Un golpe que no fue ni ser¨¢
Colombia est¨¢ lejos de vivir el caso de un gobierno bloqueado o amenazado por un eventual golpe de Estado
No han sido pocas las veces que el presidente Gustavo Petro ha denunciado conspiraciones y golpes en su contra desde el inicio de su mandato. Con frecuencia en los ¨²ltimos dos a?os, cada vez que el Congreso ha decidido no aprobar al pie de la letra una de sus reformas, o que un tribunal ha anulado el nombramiento de alg¨²n funcionario del Gobierno por la falta de cumplimiento de requisitos, el presidente ha repetido que todo hace parte de un ...
No han sido pocas las veces que el presidente Gustavo Petro ha denunciado conspiraciones y golpes en su contra desde el inicio de su mandato. Con frecuencia en los ¨²ltimos dos a?os, cada vez que el Congreso ha decidido no aprobar al pie de la letra una de sus reformas, o que un tribunal ha anulado el nombramiento de alg¨²n funcionario del Gobierno por la falta de cumplimiento de requisitos, el presidente ha repetido que todo hace parte de un ¡°golpe blando¡±. Desde entonces, Colombia ha sido testigo de una tensa relaci¨®n entre el Gobierno nacional y el Congreso y las Cortes.
Dos a?os han transcurrido desde que el presidente empez¨® a hablar de conspiraciones en contra de su mandato y en ning¨²n momento su permanencia en el poder ha enfrentado el menor contratiempo. Sin embargo, este clima de tensi¨®n solo ha empeorado en los meses recientes, y luego de la decisi¨®n del Consejo Nacional Electoral de abrir una investigaci¨®n formal al presidente y a los directivos de su campa?a por el posible incumplimiento de los topes electorales, la respuesta de Petro fue que se trataba del inicio de un golpe de Estado en su contra. De denunciar ¡°golpes blandos¡±, el presidente pas¨® a hablar abiertamente del riesgo de un golpe de Estado sin titubeos, a pesar de lo improbable que resulta algo as¨ª en la actualidad colombiana.
Cuando m¨¢s se pierden las proporciones y se usan de manera ligera palabras con cargas hist¨®ricas tan serias es cuando m¨¢s debe recordarse lo distantes que se encuentran de la realidad: Colombia est¨¢ lejos de vivir el caso de un gobierno bloqueado o amenazado por un eventual golpe de Estado. Mientras el presidente denuncia una conspiraci¨®n en su contra, su reforma laboral avanza de manera imparable en el Congreso, su reforma pensional fue aprobada y convertida en ley hace pocos meses, su candidato a la Procuradur¨ªa result¨® ganador con casi la totalidad de votos de los senadores y las Fuerzas Armadas han cumplido a cabalidad cada una de sus ¨®rdenes y directrices. Al mismo tiempo, y a pesar de tantos ataques y acusaciones del Gobierno en su contra, los gremios y los partidos pol¨ªticos siguen a la espera de c¨®mo avanzar en la construcci¨®n de un acuerdo nacional sobre temas esenciales para el futuro de la naci¨®n.
Ning¨²n rasgo de la coyuntura pol¨ªtica colombiana coincide con las caracter¨ªsticas de un golpe de Estado. En cambio, lo que s¨ª es evidente es que la respuesta del presidente busca desconocer que, como cualquier otro gobernante en una democracia, est¨¢ en el deber de rendir cuentas y dar explicaciones a las instituciones por sus acciones. Y el Gobierno tiene muy claro que el Consejo Nacional Electoral, un organismo que seg¨²n muchas interpretaciones jur¨ªdicas se est¨¢ extralimitando y que comete un grave error pol¨ªtico en este caso, no cuenta con ninguna facultad para suspender ni remover al presidente de su cargo. Por eso, esta denuncia de un golpe de Estado no tiene sustento alguno.
La respuesta del Gobierno, que no busca otra cosa que movilizar a sus seguidores y encontrar la solidaridad de algunas orillas pol¨ªticas, pone sobre la mesa palabras may¨²sculas con implicaciones verdaderamente graves que se han vuelto parte de su narrativa cotidiana, sin demasiada responsabilidad o rigor. Y el problema de pronunciar discursos que rozan con el extremismo es que el lenguaje ca¨®tico se vuelve parte del paisaje y empieza a ser repetido por miles de seguidores de distintas banderas sin caer en cuenta de los enormes riesgos que conlleva el escalamiento de las palabras, de las acusaciones y de los se?alamientos a otros sectores. Mientras tanto, el pa¨ªs se embarca en la ruta de un innecesario desgaste.
Esto no solo ocurre con el supuesto golpe de Estado que denuncia Petro desde hace a?os. Con preocupante frecuencia, el presidente llama ¡°fascistas¡± a sus cr¨ªticos, compara a los medios de comunicaci¨®n con los m¨¦todos del nazismo y los define, desde la generalizaci¨®n, como ¡°defensores del capital¡±. Y un camino de semejante agitaci¨®n est¨¢ lejos de llevar a un destino de consensos o de un acuerdo nacional, algo que el Gobierno en varias ocasiones ha afirmado que busca, si no todo lo contrario: a un escenario de radicalizaci¨®n y divisi¨®n con profundos riesgos.
Ni las investigaciones de una entidad como el Consejo Nacional Electoral, ni el hundimiento de una reforma en el Congreso, ni las decisiones de las cortes sobre la constitucionalidad de una ley est¨¢n cerca de bloquear a un gobierno, o de ser hechos comparables con un golpe de Estado. Lo que s¨ª es evidente a estas alturas es que entre m¨¢s denuncia los m¨¢s improbables golpes desde todos los sectores, el presidente Petro tambi¨¦n muestra la imagen de un l¨ªder encerrado y radicalizado que cada vez recurre m¨¢s a los discursos del extremismo y pierde cualquier esperanza restante de construir un mandato orientado por el di¨¢logo y la b¨²squeda de consensos.