El reverso tenebroso de la nostalgia: Putin y las golondrinas de ¡®A vida portuguesa¡¯
La tristeza melanc¨®lica, ese instinto de la memoria que apunta hacia algo indeterminado, que acaso no existi¨® nunca, lo inunda todo, y es el caldo de cultivo del sue?o autoritario de los nuevos dictadores y sus disciplinados ¨¦mulos.
?Al lugar d¨®nde has sido feliz no debieras tratar de volver¡±, dice una canci¨®n de Sabina. Pero siempre se vuelve. Volvemos al mismo lugar, pero ya no es el mismo. Nos sucede como a Ulises al regresar a ?taca, cuando debe enfrentarse a esos otros rostros de s¨ª mismo que ha ido descubriendo en su viaje y que trae consigo al encuentro de Pen¨¦lope. Quiz¨¢s por eso, al cargar con tantas m¨¢scaras nuevas, nadie ¨Csalvo su perro y el porquerizo- lo reconocen al volver. Ya nada es igual, ni dentro ni fuera, pero hay una fuerza nost¨¢lgica que le echa a volar lanz¨¢ndolo hacia abajo, como hace la gravedad c...
?Al lugar d¨®nde has sido feliz no debieras tratar de volver¡±, dice una canci¨®n de Sabina. Pero siempre se vuelve. Volvemos al mismo lugar, pero ya no es el mismo. Nos sucede como a Ulises al regresar a ?taca, cuando debe enfrentarse a esos otros rostros de s¨ª mismo que ha ido descubriendo en su viaje y que trae consigo al encuentro de Pen¨¦lope. Quiz¨¢s por eso, al cargar con tantas m¨¢scaras nuevas, nadie ¨Csalvo su perro y el porquerizo- lo reconocen al volver. Ya nada es igual, ni dentro ni fuera, pero hay una fuerza nost¨¢lgica que le echa a volar lanz¨¢ndolo hacia abajo, como hace la gravedad con las alas del ¨¢guila.
Ese volver, como en la famosa pel¨ªcula de Almod¨®var, puede ser el patio blanco con su z¨®calo azul chauen repleto de geranios donde habita el recuerdo de mi abuela. La nostalgia es descubrirme a m¨ª misma regando uno en mi peque?a terraza madrile?a. O volviendo una y otra vez a Lisboa, la ciudad donde fui feliz y que siempre se parece a sus postales, all¨ª donde resuenan las palabras de Calvino describiendo a Maurilia: ¡°A trav¨¦s de lo que ha llegado a ser se puede evocar con nostalgia lo que fue¡±. Precisamente all¨ª, en Lisboa, una querida amiga me lleva a una tienda llamada?A vida portuguesa, un lugar m¨¢gico donde encontrar productos antiguos y deliciosos que vuelven a fabricarse manteniendo su receta original. Jabones, agua de colonia, mantequilla de almendra, y esas figuritas en forma de golondrinas de diferentes tama?os que emulan el vuelo en bandada de las avecillas. Recuerdo que tambi¨¦n estaban en el comedor de mi abuela, as¨ª que decido comprar cuatro y las pongo encima de mi cama, para verlas cada d¨ªa cuando me despierto.
Tal vez la nostalgia funcione en nosotras como la gravedad para los p¨¢jaros: hay una fuerza que tira de ellos en vertical, pero las alas vencen. Porque la nostalgia es tambi¨¦n la percepci¨®n de que nuestra vida est¨¢ condicionada por l¨ªmites que no podemos vencer. Nos adaptamos al cambio y al paso del tiempo, pero es inevitable que ese cambio provoque a?oranza por?un mundo?al?que siempre querremos regresar, como quijotes dolidos ante la certeza de que ya no es posible. Ese mismo abismo lo encontramos en el tr¨¢nsito del pueblo a la ciudad. En la gran urbe, la gente vive de otra manera: no se conoce, todo es r¨¢pido e impersonal. Tambi¨¦n se come de otra forma, aunque proliferen los mercadillos perfectos que crean la ilusi¨®n de que hacer la compra puede ser una experiencia cercana, incluso en la ciudad. Y aunque una se adapte a su ritmo, siempre surge esa necesidad de arraigo que provoca la emergencia de la nostalgia, el anhelo por un mundo lejano que quiz¨¢s no haya existido jam¨¢s. Y es que, por mucho que ¡°el olor de las almendras amargas nos recuerde siempre el destino de los amores contrariados¡±, siempre tenderemos a idealizar ese viejo amor.?Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez nos recuerda que la memoria es selectiva.
Pero, en un mundo cada vez m¨¢s incierto, necesitamos puntos seguros y, curiosamente, siempre los encontramos en nuestro lugar natal. Lo saben bien quienes comercializan con la nostalgia y olvidan el reverso de ese patio luminoso de la abuela: las campanas que disciplinan los d¨ªas, los campesinos que encienden la noche, el hast¨ªo de las tardes que pasan como una larga rumia, los balcones y las verjas negras de Bernarda Alba que marcan la pulsi¨®n de transgredir los l¨ªmites, sobre todo para las mujeres. Esa miseria, que tambi¨¦n recuerdo, no me impide echar la mirada hacia el pasado y llevarme las?golondrinas de la tienda de Lisboa. Quiz¨¢s mi abuela tambi¨¦n las trajo de all¨ª y, casi 100 a?os despu¨¦s, yo las cuelgo en un lugar de una casa -mi casa- que he convertido en refugio. Todo forma parte de la rueda de consumo identitario: las avecillas son una superficie sobre la que proyecto mi identidad mirando hacia el pasado. Porque vamos a la caza de identidad y pertenencia en esos productos que nos recuerdan una parte de nuestra vida: la compra de una marca de perfume dice algo, mucho, de nosotras. Buscar refugio a trav¨¦s del consumo nos hace legibles. Las golondrinas colgadas en la habitaci¨®n, el frasco antiguo de agua de colonia que espera en la cornisa del ba?o ofrecen pistas a la gente para leerme, para saber d¨®nde ubicarme. Hoy, m¨¢s que nunca, es el consumo lo que nos define, y tal vez indagando en las cosas antiguas que nos son familiares consigamos cierta seguridad, ese sentimiento de pertenencia que no ofrece la fr¨ªa ciudad.
La l¨®gica de la nostalgia opera tambi¨¦n en la identidad que buscamos en las ideolog¨ªas en estas abstractas sociedades de las que habla el liberalismo, en la fragilidad de su abrazo. Pero incluso hoy esas sociedades que se dicen abiertas y cosmopolitas est¨¢n llenas de muros. La tristeza melanc¨®lica, ese instinto de la memoria que apunta hacia algo indeterminado, que acaso no existi¨® nunca, lo inunda todo, y es el caldo de cultivo del sue?o autoritario de los nuevos dictadores y sus disciplinados ¨¦mulos. En sus bocas, la apertura significa invasi¨®n, despoblaci¨®n, p¨¦rdida de refugio. La respuesta ser¨ªa volver a un pasado legendario donde buscar nuestras esencias, una suerte de felicidad perdida. Las nuevas ideolog¨ªas de la nostalgia se inventan una autenticidad falsa para imponernos identidades cerradas, asfixiantes, imposibles. Es una melancol¨ªa que tambi¨¦n aparece en nuestros feminismos, en la b¨²squeda de la emancipaci¨®n a trav¨¦s de valores de la feminidad que, curiosamente, son aquellos que la cultura patriarcal m¨¢s ha explotado. La maternidad, nuestra biolog¨ªa reproductiva, los impulsos e instintos de la crianza, el llamado pensamiento maternal y del cuidado que la tradici¨®n coloca inevitablemente en la esfera de la mujer representan un nuevo y ambivalente camino de emancipaci¨®n que deja en el aire una pregunta inevitable: si las actividades dominadas tradicionalmente por los hombres son menos v¨¢lidas, si nos definen menos que las pertenecientes tradicionalmente a la mujer, ?en qu¨¦ consiste entonces el privilegio masculino? El ideal melanc¨®lico de una comunidad perfecta, circular, comprensiva de quienes somos acecha en los instintos del nacionalismo y su exacerbaci¨®n imperial, pero tambi¨¦n en esa extra?a forma de entender el feminismo que excluye a quien no cabe en esa eterna y divina esencia maternal. Pero cuidado, pues esa melancol¨ªa, el peso excesivo de nuestras nostalgias, puede hurtarnos la ligereza necesaria para vencer a la gravedad y, abriendo las alas, echarnos, al fin, a volar.
Ma?riam Marti?nez-Bascun?a?n es profesora de ciencia poli?tica en la UAM; ha sido directora de Opinio?n de EL PAI?S, donde continu?a siendo columnista.