Recuerdos con cebolla
En momentos de crisis siempre te puede salvar una tortilla, s¨ªmbolo supremo de la bondad de las cosas normales. Amarilla como el sol, el aroma ya es curativo, la casa se vuelve familiar
Salir a las ocho a aplaudir ya no es lo mismo, debo confesarlo. Notas el cansancio, no es tan emocionante. A veces te debes obligar, tienes la tentaci¨®n de quedarte tumbado. Total, nadie se va a fijar. Aunque t¨² s¨ª que te fijas en qui¨¦n sale y qui¨¦n no, y si alguien no lo hace piensas si le habr¨¢ pasado algo, o si estar¨¢ en la ducha o dando la vuelta a una tortilla. Y te lo apuntas para usarlo como excusa si un d¨ªa no sales t¨². En momentos de crisis siempre te puede salvar una tortilla, s¨ªmbol...
Salir a las ocho a aplaudir ya no es lo mismo, debo confesarlo. Notas el cansancio, no es tan emocionante. A veces te debes obligar, tienes la tentaci¨®n de quedarte tumbado. Total, nadie se va a fijar. Aunque t¨² s¨ª que te fijas en qui¨¦n sale y qui¨¦n no, y si alguien no lo hace piensas si le habr¨¢ pasado algo, o si estar¨¢ en la ducha o dando la vuelta a una tortilla. Y te lo apuntas para usarlo como excusa si un d¨ªa no sales t¨². En momentos de crisis siempre te puede salvar una tortilla, s¨ªmbolo supremo de la bondad de las cosas normales. Amarilla como el sol, el aroma de patata y cebolla al cocinarla ya es curativo, la casa se vuelve familiar. Del mismo modo, te reconcilia con la vida que aparezca todo el mundo otra vez en el balc¨®n, ves que las cosas siguen en su sitio. Supongo que es ahora cuando aplaudir tiene m¨¢s valor, ya es cabezoner¨ªa. Me dijo un amigo ayer: ¡°Por aqu¨ª resoplo, y no me quejo¡±. Emergemos a respirar, como las ballenas, para sumergirnos de nuevo en las profundidades, trabajosamente.
Hay vecinos que no han salido nunca a aplaudir, y me intrigan. No deben de creer en estas cosas. Piensan que es algo que hacen los dem¨¢s, como las manifestaciones, las elecciones o el karaoke, que no cambia nada uno m¨¢s o uno menos. Lo que cambia es que he conocido a esos vecinos que salen a la ventana, y ellos siguen siendo seres an¨®nimos. Quedarnos quietos nos ha permitido ver mejor a las personas. Al desconocido, al dependiente, al vecino, al viejo amigo, que eran borrosos.
Hay seres puros en este caos. El otro d¨ªa encontr¨¦ un chico con un beb¨¦, no tendr¨ªa m¨¢s que unos meses. Nos miraba perplejo, con las mascarillas le pareceremos todos soldados gal¨¢cticos. Pensar¨¢: ?a qu¨¦ extra?o planeta he ido a parar? Bendita inocencia, no sabe nada. Una vecina atraviesa Madrid en metro cada d¨ªa para ver a su madre con alzh¨¦imer, tambi¨¦n es ajena a la epidemia y no entiende que en la tele hablen todo el d¨ªa de un virus. ¡°No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre¡±, escribi¨® Miguel Hern¨¢ndez, encerrado en prisi¨®n, a su hijo reci¨¦n nacido. Llam¨® a este poema Nanas de la cebolla, lo ¨²nico que hab¨ªa en su casa para comer. Lo empez¨® a escribir en papel higi¨¦nico.
Escribir emociones es lo m¨¢s humano, pero es revelador que hayamos encontrado un problema de lenguaje. No digo ya no recordar c¨®mo se presentaba uno (a¨²n no s¨¦ el nombre del vecino con el que hablo cada tarde a las ocho, y ya me da verg¨¹enza pregunt¨¢rselo). Es que te ves torpe al intentar hacer llegar el cari?o, las palabras afectuosas, a quien no puedes ver, ahora que nos hab¨ªamos acostumbrado a los emoticonos, al m¨ªnimo esfuerzo de expresi¨®n personal. Quieres demostrar que esta vez lo dices en serio, no como antes, por decir. Es curioso, era todo muy sensiblero, pero le faltaba credibilidad. Ahora las frases hechas suenan fatal, ya no te las arreglas con un mensaje de circunstancias, las circunstancias han cambiado. Este no detenerse a pensar y sentir ha sido algo caracter¨ªstico de nuestra ¨¦poca, ahora que me detengo a pensarlo.
Ahora te preguntas por qu¨¦ estabas siempre postergando una cena con un amigo y nunca llegaba. Est¨¢bamos a otra cosa, en otra parte. Ahora estamos hambrientos de realidad, ni una cena nos va a valer. No s¨¦ qu¨¦ huella nos dejar¨¢ este encierro, pero quiz¨¢ no ser¨¢ tan f¨¢cil de olvidar, a lo mejor no somos tan c¨ªnicos como nos hacen pensar. Creo que ir¨¦ apuntando a los que lo sean. Siempre recordar¨¦ la luz en la ventana en la hora que daba el sol, no me parecer¨¢ una chorradita.
Hay una historia de Paul Auster, y aviso a los hist¨¦ricos de que la voy contar, que le pas¨® de joven, viviendo en Francia con su novia, aislados en el campo. No ten¨ªan mucho dinero y en una mala racha un d¨ªa estaban desesperados, muertos de hambre. Encontraron unas cebollas, ella recordaba una receta de pastel de cebolla y se pusieron a hacerlo, emocionados. Al sacarlo del horno les pareci¨® el manjar m¨¢s delicioso de la tierra. Pero al probarlo notaron que le faltaba un poquito y, conteniendo su ansia, lo metieron en el horno otros diez minutos. Impacientes, para distraerse salieron un rato. Incre¨ªblemente, se les pas¨® el tiempo, volvieron corriendo y el pastel se hab¨ªa quemado. El mundo se acab¨®, se quer¨ªan morir. Pero sucedi¨® un milagro, apareci¨® por sorpresa un amigo con su coche. Les invit¨® a un restaurante caro y se pegaron la cena de su vida. El relato acaba as¨ª: ¡°Y ahora, por exquisita que fuera, no puedo recordar nada de aquella comida. Pero no he olvidado nunca el sabor del pastel de cebolla¡±.
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