falta verlo, cari?o, de verdad que no¡
?l intenta parar el v¨ªdeo del sue?o desde su lado de la mesa, pero pronto comprende que ella ha bloqueado el teclado t¨¢ctil.
¨CVamos a verlo ¨Cdice ella extremadamente calmada.
Se quedan quince minutos viendo el sue?o en silencio. Es mucho m¨¢s largo de lo que ¨¦l recuerda. Es id¨ªlico, tranquilo, oto?al y real. Tan real como siempre ha sido su relaci¨®n, o como ellos la han vivido al menos, vanaglori¨¢ndose de su complicidad y criticando en la intimidad las defectuosas relaciones de sus amigos. ?l experimenta un momento de euforia en el que incluso empieza a dudar de la existencia en el sue?o del hombre en patines con sonrisa perfecta y poco abrigado para la ¨¦poca del a?o. Pero s¨ª, el hombre de la pol¨¦mica existe. Aparece muy fugazmente, casi como si fuera un fantasma, borroso, porque los sue?os, al igual que las pel¨ªculas, tambi¨¦n tienen planos desenfocados.
La imagen se congela en un primer plano de ¨¦l, justo en el momento en el que los mira de reojo. Muy de reojo de hecho, nada parecido a lo que ¨¦l hab¨ªa sobredimensionado en su fantas¨ªa. ?l est¨¢ a punto de preguntarle a ella por qu¨¦ ha parado el sue?o, pero se da cuenta de que no lo ha parado. Esa es la ¨²ltima imagen del sue?o. Los sue?os nunca terminan con un fundido a negro, terminan con una imagen. Y esa cara, esa mirada de reojo sin ninguna intenci¨®n, es la imagen que ha provocado que ¨¦l se despertara bruscamente y el sue?o se interrumpiera, o terminara, seg¨²n se mire.
¨CSe le ve muy borroso ¨Cdice ella¨C, pero jurar¨ªa que estaba el otro d¨ªa en la fiesta de cumplea?os de Carol. Estaba con su novio gay, un periodista as¨ª un poco gordito con bigote. Es la ¨²nica vez que lo hemos visto en nuestra vida. No recuerdo ni c¨®mo se llama. Si quieres llamo a Carol y le pregunto.
¨CNo, cari?o, da igual ¨Cdice ¨¦l, tratando de ocultar su verg¨¹enza y derrota¨C, lo siento, de verdad te juro que¡
Ella lo interrumpe.
¨C?Te acuerdas de Juan, el chico de mi oficina con el que te obsesionaste hace dos meses?
Claro que se acuerda de ¨¦l. No hace falta ni que conteste.
¨CHasta que t¨² lo mencionaste yo nunca me hab¨ªa fijado en ¨¦l. Nunca. No me gustaba nada, de hecho. Pero seg¨²n t¨² yo estaba loquita por ¨¦l. Te obsesionaste tanto que empez¨® a colarse todas las noches en nuestros sue?os.
Aparec¨ªa tanto que empec¨¦ a tener curiosidad por ¨¦l. A verlo de otra manera. A verlo tal y como t¨² lo fantaseabas, no tal y como era, porque ni t¨² ni yo ten¨ªamos ni idea de c¨®mo era realmente¡ Hace un mes, al salir del curro, me tom¨¦ una cerveza con Juan. Una sola cerveza. Quince minutos. Suficiente para que me sintiera muy culpable y traidora. Esa noche lo pas¨¦ fatal a tu lado. No dorm¨ª nada por miedo a que apareciera en nuestros sue?os. Ella saca del bolsillo de su bata un chip diminuto intrad¨¦rmico, con forma de c¨¢psula y textura de porcelana.
¨CAl d¨ªa siguiente fui a ver a un hacker, me desactiv¨® el chip y me lo sac¨®. Me asegur¨® que el tuyo seguir¨ªa funcionando y registrando los sue?os, tus sue?os, solo los tuyos. Ya no ser¨ªan compartidos, sino tuyos y solo tuyos, y que no te dar¨ªas cuenta.
Ella le otorga un silencio con el que ¨¦l, por primera vez en su vida, no sabe qu¨¦ hacer.
¨CPor las ma?anas, cuando te crees que madrugo para hacer mi tabla de ejercicios, lo que hago es revisar todos tus sue?os, para saber de qu¨¦ me hablas cuando me montas pollos. Otra cosa que hago cuando llegas tarde del trabajo es volver a ver todos los sue?os en los que sal¨ªa Juan y masturbarme. Esos sue?os que t¨² te empe?abas en no borrar como si fueran la prueba irrefutable de un delito¡ No he vuelto a hablar con Juan desde aquella cerveza. Hola, adi¨®s y poco m¨¢s. Debe pensar que soy una borde. Y a estas alturas no creo que ¨¦l sienta ya el m¨¢s m¨ªnimo inter¨¦s por m¨ª. Pero me he quedado enganchada a los sue?os, a tus sue?os. Y ahora necesito averiguar si es tan maravilloso como en la peor de tus pesadillas.
Ella posa el chip en la mesa, se levanta y se va a la habitaci¨®n. La puerta se cierra autom¨¢ticamente.
El min¨²sculo temblor que provoca la puerta al cerrarse basta para hacer rodar el chip por la mesa y precipitarlo al vac¨ªo. Antes de caer, ¨¦l lo agarra h¨¢bilmente.
Pablo Zamora
'MIGAJAS', POR JUAN CARLOS FRESNADILLO
SINOPSIS. Hansel y Gretel no solo tienen que hacer frente a la bruja del bosque, tambi¨¦n tienen que asimilar la cruda realidad: su padre prefiere abandonarlos en el bosque que contrariar a su madrastra.
REPARTO. Pilar Bardem viste capa de pedrer¨ªa de Europa Europa, jersey de Zara y falda de Max Mara. Miriam Mart¨ªn luce camisola de Sonia Rykiel, falda de Lili Gaufrette, cesta de Paule Ka, zuecos de Gunnel¡¯s y calcetines de C¨®ndor. El pa?uelo es de la estilista. Iz¨¢n Corchero lleva camisa de B¨®boli, chaleco y pantal¨®n de Boss Kidswear, gorra de Jean Paul Gaultier Junior, zuecos de Gunnel¡¯s y calcetines de C¨®ndor. La pared se ha pintado con pinturas Leroy Merlin. El ramaje y la tierra son de Los Pe?otes.
¡°Tenemos que abandonarlos en el bosque¡±.
El susurro se convirti¨® en cuchillo y vol¨® hasta llegar a los o¨ªdos de Hansel, escondido en las sombras de la oscilante luz de la casa, temeroso desde hac¨ªa varias noches de que su madrastra dijera el secreto m¨¢s terrible que un ni?o puede escuchar. El ni?o sinti¨® un tibio alivio cuando por fin lo siniestro se hizo palpable y se pudo tocar. Aunque hubo algo inesperado: entrever en la oscuridad el rostro de su padre, compungido y acobardado, aceptando el mandato de su mujer. Y fue entonces cuando sin remedio el cuchillo se clav¨® en el pecho de Hansel, con lentitud, al mismo ritmo que las l¨¢grimas de su hermana Gretel cuando se atrevi¨® a confesarle lo que acababa de escuchar¡
Manos enlazadas con el padre, los hermanos aparentan no saber nada mientras se adentran por el bosque del abandono. Con la madrastra liderando una excursi¨®n inofensiva y Hansel, de nuevo a escondidas, echando migajas para dejar un rastro como estrategia para regresar a su casa. Aunque esta sea un infierno oculto de desamor y cobard¨ªa¡
Solo en la infancia se puede aceptar algo as¨ª. No hay poder ni capacidad para hacer o luchar por otra cosa. Fingir es una cuesti¨®n de supervivencia.
Lo parad¨®jico de esta amarga historia es que la fortuna tomar¨¢ la forma de una bandada de p¨¢jaros que se comer¨¢ esas migajas. Haciendo desaparecer el rastro y enfrentando a los hermanos a una realidad aparentemente m¨¢s terror¨ªfica¡ una bruja tocada por la gula que se quiere preparar un gran banquete con dos corderitos tan deliciosos¡ la invocada bruja de todos los cuentos desplegando su habitual crueldad. Necesaria presencia para hacer crecer a nuestros peque?os h¨¦roes; forzando a Hansel y Gretel a luchar y tomar las riendas de su destino, a pelear contra un enemigo que no tiene secretos y manifiesta su maldad sin tapujos¡
Porque quiz¨¢s contra eso s¨ª se puede luchar.
Pablo Zamora
'REALIDAD AUMENTADA' POR NACHO VIGALONDO
SINOPSIS. Una gafas van a transformar nuestra forma de vivir. Ya no seremos uno, sino muchos, con una personalidad para mostrar a los dem¨¢s elegida a la carta.
REPARTO. Ra¨²l Cimas y Michelle Jenner han trabajado con Nacho Vigalondo en la pel¨ªcula Extraterrestre, que aparece en DVD con muchos extras a principios de octubre. Ra¨²l lleva camisa y pajarita de Boss Black y gafas pantalla de Alexander McQueen, como las de Michelle, que luce americana de Thierry Mugler. La red de bombillas de luz fr¨ªa es de Youtop¨ªa y la tira de LED, de Leroy Merlin.
Cuatro de abril de 2012. Un joven se despierta en un sof¨¢, en el sal¨®n de un loft, se pone sus gafas, prepara caf¨¦ (o lo vierte fr¨ªo desde la cafetera italiana), sale a la calle, se cita con un amigo cerca de Strand Books, una tienda de libros, sube a una terraza y le dedica a una chica unas notas al ukelele mientras observa la ca¨ªda de sol en New York. Esta obra de ficci¨®n en formato audiovisual, estrenada ese mismo d¨ªa en lo que entonces se llamaba Internet, se populariz¨® a gran velocidad; fue el primer atisbo colectivo de lo que iniciar¨ªa una nueva etapa en la experiencia y condici¨®n humana.
La gran emoci¨®n para la audiencia de aquel entonces fueron las propiedades de las gafas que el joven se pon¨ªa al despertar, que estaban conectadas a la Red y desplegaban las aplicaciones de un sistema operativo ante sus ojos, en perfecta sincron¨ªa con el resto de su campo visual. El muchacho del v¨ªdeo sab¨ªa encontrar a su amigo gracias a las flechas flotantes que le daban la ruta hasta la ubicaci¨®n del otro. Y si le pod¨ªa dedicar a una chica una canci¨®n desde las alturas, aunque ella estuviese lejos, era porque sus gafas emit¨ªan en tiempo real las vistas y la m¨²sica a su ordenador. Aunque en aquellos tiempos las aplicaciones de realidad aumentada ya eran algo familiar en videoconsolas, tel¨¦fonos y webcams, todo el mundo sinti¨® que estas gafas ¨Clas de realidad aumentada¨C marcar¨ªan un punto de no retorno.
El v¨ªdeo era una simulaci¨®n. En realidad, la tecnolog¨ªa que muchos empezaron a so?ar se hizo de rogar dos a?os m¨¢s. Durante todo ese tiempo las especulaciones acerca del uso de las gafas prolongaban las ventajas que se suger¨ªan en el v¨ªdeo, todas ellas basadas en la posibilidad de enriquecer nuestra relaci¨®n con el exterior segundo a segundo, metro a metro, como si llev¨¢semos un navegador y una agenda por sombrero. La simulaci¨®n del joven que despierta en su sof¨¢ estaba contada en primera persona, imitando su punto de vista. En realidad, lo que esas gafas transformar¨ªan decisivamente era, precisamente, lo que no ve¨ªamos en ese v¨ªdeo. Al portador. A nosotros.
A los pocos meses de la venta de las primeras gafas de realidad aumentada las redes sociales renacieron en un boom que pill¨® a todos desprevenidos. El usuario pas¨® de vender su personalidad en las pantallas de ordenadores, tabletas y m¨®viles a dejar que sus atributos y sus gustos flotasen sobre su hombro derecho, a la vista de cualquier portador de las gafas. Ya no hac¨ªa falta escarbar entre datos para dar con una nueva amistad, un encuentro rom¨¢ntico o un amante ocasional. Bastaba con ponerse las gafas, darse un paseo por una zona c¨¦ntrica y tener un m¨ªnimo de suerte para cruzarte con un usuario cuyo perfil encajase con el tuyo como un guante. Las aplicaciones de entonces hac¨ªan sonar tres tipos de zumbidos en los auriculares si detectaban un grado elevado de compatibilidad cultural, emocional o sexual entre los dos desconocidos. Bastaba programar qu¨¦ tipo de zumbido quer¨ªamos escuchar y permitir escuchar al desconocido para garantizarse un ¨¦xito diario como m¨ªnimo.
Mientras los analistas empezaban a esbozar teor¨ªas sobre el impacto de esta tecnolog¨ªa sobre las relaciones humanas, el software no licenciado volvi¨® a revolucionar el escenario, permitiendo que los perfiles de los usuarios se modificasen autom¨¢ticamente en funci¨®n de la situaci¨®n y la compa?¨ªa, al servicio de sus necesidades puntuales. ?Qui¨¦n podr¨ªa resistirse a multiplicar las posibilidades de encontrar amigos y amantes, siendo una persona distinta para cada ojo, y siendo el amigo, novio y amante perfecto para todos ellos? Ante la proliferaci¨®n de una nueva generaci¨®n de delitos sexuales y estafas, los estados intentaron levantar barreras legales limitando a uno el n¨²mero de perfiles por persona. Pero la poblaci¨®n fue un¨¢nime en la reivindicaci¨®n de lo que ya se percib¨ªa como un derecho natural e irrevocable del individuo, el derecho a ser m¨¢s de uno. Las leyes se echaron atr¨¢s.
Mientras nuestras personalidades, gustos y hobbies se multiplicaban exponencialmente, el aspecto f¨ªsico bajo nuestras gafas segu¨ªa siendo el mismo. Ese era el l¨ªmite, pero no por mucho tiempo.
Cuatro a?os despu¨¦s de la venta de las primeras gafas de realidad aumentada los microprocesadores ocultos en las patillas hab¨ªan multiplicado su rendimiento. A las opciones de mostrar el perfil flotando sobre los hombros, se uni¨® la posibilidad de sumar a?adidos digitales de calidad fotorrealista a nuestra figura. El usuario podr¨ªa alterar su vestimenta, complexi¨®n f¨ªsica y hasta su rostro a ojos del otro en una mil¨¦sima de segundo, y mantener un n¨²mero infinito de aspectos simult¨¢neos en funci¨®n del n¨²mero de ojos presentes. Y ese fue el salto definitivo. Bajar a la calle se convirti¨® en un desfilar de ¨¢ngeles personalizados a cuyos ojos, a los de cualquiera, ¨¦ramos perfectos. Todo el mundo decidi¨® ser todo el mundo para todo el mundo en todo momento.
Y aunque no ha pasado tanto tiempo, ya se nos ha olvidado c¨®mo lo hac¨ªamos antes. Antes de ser tu persona favorita.