Pe¨®n e4
Mi destreza o mi impericia en el ajedrez son, en realidad, mi destreza o mi impericia en general. Pierdo mucho, hasta el enojo
He vuelto a jugar ajedrez en el confinamiento, ahora en l¨ªnea. No jugaba desde los 15 a?os. Dej¨¦ de hacerlo porque en la medida en que el mundo se ensanchaba ¡ªde la familia al barrio, del barrio al municipio, del municipio a la provincia¡ª me convert¨ªa en un jugador cada vez m¨¢s mediocre. As¨ª sucede. Crecer es entrar en tu normalidad, y en ese entonces todav¨ªa pensaba, como todos los hombres, que pod¨ªa haber en m¨ª algo excepcional. Me apartaba de cualquier evidencia que sugiriera lo contrario, hasta que la evidencia fue la realidad entera y ya no hubo nada que evadir.
En cambio, hoy jueg...
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He vuelto a jugar ajedrez en el confinamiento, ahora en l¨ªnea. No jugaba desde los 15 a?os. Dej¨¦ de hacerlo porque en la medida en que el mundo se ensanchaba ¡ªde la familia al barrio, del barrio al municipio, del municipio a la provincia¡ª me convert¨ªa en un jugador cada vez m¨¢s mediocre. As¨ª sucede. Crecer es entrar en tu normalidad, y en ese entonces todav¨ªa pensaba, como todos los hombres, que pod¨ªa haber en m¨ª algo excepcional. Me apartaba de cualquier evidencia que sugiriera lo contrario, hasta que la evidencia fue la realidad entera y ya no hubo nada que evadir.
En cambio, hoy juego porque s¨¦ que, como todos los hombres, soy excepcional. Me enfrento a gente de cualquier parte desde una esquina de mi habitaci¨®n. No me parece que est¨¦n lejos ni cerca, sino que est¨¢n ahora, porque el mundo no es el espacio, sino el tiempo. Son indios, gringos y africanos tan desastrosos como yo. Aficionados sin cara, sin pensamientos de expresi¨®n reconocible. De alguna manera, enfrent¨¢ndonos as¨ª, no nos enfrentamos m¨¢s que a nuestra propia limitaci¨®n.
Se trata de una pr¨¢ctica ¡°cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra¡±. Nos movemos en la franja gris, populosa, en que has aprendido algo, pero mal. No eres un experto y no desconoces las reglas. Creo que esa es la relaci¨®n de la mayor parte de nosotros, la mayor parte del tiempo, con la mayor parte de las cosas. El hombre act¨²a deficientemente, movi¨¦ndose a toda hora en una bruma, y sea cual sea la situaci¨®n en que se encuentre, muchas cosas parecen siempre faltarle.
Apenas manejamos las piezas, no vemos m¨¢s all¨¢ de dos jugadas, las combinaciones sublimes de la belleza se escapan por el trasfondo de nuestra mirada, las figuras que trazamos en el tablero buscan mayormente un fin inmediato y grosero, irrespetamos al rival y el rival nos irrespeta con trampas banales, y no podemos nunca, como s¨ª hacen los grandes maestros, concentrar la precisi¨®n de la ciencia, la intuici¨®n del arte y la determinaci¨®n del atleta en un solo y ¨²nico movimiento seco.
Todo esto, no obstante, lo comprendemos porque la ignorancia es la forma m¨¢s sutil de la inteligencia, y a la ignorancia, impelida de ejecutar, le ha sido dado el acto maravilloso de entrever. Esa es la raz¨®n por la que la palabra pertenece a la ignorancia m¨¢s que a ning¨²n otro predio, porque lo que una palabra hace es justamente entrever.
El ajedrez, como el mundo, es un idioma que puedo entender, pero no hablar. Del mismo modo, lo que yo hablo otros lo entienden, pero nadie m¨¢s podr¨ªa pronunciarlo. Rendija, balbuceo, ojo azorado que se asoma. Esa imposibilidad de suplantarnos y, al mismo tiempo, esa manera relativamente f¨¢cil en que nos desciframos el uno al otro, es lo que permite imaginar una reconciliaci¨®n pr¨¢ctica entre las dos ideas m¨¢s poderosas que existen, las ¨²nicas dos que valen la pena. La idea del individuo, la idea de comunidad.
Mi destreza o mi impericia en el ajedrez son, en realidad, mi destreza o mi impericia en general. Pierdo mucho, hasta el enojo. Veo venir las jugadas letales del contrario, pero no puedo frenarlas. Huelo el peligro, pero no evito su manifestaci¨®n. Y con eso, milagrosamente, parece bastar. Llevo en la tierra 30 a?os que lo demuestran, acompa?ado por la ¡°torre hom¨¦rica", el ¡°ligero caballo", la ¡°armada reina", el ¡°rey postrero¡±, el ¡°oblicuo alfil¡±, los ¡°peones agresores", y siendo tambi¨¦n esas cosas indistintas alguna vez.
Un jugador de potrero como yo no puede sacarle al ajedrez, que es el repositorio absoluto de todas las posibilidades, m¨¢s que una imagen de principiante. Este confinamiento es el tablero desolado, en el que faltan ya el resto de las piezas. Al final de la partida, los peones del virus avanzan como un ej¨¦rcito paciente y nos acorralan. Un rey rid¨ªculo busca las tablas por asfixia. Somos la v¨ªctima justa del juego perfecto que inventamos.
Carlos Manuel ?lvarez es escritor cubano. Su ¨²ltimo libro es Los ca¨ªdos (Sexto Piso)
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