Sylvia Plath en sus propias palabras
La publicaci¨®n en cinco vol¨²menes de las cartas, muchas in¨¦ditas, de la poeta permite asomarse sin intermediarios a una de las vidas (y muertes) m¨¢s estudiadas de las letras del siglo XX
Pocos escritores han visto estudiada su vida (y su muerte) con las lentes de aumento que Sylvia ?Plath lleva concitando desde aquella fr¨ªa madrugada del 11 de febrero de 1963 en que decidi¨® meter la cabeza en el horno. La veda se abri¨® muy pronto, con una necrol¨®gica del cr¨ªtico Al Alvarez en The Observer que alud¨ªa al ¡°genio peculiar¡± de una poeta ¡°pose¨ªda¡±, poniendo la primera piedra de un mito que en apenas dos a?os se volvi¨® ingobernable. La publicaci¨®n de Ariel en 1965 fue un estallido cuyo eco nos sigue l...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Pocos escritores han visto estudiada su vida (y su muerte) con las lentes de aumento que Sylvia ?Plath lleva concitando desde aquella fr¨ªa madrugada del 11 de febrero de 1963 en que decidi¨® meter la cabeza en el horno. La veda se abri¨® muy pronto, con una necrol¨®gica del cr¨ªtico Al Alvarez en The Observer que alud¨ªa al ¡°genio peculiar¡± de una poeta ¡°pose¨ªda¡±, poniendo la primera piedra de un mito que en apenas dos a?os se volvi¨® ingobernable. La publicaci¨®n de Ariel en 1965 fue un estallido cuyo eco nos sigue llegando amplificado por multitud de biograf¨ªas, estudios cr¨ªticos y gu¨ªas de lectura que hacen dif¨ªciles equilibrios entre la vida y la obra. Es agotador servir a dos amos a la vez. Ese es justamente el tema de La mujer en silencio, de Janet Malcolm, uno de los libros m¨¢s l¨²cidos que ha generado el mito de Plath y que estudia con piedad c¨®mplice las distorsiones que la fama medi¨¢tica ¡ªy m¨¢s en una cultura tan ofuscada por la celebridad como la estadounidense¡ª introduce en la recepci¨®n de la obra y el modo en que nosotros, los lectores, percibimos a sus protagonistas.
As¨ª que bienvenida sea la oportunidad de volver a la fuente, las palabras mismas de Sylvia Plath. Despu¨¦s de la publicaci¨®n de sus Diarios completos (Alba) en 2016, nos llega de la mano de Tres Hermanas el primero de los cinco vol¨²menes en que ver¨¢n la luz sus cartas. La edici¨®n reproduce fielmente la edici¨®n inglesa, cuidada por Peter K. Steinberg y Karen V. Kukil (que fue tambi¨¦n la editora literaria de los diarios), pero convierte los dos vol¨²menes originales en cinco, de modo que este primer tomo no llega a 1956, como su hom¨®logo ingl¨¦s, sino a finales de 1951, cuando Plath es una brillante joven de 19 a?os que cursa su segundo curso universitario en Smith College. Estamos, pues, ante un relato en primera persona de la infancia y adolescencia de la autora. Un relato discontinuo y parcial que conviene cotejar con los diarios que empez¨® a escribir en enero de 1944, con apenas 11 a?os; pero tambi¨¦n un relato sesgado, pues las cartas son la versi¨®n que da de s¨ª misma a los dem¨¢s: una imagen bien delineada que se amolda a las expectativas ajenas, en especial las de su madre, y que es tanto ficci¨®n tranquilizadora como su modo, largamente perfeccionado, de obtener afecto y recompensa.
La joven da una imagen bien delineada que se amolda a las expectativas ajenas, en especial las de su madre
Conocemos el estilo epistolar de Plath gracias a Cartas a mi madre (Letters Home. 1950-1963), el volumen con que Aurelia Schober quiso corregir el retrato feroz que su hija hab¨ªa dado de su relaci¨®n en La campana de cristal y en poemas como Medusa. El tiro le sali¨® por la culata: algo ingenuamente, Aurelia no se dio cuenta de que las cartas, que para colmo se ofrec¨ªan expurgadas, no hac¨ªan sino confirmar el car¨¢cter asfixiante y hasta enfermizo de un v¨ªnculo que preludia y explica en parte la ¡°intensidad claustrof¨®bica¡±, seg¨²n los propios implicados, de la relaci¨®n con Ted Hughes. La muerte del padre, Otto Plath, en noviembre de 1940 arroj¨® a la familia a una precariedad econ¨®mica que Aurelia supli¨® con una mezcla de trabajo duro, buena econom¨ªa familiar y una exhibici¨®n de abnegado sacrificio que su hija, observadora atenta y hambrienta de cari?o, percibi¨® casi por ¨®smosis.
El grueso de este volumen sigue la t¨®nica de aquel viejo Letters Home y est¨¢ conformado por las innumerables cartas y postales (a veces a un ritmo de dos o tres al d¨ªa) que Plath dirigi¨® a su madre, bien desde la casa de sus abuelos, donde pasaba temporadas cada vez que Aurelia consegu¨ªa trabajo, bien desde los campamentos de verano a los que asisti¨® entre 1943 y 1948. Son las cartas prolijas y expresivas de una ni?a muy inteligente con ganas de agradar y sobre todo de impresionar; cartas llenas de dibujos, miniadas, en las que su autora da rienda suelta a su talento visual y su afici¨®n al detalle llamativo. La inquietud por el dinero asoma enseguida en forma de listas de gastos y tablas contables, todo anotado con detalle: ¡°He gastado alrededor de 45 c¨¦ntimos en la lavander¨ªa, cerca de 20 c¨¦ntimos en fruta, 1,50 en nesesidades y 20 c¨¦ntimos en caprichos. 2,40 en total. No voy a necesitar gastar mucho m¨¢s, solo en la lavander¨ªa y en fruta¡± (21 de julio de 1943). Por cierto, gran parte del m¨¦rito de que oigamos tan claramente a esta ni?a de 10 a?os es de la traductora, Ainize Salaberri, capaz de recrear con gracia el lenguaje infantil de Plath, sus errores de ortograf¨ªa y l¨¦xicos, etc¨¦tera. Con los a?os esos errores se corrigen, pero no as¨ª su af¨¢n competitivo y su inseguridad, que van a la par. Esta veta perfeccionista le impide creerse sus propios logros, y una y otra vez la vemos poni¨¦ndolos entre par¨¦ntesis (que es, claro, una forma inconsciente de subrayarlos).
El otro leitmotiv de estas cartas infantiles es la comida, de la que ?Plath ofrece informes exhaustivos. Al deber filial de alimentarse bien se le suma el placer mismo de comer, del que ofrece un testimonio que concurre con su gusto manifiesto por la vida, la naturaleza, las actividades al aire libre, todo lo que ponga a prueba su cuerpo y su capacidad de resistencia, que en ella es una forma de sensualidad.
La lejan¨ªa garantiza la confidencialidad y hace que Plath pueda mostrar su flanco m¨¢s vulnerable
Particular inter¨¦s tienen los poemas que intercala de vez en cuando y en los que la voz infantil de Plath augura muchos de los motivos ¡°adultos¡± de Ariel, como si ese libro final (cumplidas las lecciones del oficio, arrumbado el saco de influencias que arrastraba desde el bachillerato) hubiera sido en parte un regreso a las ra¨ªces. El rigor descriptivo de Un atardecer de invierno, escrito nada menos que con 13 a?os, trasluce una inquietud amenazante que rima con el aire g¨®tico de La luna y el tejo: ¡°¡ La luna pende, un globo de luz iridiscente / en el cielo de una noche helada, / mientras que contra el brillo occidental uno ve / el esqueleto desnudo y oscuro de los ¨¢rboles. // Las estrellas aparecen y una a una / escudri?an el mundo con mirada arrogante¡±. As¨ª tambi¨¦n estos versos, escritos seis meses despu¨¦s en el campamento de verano y en los que se oye un ritmo, un decir, que cualquier lector atento de Plath sabr¨¢ reconocer: ¡°El lago es una criatura / callada pero salvaje. / Dura y pese a todo amable, / un hijo ind¨®mito¡¡±. El tono algo petulante de alg¨²n pasaje (¡°No puedo permitir que Shakespeare se aleje demasiado de m¨ª, ya sabes¡±, escribe en 1947) puede hacernos sonre¨ªr, pero no despistarnos sobre el alcance real de su talento.
Con el tiempo, Plath ampl¨ªa la n¨®mina de corresponsales: Margot Loungway, con quien intercambia confidencias filat¨¦licas y juega a ser mayor, o Hans-Joachim Neupert, joven alem¨¢n con el que establece amistad por correspondencia y que le permite explayarse sobre las sutilezas de la cultura popular americana. Las cartas a Neupert nos dan pistas sobre sus lecturas (con 16 a?os, ojo, ha le¨ªdo a Robert Frost, Willa Cather, Eugene O¡¯Neill y Sinclair Lewis, pero tambi¨¦n Lo que el viento se llev¨®, de Margaret Mitchell) y asimismo atisbos de sus inquietudes espirituales y sus dudas ¨ªntimas: as¨ª el relato del sentimiento oce¨¢nico que experimenta en el campamento de verano de 1948 (¡°creo que la grandeza de la naturaleza cura el esp¨ªritu¡±) o su temor, nada infundado, al cambio de vida que supone el ingreso en la universidad.
La lejan¨ªa garantiza la confidencialidad y hace que Plath pueda mostrar su flanco m¨¢s vulnerable. As¨ª ocurre en las cartas que escribe a Eddie Cohen poco antes de entrar en Smith College. Despu¨¦s de incontables rechazos, Plath logra publicar su cuento And Summer Will Not Come Again en la revista juvenil Seventeen, lo que provoca que Cohen le escriba un mensaje admirativo desde Chicago. Muchas de las cartas a Cohen fueron destruidas, pero las pocas que se conservan nos dejan ver la manera coqueta, casi teatral, con que la joven estudiante dosifica la informaci¨®n y muestra (a distancia) su mejor rostro. Pero Smith no tarda en sepultarla con sus exigencias acad¨¦micas, lo que implica un recrudecimiento de la correspondencia con su madre. Como explican los editores, ¡°de las 85 cartas reunidas que escribi¨® durante el primer semestre en el Smith College, todas menos 2 son para su madre¡±. Sorprende la franqueza con que Plath le narra su vida cotidiana, la espiral de clases, deberes y actividad social, sus citas desganadas con alumnos de colleges vecinos (Smith era un centro exclusivamente femenino) y su ambici¨®n literaria, que se traduce en una contabilidad exacta de lo que escribe, ha escrito o espera publicar.
Al final de este primer volumen seguimos en Smith, con una Plath recuperada del shock del primer curso, haciendo planes de futuro y escribi¨¦ndose con uno de sus pretendientes. La vida le sonr¨ªe y disfruta en primera l¨ªnea del espect¨¢culo de pirotecnia de los ¡°felices cincuenta¡±, cuyos valores ha empezado a cuestionar en secreto. Todo est¨¢ por hacer y, sin embargo, el mecanismo hace un ruido sospechoso all¨¢ dentro: ¡°herrumbrosa enso?aci¨®n, las ruedas / de hojalata de los manidos t¨®picos sobre el tiempo, / el perfume, la pol¨ªtica, los ideales fijos¡±. Continuar¨¢.
¡®Cartas de Sylvia Plath. Vol. 1 (1940-1951)¡¯. Edici¨®n de Peter K. Steinberg y Karen V. Kukil. Traducci¨®n de Ainize Salaberri. Tres Hermanas, 2020. 460 p¨¢ginas. 26 euros.