¡°Delirio extremes¡±: la epidemia invisible de crack en Honduras

La corrupci¨®n de las autoridades, el pago en droga a los intermediarios y una incipiente producci¨®n local se han cruzado con la miseria de uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres de Latinoam¨¦rica, un para¨ªso para el tr¨¢fico de coca¨ªna desde los ochenta, para crear una crisis de salud p¨²blica

Miembros de una pandilla que distribuye drogas en San Pedro Sula, Honduras.John Moore (Getty Images)

¡°telara?as en la ropa,

tigres en el balc¨®n,

alacranes en la boca

miedo en el coraz¨®n.

Maldito seas satan¨¢s, qu¨ªtate el antifaz.

En este espejo no cabemos los dos¡±

(fragmento de la canci¨®n Delirium Tremens. Fito P¨¢ez y Joaqu¨ªn Sabina)

La ¨²ltima oportunidad

Son casi las tres de la tarde y en la entrada del albergue OASIS Ezequiel da unos toquidos tr¨¦mulos en la puerta de hojalata. El interno encargado de la puerta abre el candado de mala gana y Ezequiel entra, cabizbajo. Lleva muletas y su piel se ha vuelto de color gris p¨¢lido: parece un hombre en blanco y negro. Apoya una muleta donde deb¨ªa ir una pierna, lleva una gasa empapada de sangre fresca en la parte derecha de su cuello y otra en el abdomen. Est¨¢ flaco y se mueve despacio, como si caminara en el fondo del mar.

¡ªNo, no, ya demasiado. ?ltima vez que dejan entrar a Ezequiel, ¨²ltima vez. Esto no es juego.

Le dice al encargado de la puerta, con voz tronadora y gangosa, el Pastor J, el due?o de este recinto.

¡ªLa pr¨®xima vez que ya no entre. ?ltima oportunidad.

Insiste el pastor sin mirar a Ezequiel, que ya se ha sentado en un pedazo de banca y pelea por meterle algo de ox¨ªgeno a sus pulmones.

¡ªMire Juan, este muchacho es un problema. ?l tiene insuficiencia renal y cirrosis, le damos chance de salir a hacerse las di¨¢lisis al hospital, pero cada vez se pierde y se va a fumar piedra. Cuando ya no aguanta ah¨ª viene, as¨ª como hoy, ya bien demacrado¡ª.

El Pastor J se voltea y se dirige al interno que hace de portero esta tarde.

¡ªVaya, si va a entrar rev¨ªsenlo. No quiero que pase lo de la otra vez. ??ltima vez, Ezequiel! ??ltima vez!

El lugar al que Ezequiel trata de entrar, seg¨²n parece por ¨²ltima vez, es el albergue OASIS, ubicado en una de las colonias m¨¢s pobres y m¨¢s pobladas del Valle de Sula, Honduras, un refugio que pretende tratar, a trav¨¦s de estrategias en extremo precarias, las adicciones a ciertas sustancias de personas de esta regi¨®n del pa¨ªs. Se trata de un lugar de 180 metros cuadrados dividido entre un espacio de tierra con varios cajones de ladrillo y cemento de un solo piso, y una construcci¨®n de doble piso con divisiones de madera. A un costado hay una chabola que funge como cocina: cuatro pilares de madera, piso de tierra y un techo agujereado de l¨¢mina oxidada. Cuando llueve gotea sobre el fog¨®n, apag¨¢ndolo y sacando una humareda blanca. La parte mejor armada del lugar es una galera de piso de cemento y techo de zinc, que se usa para los cultos evang¨¦licos, como comedor, sala de reuniones y para ver la televisi¨®n, que se enciende en tres turnos de aproximadamente dos horas.

Todo el terreno est¨¢ cercado por pedazos de lata oxidada y coronado por alambre de p¨²as para evitar que la gente se salga. Nadie nunca ha querido entrar a hurtadillas por ac¨¢.

En este espacio viven, en febrero de 2023, aproximadamente 100 personas con problemas de adicci¨®n. Este lugar es su ¨²ltima oportunidad. Si esto falla queda ¨²nicamente indigencia y la mendicidad en las calles de San Pedro Sula, El Progreso o Choloma. Si este intento de curarse no sale bien les espera, seg¨²n el pastor, la muerte a manos del delirio coca¨ªnico, la cirrosis hep¨¢tica o el delirium tremens, los demonios de los que pretenden huir los internos de este lugar.

Dan, uno de los internos de OASIS, sentado sobre su catre, frente a la cama donde vio morir a Christian, su hermano menor.Juan Mart¨ªnez d?Aubuisson

El pastor ha dejado de gritarle a Ezequiel. Dice que la semana pasada cuando sali¨® a su di¨¢lisis regres¨® con crack y lo fum¨® a hurtadillas en la noche. Su olor ferroso no pasa desapercibido en un lugar como este y estuvo a punto de generar una crisis. Esa vez el pastor le quit¨® la droga y lo perdon¨®.

¡ªApenas tres meses de vida le dieron en el hospital y ya va para seis, as¨ª que lo dej¨¦ quedarse. No tiene d¨®nde m¨¢s ir. Pero ya esta vez s¨ª es la ¨²ltima ¡ªdice el pastor todav¨ªa con c¨®lera. Pero por lo que ver¨ªa yo luego, parece ser que para el Pastor J no existen las ¨²ltimas oportunidades.

Ezequiel mira al suelo fijamente con sus pupilas dilatadas y vidriosas, como las de los cad¨¢veres, luchando por cada bocanada de aire. Parece ajeno a todo esto, como si estuviera en otro lugar. Los dem¨¢s internos observan la escena desde la galera principal. Quiz¨¢ se ven en el ejemplo de Ezequiel, y como ¨¦l bajan la mirada. Nadie dice nada.

Uno de ellos se me acerca, se llama Ra¨²l. Luce diferente a los dem¨¢s y definitivamente muy diferente a Ezequiel. Est¨¢ gordo, es blanco, y su ropa no tiene ese color carbon¨ªfero que homogeniza a los internos. Su repertorio de palabras es bastante m¨¢s amplio incluso que el del Pastor J, y camina por el patio como si estuviera en el parque de su colonia.

¡ªYo soy t¨¦cnico en refrigeraci¨®n, ten¨ªa una empresa de arreglar todo tipo de aparatos de refrigeraci¨®n. Si yo no s¨¦ ni c¨®mo vine a parar ac¨¢ ¡ªdice, y hace algo muy complicado de imitar o describir: se r¨ªe con tristeza.

Ra¨²l vino ac¨¢ hace 20 d¨ªas, a¨²n no ha superado la etapa m¨¢s cr¨ªtica, todav¨ªa est¨¢ en lo que se considera s¨ªndrome de abstinencia. Su adicci¨®n, a diferencia de la mayor¨ªa que afirma haber empezado a fumar crack en su adolescencia, empez¨® hace apenas diez a?os ¡ªtiene 53¡ª cuando unos amigos de la colonia con quienes beb¨ªa cerveza le presentaron el crack, le dijeron que fumando eso podr¨ªa espantar la borrachera, y que las cervezas entraban mucho m¨¢s f¨¢cil y se pod¨ªa tomar m¨¢s sin dormirse o desmayarse. Era cierto. S¨ª pudo tomar m¨¢s y hasta m¨¢s tarde. A partir de ah¨ª su vida se fue al carajo. Desde hace dos a?os entra y sale de la indigencia y dice que este lugar es su ¨²ltima oportunidad antes de suicidarse. Su hija adolescente se le adelant¨® en ese cometido. Hace 21 d¨ªas se trat¨® de matar, se tom¨® un frasco entero de pastillas y termin¨® en el hospital donde apenas lograron salvarla con lavados de est¨®mago. Ra¨²l la visit¨® ah¨ª, y prometi¨® que se curar¨ªa de su enfermedad y que una vez curado regresar¨ªa a ser su pap¨¢. Del hospital se vino a enfrentarse al crack en el albergue. Si falla otra vez, no es su primera entrada, dice que para ¨¦l tambi¨¦n ser¨¢ la ¨²ltima vez.

Ra¨²l es adem¨¢s un artesano. Construye unas r¨¦plicas de motocicletas Harley Davidson con pedazos de latas de CocaCola. Sus artesan¨ªas son impresionantes, las vende a 300 lempiras (12 d¨®lares americanos) y con eso pretende hacer un peque?o fondo que le permita no regresar a su familia con las manos vac¨ªas. Me regala una, es jodidamente perfecta, y la verg¨¹enza me gana, siento que lo estoy timando al llev¨¢rmela sin dejarle nada. Le digo que m¨¢s bien quiero comprarla. Le doy un billete de 500 lempiras (20.31 d¨®lares americanos).

Son casi las 6 de la tarde. En la cocina, Hern¨¢n revuelve con un palo lo que ser¨¢ la cena. En un recipiente met¨¢lico, ennegrecido por el humo y el fuego de la le?a, se cocina una amalgama dif¨ªcil de descifrar.

¡ªEs hueso de res que le regalan al pastor en el rastro. Nosotros lo cocinamos. Tambi¨¦n le regalan las vendedoras del mercado la verdura que ya se arruin¨® y ¨¦l compra arroz y tortillas.

Dice Hern¨¢n, quien suda copiosamente sobre la cena de sus compa?eros sin dejar de mover el palo mezclador. Hern¨¢n es interno tambi¨¦n, lleva siete meses peleando contra su adicci¨®n al crack.

A cinco metros de Hern¨¢n, Ulises bate con las dos manos un l¨ªquido azul chill¨®n en un enorme recipiente pl¨¢stico. Pastor J ha conseguido una receta barata para fabricar desinfectante de piso. Diariamente Ulises revuelve unos cinco qu¨ªmicos con las manos y respira los humores de aquella f¨®rmula durante varias horas, sin siquiera una mascarilla de por medio. Cuando le pregunto por medidas de seguridad me ve con condescendencia burlona: ¡°Para las mierdas que uno se ha metido, compa¡±, me dice. Otro grupo, aquellos que ya llevan m¨¢s de 6 meses internos y est¨¢n en una fase m¨¢s controlada de su adicci¨®n, salen a vender a los mercados el desinfectante y con las ganancias pagan la luz y el agua y compran comida y los medicamentos que se usan en el albergue. Cada gal¨®n de desinfectante lo venden por 50 lempiras (2.03 d¨®lares americanos), gan¨¢ndole 10 lempiras (41 centavos de d¨®lar) por gal¨®n. Seg¨²n el Pastor J, en un buen d¨ªa venden 50 galones.

Ulises fue sicario de una estructura criminal muy poderosa en Honduras. Estuvo preso por asesinato y, seg¨²n su relato y seg¨²n lo que el pastor

sabe de esa historia, esa estructura pag¨® a una jueza para liberarle, pero Ulises ya no quiso seguir matando para ellos. As¨ª que huy¨® y empez¨® a consumir crack en una ciudad vecina. Lleg¨® a comer de la basura y dormir en la calle hasta que escuch¨® de este albergue y vino por propio pie. Se esconde ac¨¢ del crack y de la mafia. Si no se anda con cuidado cualquiera de los dos podr¨ªa matarle.

Ulises no es su verdadero nombre y este albergue no se llama OASIS.

Llegan las 7 de la noche. Entre varios internos arreglan la galera principal para escuchar la pr¨¦dica del d¨ªa. Limpian las mesas viejas y cojas, colocan un ramo de flores y los que tienen se visten con sus mejores ropas, los que no tienen se meten la camisa por dentro del pantal¨®n o el short, y aquellos que conservan sus zapatos se los calzan. En c¨®digo antropol¨®gico se dir¨ªa que convierten un lugar secular en uno sagrado: lo que antes era una galera donde ver televisi¨®n ahora es una iglesia.

Hern¨¢n, uno de los internos, prepara un guiso a base de hueso de res que le regalan al Pastor J en el mercado. A la derecha, Ulises prepara desinfectante para el piso.Juan Mart¨ªnez d?Aubuisson

La pr¨¦dica la da otro interno, se lo ha encomendado el Pastor J, quien solo predica los domingos. Este hombre habla de la falta de compromiso de algunos. Parece molesto. Se pasea como le¨®n enjaulado, como ret¨¢ndolos. Dice que los que se rinden no le creen a Dios. Que son cobardes.

Ezequiel, el hombre a blanco y negro que caminaba en el fondo de mar, ya no escucha estas palabras. Ya se ha ido. Se ha rendido. Se qued¨® resollando un rato sobre aquella mesa despu¨¦s de los rega?os del Pastor J y luego dirigi¨® sus pasos an¨¦micos y su cuerpo opaco hacia la calle. No quiso que le revisaran, seg¨²n el pastor, porque aun guardaba alguna dosis de crack para fumarla de noche. Seg¨²n el diagn¨®stico de los m¨¦dicos, Ezequiel deber¨ªa estar muerto hace tres meses. En el albergue creen que morir¨¢ en las calles esta semana.

Un para¨ªso para el tr¨¢fico la coca¨ªna

Honduras es un para¨ªso para el tr¨¢fico de coca¨ªna: tiene doble costa, al Atl¨¢ntico y al Pacifico; tiene la Muskitia, una selva con salida al mar Caribe, casi virgen, plagada de pistas de aterrizaje clandestinas y cundida de r¨ªos que se adentran en el pa¨ªs; tiene una democracia muy d¨¦bil e instituciones de f¨¢cil cooptaci¨®n. Este territorio privilegiado fue gobernado durante 12 a?os por Juan Orlando Hern¨¢ndez, que desde la semana pasada enfrenta un juicio en Nueva York por narcotr¨¢fico. La coca¨ªna proveniente de Colombia y Per¨² transita por aqu¨ª desde la d¨¦cada de los ochenta, cuando Ram¨®n Mata Ballesteros, que como Amado Carillo Fuentes y el Chapo Guzm¨¢n, tiene su papel en la serie de Netflix Narcos, era el se?or de la droga en Centroam¨¦rica.

Un informe del Departamento de Estado publicado en marzo de 2023 calcula que unas 300 toneladas de coca¨ªna pasan cada a?o por Honduras rumbo a los Estados Unidos. Seg¨²n diferentes entidades internacionales, en 2014 ya pasaba por Honduras el 79% de toda la coca¨ªna que entraba a Estados Unidos. Este, y otros informes elaborados por diferentes agencias norteamericanas, apuntan a que Honduras ya no solo es lugar de tr¨¢nsito, sino que ha dado el paso, aunque en una escala muy baja, a pa¨ªs productor.

Una consecuencia de estos procesos es que cada vez m¨¢s droga se queda por ac¨¢. Sobre esto ¨²ltimo las cifras son escasas, pero uno de los altos mandos de la polic¨ªa hondure?a que pidi¨® no ser citado, asegura que son dos fen¨®menos los que han puesto a la coca¨ªna y sus derivados a circular de forma masiva por Honduras. Por un lado, la modalidad de pagar en producto a los transportistas de la droga, quienes no tienen las conexiones suficientes para exportar este producto hacia el norte y terminan vendi¨¦ndolo en Honduras, y por el otro lado la corrupci¨®n de las autoridades, que al hacer decomisos de droga consiguen revenderla a sus due?os originales o a cualquier estructura que est¨¦ dispuesta a pagar el precio. Este alto funcionario me asegur¨®: ¡°La estrategia del gobierno anterior, el del presidente Juan Orlando Hern¨¢ndez, fue hacer un escudo a¨¦reo y mar¨ªtimo, con apoyo de los norteamericanos, para que la droga no pasara de esas maneras. ?Qu¨¦ quedaba? Pues que pasara por tierra. Ahora sabemos, por la informaci¨®n de inteligencia y por las pruebas contra el expresidente presentadas en las cortes de New York, que ¨¦l dirig¨ªa un cartel que se encargaba justamente de transportar la droga por el corredor terrestre. El problema es que si pasa por tierra es m¨¢s probable que se quede mucha droga por ac¨¢. Y es lo que est¨¢ pasando¡±.

El Pastor J y otros cinco pastores evang¨¦licos que se dedican a atender a personas con problemas de adicci¨®n aseguran que en los ¨²ltimos a?os la cantidad de adictos al crack se ha disparado en Honduras y que sus albergues se ven desbordados. Lo mismo me dicen dos vendedores de coca¨ªna y crack de la ciudad de San Pedro Sula, siempre dentro del Valle, y casi todos los internos del albergue. De hecho, el albergue OASIS, as¨ª como la mayor¨ªa de este tipo en el pa¨ªs, surgieron originalmente como una forma de atender a los adictos al alcohol, pero se han transformado, ante la creciente avalancha de adictos a los derivados de la coca¨ªna.

Seg¨²n estos tres ¨²ltimos grupos de fuentes, el crack ya sustituy¨® por completo al pegamento, y otros productos de uso industrial, como la droga por antonomasia de los sectores m¨¢s bajos de la pir¨¢mide social hondure?a.

El doctor en antropolog¨ªa Phillippe Bourgois, probablemente uno de los acad¨¦micos que m¨¢s entienden las din¨¢micas socioculturales que rodean a los drogas, y espec¨ªficamente al crack, escribi¨® en un art¨ªculo cient¨ªfico que para entender las din¨¢micas de las adicciones habr¨¢ necesariamente que vincularlas a ¡°a las grandes fuerzas estructurales hist¨®ricas que crean grupos sociales vulnerables¡±. El doctor Bourgois sabe del tema, pas¨® m¨¢s de diez a?os haciendo etnograf¨ªa profunda entre consumidores y vendedores de crack en Harlem, New york, y es autor de una de las obras m¨¢s importantes de antropolog¨ªa urbana de los ¨²ltimos a?os: In Search of Respect: Seling crack in el Barrio (Cambridge University Press, 2003) estudia el fen¨®meno desde antes de la gran epidemia de los ochentas y conoce los efectos devastadores de esta droga desde antes siquiera que al crack se le llamara crack. Este antrop¨®logo escribi¨® adem¨¢s: ¡°El crack, como droga de abuso preferente, solo resulta atractivo para los subgrupos de poblaci¨®n desesperados que son v¨ªctimas de formas extremas de violencia estructural¡±. Todo indica que la clave del problema no est¨¢ en los componentes qu¨ªmicos de la droga, ni en los efectos celulares que genera en el cuerpo humano, si no en las caracter¨ªsticas socioculturales de las poblaciones que las consumen.

Resumiendo esto a su estado m¨¢s simple, podr¨ªamos decir que la droga se vuelve un problema cuando la consume una poblaci¨®n que sufre de forma sistem¨¢tica. En el albergue OASIS todos, salvo Ra¨²l, el t¨¦cnico en refrigeraci¨®n y autor de las motos de hojalata, son pobres. En el albergue OASIS, sin excepci¨®n, todos sufren.

El ¡°delirio extremes¡±

Es media tarde tarde de otro d¨ªa de finales de febrero de 2023 y H¨¦ctor, a pesar de haberle dicho que llegaba a esta hora, me espera desde las 12. Est¨¢ ansioso por hablar. Lo conozco desde 2021, cuando lleg¨® a este centro por primera vez, pero dice que hasta ahora est¨¢ preparado para contarme su historia. Se ha puesto su mejor gala: un pants negro y una camisa Adidas, claramente falsificada, de segunda mano. Se ha colgado el gafete azul que le ha dado el Pastor y le acredita como encargado de la cl¨ªnica y parte del staff del lugar. H¨¦ctor es un interno, pero uno que tiene responsabilidades y poder dentro del micromundo del albergue.

¡ªYo empec¨¦ en esto cuando perd¨ª a mi familia. Ah¨ª es donde yo empec¨¦ a consumir, por lo mismo del dolor que sent¨ªa yo ¡ªdice H¨¦ctor ya con los ojos mojados.

?l no escoge este verbo, perder, de forma caprichosa o como sin¨®nimo de no encontrar algo o a alguien. A la esposa de H¨¦ctor la mataron de un tiro en la cabeza en 2010; la mat¨® el amante que ella ten¨ªa en una de las ciudades del Valle de Sula. Un a?o despu¨¦s mataron a su hijo mayor, de 21 a?os, para robarle la herencia de la madre asesinada. Los asesinos, miembros de la familia, amenazaron a H¨¦ctor y tuvo que firmarles unos papeles para que ellos se quedaran con su casa, su carro y unos terrenos. El licor barato de ca?a hac¨ªa al dolor naufragar por unas horas o por unos d¨ªas. Funcionaba. Pero entonces se volvi¨® adicto y despu¨¦s de varias ausencias perdi¨® su trabajo como conductor de montacargas en una empresa de construcci¨®n.

Un interno designado por el el Pastor J da la pr¨¦dica en una galera destinada a ver televisi¨®n, ahora convertida en iglesia.Juan Mart¨ªnez d?Aubuisson

¡°Cuando vino, ven¨ªa ya con delirio extremes¡±, dice el Pastor J, quien interrumpe sin misericordia nuestra pl¨¢tica, y me muestra un video donde H¨¦ctor est¨¢ en el suelo babeando, temblando y repitiendo incoherencias protagonizadas por el diablo y por manadas de animales peque?os que le persiguen y se le trepan por el cuerpo. H¨¦ctor baja la mirada y dice casi para s¨ª mismo: ¡°S¨ª¡­ as¨ª es, as¨ª vine yo¡±.

H¨¦ctor es ahora el encargado oficial de la cl¨ªnica, por eso lleva el gafete que lo acredita como tal en su cuello, y es el encargado de cualquier cosa relacionada a la salud en este recinto. En t¨¦rminos pr¨¢cticos, H¨¦ctor es el doctor del albergue. H¨¦ctor jam¨¢s ha estudiado medicina, ni enfermer¨ªa, y por no estudiar no estudi¨® m¨¢s all¨¢ de la primaria. Apenas sabe leer.

La cl¨ªnica es un cuarto de diez metros por cuatro con piso de cemento y techo de l¨¢mina. Ah¨ª hay nueve camas, unas frente a otras. Tambi¨¦n hay un cuarto peque?o en donde guardan las donaciones y donde duerme H¨¦ctor, contiguo a sus pacientes y guardando celosamente la caja con medicinas. El trabajo m¨¢s importante y al que le dedica m¨¢s energ¨ªas se trata de pelear contra el terror de todos los adictos del Valle de Sula: el delirio extremes.

Se trata en realidad del padecimiento psiqui¨¢trico delirium tremens que, ante la imposibilidad de ser nombrado correctamente por sus v¨ªctimas, en Honduras termin¨® tropicaliz¨¢ndose en este vocablo. Hist¨®ricamente se le ha llamado con otros nombres bastante m¨¢s descriptivos como ¡°barrel-Fever¡±, ¡°blu horrors¡±, ¡°dolor de botella¡± o ¡°drunken horrors¡±. Esta condici¨®n fue estudiada y diagnosticada en adictos desde principios del siglo XIX, pero es tan antigua como el licor mismo. Est¨¢ asociada con la intoxicaci¨®n severa del sistema nervioso, producto de la ingesta excesiva y prolongada de alguna sustancia. Es considerada una de las etapas m¨¢s avanzadas y m¨¢s peligrosas del s¨ªndrome de abstinencia, y tiene que ver con temblores, comportamiento err¨¢tico y alucinaciones. La traducci¨®n del lat¨ªn significa literalmente ¡°delirio tembloroso¡± y seg¨²n varios especialistas consultados puede causar la muerte. Una caracter¨ªstica t¨ªpica de delirium tremens, adem¨¢s de una depresi¨®n generalizada de todos los sistemas, una afectaci¨®n prolongada del sistema nervioso central que termina generando par¨¢lisis y temblores extremos, problemas cardiovasculares severos, entre otros problemas f¨ªsicos, son las alucinaciones visuales microzoopsias. Es decir, que los que la padecen suelen ver manadas de animales miniatura acos¨¢ndolos o subi¨¦ndoles por el cuerpo. A esto se le suma tambi¨¦n la psicosis coca¨ªnica, relacionada directamente con exposiciones intensas y prolongadas a la coca¨ªna y sus derivados como el crack.

H¨¦ctor me da un tour por su cl¨ªnica y me muestra sus medicamentos. No son muchos, apenas nueve medicinas, de las cuales dos son para controlar la diarrea, tres para los s¨ªntomas de la gripe y el resto son medicamentos psiqui¨¢tricos como diazepam o lorazepam, que H¨¦ctor receta y aplica a sus pacientes a discreci¨®n de sus propios conocimientos.

¡ªLa cura para el delirio extremes es dormir. Por eso yo les inyecto una dosis de diazepam, si aquel hombre no se quiere dormir le pongo la otra ya de lorazepam, para que ya no est¨¦ con aquel delirio, diciendo cosas que nada que ver, y se duerma, si es posible hasta 12 horas. Aprovecho tambi¨¦n para inyectarles una ¡°tiamineta¡±, eso les cae bien tambi¨¦n. (¡­) En ocasiones a los internos hay que amarrarlos a la cama por que se quieren ir, se quieren zafar y hasta se quieren matar ¡ªdice H¨¦ctor mientras me muestra su botiqu¨ªn y sus jeringas y sus lazos.

Los internos que llegan a esta cl¨ªnica son los privilegiados. Ac¨¢ solo pueden entrar aquellos que pueden pagar tres mil lempiras al mes (121 d¨®lares americanos). Es el ¨²nico lugar pagado en este albergue. Aquellos que no tienen ese dinero no podr¨¢n acceder ni siquiera al rudo tratamiento de H¨¦ctor. Deber¨¢n lidiar con el s¨ªndrome de abstinencia y con el delirio ellos solos, tirados en una colchoneta sucia, bajo unas l¨¢minas herrumbrosas que el pastor ha preparado expresamente para este prop¨®sito. El centro no tiene la capacidad econ¨®mica para aplicar estos medicamentos a todos los internos, ni tiene las camas suficientes para acostar durante 15 d¨ªas, que es el tiempo determinado por H¨¦ctor para salir del ¡°delirio extremes¡±, a m¨¢s de cien personas. As¨ª que incluso ac¨¢, en el fondo de la pir¨¢mide social de Honduras, uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres de Am¨¦rica, hay estratos sociales. Los que tienen 3 mil lempiras sufren menos que los que no las tienen.

Hoy, 24 de febrero, lleg¨® Henrry, un hombre joven, buscando ayuda, pero no tiene los tres mil lempiras, de hecho, no tiene nada: se consumi¨® hasta el poco dinero que logr¨® despu¨¦s de la venta de sus zapatos. As¨ª que se revuelca en soledad en la colchoneta sucia, bajo aquellas l¨¢minas hirvientes. Los primeros d¨ªas no les dejan entrar a los cuartos porque vomitan y defecan en sus camas. Para eso hay camas sin colch¨®n, solo con los cables met¨¢licos. Pero casi no las usan. Prefieren dejarlos en esa peque?a galera, casi a la intemperie, hasta que logren dominar sus esf¨ªnteres.

Todav¨ªa no ha empezado lo m¨¢s duro del s¨ªndrome de abstinencia, apenas han pasado unas horas desde el ¨²ltimo c¨®ctel de crack y licor, pero Henry ya puja como si le hubiesen golpeado el est¨®mago muy fuerte. Solo soporta unas horas, esta vez no podr¨¢. Se pone de pie y pide la salida. Va a pelear contra el delirio extremes con licor y crack. Dice que no quiere consumir, y le creo, realmente dice no tener ganas de un trago o un pipazo de crack, pero el dolor es insoportable y el miedo al delirio extremes lo hace huir. Si consigue r¨¢pido un trago o una porci¨®n de crack quiz¨¢ logre atrasar su llegada unos d¨ªas. Si no los consigue a tiempo, quiz¨¢ quedar¨¢ varado, perdido e inutilizado en alguna acera, hablando incoherencias y devorado por una manada de animalitos imaginarios.

Honduras, una adicta en negaci¨®n

Honduras atraviesa una crisis de salud p¨²blica. El problema de adicci¨®n al crack y la coca¨ªna se va convirtiendo en un gran elefante que terminar¨¢ por exponer su presencia destruyendo la cristaler¨ªa. Parte del problema es que Honduras no sabe que tiene uno, o en todo caso, no le interesa saber.

La informaci¨®n disponible, tanto de organismos privados como gubernamentales, sobre adicciones y tratamientos es muy escasa, y la poca que hay es muy dif¨ªcil de encontrar. El documento m¨¢s reciente sobre adiciones es el informe de la Comisi¨®n Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD) de 2019. En este informe b¨¢sicamente se expone una serie de elementos que Honduras no tiene. El informe hace hincapi¨¦ en la poca o nula disposici¨®n de este pa¨ªs para generar datos referentes al consumo, prevalencia y estrategias de atenci¨®n en adicciones.

Est¨¢ plagada de p¨¢rrafos como este:

¡°CICAD ve con preocupaci¨®n que desde la primera ronda (1999-2000), el pa¨ªs no ha realizado algunos estudios prioritarios en reducci¨®n de la demanda. Adem¨¢s, Honduras no dispone de alguna informaci¨®n en reducci¨®n de la oferta, tr¨¢fico il¨ªcito y delitos conexos ni cuenta con estudios para evaluar programas o intervenciones sobre drogas en reducci¨®n de la demanda, reducci¨®n de la oferta y medidas de control¡±.

En un documento anterior, uno de los pocos que hay, el Observatorio Hondure?o Sobre Drogas, en su Informe Nacional en Materia de Drogas, a pesar de haber sido elaborado por el mismo gobierno, consigna informaci¨®n como esta:

¡°¡­Asimismo, se realizan consultas sobre el consumo que presentan los usuarios de los centros de tratamiento, desafortunadamente, no todos hacen llegar dicha informaci¨®n en vista que en Honduras no es obligatorio proporcionarla; adicionalmente, los expedientes cl¨ªnicos en los hospitales son manejados por diferentes profesionales de la salud y no se ha homologado una forma de recolectar datos. Es importante destacar que Honduras no cuenta con una base de datos centralizada para el ¨¢rea de reducci¨®n de la demanda, lo cual impide recolectar datos de todos los centros de tratamiento que existen en el pa¨ªs. A¨²n no se han desarrollado estudios sobre percepci¨®n de riesgo, patrones de consumo, actitud ante las drogas, encuestas en poblaci¨®n general, entre otros, por falta de presupuesto¡±.

O esto otro:

¡°A trav¨¦s del tiempo se ha buscado mejorar la oferta de programas de prevenci¨®n; sin embargo, son pocos los que est¨¢n basados en evidencia, al mismo tiempo, existen programas de prevenci¨®n de violencia que tiene un componente de drogas, pero no est¨¢n orientados espec¨ªficamente a dicha tem¨¢tica¡±.

Y concluye:

¡°El presupuesto otorgado para llevar a cabo las labores de prevenci¨®n, ha disminuido con el pasar de los a?os, provocando que algunos programas en el ¨¢rea se encuentren inactivos o limitados en su desarrollo¡±.

Un hueco en la pared de l¨¢mina del centro OASIS.Juan Mart¨ªnez d?Aubuisson

Honduras no cuenta con un sistema nacional de tratamiento. El gobierno hondure?o tampoco tiene un dato certero de cu¨¢ntos organismos privados, como el albergue OASIS, hay en el pa¨ªs. Se consignan ¨²nicamente dos centros estatales, un hospital p¨²blico y un hospital psiqui¨¢trico, ambos en Tegucigalpa, la capital, que pueden admitir dentro de sus programas a personas con drogodependencia, pero no se sabe a cu¨¢ntos han atendido, ni se ha documentado a qu¨¦ sustancias son dependientes o en qu¨¦ grado de dependencia se encuentran estos pacientes. Es como pedirle a un doctor que cure una enfermedad, pero sin decirle cu¨¢l es ni qui¨¦n la tiene.

En 2015 el Instituto Hondure?o de Alcoholismo, Drogadicci¨®n y Farmacodependencia (IHADFA), inaugur¨® en San Pedro Sula, el Centro de Atenci¨®n Integral de Adicciones (CAI). Se trata de un centro ambulatorio, donde los pacientes reciben charlas y consejer¨ªa, siempre y cuando el paciente no haya consumido ni alcohol ni drogas en las ¨²ltimas 48 horas. Estos centros han perdido presupuesto y, seg¨²n los informes antes citados, su operar no se basa en conocimientos cient¨ªficos.

A principios de marzo de 2023 llam¨¦ al tel¨¦fono que aparece en el sitio web del CAI. Me contest¨® una se?ora bastante malhumorada. Me dijo que ah¨ª hay una bodega, que s¨ª sab¨ªa que antes hab¨ªa ¡°un centro de esos¡± pero que ya no. Pregunt¨¦ entonces a cu¨¢l instituci¨®n del Estado podr¨ªa recurrir en caso de tener un familiar con problemas de adicci¨®n.

¡°Si lo quiere internar no hay. Al menos del Estado no hay. Solo que lo lleve al hospital psiqui¨¢trico Santa Rosita. De ah¨ª no hay. Si no tiene recursos lo que yo le podr¨ªa recomendar es que busque un albergue que se llama OASIS. Ah¨ª quiz¨¢ le pueden ayudar¡±.

Acto seguido me colg¨®.

A finales de 2021 conoc¨ª en OASIS a Christian, un joven de San Pedro Sula en una etapa avanzada de cirrosis y con una dependencia alta al crack. Apenas se mov¨ªa. Pastor J le asign¨® un catre y le inyectaban suero y vitaminas aun sin haber pagado los tres mil lempiras. Pero poco m¨¢s se pod¨ªa hacer por ¨¦l en este lugar. Apenas hablaba, se mov¨ªa como se mover¨ªan las momias si pudieran. No me queda claro si estaba totalmente consciente. Le salud¨¦, me respondi¨® el saludo, pero m¨¢s parec¨ªa un movimiento de inercia, un gesto involuntario. Su est¨®mago era una enorme y desproporcionada bola de agua gelatinosa y su piel p¨¢lida y amarillenta, como el sol de media tarde.

Pregunt¨¦ por ¨¦l en la visita de febrero del a?o pasado, pero, como era de esperarse, Cris ya no est¨¢ entre nosotros. Muri¨® en su catre pocas semanas despu¨¦s de conocerle. El Pastor J y su staff lo enterraron en el cementerio local en una fosa com¨²n, y podemos estar seguros que su muerte, y las adiciones y problemas de salud que padeci¨® durante su vida, jam¨¢s figurar¨¢n en ning¨²n informe estatal.

Dan, el hermano de Cris, estaba tambi¨¦n interno por problemas de adiciones en el Albergue OASIS, y al ver a su hermano menor en tal mal estado, aunado a un fuerte s¨ªndrome de abstinencia y a todo ese conjunto de padecimientos que ac¨¢ terminaron llam¨¢ndose delirio extremes, rompi¨® una botella y se cercen¨® el cuello. Cuando lo quisieron detener les atac¨®. Es un hombre grande y fuerte. Tuvo que llegar la polic¨ªa a despojarlo de aquellos vidrios, pero no hicieron ning¨²n reporte. Lo llevaron a coser a la cl¨ªnica y lo regresaron. Su intento de suicidio tampoco quedar¨¢ registrado ni tomar¨¢ nunca forma de estad¨ªstica. De los eventos de ese d¨ªa solo queda una cicatriz zigzagueante, como un rel¨¢mpago, plasmado en el cuello de Dan.

Habl¨¦ con ¨¦l en febrero del 2023. Dan es un tipo rudo, y cuando le pregunt¨¦ por aquel d¨ªa escondi¨® sus ojos negros tras unas gafas oscuras, volte¨® su cara morena y curtida por el sol y respondi¨®: ¡°El delirio extremes, Juan¡­el delirio extremes¡±.

Volver a empezar

Son casi las cuatro de la tarde del ¨²ltimo d¨ªa que pasar¨¦ en este lugar y el calor sampedrano parece aplastarnos. En el albergue nadie se mueve, ni las hojas de los ¨¢rboles, ni las gallinas que pronto se volver¨¢n sopa, ni los internos. En una esquina, bajo una sombra, un viejo gar¨ªfuna cuenta historias maravillosas sobre sus a?os de marino en los puertos Hondure?os y sobre cu¨¢ndo se volvi¨® pirata y asaltaba lanchas llenas de droga en alta mar, en las costas de la selva de la Muskitia. Canelo, el perro rom¨¢ntico y sin casta del albergue, divierte a los nuevos con su afici¨®n por oler las flores y cerrar los ojos mientras lo hace. El Pastor me lleva a su oficina. Va a responderme la pregunta del porqu¨¦ dedicar la vida a algo tan dif¨ªcil. Va a contarme sobre su vocaci¨®n de S¨ªsifo.

La oficina es una caja de madera en el interior de una de las construcciones del albergue. Todo es de segunda mano, todo fue usado ya por alguien antes de llegar ac¨¢. De hecho, hago la entrevista sentado en un asiento de autom¨®vil. Del pastor prefiero no dar mucho detalle, de nada servir¨ªa entonces la ya de por s¨ª compleja d¨¦bil estrategia por salvaguardar la ubicaci¨®n de este lugar. Dir¨¦ que es un tipo bonach¨®n, dicharachero y sereno.

Mientras tomamos un caf¨¦ ralo, preparado en aquella cocina improvisada, me explica que ¨¦l tambi¨¦n fue adicto, y que sufri¨® mucho. Cree que Dios lo sac¨® de ah¨ª con el ¨²nico objetivo de ayudar a sus hermanos. As¨ª se refiere a los internos de este oasis.

¡°Todos los que trabajamos con esta poblaci¨®n en alg¨²n momento fuimos adictos, todos¡±, dice casi con orgullo. Entiende su trabajo como una especie de ¨²ltimo margen que separa a cientos de personas del abismo. Se ve a s¨ª mismo como la ¨²ltima barrera que muchos pueden ponerle a la muerte. A veces la muerte se detiene, a veces no. Ning¨²n muro es infranqueable.

Despu¨¦s de contarme su historia, salpicada de dolor, abuso y violencia, le pregunto por Ra¨²l, el t¨¦cnico en refrigeraci¨®n y artesano de motos. Dos colaboradores voluntarios est¨¢n en la oficina y se miran entre s¨ª. Y repiten la haza?a de Ra¨²l durante nuestra conversaci¨®n del primer d¨ªa: sonr¨ªen con tristeza.

¡°Con los 500 lempiras que le dio usted por la moto se fue del albergue. A esta altura ya los convirti¨® en crack¡±, me dice uno de ellos, y con eso deja sobre m¨ª fuero interno una piedra pesada que deber¨¦ llevar de vuelta a mi casa. Nadie, a inicios de un proceso de estos, debe recibir 500 lempiras de manos de un imb¨¦cil.

Una de las r¨¦plicas de motocicletas Harley Davidson que Ra¨²l hace a partir de latas de refrescos.Juan Mart¨ªnez d?Aubuisson

Comienza a morir el d¨ªa y debo irme. El barrio donde est¨¢ el albergue no es buena zona para andar de noche. A esta hora los adictos de la ciudad, al menos los pobres, comienzan a juntarse alrededor de un mercado grande, por la s¨¦ptima calle de una ciudad que no mencionaremos y en un parque central oscuro y sucio del que tampoco diremos el nombre. Es un ej¨¦rcito de sedientos, una manada de hombres y mujeres que buscan una jalada m¨¢s, un pase de polvo o un trago que les separe del dolor. Es dif¨ªcil contarlos. Unos se esconden en los portales mientras encienden sus pipas, de rodillas o en cuclillas, como rez¨¢ndole a la droga que les arrebata la vida, otros, m¨¢s gregarios, se api?an en peque?os grupos. La mayor¨ªa se vuelven sombras escurridizas, al¨¦rgicas a las farolas de los carros. Es dif¨ªcil contarlos, pero son decenas, cientos. He estado en todas las ciudades importantes de Honduras en los ¨²ltimos cinco a?os. En todas ellas la escena se repite.

Algunos trabajaron durante el d¨ªa jalando bultos en los mercados o pidieron limosna en los sem¨¢foros, otros se llevaron de los carros estacionados lo que sea que estaba flojo. Los m¨¢s osados arrebataron alguna cadena o un celular. Tienen algo de dinero y los vendedores llegar¨¢n en breve a cambiar esas monedas por una noche m¨¢s sin el dolor insoportable que conocen bien. Y as¨ª es como la batalla de esa gente comenzar¨¢ desde cero una vez m¨¢s.

Tal como lo plantea el Dr. Bourgois, y tambi¨¦n el Pastor J, el consumo desmedido por parte de poblaciones vulnerables deja al descubierto algo m¨¢s profundo, una crisis generalizada de sufrimiento. Esta epidemia es, en esencia, la epidemia del dolor.

Si se atrasan en sus dosis, o si se exceden de ella, quedar¨¢n atrapados en la calle, a merced del desamparo de Honduras, luchando por huir del delirio extremes y de aquellas jaur¨ªas imaginarias de animales chiquitos.

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