Cuentas separadas
¡°Lo peor de todo es que a veces la divisi¨®n no afecta a m¨¢s de dos caf¨¦s¡±
Como fuera de casa, al menos, una vez a la semana, ya sea por trabajo o para aprovechar un momento tan placentero como es la comida para ponerme al d¨ªa con alguna de mis amistades. No hay nada que m¨¢s disfrute que un almuerzo casual entre semana, porque, adem¨¢s, me encanta conocer de antemano la duraci¨®n del encuentro, lo que solo es posible de lunes a viernes: es improbable que alguien le pueda dedicar m¨¢s de dos horas al par¨®n de la comida un d¨ªa laboral, y desde mi punto de vista, esa es la duraci¨®n perfecta para un encuentro de estas caracter¨ªsticas.
En cualquier caso, analizar los placeres del encuentro gastron¨®mico que acaece de lunes a viernes no era la finalidad de este art¨ªculo, sino m¨¢s bien, algo m¨¢s inc¨®modo: reflexionar acerca de una tendencia cada vez m¨¢s com¨²n en las comidas t¨ºte ¨¤ t¨ºte. El pagar a medias. Esta f¨®rmula nada espa?ola parece ser cada vez m¨¢s habitual, como si respondiese a un consenso generalizado del que, por cierto, nadie me ha hecho part¨ªcipe. Me pregunto si no tendr¨¢ que ver con ese proceso de internacionalizaci¨®n que en los ¨²ltimos a?os est¨¢n viviendo ciudades como Barcelona o Madrid; si algunas de las pr¨¢cticas de la Europa m¨¢s fr¨ªa no se habr¨¢n instaurado tambi¨¦n en nuestras mesas, en las que ahora no solo se comparten los platos, sino tambi¨¦n las cuentas, con independencia de la relaci¨®n existente entre los comensales.
As¨ª, me encuentro con que muchas de mis amistades m¨¢s profundas y longevas no dudan ni un segundo en responder con un g¨¦lido ¡°div¨ªdenosla¡¯' cuando llega el dat¨¢fono. Lo peor de todo es que no importa la cuant¨ªa: a veces, la divisi¨®n no se aplica a m¨¢s de dos caf¨¦s. Por eso, esta reflexi¨®n no va sobre invitaciones grandilocuentes, econ¨®micamente inaccesibles, va sobre gestos, tiene que ver con los detalles. Si bien, hay situaciones en las que la naturaleza de la reuni¨®n no se presta a que uno u otro se hagan cargo de la cuenta, no es menos cierto que hay muchas ocasiones en las que asumir unilateralmente la cuenta (hoy yo, ma?ana t¨²) parece lo m¨¢s l¨®gico, especialmente cuando la confianza y la regularidad de los encuentros garantizan que pronto habr¨¢ oportunidad de empatar. Y en estos casos, ?no estar¨¢ siendo contraproducente esta normalizaci¨®n de la m¨¢xima equidad? El balance, la virtud, la otorga siempre el contexto.
Sol¨ªa pasar mucho tiempo con una persona que acostumbraba siempre hacerse cargo de la cuenta, con independencia del n¨²mero de invitados o el motivo del encuentro. M¨¢s tarde, result¨® que esa persona ten¨ªa un trastorno narcisista, y muchas veces he pensado en c¨®mo esa necesidad imperiosa de tomar el control de la situaci¨®n ¡ªpagar la comida a una o a varias personas de manera recurrente no es si no una forma de imponer un papel dominante sobre el resto, que inmediatamente pasan a deberte algo¡ª, tendr¨ªa que haberme dado pistas sobre el individuo en cuesti¨®n. Dejando de un lado los extremos, todo esto me lleva a pensar en la virtud de la reciprocidad, uno de los valores m¨¢s venerables en las relaciones humanas, si no el que las sostiene. Brillat-Savarin pautaba una diferencia clara entre el placer de la comida y el placer de la mesa, diferenciando entre el primero ¡ªrelacionado directamente con el alimento¡ª y el de la mesa, que tiene que ver con la experiencia y con los v¨ªnculos que en torno a ella se crean. ?Estaremos perdiendo algunas de las pr¨¢cticas que, como sociedad, nos ayudan a apuntalar nuestras relaciones?
*Clara Diez es activista del queso artesano.
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