La vida normal fantasma
Un cirujano pl¨¢stico calcul¨® que hacen falta 21 d¨ªas para acostumbrarse a una nueva cara o dejar de sentir un miembro amputado. Lo nuestro es m¨¢s dif¨ªcil: nos han amputado la realidad
Un amigo entendido en marketing me habl¨® de la regla de los 21 d¨ªas, el tiempo que nos lleva hacernos a un nuevo h¨¢bito, y luego ya como si lo hubieras hecho siempre. Fue idea de un tal Maxwell Maltz, cirujano pl¨¢stico de los cincuenta, que calcul¨® que tras una operaci¨®n de cambio de nariz, orejas, al paciente le llevaba eso, 21 d¨ªas, acostumbrarse a su aspecto. Tambi¨¦n lo aplic¨® al plazo necesario para que alguien con un brazo o pierna amputado deje de sentir que todav¨ªa est¨¢ ah¨ª, el llamado miembro fantasma. En nuestro caso quiz¨¢ necesitemos m¨¢s: el miembro fantasma es la realidad ext...
Un amigo entendido en marketing me habl¨® de la regla de los 21 d¨ªas, el tiempo que nos lleva hacernos a un nuevo h¨¢bito, y luego ya como si lo hubieras hecho siempre. Fue idea de un tal Maxwell Maltz, cirujano pl¨¢stico de los cincuenta, que calcul¨® que tras una operaci¨®n de cambio de nariz, orejas, al paciente le llevaba eso, 21 d¨ªas, acostumbrarse a su aspecto. Tambi¨¦n lo aplic¨® al plazo necesario para que alguien con un brazo o pierna amputado deje de sentir que todav¨ªa est¨¢ ah¨ª, el llamado miembro fantasma. En nuestro caso quiz¨¢ necesitemos m¨¢s: el miembro fantasma es la realidad exterior.
Muchos llevan m¨¢s de tres semanas encerrados, pero estamos lejos de olvidarnos de la vida normal. Porque no solo es lo que hac¨ªamos, es tambi¨¦n lo que hac¨ªa en nosotros. Cuando sufres una desgracia, la vida normal es el ¨²nico lenitivo, hasta te la prescriben. Por eso estos d¨ªas quien pierde un ser querido, quien justo se acaba de separar o tiene terribles noticias no puede ni siquiera sumergirse en la vida normal. En la calle no corre el r¨ªo de la rutina, en el que dejarse llevar. Te lo comes solo, en tu sill¨®n.
Lo que tiene esto de pavoroso es precisamente esta normalidad casera a la que nos estamos acostumbrando, esta vida compartimentada en burbujas solitarias que puede llegar a parecer normal, con lo que est¨¢ pasando fuera. M¨¢s de 8.000 muertos, pero si no te toca es como una guerra lejana, invisible. Incluso dejas de ver el telediario, puedes llegar a no pasarlo mal del todo, aburrirte. Como si fu¨¦ramos todos en un trasatl¨¢ntico, lejos del mundo real. Pero si te toca, entras de lleno y de golpe en el horror. Y es a¨²n m¨¢s extra?o: el virus te roba a quien quieres de la noche a la ma?ana, los enfermos desaparecen, en el hospital sus familiares no pueden verlos. Unos vuelven, otros no.
En la monoton¨ªa s¨ª se ha alterado algo a las ocho de la tarde, ese h¨¢bito que hab¨ªamos hecho nuestro. El domingo, con el cambio de hora, result¨® que era de d¨ªa, y fue raro, quiz¨¢ necesitemos otros 21 d¨ªas para acostumbrarnos. Divisabas edificios lejanos y hasta descubr¨ªas vecinos que nunca hab¨ªas visto, pero no a las ocho, sino en toda tu vida. Incluso aquellos que hab¨ªas conocido en la cuarentena de repente a la luz eran distintos, no estaban en penumbra, era menos ¨ªntimo. Hubo hasta cierta timidez al mirarnos a los ojos con claridad. Prefer¨ªamos como la primera vez, con la luz apagada. Ya hab¨ªamos tenido que superar al principio, tras el primer aplauso, el pudor de no saber c¨®mo empezar una conversaci¨®n. Hemos perdido un poco la capacidad de entablar charlas con desconocidos. A la gente mayor se le da mejor, y tengo amigos con ese don. Requiere algo de energ¨ªa vital, de animaci¨®n, de curiosidad por el otro.
Pero al menos ya te encuentras a alguien al sacar la basura, en la calle vac¨ªa, y te dice ¡°buenas noches¡±. Esto no pasaba antes en Madrid, donde incluso en la sierra, a 60 kil¨®metros, la mayor¨ªa de la gente te la cruzas en medio de la nada y no saluda, porque mentalmente sigue estando en Madrid, no en un bosque de pinos, y act¨²a como si paseara por la Gran V¨ªa. Al cambiar de provincia ya se les pasa. Pero la otra noche nos saludamos como en un pueblo.
La aparici¨®n de yacimientos hist¨®ricos de tiempo libre, de todos modos, tiene el efecto de hacer saltar h¨¢bitos por los aires. Resueltas las necesidades b¨¢sicas, una vez que has hecho compra para varios d¨ªas, no hay nada m¨¢s que hacer. Obligado, quiero decir. Y, dentro del encierro, esto tiene un sorprendente poder liberatorio. El fin de semana te asaltaba la inquietud de las miles de cosas que podr¨ªas hacer, es m¨¢s, que deb¨ªas hacer, y ahora ese dilema no existe. Igual que el estr¨¦s de recorrer los 300 canales de la televisi¨®n antes de elegir uno para estar seguros de que no nos estamos perdiendo nada. ?Cu¨¢ndo se convirti¨® en una obligaci¨®n pasarlo bien? Ahora mismo sabemos que no nos estamos perdiendo nada, y no tanto porque no podamos hacerlo, sino porque nadie puede. Se ve bien con los famosos. ?Qu¨¦ va a estar haciendo Cristiano Ronaldo de especial? Pues lo mismo que t¨². En casa, en ch¨¢ndal. Alguna flexi¨®n m¨¢s seguramente, pero poco m¨¢s. Ha desaparecido la informaci¨®n de este y el otro, no hacen nada distinto.
Y en cambio es emocionante la cantidad de gente corriente que se ha puesto a inventar cosas, a fabricar respiradores y mascarillas. Que no espera que su pa¨ªs haga algo por ellos, y se pone a currar. Esto de pensar en la comunidad es nuevo. Pensar en lo que es nuestro, de todos, y preocuparse por ello. Antes iba cada uno m¨¢s por lo privado. Ahora tiene la fuerza de lo desacostumbrado.
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