Por qu¨¦ soy feminista
Isabel Allende publica esta semana ¡®Mujeres del alma m¨ªa¡¯, entre memoria personal y ensayo sobre las reivindicaciones de la mujer. Adelantamos un fragmento en el que relata c¨®mo la infancia marc¨® su toma de conciencia
No exagero al decir que fui feminista desde el kindergarten, antes de que el concepto se conociera en mi familia. Nac¨ª en 1942, as¨ª es que estamos hablando de la remota antig¨¹edad. Creo que mi rebeld¨ªa contra la autoridad masculina se origin¨® en la situaci¨®n de Panchita, mi madre, a quien su marido abandon¨® en el Per¨² con dos ni?os en pa?ales y un reci¨¦n nacido en los brazos. Eso oblig¨® a Panchita a pedir refugio en casa de sus padres en Chile, donde pas¨¦ los primeros a?os de mi infancia. La casa de mis abuelos, en ...
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No exagero al decir que fui feminista desde el kindergarten, antes de que el concepto se conociera en mi familia. Nac¨ª en 1942, as¨ª es que estamos hablando de la remota antig¨¹edad. Creo que mi rebeld¨ªa contra la autoridad masculina se origin¨® en la situaci¨®n de Panchita, mi madre, a quien su marido abandon¨® en el Per¨² con dos ni?os en pa?ales y un reci¨¦n nacido en los brazos. Eso oblig¨® a Panchita a pedir refugio en casa de sus padres en Chile, donde pas¨¦ los primeros a?os de mi infancia. La casa de mis abuelos, en el barrio Providencia de Santiago, que entonces era residencial y hoy es un laberinto de comercios y oficinas, era grande y fea, una monstruosidad de cemento, habitaciones de techos altos, corrientes de aire, holl¨ªn de estufas de queroseno en las paredes, pesados cortinajes de felpa roja, muebles espa?oles hechos para durar un siglo, retratos horrendos de parientes muertos y pilas de libros polvorientos. El frente de la casa era se?orial. A la sala, la biblioteca y el comedor alguien hab¨ªa procurado darles un sello de elegancia, pero se usaban muy poco. El resto de la casa era el reino desordenado de mi abuela, los ni?os (mis dos hermanos y yo), las empleadas dom¨¦sticas, dos o tres perros sin raza discernible y gatos medio salvajes que se reproduc¨ªan incontrolablemente detr¨¢s de la nevera; la cocinera ahogaba a las cr¨ªas en un balde en el patio.
La alegr¨ªa y la luz de esa casa se esfumaron con la muerte prematura de mi abuela. Recuerdo mi infancia como una ¨¦poca de temor y oscuridad. ?Qu¨¦ tem¨ªa? Que mi madre se muriera y fu¨¦ramos a dar a un orfelinato, que me robaran los gitanos, que se apareciera el Diablo en los espejos, bueno, para qu¨¦ sigo. Agradezco esa infancia infeliz porque me dio material para la escritura. No s¨¦ c¨®mo se las arreglan los novelistas que tuvieron una infancia amable en un hogar normal.
A muy temprana edad me di cuenta de que mi madre estaba en desventaja con respecto a los hombres de la familia. Se hab¨ªa casado contra la voluntad de sus padres, hab¨ªa fracasado, tal como le hab¨ªan advertido, y hab¨ªa anulado su matrimonio, ¨²nica salida disponible en ese pa¨ªs donde no se legaliz¨® el divorcio hasta el a?o 2004. No estaba preparada para trabajar, no ten¨ªa dinero ni libertad y era el blanco de malas lenguas, porque adem¨¢s de estar separada del marido, era joven, bonita y coqueta.
Mi enojo contra el machismo comenz¨® en esos a?os de la infancia al ver a mi madre y a las empleadas de la casa como v¨ªctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz, la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres. Por supuesto que nada de eso lo entend¨ªa entonces, esta explicaci¨®n la formul¨¦ a los cincuenta a?os en terapia, pero aunque no pudiera razonar, los sentimientos de frustraci¨®n eran tan poderosos que me marcaron para siempre con una obsesi¨®n por la justicia y un rechazo visceral al machismo. Este resentimiento era aberrante en mi familia, que se consideraba intelectual y moderna, pero de acuerdo a los patrones de ahora, era francamente paleol¨ªtica.
Panchita consult¨® a m¨¢s de un m¨¦dico para averiguar qu¨¦ me pasaba, tal vez su hija sufr¨ªa de c¨®licos o ten¨ªa la lombriz solitaria. Mi car¨¢cter obstinado y desafiante, que en mis hermanos se aprobaba como condici¨®n esencial de la masculinidad, en m¨ª era una patolog¨ªa. ?No es casi siempre as¨ª? A las ni?as se les niega el derecho a enojarse y patalear. Exist¨ªan psic¨®logos en Chile, tal vez incluso psic¨®logos infantiles, pero ese recurso en aquella ¨¦poca dominada por los tab¨²es se reservaba para los locos incurables y en mi familia ni siquiera en esos casos; nuestros lun¨¢ticos se soportaban en privado no m¨¢s. Mi madre me rogaba que fuera m¨¢s discreta. ¡°No s¨¦ de d¨®nde has sacado esas ideas, vas a adquirir fama de marimacho¡±, me dijo una vez, sin aclarar el significado de esa palabreja. Ten¨ªa raz¨®n al preocuparse. A los seis a?os me hab¨ªan expulsado de las monjas alemanas por insubordinada, como un preludio a lo que ser¨ªa mi futura trayectoria. Se me ocurre que la verdadera raz¨®n fue que Panchita era legalmente madre soltera de tres ni?os. Eso no debiera haber escandalizado a las monjas, porque la mayor¨ªa de los ni?os en Chile nacen fuera del matrimonio, pero no era el caso en la clase social a la que pertenec¨ªan las alumnas de ese colegio.
Durante d¨¦cadas pens¨¦ en mi madre como una v¨ªctima, pero he aprendido que la definici¨®n de v¨ªctima es alguien que carece de control y poder sobre sus circunstancias y creo que ese no era su caso. Es cierto que mi madre parec¨ªa atrapada, vulnerable, a veces desesperada, pero su situaci¨®n cambi¨® m¨¢s tarde, cuando se junt¨® con mi padrastro y empezaron a viajar. Podr¨ªa haber bregado para tener m¨¢s independencia, hacer la vida que deseaba y desarrollar su enorme potencial, en vez de someterse, pero mi opini¨®n no cuenta, porque pertenezco a la generaci¨®n del feminismo y tuve oportunidades que ella no tuvo.
Otra de las cosas que aprend¨ª a los cincuenta a?os en terapia es que seguramente la falta de padre en mi infancia tambi¨¦n contribuy¨® a mi rebeld¨ªa. Me tom¨® mucho tiempo aceptar al t¨ªo Ram¨®n, como llam¨¦ siempre al hombre con quien Panchita se junt¨® cuando yo ten¨ªa alrededor de once a?os, y comprender que no podr¨ªa haber tenido un padre mejor que ¨¦l. Me di cuenta de eso cuando naci¨® mi hija Paula y ¨¦l cay¨® fulminado de amor por ella (el sentimiento fue mutuo) y vi por primera vez el lado tierno, sentimental y juguet¨®n de ese padrastro a quien le hab¨ªa declarado la guerra. Pas¨¦ la adolescencia detest¨¢ndolo y cuestionando su autoridad, pero como era un optimista invencible, ni cuenta se dio. Seg¨²n ¨¦l, yo siempre fui una hija ejemplar. El t¨ªo Ram¨®n ten¨ªa tan mala memoria para lo negativo, que en su vejez me llamaba Ang¨¦lica ¡ªmi segundo nombre¡ª y me dec¨ªa que durmiera de lado para no aplastar mis alas. Lo repiti¨® hasta el final de sus d¨ªas, cuando la demencia y el cansancio de vivir lo hab¨ªan reducido a una sombra de quien fue.
Con el tiempo el t¨ªo Ram¨®n lleg¨® a ser mi mejor amigo y confidente. Era alegre, mand¨®n, orgulloso y machista, aunque lo negaba con el argumento de que nadie era m¨¢s respetuoso con las mujeres que ¨¦l. Nunca logr¨¦ explicarle cabalmente en qu¨¦ consist¨ªa su tremendo machismo. Hab¨ªa dejado a su mujer, con quien ten¨ªa cuatro hijos, y nunca obtuvo la nulidad matrimonial que le hubiera permitido legalizar la relaci¨®n con mi madre, pero eso no les impidi¨® vivir juntos durante casi setenta a?os, al principio con esc¨¢ndalo y chismes, pero despu¨¦s muy poca gente objetaba su uni¨®n, porque se relajaron las costumbres y a falta de divorcio, las parejas se juntaban y se separaban sin burocracia. Panchita resent¨ªa los defectos de su compa?ero tanto como admiraba sus cualidades. Asumi¨® el papel de esposa dominada y a menudo furiosa por amor y porque se sent¨ªa incapaz de sacar adelante a sus hijos sola. Ser mantenida y protegida ten¨ªa un costo inevitable.
A mi padre biol¨®gico nunca lo ech¨¦ de menos ni tuve curiosidad por saber de ¨¦l. Para otorgarle la nulidad matrimonial a Panchita puso como condici¨®n no tener que hacerse cargo de los hijos y lo llev¨® al extremo de no volver a vernos. Las pocas veces que su nombre se mencionaba en la familia, tema que todos evitaban, a mi madre le daba una feroz migra?a. Solo me dijeron que era muy inteligente y me hab¨ªa querido mucho, me hac¨ªa escuchar m¨²sica cl¨¢sica y me mostraba libros de arte, de modo que a los dos a?os yo identificaba a los artistas; ¨¦l me dec¨ªa Monet o Renoir y yo los encontraba en la p¨¢gina exacta. Lo dudo. No podr¨ªa hacerlo ahora en pleno uso de mis facultades.
En todo caso, como supuestamente eso ocurri¨® antes de mis tres a?os, no lo recuerdo, pero la s¨²bita deserci¨®n de mi padre me marc¨®. ?C¨®mo iba a confiar en los hombres, que te quieren un d¨ªa y se esfuman al siguiente? El abandono de mi padre no es excepcional. En Chile el pilar de la familia y la comunidad es la mujer, sobre todo en la clase trabajadora, donde los padres van y vienen y a menudo desaparecen sin acordarse m¨¢s de los hijos. Las madres, en cambio, son ¨¢rboles de firmes ra¨ªces. Ellas se hacen cargo de los hijos propios y de ser necesario tambi¨¦n de los ajenos. Tan fuertes y organizadas son las mujeres, que se dice que Chile es un matriarcado y hasta los tipos m¨¢s cavern¨ªcolas lo repiten sin sonrojarse, pero eso est¨¢ lejos de la verdad. Los hombres controlan el poder pol¨ªtico y econ¨®mico, proclaman las leyes y las aplican a su antojo y en caso de que eso no sea suficiente, interviene la Iglesia con su consuetudinario sello patriarcal. Las mujeres solo mandan en su familia¡ a veces.
El feminismo suele asustar porque parece muy radical o se interpreta como odio al hombre, por eso antes de continuar debo aclarar esto para algunas de mis lectoras.
Empecemos por el t¨¦rmino ¡°patriarcado¡±. Mi definici¨®n del t¨¦rmino ¡°patriarcado¡± tal vez difiere un poco de Wikipedia o el diccionario de la Real Academia. Originalmente significaba supremac¨ªa absoluta del hombre sobre la mujer, sobre otras especies y la naturaleza, pero el movimiento feminista ha socavado ese poder absoluto en algunos aspectos, aunque en otros persiste igual que hace miles de a?os. A pesar de que han cambiado muchas de las leyes discriminatorias, el patriarcado sigue siendo el sistema imperante de opresi¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica, cultural y religiosa que otorga dominio y privilegios al sexo masculino. Adem¨¢s de misoginia ¡ªaversi¨®n a la mujer¡ª, este sistema incluye diversas formas de exclusi¨®n y agresi¨®n: racismo, homofobia, clasismo, xenofobia, intolerancia hacia otras ideas y hacia personas que sean diferentes. El patriarcado se impone con agresi¨®n, exige obediencia y castiga a quien se atreva a desafiarlo.
?Y en qu¨¦ consiste mi feminismo? No es lo que tenemos entre las piernas, sino entre las dos orejas. Es una postura filos¨®fica y una sublevaci¨®n contra la autoridad del hombre. Es una manera de entender las relaciones humanas y de ver el mundo, una apuesta por la justicia, una lucha por la emancipaci¨®n de mujeres, gais, lesbianas (LGTBIQ+), todos los oprimidos por el sistema y los dem¨¢s que deseen sumarse. Bienvenides, como dir¨ªan los j¨®venes de hoy: mientras m¨¢s seamos, mejor.
En mi juventud bregaba por la igualdad, quer¨ªa participar en el juego de los hombres, pero en la madurez comprend¨ª que ese juego es una locura, est¨¢ destruyendo el planeta y el tejido moral de la humanidad. No se trata de replicar el desastre, sino de remediarlo. Por supuesto, este movimiento se enfrenta con poderosas fuerzas reaccionarias, como fundamentalismo, fascismo, tradici¨®n y muchas otras. Me deprime comprobar que entre esas fuerzas opositoras hay tantas mujeres que temen el cambio y no pueden imaginar un futuro diferente.
El patriarcado es p¨¦treo. El feminismo, como el oc¨¦ano, es fluido, poderoso, profundo y tiene la complejidad infinita de la vida, se mueve en olas, corrientes, mareas y a veces en tormentas furiosas. Como el oc¨¦ano, el feminismo no se calla.
Mujeres del alma m¨ªa
Editorial: Plaza & Jan¨¦s
Formato: Tapa dura, 192 p¨¢ginas
Precio: 18,90 euros