Te matar¨¢ el cambio clim¨¢tico
Tal vez el madrile?o no se sepa quedar en casa. Necesitamos m¨¢s telediarios al rojo vivo
Hace cuatro d¨ªas paseaba por una Roma desierta, brutalmente hermosa. Ahora estoy en Madrid y pensaba que iba a pasear por un Madrid desierto, brutalmente hermoso, pero no es as¨ª. Cojo mi coche y salgo a la M-30 y est¨¢ m¨¢s o menos como siempre. Encima hace mucho calor. No es normal el coronavirus, pero tampoco es normal el calor que est¨¢ haciendo. Si no te mata el coronavirus, te matar¨¢ el cambio clim¨¢tico, elige si puedes. El madrile?o no ha sucumbido en exceso a la alarma. Tal vez, en un gesto humor¨ªstico, le ha dado por arramblar con el papel higi¨¦nico de las superficies comerciales. Observo...
Hace cuatro d¨ªas paseaba por una Roma desierta, brutalmente hermosa. Ahora estoy en Madrid y pensaba que iba a pasear por un Madrid desierto, brutalmente hermoso, pero no es as¨ª. Cojo mi coche y salgo a la M-30 y est¨¢ m¨¢s o menos como siempre. Encima hace mucho calor. No es normal el coronavirus, pero tampoco es normal el calor que est¨¢ haciendo. Si no te mata el coronavirus, te matar¨¢ el cambio clim¨¢tico, elige si puedes. El madrile?o no ha sucumbido en exceso a la alarma. Tal vez, en un gesto humor¨ªstico, le ha dado por arramblar con el papel higi¨¦nico de las superficies comerciales. Observo en ese gesto una especie de manifiesto pol¨ªtico. Tendr¨¦ que esperar a agosto si quiero disfrutar de un Madrid sin nadie, porque el coronavirus no est¨¢ vaciando las calles. Tampoco se ve demasiada gente con mascarilla, como s¨ª ocurr¨ªa en Roma. Me llego hasta el Museo del Prado, y all¨ª s¨ª advierto que no hay cola, no hay nadie. Pero por la Gran V¨ªa el flujo de gente es m¨¢s o menos el de siempre. Me vuelvo a subir a mi coche y por respetar la se?alizaci¨®n de no pasar de 30 kil¨®metros por hora un taxi me pega una pitada interminable. Veo en esa pitada una falta de respeto a la gravedad de la situaci¨®n.
Me dice un madrile?o de pura cepa castiza que esto del coronavirus depender¨¢ del n¨²mero de muertos. Dicho as¨ª parece muy descarnado, pero en verdad al final ser¨¢ la ¨²nica manera de medir el impacto. El coronavirus nos devuelve al subdesarrollo pol¨ªtico. Pens¨¢bamos que ya nadie nos iba a apartar de la vanguardia de la historia y de repente un virus oriental nos quita la capacidad de movimientos. Tal vez por eso el madrile?o no se est¨¦ tomando muy en serio las alarmas sanitarias, salvo la obsesi¨®n por el papel higi¨¦nico. Entro en un supermercado y veo a un se?or que llena su carro de latas de lentejas. Me lo quedo mirando y le digo ¡°las tendr¨¢s que acabar regalando¡±. Se r¨ªe. Se lo ha tomado a bien. Y acto seguido comienza a devolver las latas a la estanter¨ªa. Me lo vuelvo a encontrar a los cinco minutos y lleva el carro lleno de latas de esp¨¢rragos. Hay madrile?os que dudan a la hora de elegir la dieta apocal¨ªptica. Vuelvo con mi coche a la M-30 y el calor pegajoso y la abundancia de tr¨¢fico hace que regrese a la rutina de siempre, los atascos de siempre, la p¨¦rdida de tiempo de siempre. El madrile?o necesita un poco m¨¢s de terror para reaccionar. Tal vez un madrile?o no se sepa quedar en casa. Necesitamos m¨¢s telediarios al rojo vivo. M¨¢s tiendas chinas cerradas. A lo mejor es que el madrile?o tiene un instinto tan secreto como sabio que le hace inmune al terror. Porque el terror es siempre la peor peste.