¡®Canci¨®n para los especiales¡¯: la inesperada despedida de Marina Keegan
Publicamos en exclusiva uno de los ¨²ltimos textos de la talentosa escritora y poeta que muri¨® en un accidente a los 22 a?os.
(El siguiente ensayo pertenece a 'Lo contrario de la soledad', la recopilaci¨®n de textos de Marina Keegan que Alpha Decay ha editado en espa?ol. 'Canci¨®n para los especiales' es el texto que cierra el libro)
Toda generacio?n se cree especial: mis abuelos por recordar la Segunda Guerra Mundial, mis padres por las discotecas y la luna. Nosotros tenemos internet. Miles y miles de millones de puertas que podemos abrir y cerrar, publica?ndonos en perfiles y a?lbumes de fotos digitales. De una manera repentina y absoluta, estamos enhebrados en una red tan aterradoramente co...
(El siguiente ensayo pertenece a 'Lo contrario de la soledad', la recopilaci¨®n de textos de Marina Keegan que Alpha Decay ha editado en espa?ol. 'Canci¨®n para los especiales' es el texto que cierra el libro)
Toda generacio?n se cree especial: mis abuelos por recordar la Segunda Guerra Mundial, mis padres por las discotecas y la luna. Nosotros tenemos internet. Miles y miles de millones de puertas que podemos abrir y cerrar, publica?ndonos en perfiles y a?lbumes de fotos digitales. De una manera repentina y absoluta, estamos enhebrados en una red tan aterradoramente colosal que por fin podemos ver nuestro aterradoramente pequen?o lugar en ella. Pero todos somos individuos. Nos lo recuerdan machaconamente en las asambleas del di?a de Martin Luther King (?una persona puede marcar la diferencia!) y en los trabajos con cartulinas de cuarto de primaria (?que? quieres ser de mayor?). ?Podemos ser cualquier cosa! ?Nuestros padres esta?n divorciados pero nosotros estamos enamorados! Vaga y discretamente, sabemos que seremos famosos. Por ser presidente, por salir en una peli?cula, por escribir un arti?culo en el New York Times con dieciocho an?os.
Estoy celosi?sima. Celos inimaginables, celos de la novela ganadora del Pulitzer que estoy leyendo y de la oscarizada peli?cula que acabo de ver. ?Por que? no se me ocurrio? a mi? reescribir La sen?ora Dalloway? Tendri?a que haber pensado en contar la vida de una bailarina esquizofre?nica. Es imperdonable. Todos los dema?s tienen e?xito, y los odio por ello. Hay una palabra alemana de la que me hablaron en clase de psicologi?a, schadenfreude, que define el placer que procuran las desgracias ajenas. La palabra brota en mi cabeza cual vergonzosa ventana emergente cuando a una chica tampoco le dan las pra?cticas o la obra de teatro de un chico es malilla. La otra noche estaba tumbada en la cama pregunta?ndome si los alemanes crearon un anto?nimo para esa palabra cuando cai? en la cuenta de que el descontento que procura la suerte ajena es ma?s fa?cil de deletrear. Deberi?a haber pensado en acun?ar sus ojos verdes.
La culpa se la echo a internet. A su inclusio?n desconsiderada de todo. El e?xito es transparente y accesible, y esta? expuesto en un lugar donde puede molestarnos pero no tocarnos. Hablamos por micro?fonos chirriantes y sacamos au?n ma?s fotografi?as, pero sigo teniendo la sensacio?n de que hay muchi?sima gente. Cada di?a se publican 1.035,6 libros; sesenta y seis millones de personas actualizan su estado cada man?ana. Por la noche, cuando muevo sin rumbo el rato?n, me acuerdo de los murales de primaria. ?Una persona puede marcar la diferencia! Pero las personas que me preguntan que? quiero ser de mayor ya no quieren que haga trabajos con cartulina. Quieren que rellene formularios y les entregue tarjetas rectangulares que dicen HOLA ESTO ES LO QUE HAGO.
La primavera pasada fui a un congreso sobre arte en Manhattan y todo el mundo se peleaba por conocer a todo el mundo, reivindicando su individualidad cual tristes vendedores. Esta es mi idea, deci?a yo, esto es lo que hago. Durante el co?ctel se formaban corrillos e intercambia?bamos un intere?s sincero. ?Guau! ?Espacios abiertos! ?Si?, si?! ?La vanguardia! Yo no teni?a tarjeta de visita. Ni siquiera se me habi?a pasado por la cabeza. Podri?a haber resultado divertido o adorable, pero para mi? fue sencillamente bochornoso. No tengo, deci?a una y otra vez. (?Ja, ja!) Luego me sentaba para ver otra mesa redonda, tomar apuntes y asentir. Alli? habi?a un monto?n de gente. Hay muchi?sima gente.
El caso es que un di?a el sol va a morir y todo en la Tierra se congelara?. Va a pasar. Aunque acabemos con el calentamiento global y limpiemos nuestras radiaciones. Las obras completas de William Shakespeare, los nenu?fares de Monet, todo Hemingway, todo Milton, todo Keats, nuestras colecciones de mu?sica, nuestras bibliotecas, nuestras galeri?as, nuestra poesi?a, nuestras cartas, nuestros nombres grabados en mesas. Soli?a creer que imprimir cosas las haci?a permanentes, pero ahora esa idea me parece harto estu?pida. Todo quedara? destruido, sin importar cua?nto trabajemos para crearlo. Pensar en ello me aterra. Yo quiero pequen?eces permanentes. ?Quiero enormidades permanentes! Quiero que lo que pienso y lo que soy quede recopilado en una antologi?a complaciente que quepa co?modamente en algu?n estante de una biblioteca laberi?ntica.
Todo el mundo se cree especial: mi abuela por los anuncios de Marlboro, mis padres por las discotecas y la luna. Puedes ser cualquier cosa, nos dicen. Nadie es exactamente igual que tu?. Pero cuando meti? mi nombre en Facebook aparecieron ocho fotos diminutas que me miraron a los ojos. Las Marinas Keegan, con sus pequen?as ciudades de origen y estatus sentimentales. Cuando muramos, nuestras la?pidas sera?n las mismas. AQU? YACE MARINA KEEGAN, rezara?n. Nu?meros uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho.
Estoy celosi?sima. Celos irrisorios, celos de cualquiera que pueda tener la oportunidad de hablar desde el ma?s alla?. He alejado el zoom de mi biografi?a para incluir el apocalipsis y, al no tener religio?n, alabo el potencial de mi propio rastro tangible. ?Que? atrevida! Por suponer que soy especial, ante todo. A medida que crezco, veo que las posibilidades de los trabajos de cuarto de primaria se desvanecen: es demasiado tarde para ser me?dico, para salir en una peli?cula, para ser candidata a la presidencia. Es bastante probable que nunca haga nada. Resulta egoi?sta y egoce?ntrico si se piensa, pero me aterra.
A veces me pregunto que? pasari?a si de verdad reinase la paz. Todo el planeta seri?a supersostenible: molinos eo?licos por doquier, aparatitos con sus paneles solares, calles impolutas. Antes de que el mundo se congelara y se quedase a oscuras, seri?a perfecto. Esa generacio?n futura, con sus cochecitos voladores, se creeri?a especial. Hasta que un di?a, vaga y discretamente, el sol se apagari?a, y se dari?an cuenta de que nadie lo es. O de que todos lo somos.
Lei? en algu?n sitio que las ondas de radio siguen viajando hacia el exterior, volando por el universo con vibraciones eternas. Creo que algu?n di?a, antes de morir, agarrare? un micro?fono y escalare? a lo alto de una torre de radio. Respirare? profundamente y cerrare? los ojos, porque empezara? a llover justo cuando llegue arriba. Hola, le dire? al espacio exterior, aqui? tienes mi tarjeta.