Estupidez
Ni inteligencia artificial ni extraterrestre: estupidez pura y dura propag¨¢ndose a trav¨¦s de nuestros cuerpos, repentinamente devueltos al centro de la escena
¡°?Puede haber algo m¨¢s est¨²pido que un virus?¡±, se preguntaba en estos d¨ªas Slavoj Zizek en una entrevista con un canal internacional ruso. Al fin y al cabo, los cient¨ªficos no se ponen de acuerdo sobre si los virus son entidades qu¨ªmicas o seres vivos, pues se comportan como unas cajitas in¨²tiles con algo de material gen¨¦tico, pero no se reproducen ni se alimentan por s¨ª mismos. De hecho, cuando no est¨¢n en contacto con c¨¦lulas a las que hackear para multiplicarse entre las vecinas, los virus pueden permanecer encima de casi cualquier cosa sin hacer absolutamente nada. Nada de nada. Ni siquiera estamos ante una especie con una identidad concreta que desea vivir y perpetuarse depredando a otras especies. Es un agente ambiguo, algo situado entre lo vivo y lo no-vivo, que abre las c¨¦lulas ajenas y las coloniza al servicio de ning¨²n prop¨®sito biol¨®gico. Los virus son ¡°est¨²pidos¡± o son la estupidez misma, podr¨ªamos decir, el absurdo en persona. ¡°They are meaningless¡±, a?ad¨ªa Zizek para acentuar la iron¨ªa de que la debacle humana no hubiera llegado del espacio exterior, de una inteligencia superior a bordo de naves espaciales, sino justamente de aquella unidad m¨ªnima de la estupidez del cosmos, de su ausencia de significado ¨²ltimo. Y esa debacle, dig¨¢moslo de una vez, tampoco ha llegado desde la amenaza de la inteligencia artificial y la automatizaci¨®n, como ven¨ªan advirtiendo Bifo Berardi y todos los gur¨²s del apocalipsis tecnol¨®gico, convencidos de que la dominaci¨®n de las m¨¢quinas era un hecho consumado. Ni inteligencia artificial ni extraterrestre: estupidez pura y dura propag¨¢ndose a trav¨¦s de nuestros cuerpos, unos cuerpos repentinamente devueltos al centro de la escena.
Nuestras fantas¨ªas apocal¨ªpticas suelen estar dise?adas a partir de una l¨®gica humana, desde un antropocentrismo m¨¢s o menos disimulado, siguiendo unas premisas fundadas en la invenci¨®n del sujeto cartesiano y el homo economicus del capitalismo, as¨ª que por lo general solo somos capaces de imaginar que seremos superados por versiones mejoradas de nosotros mismos ¨Calien¨ªgenas o androides-. Rara vez aquellas fantas¨ªas est¨¢n dispuestas a situarse por fuera de los l¨ªmites de nuestra vanidad y m¨¢s raro a¨²n es que se ocupen de lidiar con el arcaico mensaje que nos trae la nueva pandemia global del Covid-19: que somos animales tan vulnerables como cualquier otro, esto es, que formamos parte de una red de vida que involucra a todas las otras especies del planeta, que no estamos por fuera o por encima de toda aquella trama biol¨®gica y geol¨®gica y, por ¨²ltimo, que la pertenencia a esa red est¨¢ ligada a un misterio mucho m¨¢s inquietante que los platillos voladores o los robots inteligentes, un misterio, por otro lado, mucho m¨¢s obvio, oculto a la vista de todos: el misterio innombrable de estar vivos, la contingencia del animal, el cuerpo que hace cosas por su cuenta o que se deja invadir por agentes no-vivos que amenazan su supervivencia. Todo ello sin ninguna raz¨®n, sin ning¨²n plan maestro, sin ninguna inteligencia general en los controles, sin ning¨²n dise?o: pura estupidez.
Lo verdaderamente insoportable para este animal pensante en que nos hemos convertido es ese n¨²cleo de absurdo como horizonte primordial y ¨²ltimo de nuestra presencia en la tierra. Preferimos entonces imaginar -y por tanto, hacer realidad- el porvenir como un fascismo hipertecnol¨®gico e insostenible donde las m¨¢quinas ya han tomado todas las decisiones de antemano, donde lo humano se ha trascendido a s¨ª mismo en un giro evolutivo que beneficia solo a los m¨¢s poderosos, antes que hacernos cargo del hecho ineludible de que estamos aqu¨ª por puro accidente, como parte de la historia general de las cat¨¢strofes que es el cosmos y que esa situaci¨®n puede cambiar de un momento a otro, incluso para quienes se consideran los amos del universo. Que somos blandos, fr¨¢giles, penetrables, que dependemos los unos de los otros y que estamos a merced de aquello que creemos haber dominado o de lo que creemos habernos separado para siempre: la red de la vida. En otras palabras, que estamos a merced del inescapable deseo de transformaci¨®n de la materia sensible, el deseo reprimido que tiene esa materia sensible de morir para que otras cosas puedan vivir, el deseo de la experiencia limitada del cuerpo mortal ¨Ccada cosa que hacemos cargada de sentido en cuanto recordatorio de nuestra finitud- y el deseo que tiene ese cuerpo de dejar su lugar a otros cuerpos o incluso del oscuro deseo que tiene todo ser vivo de dormir como las piedras. De ser polvo que viaja en el vac¨ªo sideral rumbo a ninguna parte.
¡°El lenguaje es un virus del espacio exterior¡±, canta Laurie Anderson tomando prestada una idea de William Burroughs. Y si nos detenemos un segundo a contemplar la estructura del significante, que por s¨ª mismo carece de cualquier significado, que depende siempre del contexto para entrar en acci¨®n y producir efectos de significaci¨®n, que funciona como una especie de vac¨ªo central, unidad m¨ªnima del decir y el no decir, y que es por definici¨®n ¡°meaningless¡±, quiz¨¢ nos estremezca constatar cu¨¢nto se parecen esas estructuras elementales del lenguaje a un virus (lo que se viraliza en realidad son los significantes, m¨¢s que los significados).
La pandemia del Covid-19 es un recordatorio de ese vac¨ªo primordial, de aquel horizonte de absurdo sobre el que pivota toda la vida y cualquier intento de simbolizaci¨®n ling¨¹¨ªstica humana. Nos encontramos ahora mismo en el centro mismo de ese vac¨ªo, casi mudos, balbuceantes, aterrorizados pero con la saludable impresi¨®n de que se han derrumbado en pocos d¨ªas todas las certezas. Han quedado suspendidas las justificaciones sobre las que se hab¨ªa edificado aquel mundo de competencia desenfrenada, de destrucci¨®n del planeta en aras de una econom¨ªa irracional e insostenible.
A la luz de lo que ha sucedido en otras ocasiones en nuestro planeta, es improbable que los seres humanos acaben con toda la vida. La tierra ha sido testigo de otras cinco megaextinciones, todas ellas mucho m¨¢s dram¨¢ticas que la actual, as¨ª que lo m¨¢s probable es que solo estemos trabajando desesperadamente para provocar nuestra propia extinci¨®n como especie. Desde luego, la extinci¨®n o el exterminio son opciones tan plausibles como la posibilidad de que podamos permanecer un tiempo m¨¢s en la tierra, aprendiendo nuevamente a convivir con las otras especies.
No se trata entonces de elegir entre la estupidez y la inteligencia. Se trata de elegir entre dos formas de estupidez, o mejor, de dos actitudes posibles ante el absurdo fundamental de estar aqu¨ª: aquella donde podemos prolongar nuestra experiencia de seres mortales o aquella donde ya no somos viables y la vida en el planeta debe continuar sin nosotros; aquella donde aceptamos que somos animales solidarios, partes min¨²sculas de una red global de especies, donde nuestros limitados recursos intelectuales y materiales est¨¢n al servicio de esa solidaridad o aquella donde estamos solos, en la supuesta c¨²spide de la naturaleza, enfrascados en la ingrata labor de extinguirnos a nosotros mismos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.