Machismo
Me niego a aceptar que la mitad de mis amigos, de los t¨ªos que conozco, o yo mismo, hayamos tratado de esa forma execrable al otro sexo, a nuestras parejas, ligues, conocidas o desconocidas
Leo con pasmo, risas, admiraci¨®n e imperdonable retraso una novela de Felipe Ben¨ªtez Reyes titulada El novio del mundo. Resulta arduo definir con precisi¨®n su g¨¦nero. Tal vez el de la picaresca con tintes surrealistas. Sigue los pasos desde la ex¨®tica ni?ez hasta el definitivo crep¨²sculo de un buscavidas obsesionado exclusivamente con las mujeres en el aspecto menos espiritual, impenitente borracho, carne de eterno perdedor. Sus aventuras son hilarantes, la prosa tan deslumbrante como sarc¨¢stica, el cerebro del autor es de primera clase. Y no quiero sentirme culpable por mi regocijo, pe...
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Leo con pasmo, risas, admiraci¨®n e imperdonable retraso una novela de Felipe Ben¨ªtez Reyes titulada El novio del mundo. Resulta arduo definir con precisi¨®n su g¨¦nero. Tal vez el de la picaresca con tintes surrealistas. Sigue los pasos desde la ex¨®tica ni?ez hasta el definitivo crep¨²sculo de un buscavidas obsesionado exclusivamente con las mujeres en el aspecto menos espiritual, impenitente borracho, carne de eterno perdedor. Sus aventuras son hilarantes, la prosa tan deslumbrante como sarc¨¢stica, el cerebro del autor es de primera clase. Y no quiero sentirme culpable por mi regocijo, pero sospecho que en estos tiempos tan peligrosos hubiera tenido problemas para ser publicada. Como dudo que lo hubiera tenido f¨¢cil aquella maravilla que pari¨® Nabokov y que comenzaba narrando lo que le ocurre a la lengua y a los sentidos al pronunciar la palabra Lolita.
Me informan de la macroencuesta en la que varios millones de mujeres espa?olas, un 57%, declaran haber sufrido violencia de g¨¦nero, acoso sexual, miradas y propuestas lascivas, vejaciones de machos. Si esto es real, acojona la cifra de maltratadas y la impunidad de tantos de sus agresores. He conocido de cerca alg¨²n ajusticiable caso, pero encuentro dudosas estas estad¨ªsticas. Me niego a aceptar que la mitad de mis amigos, de los t¨ªos que conozco, o yo mismo, hayamos tratado de esa forma execrable al otro sexo, a nuestras parejas, ligues, conocidas o desconocidas.
Tambi¨¦n me asombra la capacidad detectivesca de tantas infatigables rastreadoras de machismo al exigir que cambien los signos de los sem¨¢foros porque el ni?o va ligeramente adelantado a la ni?a con la que enlaza su mano. Y me pregunto caprichosamente, sin el menor sentido de la proporci¨®n y de la l¨®gica, por el pertinaz olfato del senador McCarthy detectando rojos, de Stalin adivinando la identidad de los traidores, de los volc¨¢nicos chicos y chicas del f¨¹hrer detectando jud¨ªos por su apariencia. O sea, tengo alucinaciones tan baratas como lamentables.