Mahammadou, por ?ngels Barcel¨®
La de Mahammadou es solo una historia, una peque?a historia, habr¨¢ otros como ¨¦l, pero hay muchos que no han tenido la opci¨®n de llamar a ninguna puerta porque siguen escondidos en los montes de T¨¢nger.
Recuerdo perfectamente el d¨ªa que lleg¨®. Era un s¨¢bado, a media ma?ana. Son¨® el timbre de la puerta, al abrirla ah¨ª estaba ¨¦l, con su inseparable bicicleta y su imperfecto castellano. No pidi¨® ni comida ni dinero, pidi¨® trabajo. Mir¨¦ hacia atr¨¢s, a mis cinco metros cuadrados de jard¨ªn, y vi hojas secas en el suelo y malas hierbas creciendo por todas partes. Pasa, le dije. Se qued¨® hasta mediod¨ªa y se fue con su bicicleta, su imperfecto castellano y algo de dinero en el bolsillo.
El s¨¢bado siguiente volvi¨®, y el siguiente, y el siguiente. Hasta que un d¨ªa se sent¨® en la mesa de la cocina...
Recuerdo perfectamente el d¨ªa que lleg¨®. Era un s¨¢bado, a media ma?ana. Son¨® el timbre de la puerta, al abrirla ah¨ª estaba ¨¦l, con su inseparable bicicleta y su imperfecto castellano. No pidi¨® ni comida ni dinero, pidi¨® trabajo. Mir¨¦ hacia atr¨¢s, a mis cinco metros cuadrados de jard¨ªn, y vi hojas secas en el suelo y malas hierbas creciendo por todas partes. Pasa, le dije. Se qued¨® hasta mediod¨ªa y se fue con su bicicleta, su imperfecto castellano y algo de dinero en el bolsillo.
El s¨¢bado siguiente volvi¨®, y el siguiente, y el siguiente. Hasta que un d¨ªa se sent¨® en la mesa de la cocina a desayunar con nosotros. Caf¨¦ con leche, galletas con chocolate y conversaci¨®n. Y otro s¨¢bado, y otro. Nos habituamos a su compa?¨ªa, yo me habitu¨¦ a cocinar mientras el le¨ªa el peri¨®dico en la mesa. Primero las p¨¢ginas deportivas, el Bar?a, y luego el resto. Discutimos de f¨²tbol y de pol¨ªtica, simpatiza con el independentismo.
Poco a poco fue formando parte de nosotros, pero no era como nosotros, ¨¦l no ten¨ªa papeles. As¨ª que decidimos que fuera como nosotros y empezamos una lucha burocr¨¢tica con la Administraci¨®n que, para no aburrirles, les resumir¨¦ en meses de gestiones, en alg¨²n error administrativo y en nuestra cabezoner¨ªa. Al final, lo conseguimos. Ganamos a la incomprensible burocracia.
Pero como la vida, a veces, da giros inesperados, se la pudimos devolver a esa Administraci¨®n que nos racaneaba el convertirlo en uno como nosotros. Una Navidad le toc¨® la loter¨ªa y pudo volver a casa. Una de nuestras ma?anas de s¨¢bado le compramos el billete, volv¨ªa a casa en avi¨®n, quer¨ªa comprarles a sus padres placas solares y baldosas para el suelo de la casa donde viven. Y lo hizo, y subi¨® al avi¨®n y ense?¨® sus papeles al polic¨ªa, no le vi, supongo que con orgullo indisimulado.
Se llama Mahammadou y es de Senegal, de donde sali¨®, como otros miles, buscando un futuro en Europa; como ellos vivi¨® la amarga traves¨ªa africana hasta que embarc¨® en una patera y lleg¨® a Canarias y de all¨ª a un pueblo de la costa catalana y a nuestra puerta. Y, por fin, pod¨ªa volver a casa.
Supongo que el azar le hizo pulsar ese timbre, el azar quiso que yo estuviera en casa, pero el azar nada tiene que ver con su bondad, con su capacidad de trabajo, con su cari?o. Eso lo tra¨ªa de casa y no lo perdi¨® en el largo camino. Hablo con ¨¦l de la inmigraci¨®n, siempre que vuelvo de alg¨²n viaje en los que he estado con inmigrantes o refugiados me pregunta. Sabe que tuvo suerte.
La de Mahammadou es solo una historia, una peque?a historia, habr¨¢ otros como ¨¦l, pero hay muchos que no han tenido la opci¨®n de llamar a ninguna puerta porque siguen escondidos en los montes de T¨¢nger, esperando poder saltar, otros que se ahogaron en una playa porque la Guardia Civil les dispar¨® balas de goma, otros, miles, que se ahogaron en el Mediterr¨¢neo u otros que siguen varados en las fronteras europeas.
Pero parece que da igual.